miércoles, 31 de marzo de 2010

¿Qué hay al otro lado?



Un hombre enfermo se dirigió a su médico, mientras se preparaba para dejar el consultorio y le dijo: "Doctor, tengo miedo de morir. Dígame, ¿qué hay al otro lado?"

Muy escuetamente, el médico le contestó: "No lo sé".

"¿Cómo que no lo sabe? Pero si usted es católico. ¿No sabe lo que hay al otro lado?"

El médico tenía su mano en el pomo de la puerta. Al otro lado, se oyó un ruido de rasguños y lloriqueo y, al abrir la puerta, un perro entró apresuradamente en la habitación y le saltó encima con una evidente manifestación de alegría.

Girándose al paciente, el médico dijo: "¿Ha visto a mi perro? Nunca había estado en esta habitación antes. Él no sabía lo que había aquí dentro. Lo único que sabía es que su amo estaba aquí y, cuando se abrió la puerta, dio un salto hacia adentro sin temor alguno. Conozco muy poco de lo que hay al otro lado de la muerte, pero sé una cosa... sé que Dios, que es mi padre, está allí y eso es suficiente."

La seguridad del católico está en el Señor en quién él o ella cree. Aunque el paso al más alla nos produzca muchos interrogantes, la seguridad de que Dios está al otro lado de la puerta, nos reafirma. No esperes mucho para entrar en contacto con Él. Vale la pena vivir sabiendo quién está al otro lado de la puerta. !Confía en el Señor!

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martes, 30 de marzo de 2010

Confesión de Tomás

Te habla Tomás, de sobrenombre "el mellizo" por parecerme tanto a mi padre.

Pasé a la historia como el hombre que no creyó que el Señor había vuelto a la vida. Muchos me llaman incrédulo, y dicen bien de mi primera reacción. El asunto es que no ven lo que yo vi, no entienden la fuerza arrolladora de aquel viernes negro.

Algunos olvidan que al principio los demás no le creyeron a las mujeres que fueron al sepulcro ¡Éramos una comunidad de incrédulos!

Sólo quien había visto ese cuerpo colgado en la cruz podía experimentar que resucitar, que el hecho de que ese despojo de hombre resucitará, era un perfecto imposible. Una contradicción tajante.

Lo que se vio allí era un cuerpo desnudo demacrado, sangre que chorreaba sin pausa, cortes en la espalda, el cráneo y los pies; salivazos por todo el cuerpo, barro metido en las heridas profundas. En fin, nada había más parecido al infierno que ese hombre. No se podía agregar nada para que fuera más desagradable... era la encarnación... de la inmundicia y el asco.

Insisto, sólo los que vimos (y lloramos) esta tarde oscura en el Gólgota podemos experimentar la distancia infinita entre este espantoso espectáculo y una vida eterna, feliz, resucitada. Era imposible -y lo era realmente- que ese hombre, mi Dios y Señor, volviera a mirarme a los ojos con la ternura con que lo hacía siempre.

¡La muerte es muerte! La del Señor no fue una luz blanca al fondo de un corredor, fueron 2 días de un cuerpo helado, pálido... ¡No fue una muerte a medias!

Entonces, cuando a los 3 días de este acontecimiento, mis hermanos me dijeron que vivía, la reacción era obvia: "Pobres hombres, no pueden aceptar que murió y que murió para siempre con su utopía: el agua que brota hasta la vida eterna como un manantial". Ahí lancé mi frase tan propagada: "Si yo no veo la marca de los clavos en sus manos y no meto mi mano en su costado, no pienso creer esta novela de amor que ustedes están escribiendo con su dolor". Yo no quería sufrir más, quería terminar de aceptar que no volvería, que se había extinguido su vida como un cirio, que se termina y nadie puede encender nuevamente. Intenté convencerlos de que la tristeza les estaba jugando una mala pasada. No me escucharon.

Durante toda esa semana seguí llorando -nunca antes ni después lloré así- la muerte de mi amigo, mientras estos otros amigos sonreían felices por aquella visita que habían alucinado. Sufrí esos días, el pecho me oprimía el corazón, respirar era jadear entre las lágrimas. Lo confieso. Pensé en el suicidio, se me cruzó por la mente. Ya no había sentido. Todo era negro, negro muerte.

Hasta que un día estábamos todos juntos, yo llorando, y apareció Él, sí Él, al que yo estaba enterrando desde hacía ocho días. Dijo: "La paz esté con ustedes" ¿¡Cómo no reconocer ese saludo!? Siempre que entrábamos en una casa durante los 3 años que caminamos juntos, él saludaba así. Era su timbre de voz, era Él. Disculpen la insistencia, pero sólo aquellos que lo habíamos escuchado hablar, sabíamos hasta que punto su voz era única, suave y profunda, como una daga.

Lo miré y me miró. Mi corazón latía a una velocidad incalculable. Me dijo:"Trae tu dedo y mira mis manos". Sus palabras mansas se clavaban en mi corazón y me hacían doler. No había rencor en Él. Siguió: "Dame tu mano y métela en mi costado". Su costado abierto. No era romántico, no era poético su aspecto, en sus costillas tenía una herida profunda de unos diez centímetros producida por la lanza del soldado romano aquel viernes. Él me invitaba a meter mis manos llenas de lágrimas de dolor por su muerte en un hueco preñado de luz del que había brotado agua y sangre, símbolos de Vida sin fin.

Su última frase fue lo que quebró totalmente mis estructuras: "Deja de negar y cree. ¡Basta!" Fue su grito. "¡Basta Tomás de tu muerte, que no es la mía! ¡Basta de tus lágrimas incrédulas! Cree en el amor que inunda la muerte y la ahoga con una potencia arrolladora. ¡Anímate a confiar en mis palabras: salta Tomás, salta ese precipicio, te estoy esperando de este lado. Te has abrazado a mi cuerpo frío, pero resulta que hay sangre eterna corriendo por mis venas. ¡Salta el vacío, que mis manos llagadas te esperan! ¡No te me caerás de las manos, te lo aseguro, te llevaré en brazos si confías!"

Le respondí lo único que podía responderle. "Mi Señor, mi Dios".

"Crees -me dijo- porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!"

Por eso les escribo hermanos. Porque hablo con la autoridad que da el haber sido el primer infiel a gran escala. ¡Crean! ¡Crean en el viernes del horror sin par! ¡Crean en el Domingo de la Belleza luminosa! ¡El domingo en que la muerte quedó bajo tierra! ¡Ya nada, NADA puede contra mi Señor y mi Dios! ¡La muerte ha sido vencida!

¿Alguna vez entenderá nuestro corazón lo que significa que el Señor ha vuelto a la Vida?

