domingo, 28 de febrero de 2010

La Transfiguración del Señor



Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Reflexión

Dentro de los Museos vaticanos, en Roma, se encuentra una de las obras maestras del arte universal: La Transfiguración, pintura realizada por Rafael el año 1517, y expuesta actualmente en la Pinacoteca vaticana. En la parte superior de este hermoso cuadro, la luz parece atraer la blanca figura de Cristo hacia el cielo, mientras las nubes son arrastradas por un viento de tempestad; y sobre la cima del monte Tabor los apóstoles Pedro, Santiago y Juan quedan encandilados por la luz fulgurante de Cristo.

¡Qué impresionante debió haber sido aquel momento dichoso en el que Jesús mostró la gloria de su divinidad a sus apóstoles predilectos! Lucas nos dice que Jesús subió a un monte a orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos se volvieron blancos y resplandecientes. Mateo añade un detalle significativo.

Dice que el rostro de Jesús se volvió brillante, más hermoso que el sol y blanco como la luz. El sol, y sobre todo la luz, aparecen con frecuencia en las Sagradas Escrituras, y siempre en un contexto de revelación y de teofanía. Es decir, son indicio y reflejo de la presencia divina.

Además, Mateo y Marcos, para expresarnos el misterio sorprendente de este momento, usan un verbo muy fuerte y expresivo. Dicen que Jesús se metamorfoseó; y este vocablo griego indica un cambio de forma, de aspecto, de figura. Es el mismo término que emplea san Pablo para describir nuestra futura resurrección, y significa una transformación profunda, un estado superior al de la tierra, una gloria celestial.

Martín Descalzo comenta: fue como si Jesús hubiera desatado al Dios que era y al que tenía velado y contenido en su humanidad. Su alma de hombre, unida a la divinidad, deborda en este momento e ilumina todo su cuerpo. Si a un hombre es capaz de transformarlo una alegría, ¿qué no sería aquella tremenda fuerza interior que Jesús contenía para no cegar a cuantos le rodeaban?. Tiene razón. Era como si nuestro Señor dejara en este momento explotar toda la potencia y el esplendor de su gloria divina para mostrar la verdadera realidad de su Persona. ¡Debió haber sido algo sumamente impresionante!

Podemos hablar no sólo de un éxtasis de Cristo, sino muchísimo más que eso: era la manifestación radiante de su auténtica naturaleza y condición divina, la irradiación de la gloria de Dios como afirma la carta a los Hebreos y la impronta de su sustancia (Hb 1, 3).

¡Cómo habrá impactado esta revelación de Cristo a sus apóstoles! Tanto que los tres evangelios sinópticos nos refieren unánimemente que estaban aterrados, ante la contemplación de esta gloria y belleza sin igual. Y Pedro, fuera de sí o sea, literalmente, extasiado, pues eso significa esta palabra en griegoexclama: ¡Maestro, qué hermoso es estarnos aquí!. ¡Claro! Era como estar en el cielo, ni más ni menos.

Sin embargo, puede resultarnos un poco paradójico que la Iglesia nos presente este pasaje evangélico dentro de la Cuaresma, en un período de penitencia, de sacrificio y de austeridad. Mucho más lógico sería que nos lo ofreciera en el período de Pascua, por ejemplo. Pero no. Y tiene mucho sentido. Me explico brevemente.

En el Tabor aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. ¿Sabemos, acaso, el tema de sus conversaciones? Por fortuna, Lucas nos lo refiere: hablaban de su muerte de Jesús, por supuesto que había de cumplirse en Jerusalén. Pero, ¿no estaba Cristo revelándose ahora en toda su gloria? Y entonces, ¿por qué tenía que hablar precisamente de su muerte en estos momentos? ¿Por qué no hablaba de cosas más agradables y positivas?

Porque para Cristo, su máxima gloria debía llegar a través de la Cruz. Y cuando habla de su Pasión, constantemente habla de su glorificación (Jn 7,39; 12,23; 13,31-32; 17,1). Su triunfo definitivo vendrá en el Calvario: Yo, cuando sea exaltado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32).

Su muerte en el Gólgota era, para Él, sinónimo de glorificación y exaltación. ¡Otra de esas locuras y paradojas desconcertantes de Jesús! Éste es su lenguaje. Un lenguaje divino que sólo puede ser comprendido y acogido por la fe y el amor. No hay vuelta de hoja. Y si nosotros queremos ser auténticos cristianos cristianos a fondo y no de fachada tenemos que ir por este camino.

Nuestro Señor concede a sus apóstoles la gracia de contemplar su rostro transfigurado en el Tabor para confirmarlos en su fe y para que no desfallezcan ni se escandalicen cuando vean su rostro desfigurado en la Cruz. La pasión y el dolor son camino de gloria y de resurrección.

Así pues, no soñemos nosotros con triunfos fáciles, con una vida de placeres y de glorias mundanas. A la luz de la gloria del cielo hemos de llegar a través del camino, muchas veces oscuro y penoso, de la cruz. Pero si vamos por esta senda, ¡vamos con paso seguro! Ahora compartimos los sufrimientos de Cristo Crucificado. Pero, cuando llegue aquel día bendito de nuestra propia transfiguración, nuestra dicha y nuestra gloria será casi infinita. De momento, tenemos que llorar y lamentarnos como nos aseguró nuestro Señor en la Última Cena pero de nuevo volverá a nosotros y nos llevará consigo, y nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn 16, 20-22).

Y entonces, en aquel día ya sin noche y sin ocaso, nadie será capaz de quitarnos nuestra alegría

P. Sergio Cordova
catholic.net

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viernes, 26 de febrero de 2010

El Padrenuestro y la Eucaristía

Santa Teresa-Benedicta de la Cruz
Todo lo que necesitamos para ser recibidos en la comunión de los espíritus bienaventurados se contiene en las siete peticiones del Padrenuestro, que el Señor rezó no para sí mismo sino para enseñarnos a nosotros. Nosotros lo rezamos antes de la comunión, y cuando lo decimos sinceramente y de corazón, y recibimos la comunión con la debida actitud, aquella nos concede el cumplimiento de todas las peticiones.

Esta comunión nos libra del mal, porque nos limpia de la culpa y nos da la paz del corazón, que quita el aguijón de los demás «males», ella nos da el perdón de los pecados cometidos y nos fortalece contra las tentaciones; es el pan de vida que necesitamos cada día para ir creciendo y adentrando en la vida eterna; convierte nuestra voluntad en instrumento dócil de la divina; con esto instaura en nosotros el reino de Dios y nos da labios y corazón limpios para glorificar el santo nombre de Dios.

evangelizo.org

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jueves, 25 de febrero de 2010

Cómo rebatir las 14 excusas más habituales para no confesarse



Cuando se trata de acercarse al sacramento de la confesión es muy común escuchar algunos de los siguientes «motivos» para justificar su inutilidad o su inconveniencia. Estos son los 14 más habituales:

1 ¿Quién es el señor cura para perdonar los pecados?

Sólo Dios puede perdonarlos Sabemos que el Señor les dio ese poder a los Apóstoles; además, ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio: lo decían los fariseos, indignados, cuando Jesús perdonaba los pecados… (consúltese Mt 9, 1-8).

2 Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios

Genial … pero hay algunos «peros» que se tienen que considerar… ¿Cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?

¿Cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta de que la cosa no es tan sencilla… Una persona que roba un banco y se niega a devolver el dinero, por más que se confiese directamente con Dios o con un sacerdote, si no tiene intención de reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere «deshacerse» del pecado.

Por otro lado, este argumento no es nuevo: hace casi 1600 años, San Agustín replicaba a quien argumentaba del mismo modo: «Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: “Lo que atareis en la tierra, será atado en el Cielo”? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los Cielos sin necesidad? Al proceder así, frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo».

3 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre como yo?

Porque ese hombre no es un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el Sacramento del Orden). Esa es la razón por la que tienes que acudir a él.

4 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?

El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que tú…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar la absolución, un poder que tiene por el Sacramento del Orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad, una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible, ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar. Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.

5 Me da vergüenza

Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Y cuesta, precisamente, porque te confiesas poco; en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.

Asímismo, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el sacerdote ya lo ha escuchado miles de veces. A estas alturas de la historia, es difícil creer que puedas inventar pecados nuevos.

Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el Diablo quita la vergüenza para pecar, y la devuelve aumentada para pedir perdón. No caigas en su trampa.

6 Siempre me confieso de lo mismo

Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido, y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos. Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos; además, cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan manchas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo. Para desear estar limpio basta con querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.

7 Siempre confieso los mismos pecados

No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son diferentes, aunque sean de la misma especie. Si yo insulto a mi madre diez veces, no se trata del mismo insulto, cada vez es uno distinto; así como no es lo mismo matar a una persona que a diez: si asesiné a diez no es el mismo pecado, sino diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los «nuevos», es decir, de los cometidos desde la última confesión.

