sábado, 12 de diciembre de 2009

La sabiduría de la inocencia

Cada niño que nace en el mundo es una señal inequívoca de que Dios mantiene la esperanza en los hombres… La virtud de saber transmitir a los niños nuestra experiencia es proporcional a nuestra disposición para aprender de su inocencia… ¡Qué atractiva, y a la vez, qué sorprendente nos resulta la sencillez de los niños! ¡Y qué vileza tan grande el tomar excusa de su educación para violentar la inocencia de los pequeños! Nuestra cultura necesita urgentemente de los niños, porque pocas cosas hay tan falsas como una alegría sin inocencia…

Con frecuencia, los adultos no somos felices a causa de nuestra excesiva complejidad. Necesitamos de la inocencia de los niños para conocernos a nosotros mismos e incluso para llegar a conocer a Dios. Como decía San Bernardo: «El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación». Los niños son un buen espejo del Corazón de Dios, así como del corazón del hombre.

Me venían a la cabeza todos estos pensamientos, después de leer un powerpoint que llegaba a la «Bandeja de entrada» de mi correo electrónico. (En medio de tantas frivolidades como circulan por Internet, solemos recibir también algunas perlas, de esas que ensanchan nuestro corazón y elevan nuestros horizontes). Se trataba de una conocida colección de cartas dirigidas a Jesús, que un profesor italiano había recogido de sus alumnos de primaria. La forma de expresarse de estos niños destila sinceridad y pureza. Con ingenuidad y simpatía, nos aportan una dimensión más auténtica y profunda de la realidad.

Desde hace años circulando por la red

¡Benditos sean esos maestros que llevan a los niños a descubrir en Jesucristo, a su mejor amigo! ¡Benditos sean esos niños que, en su inocencia, nos enseñan a los mayores a descubrir la sabiduría de la vida!

Ojos puros para reconocer la belleza: «Querido Niño Jesús: Yo creía que el naranja no pegaba con el morado. Pero luego he visto el atardecer que hiciste el martes. ¡Es genial!» (Eugenio).

Intuición para descubrir la fuente de la sabiduría: «Querido Jesús: Hemos estudiado que Tomás Edison descubrió la luz. Pero en la catequesis dicen que fuiste tú. Yo creo que te robó la idea». (Daria).

Ser niño para bucear en el Corazón de Dios: «Querido Niño Jesús: Seguro que para ti es dificilísimo querer a todos en todo el mundo. En mi familia sólo somos cuatro y yo no lo consigo». (Violeta).

Inocencia que cuestiona nuestros fundamentos: «Querido Jesús: ¿El Padre Mario es amigo tuyo, o sólo es un compañero del trabajo?» (Antonio).

La coherencia de los sencillos: «Querido Jesús: Ya no me he vuelto a sentir sola desde que he descubierto que existes». (Nora).

La gratuidad de la amistad: «Querido Jesús: No creo que pueda haber un Dios mejor que tú. Bueno, quería que lo supieras… Pero no creas que te lo digo porque eres Dios, ¿eh?» (Valerio).

Afortunadamente, la iniciativa social ha conseguido que en España se comience a abordar el debate en torno a la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. Los cristianos podemos y debemos contribuir con nuestro mensaje de fe en la vida, acompañado del compromiso solidario en las situaciones más difíciles. No en vano la «causa de la vida» es la «causa de Jesús». Él no sólo nos invitó a amar a los niños, sino también a aprender de ellos: «Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: `Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él´. Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10, 14-16) (…).

José Ignacio Munilla
fluvium.org

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