Yo no quise creer, era demasiada Luz. Pero ví, ví y no pude contener mi llanto... estaba vivo mi amigo... y mi amigo era Dios.

iglesia.org

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lunes, 29 de marzo de 2010

Vocación

El director de una película de cine está ocupado en la tarea de escoger una actriz para protagonista de la película. Está sentado frente a su mesa de trabajo, sobre la cual yacen desplegadas docenas de fotografías facilitadas por los agentes cinematográficos. Al cabo de un rato, escoge una de ellas, la contempla detenidamente y dice a su secretaria: "Sí, éste es el tipo de mujer que necesito, llámela y cítela aquí mañana".Ni que decir tiene que hay una inmensa diferencia entre un director cinematográfico y Dios, entre Hollywood y el Cielo. Con todo, a través de este ejemplo podemos hacernos una idea de la razón de ser de nuestra existencia. Allá, en lo más profundo de la eternidad, Dios planeó el universo entero y escogió a los protagonistas del gran argumento que habría de desarrollarse hasta el fin de los tiempos. Ante su divina mente fueron desfilando las fotografías de las almas ilimitadas en número que él podía crear.

Cuando se topó con tu imagen, se detuvo y dijo: "Quiero darle mi vida a esta persona, para que sea feliz. La necesito para que desarrolle un papel único, personal, y luego, goce de mi presencia durante toda la eternidad... Sí, la voy a crear". Ahora ya sabes cuál es tu misión. Eres el protagonista. De que tú hagas o dejes de hacer lo que Dios ha pensado para ti depende que muchas personas sean felices o no, se salven o no. Tus amigos necesitan que les ayudes a conocer a Jesús.

Madre mía, que como tú diga a Jesús que sí en los planes que Él tiene para mí. Señor, quiero lo que quieras, quiero cuando quieras, quiero como quieras, quiero mientras quieras.

iglesia.org

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domingo, 28 de marzo de 2010

Domingo de Ramos

Reflexión: Cristo y su entrada solemne a Jerusalén


¡COMIENZA LA SEMANA SANTA!
Domingo de Ramos. Hoy celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso.

Lucas 22, 14-23, 56
Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios." Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: "Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios." Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío." De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. "Pero la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!" Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello.

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Cristo y su entrada solemne a Jerusalén



Cristo, junto con sus discípulos, se acerca a Jerusalén. Lo hace como los demás peregrinos, hijos e hijas de Israel; que en esta semana. precedente a la Pascua, van a Jerusalén. Jesús es uno de tantos.

Este acontecimiento, en su desarrollo externo, se puede considerar, pues, normal. Jesús se acerca a Jerusalén desde el Monte llamado de los Olivos, y por lo tanto viniendo de las localidades de Betfagé y de Betania. Allí da orden a dos discípulos de traerle un borrico. Les da las indicaciones precisas: dónde encontrarán al animal y cómo deben responder a los que pregunten por qué lo hacen. Los discípulos siguen escrupulosamente las indicaciones. A los que preguntan por que desatan al borrico, les responden: "El Señor tiene necesidad de él" (Lc 19, 31), y esta respuesta es suficiente. El borrico es joven; hasta ahora nadie ha montado sobre él. Jesús será el primero. Así, pues, sentado sobre el borrico, Jesús realiza el último trecho del camino hacia Jerusalén. Sin embargo, desde cierto momento, este viaje, que en sí nada tenía de extraordinario, se cambia en una verdadera "entrada solemne en Jerusalén".

Hoy celebramos el Domingo de Ramos, que nos recuerda y hace presente esta "entrada". En un especial rito litúrgico repetimos y reproducimos todo lo que hicieron y dijeron los discípulos de Jesús —tanto los cercanos como los más lejanos en el tiempo— en ese camino, que llevaba desde el Monte de los Olivos a Jerusalén. Igual que ellos, tenernos en las manos los ramos de olivo y decimos —o mejor, cantamos— las palabras de veneración que ellos pronunciaron. Estas palabras, según la redacción del Evangelio de Lucas, dicen así: "Bendito el que viene, el Rey, en nombre del Señor. Paz en el Cielo y gloria en las alturas" (Lc 19, 38).

En estas circunstancias, el simple hecho de Jesús, que junto con los discípulos sube hacia Jerusalén para la cercana solemnidad de la Pascua, asume claramente un significado mesiánico. Los detalles que forman el marco del acontecimiento, demuestran que en Él se cumplen las profecías. Demuestran también que, pocos días antes de la Pascua, en ese momento de su misión pública, Jesús logró convencer a muchos hombres sencillos en Israel.. Le seguían los más cercanos, los Doce, y además una muchedumbre: "Toda la muchedumbre de los discípulos", como dice el Evangelista Lucas (19, 37), la cual hacía comprender sin equívocos que veía en Él al Mesías.

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sábado, 27 de marzo de 2010

¡Mi querido agnóstico!‏

Muchas veces me he preguntado si usted seguiría llamándose a sí mismo agnóstico, si supiera que esa palabra no quiere decir otra cosa que «ignorante». Quizás... con una discreta alusión al sabio Sócrates, que también declaró que sabía que no sabia nada. Pero muchos de vosotros se llaman a sí mismos agnósticos sin haber oído jamás hablar de Sócrates.

La fórmula básica de vuestro pensamiento viene a ser así: «No tengo suficientes pruebas ni de que existe Dios, ni de que no existe. Por tanto no puedo declararme ni creyente, ni ateo».

Esto estaría muy bien si usted no se conformara con ello. Pero eso es precisamente lo que hace la mayoría de los que se llaman agnósticos. Y no correrían ese riesgo en ninguna otra actividad humana. Si el señor A le asegurase que a una hora de distancia de ferrocarril alguien espera su visita para entregarle tres mil euros (o dólares), y el señor B le dijera que eso no puede ser verdad, ¿se quedaría usted tan tranquilo sin hacer nada (siempre en el supuesto de que tanto el señor A como el señor B sean personas igualmente dignas de confianza)? ¿No intentaría usted por lo menos informarse? No deja uno de lado sin más tres mil euros/dólares. Pero a Dios sí se le deja de lado.

Del ateo que está honradamente convencido de que no hay Dios, no puede esperarse que continúe buscando, pero el agnóstico no se lo puede permitir. Mientras admita que quizás sí pudiera existir Dios, tendrá que buscar. Si no lo hace, si permanece en su ignorancia con un encogimiento de hombros, no hará más que demostrar su total indiferencia por el problema. No es ni «ardiente» como el creyente, ni «frío» como el ateo: es tibio; y de los tibios dice el Espíritu Santo, en el Apocalipsis, la espantosa frase de que «Dios los vomitará de su boca».

Y la búsqueda deberá ser honrada. No sirve «convencerse» de la no existencia de Dios, dejándose servir un par de slogans más o menos plausibles. ¡Quien busca honradamente, halla!

Ser agnóstico puede aceptarse. Pero continuar siéndolo..., eso sólo puede llevar a la perdición.

Louis de Wohl
conoze.com

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viernes, 26 de marzo de 2010

El Padre sabe lo que te hace falta

Podríamos decir que cada uno de nosotros es un don de Dios para uno mismo; la vida es un don que Dios nos da. ¿Cómo estamos regresando ese don a Dios? Esta conversión del corazón, ese regresar a Dios, ese volver a poner a Dios en el centro de la vida, ¿cómo lo estoy haciendo? ¿Hasta qué punto puedo decir que realmente nuestro Señor está recibiendo de mí lo que me ha dado?