8 Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso

El desánimo puede hacer que pienses: «es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual». No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Alguien que se baña todos los días, se ensucia igual todos los días. Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre, y puede lucir limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.

9 Sé que voy a volver a pecar, lo que muestra que no estoy arrepentido

Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento, esté dispuesto a luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos. ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé. Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro hay que dejarlo en las manos de Dios.

10 ¿Y si el confesor piensa mal de mí?

El sacerdote está para perdonar. Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho, siempre tiende a pensar bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él, sino porque crees que él representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etcétera.

Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratuitamente -sin ganar un peso-, durante horas, si no se hace por amor a las almas, no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención, es porque quiere ayudarte y le importas. Aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al Cielo.

11 ¿Y si el sacerdote después le cuenta a alguien mis pecados?

No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la excomunión- al sacerdote que se atreviera a decir algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.

12 Me da pereza

Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero, puesto que es bastante fácil de superar. Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…

13 No tengo tiempo

No creo que te creas que en los últimos meses no hayas tenido disponibles diez minutos para confesarte. ¿Te animarías a comparar cuántas horas de televisión has visto en ese tiempo? Multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días.

14 No encuentro un padre

Los sacerdotes no son una raza en extinción, hay miles de ellos. En el último de los casos, en las páginas amarillas, busca el teléfono de tu parroquia; si ignoras el nombre, busca por la diócesis, así será más sencillo. De este modo podrás saber, en tres minutos como máximo, el nombre de un padre con el que te puedes confesar, e incluso concertar una cita para que no tengas que esperar.


P. Eduardo Volpacchio
webcatolicodejavier.org

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miércoles, 24 de febrero de 2010

La dieta de la Cuaresma

¿Cómo puedo perder peso en Cuaresma y tener un nuevo look para la Pascua?

Nos encontramos en plena Cuaresma y varios amigos y amigas lectoras nos han escrito preguntándonos si pueden aprovechar el ayuno cuaresmal para iniciar una dieta.

Difícil cuestión es ésta. ¿No estaremos confundiendo, como se confunde en la ortografía española la gimnasia con la magnesia? Si la Iglesia me impone el ayuno, ¿por qué no lo aprovecho, lo cumplo y de paso me quito unos kilitos extra y así estreno una nueva figura, un nuevo look el Domingo de Resurrección?

¿Para qué nos sirve el ayuno? ¿Es sólo una medida para pasar hambre, para privarnos de nuestros caprichos, de aquello que nos sobra? Entendido con esta mentalidad el ayuno cuaresmal se equipararía a las así llamadas dietas: junto con la dieta de la luna, la dieta de yogurt y fruta, la dieta de carbohidratos o la antidieta, podríamos inaugurar la dieta de la cuaresma. Fácil, sencilla y barata: pescado, menos pan, menos grasas, menos carbohidratos. Bajamos unos kilos y de paso cumplimos con el precepto que nos manda la Iglesia. ¿Se podrá?

Temo decirles a mis lectores que la respuesta es negativa. Que no es así de fácil, que no puedo aprovechar la barata de “pague uno y llévese dos”, que no puedo “matar dos pájaros de una pedrada”. Son dos cosas diversas, si bien es cierto que el efecto es el mismo. ¿Qué tiene de malo aprovechar el ayuno en la Cuaresma para comenzar una dieta? Aclarémonos: no tiene nada de malo, pero las finalidades son distintas, y casi me atrevo a decir, diametralmente opuestas.

Una dieta tiene como finalidad rebajar el peso que nos sobra. Algunos siguen la dieta por motivos médicos y otros la siguen por motivos no tan médicos, es decir por vanidad, para lucir mejor delante de otros, para causar envidias y querer ser el centro de atracción de su núcleo social. La finalidad de la dieta le dará su color moral, es decir la hará buena o mala bajo el punto de vista moral. Si sigo una dieta por motivos médicos, estoy haciendo un acto moralmente bueno. Si persevero en el adelgazamiento porque quiero agradar a mi esposo, sentirme bien conmigo misma para transmitir un poco de paz, de felicidad a mi familia y a los que conviven a mi lado, es un acto moralmente bueno, aceptable. Pero si sigo una dieta sólo para que me admiren, me envidien y hasta para provocar en otros deseos no tan castos... pues digámoslo claro, no es un acto moralmente bueno. Los resultados son los mismos, pero la intención es muy distinta.

Con esta misma óptica podemos considerar la diferencia entre el ayuno que propone la Iglesia en Cuaresma y la dieta que puedo seguir por motivos médicos o por motivos personales, dejando la connotación moral al juicio de cada uno y cada una, de acuerdo a los principios antes enunciados. El ayuno cuaresmal, como todos los ayunos promulgados por la Iglesia tiene como finalidad perder peso delante de Dios. Perder peso espiritual, se entiende. El ayuno implica una actitud de fe, de humildad, de total dependencia de Dios. Se recurre al ayuno para prepararse para el encuentro con Dios, (cf. Es 34, 28; 1Re 19, 8; Dan 9, 3); antes de afrontar una tarea difícil (cf. Jc 20, 26; Est 4,16) o suplicar el perdón de una culpa (cf.1Re 21, 27); para manifestar el dolor causado por una desdicha doméstica o nacional (cf. 1Sam 7, 6; 2Sam 1, 12; Ba 1, 5); pero el ayuno, inseparable de la oración y de la justicia, está orientado sobre todo a la conversión del corazón, sin la cual, como denunciaban ya los profetas (cf. Is 58,2-1l; Ger 14, 12; Zc7,5-14), no tiene sentido.

El ayuno en Cuaresma nos propone no sólo la privación voluntaria de algún alimento durante algunos días específicos, sino también la privación de algún gusto de alguna distracción (ir al cine, dejar de ver televisión durante un tiempo, etc) con el único objeto de volver nuestro corazón hacia Dios. No es la privación lo que importa. Lo más importa es que mediante esa privación volvamos nuestro corazón hacia Dios y nos preparemos para vivir con Él los misterios de la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Sólo así el ayuno cobra verdadero sentido. Cada privación es una llamada para dirigir nuestro corazón a Dios. Me privo de este dulce, de este chocolate, o de fumar, para que mi corazón pierda peso y no esté tan atado a las cosas materiales.

Los efectos exteriores pueden ser los mismos entre quienes escogen seguir una dieta y los que optan por vivir el ayuno cuaresmal. Ambos al final estrenarán un nuevo look para el domingo de Resurrección. Pero, ¿cómo estará el corazón de cada uno de ellos? En un caso, habrá un corazón más lleno de Dios y en otro caso tendremos un corazón completamente alejado de Dios por el pecado. ¿Cuál de los dos corazones quieres estrenar esta Pascua de Resurrección?

Germán Sánchez Griese
catholic.net

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martes, 23 de febrero de 2010

Eucaristía y unión solidaria

¿Cuántos granos de trigo se esconden detrás de ese pan que traemos para que sea consagrado y convertido en el Cuerpo de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden detrás de ese pan ya blanco? El que sembró el grano, el que lo regó, lo escardó, lo limpió, lo segó, lo llevó al molino, lo molió, lo volvió a limpiar, lo preparó, lo metió en el horno, lo hizo cocer. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias para hacer posible ese pan que se convertirá en el Cuerpo Sacratísimo de Jesús.

La eucaristía invoca la unión solidaria de manos que se unen en su esfuerzo para hacer posible ese pan.

¿Cuántos racimos de uvas se esconden detrás de ese poco de vino que acercamos al altar para que sea consagrado y convertido en la Sangre de Jesús? ¿Cuántos sudores y fatigas se esconden detrás de esos racimos de uva que producen vino suave, dulce, oloroso, consistente, espeso? El que injertó la parra, limpió los sarmientos, vendimió, los pisó en el lagar, esperó pacientemente la fermentación, la conversión del mosto en vino, con todo lo que esto supuso. ¡Cuántas fatigas, cuántas manos solidarias, y cuántos pies pisaron esos racimos para hacer posible ese vino que se convertirá en la Sangre Preciosísima de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía!

Manos juntas, manos solidarias, manos unidas que hacen posible la realidad del pan y del vino. Sudores y trabajos, soles tostadores, fríos inclementes. Pero al fin pan y vino para la mesa del altar, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

¿Qué relación hay, pues, entre eucaristía y la unión solidaria?

