domingo, 17 de enero de 2010

San Antón



Antonio fue egipcio de nacimiento, sus padres de buen linaje, eran acaudalados y acomodados campesinos. Como cristianos, también el mismo creció. Como niño vivió con sus padres, no conociendo sino su familia y su casa. Cuando creció y se hizo muchacho avanzado en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar la compañía de otros niños, su único deseo era llevar una simple vida de hogar. En su juventud se vio conmovido por las palabras de Jesús que le llegaron en el marco de una celebración eucarística: "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo cuanto tienes y dalo a los pobres..." y así lo hizo el rico heredero, a la muerte de sus padres quedó con una única hermana, mucho más joven. Tenía entonces unos dieciocho o veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su hermana y en menos de seis meses vendió cuanto tenía, herencia de sus padres (300 fanegas de tierra muy fértil aproximadamente) y entregó a los pobres la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su hermana, a la que ingresó en un convento de vírgenes reconocidas de su confianza para que fuera educada.

Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea se marchó a las cercanías de la ciudad para estar más cerca de los necesidades. Al principio de su nueva vida se dedicó a tejer canastos y con el fruto de ese trabajo lograba mantenerse y repartir entre los pobres. Sufrió grandes tentaciones y ello le indujo a dedicarse enteramente a la meditación y penitencia marchando al desierto junto a un cierto Pablo, experto en vida solitaria. En su busca de soledad y persiguiendo el desarrollo de su experiencia, llegó a fijar su residencia entre unas antiguas tumbas. ¿Por que esta elección? Era un gesto profético, liberador. Los hombres de su tiempo temían desmesuradamente a los cementerios, que creían poblados de demonios. La presencia de Antonio entre los abandonados sepulcros eran un claro mentís a tales supersticiones y proclamaba a su manera el triunfo de la resurrección.

Organizó comunidades de trabajo y oración pero prefirió retirarse de nuevo al desierto donde logró conciliar la vida solitaria con la dirección de un monasterio. Cuando se vio acosado por muchos e impedido de retirarse como era su propósito y su deseo, se fue hacia la Alta Tebaida, a un pueblo en el que era desconocido. Viajó tres días y tres noches con unos sarracenos que estaban por tomar aquella ruta, acercándose, Antonio les pidió ir con ellos al desierto y llegó a una montaña muy alta. Al pie de la montaña había agua clara como el cristal, dulce y muy fresca. Antonio, quedó encantado por el lugar, y se quedo sólo en la montaña, sin ninguna compañía.

Según costumbre visitaba a los monjes en la montaña exterior. Recibiendo una premonición de su muerte habló a los hermanos "esta es la última visita que les hago y me admiraría si nos volviéramos a ver en esta vida. Ya es tiempo de que muera, pues tengo casi ciento cinco años" y despidiéndose de los monjes de la montaña exterior se apresuró hacia la montaña interior donde acostumbraba a vivir. A los pocos meses enfermó, llamó a Macario y Amatha, sus dos discípulos inseparables que le acompañaron en sus últimos 15 años a causa de su avanzada edad a los cuales informó de su última voluntad, que no era otra que se le enterrara en un lugar secreto. Una vez terminado el ritual estiró sus pies, su rostro estaba transfigurado de alegría y sus ojos brillaban de regocijo. Así falleció. Ellos entonces prepararon y envolvieron el cuerpo y lo enterraron. Hasta el día de hoy, nadie sabe, salvo esos dos donde está sepultado.

Antonio murió anciano, hacia el año 356 en las laderas del monte Colzim, próximo al mar Rojo. Al ignorarse la fecha de su nacimiento (se cree que pudo ser en el 250 o el 251) se ha fijado una improbable longevidad aunque ciertamente alcanzó una edad muy avanzada.

lasluminarias.com

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