Cuando nos enfrentamos con nuestra vida, con nuestros dolores, con nuestras caídas, con nuestras miserias, con nuestros triunfos y gozos, podría darnos miedo de que no estuviésemos en la condición de dar al Señor lo que Él espera de nosotros. Miedo de que no estuviésemos en la situación de regresar, con ese corazón convertido, todo lo que el Señor nos ha dado a nosotros.

Jesús en el Evangelio dice: “El Padre sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan”. Dios nuestro Señor sabe perfectamente qué es lo que necesitamos en ese camino de conversión hacia Él. Sabe perfectamente cuáles son los requerimientos interiores que tiene nuestra alma para lograr una verdadera conversión del corazón.

Yo me pregunto si a veces no tendremos miedo de este conocimiento que Dios tiene de nosotros. ¿No tendremos miedo, a veces, de que el Señor puede llegar a conocer lo que necesitamos?

Sin embargo, debemos dejar que el alma se abra a su mirada. En la oración que el Señor nos enseña en el Evangelio y que repetimos en la Misa: “Padre nuestro, que estás en los cielos”, nos llama a confiar plenamente en el Señor, a pedirle que Él sea santificado y que venga a vivir en nosotros su Reino. Es la oración de un corazón que sabe pedir a Dios lo que Él le dé y que se abre perfectamente para que el Señor lediga lo que necesita.

¡Cuántas veces a nosotros nos puede faltar esto! Deberíamos exigirnos que nuestra vida vuelva a Dios con una confianza plena; que se adhiera a Dios sólo y únicamente como el único en quien de veras se puede confiar.

Creo que ésta podría ser una de las principales lecciones de conversión del corazón.

¿Qué es lo que nosotros estamos dándole a Dios en nuestra existencia? ¿Con qué fecundidad estamos dándole a Dios en nuestra vida?

Si al examinarnos nos damos cuenta de que nos faltan muchos frutos, si al examinarnos nos damos cuenta de que no tenemos toda la fecundidad que tendríamos que tener, no tengamos miedo, Dios sabe lo que necesitamos, y Dios sabe qué es lo que en cada momento nos va pidiendo. ¿Por qué si Dios lo sabe, no dejarme totalmente en sus manos? ¿Por qué, entonces, si Dios lo sabe, no ponerme totalmente a su servicio en una forma absoluta, plena, delicada?

Precisamente esto es la auténtica conversión del corazón. La conversión del corazón en la Cuaresma no va a ser hacer muchos sacrificios; la conversión del corazón en la Cuaresma es llegar al fondo de nosotros y ahí abrirnos a Dios nuestro Señor y ponernos ante Él con plenitud.

Vamos a pedirle a Dios que sepamos regresarle todo lo que nos ha dado, que sepamos hacer fecundo en nuestro corazón ese don que es nuestra vida cotidiana, ese don que somos nosotros mismos para cada uno de nosotros. Que esa sea nuestra intención, nuestra oración y sobre todo, el camino de conversión del corazón.

Padre Cipriano Sánchez
catholic.net

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jueves, 25 de marzo de 2010

Gracias, Emilia

Emilia pertenecía a una familia de clase media en un país europeo que sufría estragos y carestías después de una prolongada guerra nacional. Hambre y epidemias amenazaban a toda la población Emilia desde pequeña había tenido una salud delicada, que no había podido mejorar por las condiciones en las que vivía. Siendo muy joven, se casó con un obrero textil y se establecieron en una población nueva lejos de familiares y conocidos.

Poco tiempo después nació su primer hijo, Edmundo, un chico atractivo, buen estudiante, atleta y con gran personalidad. Unos años más tarde, Emilia dio a luz a una niña, que sólo sobrevivió pocas semanas por las malas condiciones de vida a la que la familia estaba sometida. Catorce años después del nacimiento de Edmundo y casi diez de la muerte de su segunda hija, Emilia se encontraba en una situación particularmente difícil.
Tenía cerca de cuarenta años y su salud no había mejorado: sufría severos problemas renales y su sistema cardiaco se debilitaba poco a poco debido a una afección congénita. Por otro lado, la situación política de su país era cada vez más crítica, pues había sido muy afectado por la recién terminada primera guerra mundial.

Vivían con lo indispensable y con la incertidumbre y el miedo de que estallase una nueva guerra. Y justamente en esas terribles circunstancias, Emilia se dio cuenta de que nuevamente estaba embarazada. A pesar de que el acceso al aborto no era sencillo en esa época y en ese país tan pobre, existía la opción y no faltó quien se ofreciera para practicárselo.

Su edad y su salud hacían del embarazo un alto riesgo para su vida. Además su difícil condición de vida le hacía preguntarse: ¿qué mundo puedo ofrecer a este pequeño? ¿Un hogar miserable? ¿Un pueblo en guerra?.

Emilia desconocía que sólo le quedaban diez años de vida a causa de sus problemas de salud. Trágicamente, también Edmundo, el único hermano del bebé que esperaba, viviría sólo dos años más. Algunos años más tarde, estallaría la segunda guerra mundial, en la que el padre de la criatura que estaba por nacer también perdería la vida. Emilia optó por darle la vida a su hijo, a quien puso el nombre de Karol.

A ese niño, ahora fallecido ya, le gustaba mucho viajar y cada vez que pasaba por las calles de los países, millones de gargantas exaltadas le gritaban: "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo"...

¡ Gracias, mil gracias, Emilia !

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Anunciación del Señor


Fiesta: 25 de Marzo

En el primer capítulo del Evangelio de San Lucas leemos:

« Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la casa de David; el nombre de la virgen era María. »

La palabra ángel significa: Un mensajero, un mensajero de Dios.

Gabriel: El que trae buenas noticias, de parte de Dios.

Una virgen es en la Santa Biblia una mujer que no ha cometido impurezas. En el mundo hay muchas mujeres vírgenes, pero una es más pura y más santa que las demás y la llamamos «Santísima Virgen». Es la madre de Jesús.

Comprometida en matrimonio (Desposada): Unos meses antes de casarse, los novios firmaban un compromiso de matrimonio, para que el esposo pudiera dedicarse tranquilamente a preparar todo lo necesario para su próximo hogar, sin peligro de que después la prometida ya no se casara con él.

Desposada a un hombre llamado José.

En Israel era muy estimado el nombre de María. Así se llamaba la hermana de Moisés, y en tiempos de Jesús este nombre era tan popular, que las tres mujeres que estuvieron presentes en el Calvario, todas tenían el nombre de María. Las tres Marías.

María es un nombre que significaba «Señora» o «Princesa», pero varios autores dicen que en Egipto el nombre de María proviene de dos palabras: «Mar»: la hija preferida, e «ia»: abreviatura de IAVEH: Dios. Por lo cual el nombre de María significa: La hija preferida de Dios. Y en verdad que sí corresponde muy bien este significado a lo que en realidad ha llegado a ser la Madre de Jesús: la hija que más quiere Dios.
« Y entrando, le dijo: «Salve, llena de gracia,
el Señor está contigo.»