En la eucaristía sucede también lo mismo. Todos venimos a la eucaristía, a la santa misa, y traemos nuestros granos de trigo y nuestros racimos de uva, que son nuestras ilusiones, fatigas,
proyectos, problemas, pruebas, sufrimientos. Y todo eso lo colocamos, unidos, en la patena que sería como el molino que tritura y une los granos de trigo de diferentes espigas o como la prensa que exprime esos racimos de parras distintas. Juntos hacemos la eucaristía. Sin la aportación de todos, no se hace el pan y el vino que necesitamos para la eucaristía. Como tampoco, sin la unión de esos granos se obtiene ese pan, o sin la unión de esos racimos se obtiene ese vino.

Por eso la eucaristía nos tiene que comprometer a vivir esa unión solidaria entre todos los hermanos que venimos a la eucaristía. No trae cada quien su propio pedazo de pan y sus racimitos para comérselos a solas. Sólo si juntamos los pedazos de pan y los racimos de los demás hermanos, se hará posible el milagro de la eucaristía en nuestra vida.

Esto supondrá prescindir ya sea de nuestra altanería presumida “he traído el mejor pedazo de pan y el mejor racimo de uva,¡ que se me reconozca!”. ¡Es ridícula esa actitud!

Pero también debemos prescindir de ese pesimismo depresivo: “mi pedazo de pan es el más pequeño y mi racimo el más minúsculo y raquítico, ¿para qué sirve?”. ¡Ni aquella ni esta actitud es la que Cristo quiere, cuando venimos a la eucaristía!, sino la de unir y compartir lo que uno tiene y es, con generosidad, con desprendimiento, con alegría.

El niño traerá a la eucaristía su inocencia y su mundo de ensueño y de juguetes, sus amigos, papás y maestros. El adolescente traerá a la eucaristía sus rebeliones, sus dudas, sus complejos. El joven traerá a la eucaristía sus ansias de amar y ser amado, tal vez su desconcierto, sus luchas en la vida, sus tropiezos, su fe tal vez rota.

Esa pareja de casados traerá sus alegrías y tristezas, sus crisis y desajustes propios del matrimonio. Esos ancianos traerán el otoño de su vida ya agotada, pero también dorada. Esos enfermos traerán su queja en los labios, pero hecha oración. Esos ricos, sus deseos sinceros de compartir su riqueza. Esos pobres, su paciencia, su abandono en la Providencia. Ese obispo, sacerdote, misionero, religiosa, sus deseos de salvar almas, sus éxitos y fracasos, su anhelo de darse totalmente a Cristo en el prójimo.

Y todo se hará uno en la eucaristía. Todo servirá para dorar ese pan que recibiremos y para templar ese vino.

Si vinimos con todo lo que somos y traemos, podemos participar de esa eucaristía que se está realizando en cualquier lugar del planeta y saborear nosotros también los frutos suculentos y espirituales de esa eucaristía. Y al mismo tiempo, haremos participar de lo nuestro a otros, que se beneficiarán de nuestra entrega y generosidad en la eucaristía.

Invitemos a María a nuestro Banquete. Ella trae también una vez más su mejor pan y su mejor vino: la disponibilidad de su fe y de su entrega, para que vuelva a realizarse una vez más, hoy, aquí, el mejor milagro del mundo: la venida de su Hijo Jesús a los altares, que Ella nos entrega envuelto en unos pañales muy sencillos y humildes, un poco de pan y unas gotas de vino.

María, ¡gracias por darnos a tu Hijo de nuevo en cada Misa!

P. Antonio Rivero
catholic.net

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lunes, 22 de febrero de 2010

Cátedra de San Pedro



Dentro del calendario litúrgico, el 22 de Febrero se celebra la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Una ocasión inmejorable para
reconocer y apreciar todas las gracias que recibimos del ministerio de
Pedro y sus sucesores.

Hay un misterioso texto evangélico, del que vamos a partir para esta reflexión: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder
cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.» Lc
22, (31-32) ¿A qué puede referirse Jesús cuando dice que Satanás ha
solicitado el poder para cribarnos como trigo? Muy probablemente esté
evocando a Satán, quien se ve obligado a pedir licencia para poner a
prueba a Job (Job 1,1-12).

Dios permite la tentación bajo diversas formas, pero limitando el poder de los ángeles caídos sobre nuestras restringidas fuerzas
humanas. Por los designios de la providencia, Dios espera que salgamos
fortalecidos de la prueba, de forma que la tentación llegue a
convertirse en instrumento de santificación.


Ahora bien, más allá de estas conclusiones extraídas del texto evangélico, también podemos deducir de esas palabras de Jesús otras
enseñanzas:
a) Jesús reza de una forma muy especial para que Pedro pueda superar la tentación, ya que le ha encomendado la tarea de confirmar la
fe de sus hermanos, y,

b) Pedro será instrumento de Jesús para que los cristianos no sean cribados por Satanás.

Sin duda alguna, tiene su plena lógica que la oración de Jesús se dirija de una forma muy especial en favor de aquel en cuyas manos ha
puesto una responsabilidad tan grande. Pedro y sus sucesores no están
preservados del pecado; pero la oración de Jesús es eficaz, y ha
conseguido garantizar que sus pecados personales no puedan deformar el
depósito de la fe que les ha sido confiado. A esto se le conoce como
"infalibilidad del Papa", definida en el Concilio Vaticano I.

No se trata de un privilegio reivindicado por la Iglesia, como algunos erróneamente suelen pretender explicar, sino de un don de
Cristo a su Iglesia, fruto de su oración al Padre (especialmente en la
oración del huerto de los olivos). Jesús no permite que quedemos a
merced del error sembrado por el príncipe de la mentira, Satanás. El
magisterio pontificio es la tabla de salvación de Cristo que nos
preserva de ser engañados.


Así entenderemos mejor ese otro texto bíblico, Efesios 4, 11ss, no menos significativo: «Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para
el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del
ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos
todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios,
al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo.

Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la
astucia que conduce engañosamente al error.... »


En consecuencia, es justo y necesario que conozcamos cuáles son los diversos grados de autoridad magisterial en los que recibimos el don de
la veracidad de Cristo, preservada del error. Concluimos resumiéndolo
brevemente:


Por el grado en el que se formula, el magisterio de la Iglesia puede ser "ordinario" o "extraordinario". Llamamos "magisterio
extraordinario", cuando el Espíritu Santo garantiza una asistencia tan
grande que lo hace infalible. Este magisterio extraordinario acontece
cuando el Papa hace una definición de fe solemne ex-cátedra (por
ejemplo, la definición de la Asunción de María al Cielo). También es
magisterio extraordinario, y por lo tanto infalible, el que formulan
los concilios universales de la Iglesia cuando tienen intención de
definir materias de fe o de moral (no fue el caso del concilio Vaticano
II, pero sí en el Vaticano I y en otros muchos concilios).


En segundo lugar, conocemos como "magisterio ordinario" el que ejerce cada obispo cuando enseña en su diócesis. En este caso no es
infalible, pero eso no quiere decir que no tenga también la asistencia
del don del Espíritu Santo para preservarle del error, aunque no en un
grado de infalibilidad. También es magisterio ordinario el que ejerce
el Papa cuando enseña con sus encíclicas y demás documentos para toda
la Iglesia universal.

En este caso tampoco se considera un magisterio infalible, aunque en algunas circunstancias podría llegar a considerarse irreformable;
grado muy próximo al infalible. Y por último, también es magisterio
ordinario el que formulan los obispos de toda la Iglesia, cada uno en
su diócesis, cuando enseñan una doctrina conjuntamente en comunión con
el Papa. En este caso sí que se considera un magisterio infalible,
aunque no se trate de un magisterio extraordinario.


Pero, al formular estas distinciones eclesiológicas, tengamos el debido cuidado de no distraernos de la perspectiva de fe que nos remite
al misterio central: Cristo no nos deja solos en nuestra debilidad para
conocer la verdad revelada. El pecado personal y nuestra historia
personal de pecado, han debilitado nuestra razón lo suficiente como
para que la "Cátedra de San Pedro", nos sea del todo necesaria para
confesar y adherirnos a la verdad de Cristo. ¡Gracias sean dadas al
Altísimo por su misericordia!

Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre
enticonfio.org

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sábado, 20 de febrero de 2010

Concéntrate en esta frase

"Para alcanzar algo que nunca has tenido, tendrás que hacer algo que nunca hiciste". Cuando Dios te quita aquello que tenías agarrado, Él no está castigándote, sino simplemente abriendo tus manos para recibir algo mejor. Concéntrate en esta frase... "La Voluntad de Dios no te llevará donde la Gracia de Dios no te proteja".

iglesia.org

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miércoles, 17 de febrero de 2010

Una reflexión para cada día de Cuaresma

UNA REFLEXIÓN PARA CADA DÍA DE LA CUARESMA 2010

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Miércoles de Ceniza

¿Por qué miércoles? ¿Por qué de Ceniza ?