Salve: En hebreo, Shalon Jalai, o sea: ¡Yo te saludo. Te felicito. Alégrate! Cada vez que rezamos el Avemaría saludamos a la Virgen con el mismo saludo con el que la saludó el ángel en el día más feliz de su vida, en el día de la Anunciación, cuando ella empezó a ser Madre de Dios. Podremos decir que no hemos saludado al Presidente o al Papa, pero sí hemos saludado muchas veces a la Virgen Santa con el saludo que a Ella más le agrada, el que le compuso el mismo Dios en persona.

Llena de gracia: La mujer que más gracias o favores ha recibido de Dios. Llena de gracia quiere decir: la muy simpática para Dios. Si Ella hubiera tenido algún pecado, ya no habría sido totalmente simpática para Nuestro Señor. Pero Ella no tuvo ni la más mínima mancha de pecado.

El Señor está contigo: Los israelitas cuando querían animar a una persona y asegurarle que le iban a suceder cosas maravillosas le decían: «El Señor está contigo». Es que «si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? ». Cada vez que rezamos el Avemaría felicitamos a la Virgen por esta bella noticia: ¡El Señor está siempre contigo! ¡Y ojalá que esté siempre también con cada uno de nosotros!
« Ella se conturbó por estas palabras, y preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas,
María, porque has hallado gracia delante de Dios ».

No temas: Es una frase que en la Santa Biblia se repite muchas veces, dirigida hacia las personas que Dios elige para sus grandes obras. ¡No temas, porque Dios va contigo y te ayudará en todo. ¡No temas!
«has hallado gracia delante de Dios»

Maravilloso elogio. Ojalá se pudiera decir también de cada uno de nosotros.
«vas a concebir en el seno y vas a dar a luz
un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.»

El nombre Jesús significa: el que salva de los pecados. Porque El ha venido a salvarnos a los pecadores y a pagar nuestras deudas ante Dios.
« Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo,
y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino
no tendrá fin. »

Bellísimas noticias acerca de Jesús, que conviene recordar y no olvidar jamás.
« María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que
no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios... Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel dejándola se fue. »

Y en aquel momento el Hijo de Dios se encarnó y se hizo hombre en el vientre Santísimo de la Virgen María. Día grande y mil veces bendito en el que Dios se vino a vivir entre nosotros.

En 9 meses será Navidad, el día del Nacimiento de Jesús.

¡Gracias Señor te damos por haber
asumir nuestra humanidad para salvarnos!

Tanto amó Dios al mundo que le dió a su propio Hijo
para que el mundo se salve por medio de Él.

ewtn.com

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miércoles, 24 de marzo de 2010

Anunció e instauró el Reino de Dios

Jesús vino al mundo a dar gloria a su Padre, a salvar a los hombres y a anunciar e instaurar el Reino de Dios en las almas, que si bien ha comenzado como una pequeña semilla, ésta crecerá hasta convertirse en árbol frondoso, como el mismo Señor lo ha profetizado.

El Reino de Dios que Cristo vino a instaurar, no es un reino bélico, que se impone por la fuerza, con guerras y revoluciones, sino todo lo contrario. Este Reino se expande con la fuerza del amor y se funda en los corazones y en las almas de los fieles, y desde allí debe expandirse en todo el mundo y sanear las estructuras y la sociedad, para que Cristo reine sobre todo y sobre todos.

Nuestro deseo más vehemente debe ser el que el Reino de Dios se instaure plenamente en el mundo, como lo pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, para que se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el Cielo. Y trabajamos por este Reino cuando vivimos en gracia deDios y hacemos todo lo que el Señor nos ha ordenado.

El Reino de Dios vendrá plenamente a la tierra. Ya está en la tierra, solo que falta que se desarrolle hasta su plenitud, que será en la segunda venida de Jesucristo al mundo, y que prepararán los apóstoles de los últimos tiempos, que somos todos nosotros, los cristianos que tratamos de ser fieles a Dios y cumplimos los Diez Mandamientos.

El demonio ya está perdiendo su poder sobre la tierra, porque el Reino de Dios está creciendo. Es por eso que Satanás se ha vuelto más violento y causa accidentes, desgracias de todo tipo y toda clase de maldad. Por eso a medida que nos acerquemos a la instauración completa del Reino, los sufrimientos se irán haciendo más fuertes y por ello la Virgen nos pide que nos consagremos a su Corazón Inmaculado para poder pasar airosamente la prueba y entrar así en la tierra prometida, que será el Reino de Dios venido en plenitud a la tierra.

Las palabras de Cristo se deben cumplir, porque el Cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Jesús ha prometido el Reino, y llegará infaliblemente. Entonces vivamos contentos, sabiendo que esta promesa del Señor se cumplirá, y que la victoria final será de Cristo y de su Madre, aunque a veces nos parezca que el vencedor es el demonio.

mariamedianera.ning.com

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martes, 23 de marzo de 2010

Cuaresma es tiempo de arrepentimiento

La Cuaresma es tiempo de arrepentimiento. Quizá a nosotros la llamada al arrepentimiento que es la Cuaresma, podría parecernos un poco extraña, un poco particular, porque podríamos pensar: ¿de qué tengo yo que arrepentirme?. Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecado. La conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí.

Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.

La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S. La Cuaresma es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta enfermedad puede ser quitada del alma.

Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: “Purificar el corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.

Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la propia forma de existir.

Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la fuente de al felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la auténtica felicidad?.

Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué es lo qué Dios exige de mí? ¿Qué es lo que Dios quiere darme? ¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.

Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.

La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto podemos dar a los que están con nosotros.

Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de darse.

Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.

Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre por todos nosotros.

Padre Cipriano Sánchez

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lunes, 22 de marzo de 2010

¿Me amas?



Un día, temprano por la mañana, me levanté para observar la salida del Sol. !Oh, la belleza de la Creación de Dios queda mas allá de la descripción! Mientras observaba, alababa a Dios por su bella obra. Mientras estaba sentado ahí, sentí la presencia del Señor conmigo.

Entonces, me preguntó, "¿Me amas?"

Yo contesté, "¡Por supuesto, Señor! !Tú eres mi Señor y Salvador!"

Entonces me preguntó "Si estuvieras físicamente incapacitado, ¿me amarías?"

Me quedé perplejo. Mire abajo. Mis brazos, piernas y el resto de mi cuerpo y me pregunté cuantas cosas sería incapaz de hacer. Las cosas que hoy me parecen tan sencillas. Y contesté, "Seria difícil, Señor, pero aún así te amaría"

Entonces el Señor dijo, "Si estuvieras ciego, ¿amarías aún mi creación?".

¡Cómo podría amar algo, siendo incapaz de verlo! Entonces pensé en toda esa gente ciega en el mundo entero y cuantos de ellos aún aman a Dios y a su Creación. Así que contesté, "Es difícil pensarlo, pero aún te amaría."

El Señor entonces me preguntó, "Si fueses sordo, ¿oirías aún mi Palabra?".