¿Por qué miércoles?

Cuando en el siglo IV se fijó la duración de la Cuaresma en 40 días, ésta comenzaba seis semanas antes de Pascua. Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de cuadragésima.

Pero en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal. Aquí surgió un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en día de domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. ¿Cómo hacer para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno? Corrieron el comienzo de la Cuaresma el miércoles previo al primer domingo. (Si uno cuenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo y le resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta).

La Iglesia sigue esta arraigada costumbre del pueblo cristiano y comienza la Cuaresma el miércoles de Ceniza.

¿Por qué de Ceniza?

La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (Jonás 3, 6; Judit 4, 11; Jeremías 6, 26). Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con cenizas los penitentes públicos como parte del rito de reconciliación. Al desaparecer la penitencia pública, la Iglesia conservó este rito, es decir, el mismo gesto penitencial para todos los cristianos.

El pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza y sabe que ese día comienza la Cuaresma. Participando del rito de la ceniza - acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la CONVERSIÓN y la PENITENCIA.

Los textos de la Misa son de gran riqueza. Todos nos señalan el camino de AUTÉNTICA CONVERSIÓN.

Hay que desgarrar el corazón, no los vestidos (1° lectura); el salmo pide piedad y un corazón puro. San Pablo nos exhorta a dejarnos reconciliar con Dios y Jesús -evangelio- nos enseña que la ORACIÓN, el AYUNO y la LIMOSNA deben nacer en nuestro corazón y no aparentar una simple práctica exterior.

Cuaresma: ¡Un Gozoso Tiempo de Conversión!

Pregón de Cuaresma
Conviértanse a mí de todo corazón
con ayuno, llantos y lamentos.
Desgarren su corazón
y no sus vestiduras,
y vuelvan al Señor, su Dios,
porque El es bondadoso y compasivo
lento para la ira y rico en piedad (J1. 2, 12-13).
Así habla el Señor.
Hermanos:
Les anuncio una buena noticia, un gran gozo para todo el pueblo
cristiano: HOY COMIENZA LA CUARESMA.
Hermano, quienquiera que seas,
escucha hoy la voz del Señor:
Busquen al Señor
mientras se deja encontrar.
Que el malvado abandone sus caminos
y el hombre perverso sus pensamientos,
que vuelva al Señor,
y El le tendrá compasión;
a nuestro Dios que es generoso
en perdonar (Is. 55, 6-7).
Ahora es el tiempo oportuno.
Ahora es el tiempo de recomenzar.
Ahora es el tiempo de aceptar la gracia de Dios.
No te escondas.
No te desanimes.
No te distraigas.
Vuelve al Señor, tu Dios,
porque El es bondadoso y compasivo
lento para la ira y rico en piedad.
Nada está perdido. ¡Ven, te dice el Señor!
Más allá del pecado siempre hay un camino. Yo soy el Camino.
Más allá de la frustración siempre hay una esperanza. Yo soy la Resurrección y la Vida.
Hermano, quienquiera que seas
Escucha hoy la voz del Señor.
conviértanse a mí de todo corazón
con ayuno, llantos y lamento.
Desgarren su corazón
Y no sus vestiduras,
Y vuelvan al Señor, su Dios,
porque El es bondadoso y compasivo
lento para la ira y rico en piedad (J1. 2, 12-13)

iglesia.org

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martes, 16 de febrero de 2010

Si no fuera pecado, ¿lo haría?‏

Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas el rigorismo, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o…

A veces evitamos ese pecado sólo porque la conciencia nos pone ante nuestros ojos esa frase decisiva: “No lo hagas, es pecado”.

Sí, ya sé que es pecado, respondemos. Pero, si no fuera pecado, ¿lo haría?

Formular esta pregunta es señal, seguramente, de que no comprendemos la maldad que hay detrás de esa tentación. La vemos tan apetecible, tan fácil, tan a la mano, tan “buena”, que… Pero es pecado, nos dijeron en la catequesis, leímos en un libro, nos recordó un amigo sacerdote…

Hemos de comprender que algo es pecado no sólo porque un día Dios dijo: “Esto está mal: no lo hagas”. En realidad, si algo está mal (y Dios, porque nos ama, nos lo recuerda) es porque con esa acción ofendemos a Dios, dañamos al prójimo y nos degradamos a nosotros mismos. O, como decía santo Tomás de Aquino (siglo XIII), “ofendemos a Dios sólo cuando actuamos contra nuestro propio bien” (“Summa Contra Gentiles”, III, cap. 122).

El pecado no es, por lo tanto, como algunas normas de tráfico. Cuando busco un lugar para dejar el coche y veo la señal “prohibido aparcar”, es posible que me enfade, que no esté de acuerdo con el alcalde o con la policía. Dejar el coche ahí, en ese lugar concreto, quizá no molesta a nadie. Sé que está prohibido, pero si no estuviese prohibido, allí aparcaría… Incluso con la total certeza de que no causaría daño a nadie.

En otras ocasiones, en cambio, la misma señal de tráfico vale no sólo porque la pusieron allí, sino porque descubro que es justo, es bueno, no aparcar en ese lugar. Incluso habrá momentos en los que llegaré a una calle donde me gustaría aparcar, donde no hay señal alguna (¡está permitido aparcar allí!), pero no aparcaría porque me doy cuenta de lo mucho que perjudicaría a otras personas si lo hiciera.

El pecado es parecido al segundo ejemplo. No depende de la imaginación de Dios o de algún capricho del catequista o del sacerdote. Si la Iglesia nos enseña que el robo es pecado, o el adulterio, o la calumnia, o el masturbarse, o el aborto, es porque en cada uno de esos actos perdemos algo de nuestra vocación al bien, al amor, a la justicia.

No es correcto, por lo tanto, pensar: “si esto no fuera pecado, lo haría”. Porque si algo es malo, lo es siempre. Porque, además, mi condición de hombre y de cristiano me recuerdan que no vivo para seguir mis caprichos y buscar maneras para que las normas no me impidan realizar lo que me gustaría hacer ahora, sino que vivo para amar y hacer el bien, a todos y en todo. Por eso no quiero saltarme aquellos mandamientos que me apartan del mal para invitarme a hacer el bien.

Nos será más fácil superar la tentación del “si esto no fuera pecado…” cuando profundicemos y conozcamos mejor el porqué de los mandamientos, el sentido de cada norma ética, el bien que ganamos cuando queremos ser honestos. Los mandamientos no son imposiciones arbitrarias, sino señales que nos indican dónde está el bien y el mal, qué nos ayuda a vivir en amistad con Dios y con nuestros hermanos, y qué actos hieren esa amistad.

Por ejemplo, si no robo, aunque tenga que esperar más años para comprarme un coche nuevo, viviré con la conciencia más tranquila y en mayor paz con quienes viven a mi lado. Porque habré respetado el derecho de otro a un dinero que es suyo, que merece tener, que no puedo apropiarme sin dañarle y sin herir mi conciencia.

Lo mismo vale para los demás casos: el mal de cada acto pecaminoso es tan grave que destruye riquezas de la propia vida y de la vida de los demás, y por lo mismo es muy bueno no ceder nunca a la voz insidiosa de una tentación que me presenta como fácil y posible algo malo.

Pensemos, además, en positivo: cuando digo no a un pecado, entonces mi corazón está (al menos, debería estar) más dispuesto a hacer más cosas buenas, a vivir más a fondo mi condición de soltero o de casado, de padre o de hijo, de estudiante o de trabajador, de amigo o de ciudadano honrado.

Por eso, vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo: “Si no fuera pecado…” Habría que sustituirla por esta otra: “Porque sé que es pecado, centraré mi mirada en el mucho bien que puedo llevar a cabo por otros caminos santos y buenos”.

De este modo, creceremos cada día en nuestra condición cristiana, viviremos como hijos que están a gusto en casa, con su Padre de los cielos, con tantos hermanos que también quieren ser justos y difundir amor para con todos. Aunque ahora tengamos que luchar enérgicamente contra una tentación fácil, aunque tal vez pensemos que estamos “perdiendo” una ocasión única.

Es muchísimo lo que gano si conservo mi espíritu abierto para amar, para estar muy cerca de ese Dios que tanto ha sufrido por hacer más bueno mi corazón cristiano…

P. Fernando Pascual
catholic.net

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lunes, 15 de febrero de 2010

Depresión

Dicen que es la enfermedad de la abundancia, aunque seguro que también podría diagnosticarse en los países pobres si el hambre no produjera allí casi todos los problemas. Y aunque aquellos a los que gusta catalogar las cosas aseguran que es uno de los males más extendidos del siglo XXI, no me cabe duda de que ha existido siempre, incluso antes de que algún doctor la incluyera en el vademécum de los dolores.Con la altanería que me otorga el presente, siento una especial piedad hacia todos nuestros antepasados que la sufrieron, porque a su malestar debieron sumar la incomprensión y hasta el rechazo de sus congéneres que veían en las tristezas prolongadas señal inequívoca de una caída en picado a los avernos de la locura.

La depresión es un dolor del alma, un apagamiento del espíritu, un veneno paralizante en la psique, una oscuridad subjetiva a la hora de contemplar el mundo, una incapacidad repentina para relacionarnos, un terror irracional hacia lo cotidiano y hacia lo extraordinario, una mojadura en la tintura de la muerte que, sin embargo, para los demás puede resultar una postura caprichosa y hasta una enfermedad injustificada, un empecinamiento en ver la botella medio vacía, como si no existiera ese humus grisáceo que nos encoge las neuronas y nos arruga el interés por vivir, que nos arrincona después de dominarnos con una fiereza constante y agotadora.

Hay caracteres empeñados en vestir la vida en negro, que se ganan la depresión a fuerza de puños. Hace tiempo decidieron apagar el optimismo con el desprecio del que desmocha una colilla y comenzaron a juzgar los defectos de los demás con suficiencia y altanería. Cuando uno se deja caer por esa espiral, llega un momento en el que no hay vuelta atrás: la tierra se ha convertido en un lugar inhóspito en el que hemos nacido para sufrir los desdenes de nuestros semejantes. Pude contemplar un caso así la última vez que me corté el pelo: aquel barbero creía que el mundo se había confabulado contra él. Los vecinos, los compañeros, los políticos, los artistas y hasta sus amigos y familiares se habían puesto de acuerdo en hacerle la vida imposible, en mangonear lo que a él le correspondía, en estropear el entorno de su vida. Por si fuera poco, adivinaba un futuro osco como una cueva y cualquier mención a lo trascendente (buscar una razón superior al dolor, aprender a perdonar, pensar en positivo) se le antojaba mezquina. En aquel rato que estuve sentado en su silla, la boca se le llenó de venganzas, hasta el punto de que temí que me diera un tajo en la oreja.

Semejante distorsión de la realidad, por muy difícil que se nos pongan las cosas, está injustificada, sobre todo cuando estas mismas páginas de Selecciones ofrecen tantos testimonios de personas anónimas que –con una realidad objetiva mucho más difícil que la mía y que la suya, querido lector– son capaces de ser felices y hacer feliz su entorno. La del peluquero, lo siento por él, es una depresión fraguada con los años y convertida en una enfermedad crónica como consecuencia de haberse autoimpuesto un castigo innecesario.

Hay otras depresiones, las que no se buscan sino que llegan por motivos genéticos, por un golpe que no se ha logrado asimilar, por un vacío inesperado o por un capricho sostenido en el proceloso ámbito de la mente. La farmacopea ha logrado combinados que hacen posible una convivencia serena con la enfermedad. Bien llevada, no sólo deja de ser una cruz sino que otorga a la vida un cariz interesante: el paciente sabe que su felicidad no depende sólo de razones externas (un buen día, la felicitación del jefe, la llegada de las vacaciones…) y aprender a tener cierta manga ancha a la hora de sobrellevar las dificultades.

La depresión no es un tiempo de rosas, sin duda, pero muchos pacientes terminan por sacarle provecho al padecimiento: se distancian de los vítores tanto como de los desprecios, observan con mayor amabilidad las limitaciones propias y ajenas, aceptan los consejos, aprenden a buscar la compañía de la gente que les quiere y a echar paciencia a cualquier tipo de ansiedad.

Miguel Aranguren
iglesia.org

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domingo, 14 de febrero de 2010

El Matrimonio



El matrimonio es una gran aventura, si es que tienes el valor y el suficiente amor para vivirla, si tienes un corazón puro para entregarte por completo, la tenacidad para llegar al final, elegir cada momento hacer feliz al otro, negándote a tus gustos y preferencias, muchas veces dejando a un lado el cansancio, pero con el deseo ferviente de ver sonreír y disfrutar al otro.

Esa aventura es como subirme a un barco que comienza a navegar sin un destino claro para mi, algunas veces podré tomar el timón y llevarlo por el camino de mis decisiones, otras no será posible porque habrá tormentas que me dejan a la deriva y no está en mis manos manejarlo, pero corro el riesgo que es como volver a empezar, volver a respirar, porque se ha calmado la tempestad, vuelvo con gran ímpetu y emoción porque no voy solo: la persona que más amo está a mi lado, siento su voz cálida que me alienta, voy despertando a una nueva vida, poco a poco me voy acoplando, miro con cierta inquietud por saber qué sigue, voy en ese camino que con libertad escogí a pesar de no tener la certeza de qué va a suceder, y voy encontrando cosas maravillosas. Los paisajes son muy bellos, aunque a veces no lo son tanto: hay gozo, hay llanto, hay muchos cambios y mi destino.... no lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que amo y mi decisión de continuar juntos por donde nos lleve el navío hasta el final de esta aventura llamada matrimonio es firme, porque contigo me siento seguro. Veo en el horizonte una luz resplandeciente que nos guía durante el día y por las noches un gran faro que nos lleva a puerto seguro.

Durante esta travesía han subido a bordo otras personitas (los hijos) que nos van ayudando a unirnos más y comparten con nosotros ésta hermosa aventura que cada vez es más motivante, más interesante, porque seguimos descubriendo cosas bellas y superando obstáculos.

Señor: gracias por ponernos en el mismo camino, queremos que seas Tú el capitán de este barco y que con tu amor nos sigas guiando.

webcatolicodejavier.org

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San Valentín


Fiesta: 14 de Febrero

San Valentín era un sacerdote que hacia el siglo III ejercía en Roma. Gobernaba el emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración de matrimonios para los jóvenes, porque en su opinión los solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras . El sacerdote consideró que el decreto era injusto y desafió al emperador. Celebraba en secreto matrimonios para jóvenes enamorados (de ahí se ha popularizado que San Valentín sea el patrón de los enamorados). El emperador Claudio se enteró y como San Valentín gozaba de un gran prestigio en Roma, el emperador lo llamó a Palacio. San Valentín aprovechó aquella ocasión para hacer proselitismo del cristianismo.

Aunque en un principio Claudio II mostró interés, el ejército y el Gobernador de Roma, llamado Calpurnio, le persuadieron para quitárselo de la cabeza.

El emperador Claudio dio entonces orden de que encarcelasen a Valentín. Entonces, el oficial Asterius, encargado de encarcelarle, quiso ridiculizar y poner a prueba a Valentín. Le retó a que devolviese la vista a una hija suya, llamada Julia, que nació ciega. Valentín aceptó y en nombre del Señor, le devolvió la vista.

Este hecho convulsionó a Asterius y su familia, quienes se convirtieron al cristianismo. De todas formas, Valentín siguió preso y el débil emperador Claudio finalmente ordenó que lo martirizaran y ejecutaran el 14 de Febrero del año 270. La joven Julia, agradecida al santo, plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba. De ahí que el almendro sea símbolo de amor y amistad duraderos.

La fecha de celebración del 14 de febrero fue establecida por el Papa Gelasio para honrar a San Valentín entre el año 496 y el 498 después de Cristo. Los restos mortales de San Valentín se conservan actualmente en la Basílica de su mismo nombre, que está situada en la ciudad italiana de Terni (Italia). Cada 14 de febrero se celebra en dicho templo, una acto de compromiso por parte de diferentes parejas que quieren contraer matrimonio al año siguiente.

La costumbre de intercambiar regalos y cartas de amor el 14 de febrero nació en Gran Bretaña y en Francia durante la Edad Media, entre la caída del Imperio Romano y mediados del siglo XV.

Los norteamericanos adoptaron la costumbre a principios del siglo XVIII. Los avances de la imprenta y el bajón en los precios del servicio postal incentivaron el envío de saludos por San Valentín. Hacia 1840, Esther A. Howland comenzó a vender las primeras tarjetas postales masivas de San Valentín en Estados Unidos.



Aunque sean los enamorados los que principalmente celebran este día, sin embargo hoy en día se festeja también a todos aquellos que comparten la amistad, ya sea maestros, parientes, compañeros de trabajo y todo el que siente, tenga la edad que tenga, el olor del amor que, como flor de primavera, nunca debe perder su agradable perfume. ¡Feliz día de los enamorados y de la amistad!

webcatolicodejavier.org

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sábado, 13 de febrero de 2010

«Optar por Cristo no garantiza el éxito, pero sí la felicidad»

S.S. Benedicto XVI

El papa Benedicto XVI reconoció (…) que quizá seguir a Cristo no garantiza el éxito en los términos en los que éste se concibe en la sociedad actual, pero sí asegura la paz y la felicidad. «Para toda conciencia se hace necesaria una elección: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios, o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la felicidad que sólo él puede dar», dijo el Pontífice desde su balcón de la plaza de San Pedro del Vaticano, informa Efe.