¿Cómo podría oír algo siendo sordo? Entonces comprendí. Escuchar la Palabra de Dios no es meramente usar nuestros oídos, sino nuestros corazones. Contesté, "Sería difícil, pero aún oiría tu Palabra".

El Señor entonces preguntó, "Si estuvieses mudo, ¿alabarías aún mi Nombre?". Pero, ¿cómo puedo alabar sin voz?

Entonces se me ocurrió que Dios desea que le cantemos desde nuestra alma y corazón. No importa cómo sonamos. Y cuando alabamos a Dios no lo hacemos siempre con un cántico, pero cuando somos perseguidos, le damos alabanza a Dios con nuestras palabras de gratitud. Entonces contesté, "Aunque no pudiera cantarte físicamente, alabaría aún tu Nombre"

Y el Señor preguntó, "¿En realidad me amas?"

Con valor y profunda convicción, le contesté rotundamente, "!Sí Señor! ¡Te amo por que Tú eres el Dios único y verdadero!"

Pensé que había contestado correctamente, pero Dios preguntó, "¿ENTONCES POR QUÉ PECAS?"

Contesté, "¡Porque soy sólo un humano, y no soy perfecto!" "ENTONCES ¿POR QUE EN TIEMPOS DE PAZ ESTÁS TAN LEJOS DE MÍ? ¿POR QUE SÓLO EN TIEMPOS DE ANGUSTIA ORAS SINCERAMENTE?" No hubo respuestas. Sólo lagrimas.

El Señor continuó, "¿Por qué solamente cantas en la congregación y en los retiros espirituales? ¿Por qué me buscas sólo en tiempos de adoración? ?Por qué pides cosas tan egoístas? ¿Por qué pides sin tener fe?" Las lagrimas continuaron rodando sobre mis mejillas. "¿Por qué te averguenzas de mí? ¿Por qué no estas esparciendo las buenas nuevas? ¿Por qué en tiempos de persecución, lloras con otros cuando te ofrezco mi hombro para que llores? ¿Por qué pones pretextos cuando te doy la oportunidad de servir en Mi Nombre?"

Intenté contestar, pero no hubo respuesta que dar.

"Eres bendecido con la vida. No te hice para que desperdiciaras este regalo. Te he bendecido con talentos para servirme, pero continúas dándome la espalda. Te he revelado mi Palabra, pero no obtienes el conocimiento de ella. Te he hablado pero tus oídos estaban cerrados. Te he mostrado mis bendiciones, pero tus ojos nunca las vieron. Te he mandado mis siervos, pero permaneciste sentado inmóvil mientras ellos eran rechazados. He oído tus oraciones y las he contestado todas.

"¿En verdad me amas?" No podía contestar. ¿Cómo podría hacerlo? Estaba increíblemente apenado. No tuve excusa. ¿Qué podía decir a esto?

Cuando mi corazón hubo llorado y las lágrimas habían fluido, dije "¡Por favor, perdóname Señor! ¡Soy indigno de ser tu hijo!"

El Señor contestó, "Esa es mi Gracia, Hijo mío".

Entonces le pregunté, "¿Entonces por qué continúas perdonándome? ¿Por qué me amas tanto?"

El Señor contestó, "Porque tú eres mi creación. Tú eres mi hijo. Nunca te abandonaré. Cuando llores, tendré compasión y lloraré contigo. Cuando estés gozoso, me alegraré contigo. Cuando estés deprimido, te animaré. Cuando caigas, te levantaré. Cuando te sientas cansado, te llevaré sobre mis hombros. Estaré contigo hasta el fin de los días, y te amaré por siempre."

Nunca antes había llorado como en ese momento. ¡Cómo pude haber sido tan frío! ¡Cómo pude lastimar a Dios con todo lo que hice! Le pregunté a Dios, "¿Cuánto me amas?"

El Señor me estrechó en sus brazos, y contemplé sus manos cicatrizadas por los clavos. Me incliné a los pies de Cristo, mi Salvador. Y por primera vez, en verdad oré.

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sábado, 20 de marzo de 2010

La vacuna contra el cáncer

Es increíble la cantidad de gente que pide oración por tumores malignos que sufren niños y adultos, hombres y mujeres. Es como si la enfermedad se extendiera cada vez más, como siguiendo un invisible hilo conductor que va anudando a toda la humanidad. Sin embargo, pocos piden oración por tumores del alma, tumores espirituales, que también se derraman sobre el mundo como una catarata de lodo que enturbia y oscurece, ahoga y mata.

Alguien me dijo una vez que es preferible tener un cáncer en el cuerpo, y no en el alma. Para mucha gente ésta frase sonará extraña, porque se conoce muy bien el cáncer de la carne, sin embargo es bastante desconocido el cáncer espiritual, en sus alcances y consecuencias. Nuestra pobre alma, a pesar de que nuestro cuerpo goce de vida plena, puede estar muerta, muerta a la Gracia. Por eso es que una conversión es siempre el milagro más grande, porque es simplemente una resurrección de nuestra alma, una vuelta a la vida de Gracia. Como nuestro cuerpo tiene vida, también nuestra alma la tiene, cuerpo y alma no pueden ser vistos por separado. Así se ve a muchas gentes que caminan y viven, pero sin embargo tienen el alma vacía, mortecina. Los cánceres espirituales han ido ahogando a esas almas, hasta quitarles toda vida, toda luz y mirada espiritual. Gente que vive una vida vacía, sin Dios, sin un pensamiento o movimiento hacia el deseo de amarlo, de reconocerlo, de agradarle, de conocer y hacer Su Voluntad.

El alma, igual que el cuerpo, debe ser alimentada con cuidado, y cuidada en forma diaria. Si al cuerpo se le da comida basura durante bastante tiempo, se enferma. Igual con el alma, sólo que la comida basura en este caso es lo que se ve en televisión, lo que se lee, lo que se aprende teniendo malas amistades. Si el cuerpo respira humo de cigarrillo, enferma en sus pulmones. Si el alma respira el humo de Satanás, pierde la capacidad de respirar el aire puro que trae el soplo del Espíritu Santo. Tumores que responden al propio descuido del hombre, a su falta de amor por su cuerpo, y su alma.

Cuando el cáncer ataca el cuerpo, y el alma está viva y saludable en la Gracia del Señor, se produce una unión con Dios en la seguridad del destino de gozo que esa alma tiene. La persona sufre miedos, dolores y tristezas humanas, pero una alegría espiritual envuelve su alma, en la visión anticipada del desposorio espiritual que se avecina. Cuando el cáncer ataca el alma, y el cuerpo está vivo y saludable, es poco lo que se nota a nivel humano. Sin embargo, esa persona está en peligro mortal, sujeta al riesgo supremo de que su cuerpo muera con su alma en ese estado, sin haber resucitado antes del tránsito ¡Difícil imaginar una situación más desesperante! Si, desesperante, porque esta alma no tiene esperanza, no se ha abierto a la Gracia que garantiza la promesa del Reino, más allá de las desventuras humanas que le toquen vivir.