«Lo demuestra en cada época la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a las ilusiones de los poderes terrenales con sus distintas máscaras, hasta sellar con el martirio su fidelidad», añadió.

Por otra parte, Benedicto XVI pidió ayuda para quienes dedican su vida a la contemplación en monasterios de clausura. El llamamiento del Papa tiene lugar un día después de la memoria litúrgica dedicada a la Presentación de la bienaventurada virgen María en el templo, día en el que se celebra la Jornada «pro orantibus», a favor de las comunidades religiosas de clausura.

El Santo Padre invitó a todos a apoyarlas en sus necesidades y agradeció públicamente, en particular, el servicio y testimonio de las monjas del pequeño monasterio de clausura que Juan Pablo II fundó en el Vaticano.

A esta comunidad acaban de llegar las religiosas visitandinas, siguiendo el relevo dejado por las clarisas, las carmelitas y benedictinas. «Vuestra oración, queridas hermanas, es sumamente preciosa para mi ministerio», aseguró el Papa. Los monasterios femeninos de clausura están presentes en todos los continentes. Según los datos ofrecidos por el Vaticano, los monasterios son 2.635 en Europa, 802 en Latinoamérica, 301 en Asia, 279 en América del Norte, 140 en África, 21 en Oceanía.

larazon.es

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viernes, 12 de febrero de 2010

Susceptibilidad.Piensa bien y acertarás

Las personas susceptibles acarrean una pesada desgracia: la de ser retorcidos. Complican lo sencillo y agotan al más paciente. Viven siempre con la guardia en alto, a pesar de lo cansado que eso resulta.

Son capaces de encontrar secretas intenciones, conjuras o malévolos planteamientos en las cosas más sencillas. Imaginan en los ojos de los demás miradas llenas de censura. Una pregunta cualquiera es interpretada como una indirecta o una condena, como una alusión a un posible defecto personal. Con ellos hay que medir bien las palabras y andarse con pies de plomo, para no herirles en el momento menos pensado.

La susceptibilidad tiene su raíz en el egocentrismo y la complicación interior. «Que si no me tratan como merezco..., que si ése qué se ha creído..., que no me tienen consideración..., que no se preocupan de mí..., que no se dan cuenta...», y así ahogan la confianza y hacen realmente difícil la convivencia con ellos.

Veamos algunos ejemplos de ideas para alejar ese peligro:
- guardarse de la continua sospecha, que es un fuerte veneno contra la amistad y las buenas relaciones familiares;

- no querer ver segundas intenciones en todo lo que hacen o dicen los demás;

- no ser tan ácidos, tan críticos, tan cáusticos, tan demoledores: no se puede ir por la vida dando manotazos a diestro y siniestro;

- salvar siempre la buena intención de los demás: no tolerar en la casa críticas sobre familiares, vecinos, compañeros o profesores de los hijos;

- confiar en que todas las personas son buenas mientras no se demuestre lo contrario: cualquier ser humano, visto suficientemente de cerca y con buenos ojos, terminará por parecernos, en el fondo, una persona encantadora (Plotino decía que todo es bello para el que tiene el alma bella); es cuestión de verle con buenos ojos, de no etiquetarle por detalles de poca importancia ni juzgarle por la primera impresión externa;

- no hurgar en heridas antiguas, resucitando viejos agravios o alimentando ansias de desquite;

- ser leal y hacer llegar nuestra crítica antes al interesado: darle la oportunidad de rectificar antes de condenarle, y no justificarnos con un simple «si ya se lo dije y no hace ni caso...», porque muchas veces no es verdad.

- soportarse a uno mismo, porque muchos que parecen resentidos contra las personas que le rodean, lo que en verdad les sucede es que no consiguen luchar con deportividad contra sus propios defectos.

Alfonos Aguiló
fluvium.org

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jueves, 11 de febrero de 2010

Nuestra Señora de Lourdes


Fiesta: 11 de Febrero

Tiene su origen en la villa francesa de Lourdes, a orillas del río Gave, cuando una niña llamada Bernadette (Bernardita) Soubirous, nacida el 7 de enero de 1844. Cuando el 11 de febrero de 1858 se le apareció una resplandeciente figura vio una nube dorada y a una Señora vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal, en su cintura tenia una ancha cinta azul, sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un rosario. Bernadette al principio se asustó; sorprendida se arrodilló pues no alcanzaba a comprender lo que había visto y comenzó a rezar el rosario que siempre llevaba consigo; al mismo tiempo que la niña, la Señora pasaba las cuentas del suyo entre sus dedos. Al finalizar la Virgen María retrocedió hacia la Gruta y desapareció, para aparecer nuevamente a los pocos días. El 18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: "Ven aquí durante quince días seguidos". La niña le prometió hacerlo y la Señora le expresó "Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro".

La noticia de las apariciones se corrió por toda la comarca, y muchos acudían a la gruta creyendo en el suceso, otros se burlaban.

Hubo 18 apariciones entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858. Todas las apariciones se caracterizaron por la sobriedad de las palabras de la Virgen, y por la aparición de una fuente de agua que brotó inesperadamente junto al lugar de las apariciones y que desde entonces es un lugar de referencia de innumerables milagros constatados por hombres de ciencia. Tomada con incredulidad por el clero en los primeros momentos, la manifestación fue recibiendo con el tiempo una acogida cada vez más favorable, hasta el punto que los mismos romanos pontífices han dado muestra de devoción a la inmaculada de Lourdes y han privilegiado su Basílica.

En las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, invitó a la conversión y a la penitencia; pidió que edificaran una capilla y que fueran en procesión y mando a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros. La Virgen le había dicho: "Rogarás por los pecadores...Besarás la tierra por la conversión de los pecadores". Como la Visión retrocedía, Bernardita la seguía de rodillas besando la tierra.
El pueblo presente en el lugar también la imitó y, hasta el día de hoy, esta práctica continúa.
El 25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña preguntó a la Señora ¿Quién eres?, y ella le respondió: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

Luego Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.

En la aparición del día 5 de abril, la niña permanece en éxtasis, sin quemarse por la vela que se consume entre sus manos.
El 16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de Bernadette.
Las apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de Enero 1862.

En 1876, se edificó allí la actual Basílica, uno de los lugares de peregrinación del mundo Católico.
Bernadette fue canonizada por el Papa Pío XI el 8 de diciembre de 1933.

Lourdes es uno de los lugares de mayor peregrinaje en el mundo, millones de personas acuden cada año y muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas milagrosas.
La fiesta de Nuestra Señora de Lourdes se celebra el día de su primera aparición, el 11 de febrero.

El mensaje de la Virgen

La enseñanza espiritual que dejó Nuestra Señora para todo el mundo.
El Mensaje que la Santísima Virgen dio en Lourdes, puede resumirse en los siguientes puntos:

1.- Es un agradecimiento del cielo por la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que se había declarado cuatro años antes por Pio IX (1854), al mismo tiempo que así se presenta Ella misma como Madre y modelo de pureza para el mundo que está necesitado de esta virtud.

2.- Derramó innumerables gracias de sanaciones físicas y espirituales, para que nos convirtamos a Cristo en su Iglesia.

3.- Es una exaltación a la virtudes de la pobreza y humildad aceptadas cristianamente, al escoger a Bernadette como instrumento de su mensaje.

4.- Un mensaje importantísimo en Lourdes es el de la Cruz. La Santísima Virgen le repite que lo importante es ser feliz en la otra vida, aunque para ello sea preciso aceptar la cruz. "Yo también te prometo hacerte dichosa, no ciertamente en este mundo, sino en el otro"

5.- En todas la apariciones vino con su Rosario: La importancia de rezarlo.

6.- Importancia de la oración, de la penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello); también, un mensaje de misericordia infinita para los pecadores y del cuidado de los enfermos.

7.- Importancia de la conversión y la confianza en Dios.

Primeros Milagros

26 de febrero: El primer milagro
El agua milagrosa obró el primer milagro. El buen párroco de Lourdes había pedido una señal, y en vez de la muy pequeña que había pedido, la Virgen acababa de darle una muy grande, y no solo a el, sino a toda la población.

Había en Lourdes un pobre obrero de las canteras, llamado Bourriette, quien veinte años antes había tenido el ojo izquierdo severamente lastimado por la explosión de una mina. Era un hombre muy honrado y muy cristiano, quien mandó a la hija a buscarle agua a la nueva fuente y se puso a orar, aunque estaba un poco sucia, se froto el ojo con ella. Comenzó a gritar de alegría. Las tinieblas habían desaparecido, no le quedaba mas que una ligera nubecilla, que fue desapareciendo al seguir lavándose.

Los médicos habían dicho que el jamás se curaría. Al examinarlo de nuevo no quedo mas remedio que llamarle a lo sucedido por su nombre: milagro. Y lo mas grande era que el milagro había dejado las cicatrices y las lesiones profundas de la herida, pero había devuelto aun así la vista.

Muchos milagros siguen sucediendo en Lourdes por lo que en el santuario hay siempre una multitud de enfermos.



4 de marzo
Siguiendo su costumbre, Bernardita, antes de dirigirse a la gruta, asistió a la Santa Misa. Al final de la aparición, tuvo una gran tristeza, la tristeza de la separación. ¿Volvería a ver a la Virgen?

La Virgen siempre generosa, no quiso que terminara el día sin una manifestación de su bondad: un gran milagro, un milagro maternal.

Un niño de dos años estaba ya agonizando, se llamaba Justino. Desde que nació tuvo una fiebre que iba poco a poco desmoronando su vida. Sus padres, ese día, lo creían muerto. La Madre en su desesperación lo tomó y lo llevó a la fuente. El niño no daba señales de vida. La madre lo metió 15 minutos en el agua que estaba muy fría. Al llegar a la casa, notó que se oía con normalidad la respiración del niño.
Al día siguiente, Justino se despertó con tez fresca y viva, sus ojos llenos de vida, pidiendo comida y sus piernas fortalecidas.

Este hecho conmocionó a toda la comarca y pronto a toda Francia y Europa; tres médicos de gran fama certificaron el milagro, llamándolo de primer orden.

Las apariciones de la Virgen y la Iglesia

El 18 de Enero 1862, el obispo firmó la pastoral aprobando las apariciones. Su carácter sobrenatural y la vida tan auténtica de la vidente.

1874: el Papa Pío IX concedió al santuario el titulo de Basílica.
1876: corono solemnemente la estatua de la Virgen.

León XIII: aprobó el oficio y misa de Lourdes

Pío X llamo a Lourdes: "sede del poder y de la misericordia de María, donde tuvieron lugar maravillosas apariciones de la Virgen"
1907: este mismo Papa extendió la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes a toda la Iglesia universal.

Pío XI: afirmo: "Lourdes, donde la Virgen se apareció varias veces a la bienaventurada Bernardita, donde exhorto a todos los hombres a la penitencia".
Elevó al honor de los altares a Santa Bernardita Soubirous el 8 de Dic 1933.

Pío XII: escribió la encíclica "La peregrinación a Lourdes", el mas completo de todos los documentos sobre Lourdes"

Juan XXIII: en la clausura del centenario de las apariciones de Lourdes, recordaba lo siguiente: "La Iglesia, por la voz de sus Papas, no cesa de recomendar a los católicos que presten atención al mensaje de Lourdes"

Finalmente, Juan Pablo II es el primer Papa que ha peregrinado a Lourdes, en el año de 1983, con motivo del 125 aniversario de las apariciones. Allí ofició la Santa Misa el día 15 de Agosto, afirmando dos veces: "Venimos en peregrinación a Lourdes, donde María dijo a Bernardita: "Yo soy la Inmaculada Concepción" y añadió: "Aquí habló con una simple muchacha de Lourdes, rezó con ella el rosario, le dio varios mensajes, y concluyó el Papa diciendo: "la Virgen viene a salvar a los pecadores.."

Puntos de reflexión sobre las apariciones en Lourdes.
Enseñanza espiritual sobre los signos visibles de la primera aparición.


1.- Rodeada de luz: es el símbolo de la luz de la fe, a la cual nos abrimos por el Bautismo. La fe es la luz de la vida con que debemos brillar ante el mundo. Debemos hacer resplandecer la fe por la santidad de nuestras vidas.

2.- La luz era tranquila y profunda: en la fe cristiana hallaremos el reposo para nuestra alma.

3.- De belleza incomparable, no hay nada igual aquí en la tierra: trabajar intensamente por adquirir la verdadera belleza que es la del alma, a fin de que Dios pueda contemplarnos con agrado.

4.- Ropaje tan blanco, tan puro, tan delicado que jamas tela alguna pudo imitar: de que pureza tan perfecta y delicada ha de estar revestida delante de Dios, nuestra alma; ya que el pecado mancha nuestro blanco ropaje.

5.- Pies desnudos, brillando sobre cada uno de ellos una rosa luminosa: Los pies desnudos nos predican la pobreza evangélica, esta bella y sublime virtud a la cual Jesús ha prometido el mismo Reino de los Cielos. Las rosas luminosas: Jesús nos envía a difundir por todas partes el buen olor de Cristo, el divino perfume del Evangelio.

6.- Las manos siempre juntas, con el santo rosario: en ferviente oración, orando siempre y sin interrupción. La oración nuestro alimento constante, la respiración del alma, pues todas las virtudes solo nacen en un alma que ora.

Oración a Nuestra Señora de Lourdes

Oh María, que te apareciste a Bernardita
en la cavidad de la roca;
al frío y a las sombras del invierno
tú les trajiste el calor de tu presencia
y el resplandor de tu belleza.

Infunde la esperanza, renueva la confianza
en el vacío de nuestras vidas,
tantas veces sumidas en la sombra,
y en el vacío de nuestro mundo,
en el que el Mal hace valer su fuerza.

Tú, que eres la Inmaculada Concepción,
socórrenos, pues somos pecadores.
Danos humildad para la conversión
y valor para la penitencia.
Enséñanos a rezar por todos los hombres.

Guíanos a la fuente de la verdadera vida.
Ayúdanos a caminar como peregrinos
en el seno de la Iglesia.
Estimula en nosotros el hambre de la Eucaristía,
pan del caminante, el Pan de Vida.

Oh María, el Espíritu Santo hizo en ti maravillas:
Él, con su poder, te ha colocado junto al Padre,
en la gloria de tu Hijo, el Viviente.
Vuelve tu maternal mirada
a nuestras miserias del cuerpo y del espíritu.
Que tu presencia, como luz reconfortante,
brille a nuestro lado en el trance de la muerte.

Queremos rezarte, oh María,
con sencillez de niños, como Bernardita.
Que entremos, como ella, en el espíritu
de las Bienaventuranzas;
así podremos, ya aquí abajo,
empezar a conocer las alegrías del Reino
y cantar contigo tu Magníficat.

¡Gloria a Ti, Virgen María,
dichosa servidora del Señor,
Madre de Dios,
morada del Espíritu Santo!
Amén

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miércoles, 10 de febrero de 2010

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2010

« La justicia de Dios se ha manifestado
por la fe en Jesucristo » (cf. Rm 3,21-22)


Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).
Justicia: “dare cuique suum”


Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).
¿De dónde viene la injusticia?


El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?
Justicia y Sedaqad


En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?
Cristo, justicia de Dios


El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009

BENEDICTUS PP. XVI
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

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martes, 9 de febrero de 2010

Entrégale tu vida al Señor

«Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, Yo con él y él conmigo» (Apocalipsis 3,20)

El que está a la puerta de tu corazón y llama es el mismo Señor Jesús, pidiendo entrar en tu vida. Si abres la puerta entrará en tu corazón, estará contigo y compartirá contigo. Él será tu gozo, tu salud, tu paz, y tú fuerza, Él es el único que puede colmar los deseos más profundos de tu corazón.

Jesucristo es Aquel que se preocupa por ti y te ama con un amor y un interés más grande de lo que las palabras pueden expresar. Él es Aquel que nunca te dejará solo, quien está siempre contigo para ayudarte y quitar todos tus temores. Si, es Aquel que es suficientemente fuerte para salvarte de todas tus cadenas de pecado.

Jesús está llamando a tu corazón. Ábrele la puerta y entrégale tu vida.

¡Él está esperándote!

iglesia.org

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lunes, 8 de febrero de 2010

Oh María Protectora de Nuestra Fé, Ruega por Nosotros



LAS PROMESAS

PARA TODOS AQUELLOS QUE CON DEVOCION RECITEN SU ORACION, MARIA A OBTENIDO DE SU HIJO DIVINO LAS CUATRO PROMESAS Y GRACIAS SIGUIENTES:

1- TODOS LOS DEBILES QUE CON SINCERIDAD RECITEN MI ORACION SE VOLVERAN MAS FERVIENTES.

2- EL PECADOR QUE RECITE ESTA ORACION RECIBIRA GRACIA PARA VER QUE LO DETIENE EN SU FE.

3- TODOS LOS QUE RECITEN MI ORACION CON INTENCION SINCERA, RECIBIRAN PAZ EN TODAS SUS AFLICCIONES.