Y finalmente, cuando el cáncer ataca cuerpo y alma a la vez, la persona se enoja con la vida, con Dios, con quienes la rodean. Por supuesto, si no hay esperanza, sólo queda la desesperación. Hay que dar ayuda a estas almas, para sanar el cáncer del cuerpo, pero fundamentalmente el del alma. Que en el dolor y la enfermedad la persona reconozca y recupere a Dios. Si el alma resucita, y la persona vuelve a sonreírle, a llorar, a pedirle, podrá pasar cualquier cosa al cuerpo, pero el alma estará salvada para toda la eternidad.

Hay muchas personas que sólo piensan en fiestas en las que todos beben, todos fuman, todos se adormecen con música que atonta. La publicidad nos vende un mundo de almas muertas. Veo la imagen de cuerpos vacíos, que se mueven y hablan, pero están vacíos espiritualmente. Estos cánceres espirituales son invisibles a los ojos humanos, como muchos tumores malignos del cuerpo también lo son. Hace falta buen diagnóstico para reconocerlos, a tiempo, y proceder a la terapia que intente una cura. Pero, irremediablemente, sin una cura efectiva ambos conducen a la muerte.

Mientras tanto, los cristianos tenemos la vacuna contra el cáncer espiritual guardada en nuestra casa, y no la damos a los enfermos ¡Tenemos la cura y no la compartimos con los demás! Para hacer las cosas más ridículas aún, ni siquiera usamos la vacuna en nosotros mismos. Nos estamos muriendo y la tenemos guardada allí, sin que nadie la utilice. Muchas veces tenemos ante nuestros ojos a nuestros propios hijos muriéndose de cáncer del alma, y ni siquiera movemos un dedo para darles la medicina. Somos tan necios, que pese a haber sido educados como médicos del alma, discípulos del Medico Salvador, no ejercemos la profesión de la que fuimos investidos en el Bautismo.

Está claro que es preferible un cáncer del cuerpo, que no mata el alma, y no un cáncer espiritual, que trae acarreada la muerte eterna. Un cáncer del cuerpo puede ser, en cambio, la puerta a la resurrección del alma. La medicina está a nuestro alcance: es la Palabra de Dios, Palabra de Amor que envuelve a todo el universo, que resucita y da vida, vida eterna.

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viernes, 19 de marzo de 2010

San José



Las fuentes biográficas que se refieren a san José son, exclusivamente, los pocos pasajes de los Evangelios de Mateo y de Lucas. Los evangelios apócrifos no nos sirven, porque no son sino leyendas. “José, hijo de David”, así lo llama el ángel. El hecho sobresaliente de la vida de este hombre “justo” es el matrimonio con María. La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.

El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.

Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.

Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.

Oración a San José

Glorioso San José, modelo de todos aquellos dedicados al trabajo,
Obtened para mi la gracia de trabajar en el espíritu de penitencia, a fin de así expiar mis numerosos pecados,

De trabajar escrupulosamente, poniendo dedicación al deber antes que mis propias inclinaciones,

De trabajar con gratitud y alegría, considerando un honor emplear y desarrollar, por mi trabajo, las gracias que he recibido de Dios Todopoderoso,

De trabajar con orden, paz, moderación y paciencia, sin rehuir nunca del cansancio y las dificultades,

De trabajar ante todo con intención pura y desapego de mi mismo, teniendo siempre ante mis ojos la hora de la muerte y la cuenta que deberé rendir del tiempo mal empleado, de los talentos inactivos, del bien dejado sin hacer y de mi vano orgullo en el éxito, que es tan fatal para el trabajo de Dios. Todo para Jesús, por medio de María, todo en imitación de ti, ¡Oh patriarca San José! Este será mi lema en la vida y en la muerte. Amen.

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jueves, 18 de marzo de 2010

La Oración en la Agonía de Getsemaní

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR: PASIÓN DE LA IGLESIA

I. Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú". En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.

Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas... y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.

¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.

II. Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: "solo me condeno; con Dios me salvo" decía San Agustín.

Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: "vigilad y orad para que no caigáis en tentación..." Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad.

III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria:

"Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (MISAL ROMANO, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI)"
Texto aportado por Mª Carmen Anzulovich.

iglesia.org

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Santa Sede: Benedicto XVI totalmente ajeno a caso de sacerdote acusado de abusos en Munich

El Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, dio a conocer una nota hoy en la que explicó que el Papa Benedicto XVI es totalmente ajeno al caso del sacerdote acusado de abusos sexuales en los años 80’s en Munich, Alemania. Así sale al paso de algunas acusaciones que han buscando involucrar al Santo Padre por parte de algunos medios de ese país. La nota también se refiere a la decidida acción de la Conferencia Episcopal de esta nación europea ante otros casos.

En una nota titulada "Una ruta clara también en aguas agitadas", el P. Lombardi señala que "al final de esta semana, en la que la atención de gran parte de los medios de comunicación de Europa se ha concentrado en la cuestión de los abusos sexuales cometidos por personas dentro de instituciones de la Iglesia Católica, me permito hacer tres observaciones:

"En primer lugar, la línea asumida por la Conferencia Episcopal Alemana se ha confirmado el camino justo para afrontar el problema en sus diversos aspectos. Las declaraciones del Presidente de la Conferencia, el Arzobispo Zollitsch, tras el encuentro (ayer) con el Santo Padre, retoman las directrices establecidas en la reciente Asamblea de la Conferencia y subrayan sus puntos operativos esenciales: reconocer la verdad y ayudar a las víctimas, reforzar la prevención y colaborar constructivamente con las autoridades –incluidas las judiciales estatales– por el bien común de la sociedad".

Mons. Zollitsch, explica el sacerdote, "también ha subrayado inequívocamente la opinión de los expertos, según la cual la cuestión del celibato no se puede confundir de ningún modo con la de la pedofilia. El Santo Padre ha alentado la línea de los obispos alemanes, que –aun con las características del contexto del país– puede ser considerada un modelo muy útil e inspirador para otras conferencias episcopales que deban afrontar problemas análogos".

El P. Lombardi se refiere en segundo lugar a la "importante y amplia entrevista concedida por el promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Monseñor Charles Scicluna, explica con detalle el significado de las normas canónicas específicas establecidas por la Iglesia en los años pasados para juzgar los gravísimos delitos de abuso sexual de menores por parte de eclesiásticos".

Seguidamente resalta que "está absolutamente claro que estas normas no han pretendido favorecer ni han favorecido el encubrimiento de estos delitos; más bien, han favorecido una intensa actividad para afrontar, juzgar y castigar adecuadamente estos delitos en el marco del ordenamiento eclesiástico. Es justo recordar que todo se puso en marcha cuando el Cardenal Ratzinger era prefecto de la Congregación. Su línea siempre ha sido la del rigor y la coherencia al afrontar las situaciones más difíciles".

Finalmente, continúa el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, "la arquidiócesis de Munich ha respondido, con un comunicado amplio y detallado, a los interrogantes sobre el caso de un sacerdote que se había trasladado de Essen a Munich cuando el Cardenal Ratzinger era Arzobispo de la ciudad, sacerdote que después cometió abusos. El comunicado hace hincapié en que el Arzobispo no estaba en absoluto relacionado con las decisiones tras las cuales se verificaron los abusos".