4- SATAN SERA IMPOTENTE CUANDO MARIA, LA PROTECTORA DE LA FE, SEA INVOCADA; DUDAS Y TENTACIONES DESAPARECERAN ANTE ESTE NOMBRE, PORQUE VENDRE RAPIDAMENTE AL AMPARO DE TODOS LOS QUE ASI ME INVOQUEN.

LA ORACION: LLAVE AL INMACULADO CORAZON DE MARIA

O MARIA, PROTECTORA DE NUESTRA FE, ESCUCHA NUESTRA ORACION, Y PIDE A TU HIJO
AMADO QUE RECIBA NUESTRA FE EN SUS MANOS SAGRADAS, PIDELE QUE GUARDE NUESTRA FE EN SUS HERIDAS Y LA PROTEJA DE TODO MAL. AMEN.

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domingo, 7 de febrero de 2010

Se necesita valor

Se necesita valor... para ser lo que somos y no pretender ser lo que no somos.

Para vivir honradamente dentro de nuestros recursos y no deshonestamente a expensas de otro.

Para decir rotunda y firmemente "no" cuando los que nos rodean dicen que "sí".

Para negarse a hacer una cosa mala aunque otros la hagan.

Para huir de los chismes, cuando los demás se deleitan en ellos.

Para defender a una persona ausente, a quien se critica abusivamente.

Para ver en un fracaso que nos mortifica, humilla y traba, los elementos de un futuro éxito.

Para guardar silencio en ocasiones en que una palabra nos limpiaría del mal que se dice de nosotros, pero que perjudicaría a otra persona.

Para ser verdaderamente hombre o mujer aferrándose a nuestros ideales, cuando esto nos hace parecer extraños o singulares.

Para vivir según nuestras convicciones.

Para vestirnos según nuestros ingresos y negarnos a lo que no podemos comprar.

Para ahorrar y sacrificarse cuando se es pobre y para no despilfarrar el dinero cuando se es rico.

Para ofrecer parte de tu tiempo libre en labores de voluntariado.

Para nadar contracorriente con el fin de seguir siempre los valores morales y ser fieles a la doctrina católica.

webcatolicodejavier.org

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sábado, 6 de febrero de 2010

¿Qué sientes cuando vas a Misa?.No olvides ir este fin de semana




Me preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado -incluso algún sacerdote- no asistir a Misa el domingo si “no lo sentían”. De ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: “Si lo sentís, tenéis el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenéis que ir (o al menos podrías no ir)”. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los sentimientos.

Si, con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora del precepto. Ya se vé que hay algo que no funciona.

En efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.

De entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza, sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo.
De más está decir que todo este planteo carece de sentido.

Sabemos qué nos pide Dios en primer lugar: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". No nos pide buenos sentimientos, sino que amemos "con obras y de verdad".

La superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:

• Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los asistentes.
• Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.
• Desconocer el sentido del deber.
• Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.
• Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan, difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.

El valor de la Misa

El consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento -que sería su única razón de ser- efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la asistencia a la misma.
Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la necesito para tener vida eterna.

Preceptos y sentimientos

En el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos. En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir, que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque no pueden ser medibles objetivamente.

Si una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos. Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.

La falta de sentimientos puede ser ofensiva

En las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia, la convertirá en un auténtico desprecio.

Me parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no lo siente, le resulta más ofensivo. Y le “duele” que no haga ningún esfuerzo por superar esa falta de sentimiento para estar con El.

Sería muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de “sentir”: como si sólo buscara “sentirse bien” y cuando no lo consigue, la abandonara porque “ya no me sirve”. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien, sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.
A Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior. Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.

La solución verdadera

Quizá sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por motivos “afectivos”: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe, dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la falta de práctica religiosa.

Quienes están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la “culpa”. Que la solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor, vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las “soluciones” posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada. Nunca “gracias” a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y sentir más intensamente ese amor.

Quien ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.

Conclusión

Si faltas a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que le digamos que no sentimos nada por su compañía.

Si escuchas a alguien razonar de esta manera, decirle que lo piense mejor, porque es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.

Por otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía, será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo un desafío.

P. Eduardo Volpacchio

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viernes, 5 de febrero de 2010

El alfarero y el lavandero

Hace mucho tiempo, vivía a orillas del Ganges un alfarero que tenía como vecino a un lavandero. Era este último el más importante de la ciudad; buen trabajador, siempre alegre, tenía una clientela variada y numerosa. Era rico y vivía con un cierto lujo que el alfarero, menos favorecido por la fortuna, le envidiaba de todo corazón. Y hasta tal punto llegó esta envidia, que decidió, sin razón alguna, romper todo trato con su vecino, como si aquella prosperidad adquirida tras largos años de trabajo, pudiera perjudicarle a él en algo.

Mientras tanto, el lavandero seguía trabajando activamente y era siempre bueno con todos, sin hacer caso del mal humor del alfarero. Finalmente, el envidioso decidió jugar al otro una mala pasada: ¡¡de un modo o de otro tenía que hacerle reventar la bilis!!

Y con estas poco caritativas intenciones fue a presentarse al rey de la ciudad, que era un buen hombre, aunque poco inteligente, y pronunció ante él el siguiente discurso:

- El elefante de vuestra Majestad es negro, pero yo sé que el lavandero, mi vecino, conoce un procedimiento que le es exclusivo, y si le ordenáis que lo lave para blanquearlo, lo conseguirá. De este modo os convertiréis en el glorioso dueño de un elefante blanco.

Al hablar así, no es que se interesara el alfarero por el bien del rey, cosa que le tenía completamente sin cuidado, sino que se decía: “el lavandero recibirá de seguro la orden que he sugerido al rey, y como desde luego no podrá volver blanco al elefante, caerá en desgracia, perderá la clientela cortesana y esto le acarreará el fin de su prosperidad.

Como el rey tenía desde hace tiempo el deseo de tener un elefante blanco, pensó que no tenía nada que perder haciendo la prueba y mandó a buscar al lavandero y darle la orden de blanquear a su elefante.

Al oír tales palabras, al lavandero le dieron ganas de reír y de decir al rey que la broma le parecía muy graciosa; pero viendo su aire grave, y recordando que era poco inteligente, se contuvo y permaneció serio. Adivinando enseguida de dónde le venía aquel golpe bajo, se contentó con responder, mirando maliciosamente a los cortesanos que esperaban su contestación:

- Señor, haré todo lo posible por ejecutar la orden de Vuestra Majestad. Aunque debe saber que en nuestra profesión, antes de lavar ponemos las prendas en remojo en un cacharro con agua y jabón, y sólo después de tenerlas allí durante un tiempo, procedemos al lavado. Esto es lo que debo hacer con el elefante,, pero lo malo es que no tengo un cacharro lo suficientemente grande para realizar esta operación previa.

Entonces el rey, pensando que la fabricación de un cacharro era propia de un alfarero, hizo llamar a su primer interlocutor y le dijo:

- Alfarero, amigo mío, voy a seguir tu consejo y dar mi elefante a lavar, pero el lavandero necesita un gran recipiente para echarlo allí en remojo. Te mando, pues, que hagas uno lo suficientemente grande para ello.

El alfarero, por un momento estuvo tentado de afrontar la cólera del rey confesándoselo todo, pero su envida pudo más y decidió intentar, como fuera, la fabricación de la vasija que se le encargaba. Llamó en su ayuda a todos sus amigos y familiares, reunió con ellos en el jardín una cantidad inmensa de arcilla y en varios días, después de múltiples esfuerzos, consiguieron entre todos hacer un recipiente capaz de contener un elefante. Entonces lo llevaron con gran pompa donde el rey, y este, entusiasmado, lo puso enseguida a disposición del lavandero. El lavandero llenó el enorme recipiente con agua y jabón y declaró que todo estaba preparado para que entrara el elefante. Los guardias de palacio llevaron al dócil animal, pero apenas puso éste la pata en el recipiente, la arcilla se quebró, rompiéndose en mil pedazos.

Al ver lo sucedido, el rey ordenó al alfarero que hiciera un segundo vaso, que también se rompió. Igual pasó con un tercero y con un cuarto y con otros muchos. O eran tan gruesos que no había medio de hacer hervir el agua en ellos, o tan finos que el elefante los hacía trizas en cuanto ponía la pata encima.

Y resultó que, obligado a entregarse por completo a este trabajo imposible, el alfarero tuvo que descuidar sus propios asuntos y acabó por arruinarse por completo. Y se hubiera muerto de hambre si el lavandero, que tenía una alma elevada, no hubiera sido el primero en tenderle la mano de la reconciliación. Pues como él bien sabía, la envidia es un sentimiento de bajísima vibración y muchas veces lleva en sí misma su castigo.

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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