"Es evidente –precisa– que en los últimos días se han buscado –con un cierto ensañamiento, en Ratisbona y en Múnich– elementos para involucrar personalmente al Santo Padre en las cuestiones de los abusos. Cualquier observador objetivo se da cuenta de que estos esfuerzos han fracasado".

La nota concluye indicando que "a pesar de la tempestad, la Iglesia ve claro el camino que hay que seguir bajo la guía segura y rigurosa del Santo Padre. Como hemos tenido modo de constatar, esperamos que esta prueba pueda ayudar a toda la sociedad para hacerse cargo siempre mejor de la protección y de la formación de la infancia y de la juventud".

aciprensa.com

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martes, 16 de marzo de 2010

Aprender de nuestros fracasos

Una de las primeras cosas que debemos tener en cuenta para SER personas exitosas es... ¡aprender de "nuestros fracasos"!

Aunque en algunas personas éstos han sido más frecuentes que en otras, todos hemos tenido fracasos más de una oportunidad, podemos hablar de líderes políticos que alcanzaron el triunfo después de haber fallado o fracasado en diversas ocasiones pero lo que les ayudó a conquistar sus aspiraciones fue que supieron asimilar con madurez la adversidad comprendiendo que los fracasos son peldaños que conducen al verdadero éxito.

Fracaso no significa que todavía no hemos logrado nada, significa que hemos aprendido algo.

Fracaso no significa que hemos actuado como necios, significa que hemos tenido mucha fe.

Fracaso no significa falta de capacidad, significa que debemos hacer las cosas de distinta manera.

Fracaso no significa que somos inferiores, significa que no somos perfectos.

Fracaso no significa que hemos perdido nuestra vida, significa que tenemos buenas razones para comenzar de nuevo.

Fracaso no significa que debemos echarnos atrás, significa que debemos luchar con mayor ahínco.

Fracaso no significa que jamás lograremos nuestras metas, significa que tardaremos un poco más en alcanzarlas.

Fracaso no significa que Dios nos ha abandonado, significa que Dios tiene una idea mejor para ti.

No te acuerdes sólo del Señor y de la Virgen María en situaciones de adversidad. Tenlos también presentes en todas las circunstancias de tu vida, las de éxito también.

Que el Señor te bendiga abundantemente.

webcatolicodejavier.org

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lunes, 15 de marzo de 2010

No te compares con nadie



El mundo en el que vivimos es muy dado a las comparaciones. Desde pequeños nos comparan con otros niños y conscientes o no, se van comparando nuestra forma de ser y de actuar.

La competitividad también nos obliga a comparar nuestras acciones y nuestra vida con la de los demás.
La publicidad y los medios de comunicación también nos ofrecen modelos sociales que nos obligan a estar continuamente comparándonos con los que nos rodean.

¿Qué debemos hacer ante estas situaciones en las que nos comparan y nos comparamos con los demás?

- Lo mejor es compararse con uno mismo. Pregúntate cómo estabas el año pasado por estas fechas y cómo estás ahora.
- Aprende a aceptar las diferencias personales. Cada persona es única y diferente. Siempre habrá personas con mejores y peores cualidades que tú.
- Aprende a disfrutar de las diferencias que posees e intenta aprender de las de los demás.
- No te creas los mensajes de perfección que se lanzan a través de los medios de comunicación. Nadie es perfecto, aunque en los anuncios se nos quiere hacer ver que sí, que existen personas completas en todos los sentidos.
- Busca en ti mismo qué aspectos puedes mejorar y hacer crecer. Seguro que tienes más de una cualidad dormidas esperando a salir. Desarrolla aspectos en los que siempre te hubiese gustado hacer algo. Si te sientes bien contigo mismo no necesitarás compararte con otros. Si quieres mejorar tu imagen externa puedes querer parecerte a quien sea, pero no te compares.
- Desarrolla tu autoestima a partir de tus propios valores y tu propia valía.
- Vive bien dentro de tu propia piel. Y plantéate ratos para superarte, sin mirar a otros.
- A pesar de que no nos comparemos con nadie no debemos olvidar que sí debemos ver nuestros fallos, limitaciones y debilidades para superarlas.

¿Todas las comparaciones son malas?

No. Hay comparaciones que son necesarias. Esto ocurre cuando tenemos una persona que nos sirve de modelo a seguir, siempre y cuando no menoscabe nuestra autoestima y tengamos claro en todo momento que, si bien en esa faceta es superior a nosotros, en algunas otras somos distintos y quizá mejores que ella.
Tampoco es conveniente las comparaciones que nos vayan a producir complejos, envidias, rechazo interior por nuestra parte. Esa comparación no es fruto de las ganas de crecer sino de la no aceptación personal. Tenemos que compararnos para crecer, no para hundirnos más en nuestra propia mediocridad.

Pídele al Señor crecer en la fe y crecer como persona.

webcatolicodejavier.org

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domingo, 14 de marzo de 2010

Un Padre con corazón de madre

Meditación: Jesús está conmigo, Dios está conmigo.

Lucas 15, 1-3, 11-32. Domingo Cuaresma. ¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?


Lucas 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús todos los publicanos y los pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."

Reflexión

Nos encontramos ante una de las parábolas más bellas y conmovedoras que brotaron de los labios de Jesús. Me gusta imaginar a los discípulos escuchando a nuestro Señor esta hermosa historia, y mirar sus reacciones, los gestos de su rostro, medir el tamaño de su admiración. Estoy seguro de que les habrá impactado enormemente. Yo recuerdo que, cuando era todavía muy niño, me encantaba escucharla.

Un autor espiritual contemporáneo, Henri Nouwen, escribió el año 1994 un libro estupendo, titulado “El regreso del hijo pródigo”. Es de carácter autobiográfico y nos narra la profunda reacción interior que suscitó en él la contemplación de un cuadro de Rembrandt, que inmortaliza el instante en que aquel hijo pródigo, con los vestidos y el corazón hechos harapos, llega a la casa paterna, se postra ante su padre y recibe aquel maravilloso abrazo de perdón. El cuadro es sumamente expresivo y habla por sí solo. Es impresionante el rostro profundamente conmovido del anciano padre, la ternura inmensa con que lo acoge y la postración del hijo que, quebrantado y arrepentido, se reconcilia con él. Mientras tanto, el hermano mayor, de pie, soberbiamente erguido, a una cierta distancia, observa con mirada crítica, dura y altanera la escena del encuentro. Él, ciertamente, no está de acuerdo con lo que hace el padre, lo juzga en su interior y no acepta ese comportamiento. En este libro, el autor nos abre la intimidad de su alma, nos describe su propia experiencia de conversión y su itinerario espiritual hacia Dios. Vale la pena leerlo.
Muchos Santos Padres, teólogos, exegetas y autores espirituales han comentado este pasaje a lo largo de la historia, y han sacado de él abundantísimas lecciones para su propia vida y para enseñanza de los cristianos. Sería interesante detenernos a comentarlo detalle por detalle, pero no nos es posible ahora. Esta meditación podría ser objeto de unos ejercicios espirituales.

Georges Chevrot, al fijar su mirada en los hijos de la parábola, escribe: “Yo me preguntaría a cuál de los dos hijos nos gustaría parecernos. El uno no había sabido guardar su alma; el otro no había sabido entregar su corazón. Ambos han contristado a su padre; ambos se han mostrado duros con él; ambos han ignorado su bondad. El uno por su desobediencia, el otro a pesar de su obediencia. ¿A cuál nos gustaría parecernos? ¿Al disipador? ¿Al calculador? No hay en la parábola un tercer hijo al que pudiéramos referirnos y, por lo tanto, nos vemos obligados a convenir en que somos el uno o el otro… O tal vez el uno y el otro”.

Si somos sinceros con nosotros mismos, tenemos que vernos retratados en la parábola. Y casi siempre nos ponemos en el papel del hijo menor: el ingrato, el pecador, el que se marcha de la casa del padre y, después de gastar toda la herencia y vivir disolutamente, vuelve al padre, con el alma hecha pedazos, a pedirle de rodillas perdón.

Pero tal vez nunca nos hemos visto reflejados también en la figura del hijo mayor: el hijo soberbio, orgulloso, altanero, frío e inmisericorde. Ese hijo tiene el corazón de piedra, y ni la bondad del padre es capaz de romper tanta dureza. Vive en la casa del padre, pero no ama al padre; tolera su señorío y más parece un esclavo, un jornalero a la fuerza que un verdadero hijo. Lo critica en su interior y se convierte en un juez implacable; no condivide con el padre lo que él más ama y se muestra envidioso de su bondad y de su generosidad. Se siente injustamente tratado y mal pagado, y se queja amargamente con aquella dura recrimación que, sin duda, contrista hondamente el corazón de su padre: “Mira, en tantos años como te sirvo, nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos”… Y luego le echa en cara la liberalidad con que acoge al hijo, repudiándolo él como hermano: “y cuando regresa ese hijo tuyo, le matas el ternero cebado”. Ya no lo considera su hermano –tal vez nunca lo ha considerado así— y, con esto, está diciéndole al padre que no era realmente su padre, puesto que su hermano no era realmente su hermano. Se siente ofendido por la “injusticia” del padre hacia él.

Pero lo más hermoso de la historia es el comportamiento maravilloso del padre. No sólo no impide que el hijo menor se marche de casa, sino que le da, sin protestar, toda la herencia que le corresponde. ¿Qué padre hace eso y se humilla ante una petición insensata y caprichosa de un hijo? Cualquiera de nosotros le hubiera dado un buen bofetón a ese hijo por tamaña insolencia. Y el padre de la parábola no. Le da la herencia y, en vez de maldecirlo, amenazarlo y romper con él –como habría hecho cualquier padre de la tierra— éste vive esperando el día del retorno de aquel hijo ingrato. Sabía que volvería, porque no podría vivir fuera de casa. Y el padre lo espera y se sube a la azotea del palacio todos los días a ver si su hijo volvía. ¡Qué locura de amor, de piedad, de compasión y de misericordia!

Bruno Maggioni, un escriturista contemporáneo, ha publicado recientemente un libro muy sugestivo, titulado: “Un padre con un corazón de madre”. Y es un bello comentario a esta parábola de nuestro Señor. El protagonista de la historia no es el hijo pródigo, sino el Padre de las misericordias.
¡Qué gran fiesta organiza cuando el hijo, por fin, llega de nuevo a casa! Cuando lo ve venir, todavía a lo lejos, se lanza a correr desde la azotea del palacio y le sale al encuentro con los brazos abiertos, se echa a su cuello con inmensa ternura y lo cubre de besos. Y enseguida comienza a dar órdenes de fiesta: “Pronto, sacad enseguida el mejor traje y vestídselo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies”. Lo primero que hace es restablecerle en su antigua dignidad de hijo del rey. El vestido lo eleva a la condición de huésped de honor; el anillo es el signo de plenos poderes y las sandalias de su categoría de hombre libre. Y continúa: “Traed el ternero cebado y matadle, y celebremos un banquete”. ¡Que venga la música y comience el baile!

Es admirable el inmenso poder de la ternura: destruye lo pasado, regenera, da nueva vida. El hijo aquel venía a la casa del padre con la intención de ser un esclavo más, y se ve elevado a la categoría de hijo predilecto, con plenos poderes, y restituida toda su dignidad. Si nosotros hubiéramos tenido que inventar una parábola para hablar de la bondad de Dios y para contar cómo perdona Él, seguramente hubiésemos sido mucho más cautos. Pero el amor de Dios es un amor sin límites, un amor infinito, una ternura que desborda las barreras de lo imaginable.
¡Éste es el Dios Padre, que nos sigue invitando a la conversión en esta Cuaresma! “Conversión” significa, precisamente, “volver a Dios”, como el hijo pródigo; o volver con todo el corazón al Padre, como el hijo mayor, aunque nunca nos hayamos marchado de la casa fisicamente, pero sí con el corazón. ¿Quién no se atreverá a volver a los brazos de un Padre tan infinitamente bueno y misericordioso como nuestro Dios?

P. Sergio Cordova
catholic.net

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Jesús está conmigo, Dios está conmigo

Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.

Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.

La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.

Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.

Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.

Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?

Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está conmigo, Dios está conmigo.”

¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.

Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.

Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza!

Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.

Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.

Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo.

Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.

P. Cipriano Sánchez
catholic.net

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sábado, 13 de marzo de 2010

Aprender de nuestros fracasos

Una de las primeras cosas que debemos tener en cuenta para SER personas exitosas es... ¡aprender de "nuestros fracasos"!

Aunque en algunas personas éstos han sido más frecuentes que en otras, todos hemos tenido fracasos más de una oportunidad, podemos hablar de líderes políticos que alcanzaron el triunfo después de haber fallado o fracasado en diversas ocasiones pero lo que les ayudó a conquistar sus aspiraciones fue que supieron asimilar con madurez la adversidad comprendiendo que los fracasos son peldaños que conducen al verdadero éxito.

Fracaso no significa que todavía no hemos logrado nada, significa que hemos aprendido algo.

Fracaso no significa que hemos actuado como necios, significa que hemos tenido mucha fe.

Fracaso no significa falta de capacidad, significa que debemos hacer las cosas de distinta manera.

Fracaso no significa que somos inferiores, significa que no somos perfectos.

Fracaso no significa que hemos perdido nuestra vida, significa que tenemos buenas razones para comenzar de nuevo.

Fracaso no significa que debemos echarnos atrás, significa que debemos luchar con mayor ahínco.

Fracaso no significa que jamás lograremos nuestras metas, significa que tardaremos un poco más en alcanzarlas.

Fracaso no significa que Dios nos ha abandonado, significa que Dios tiene una idea mejor para ti.

No te acuerdes sólo del Señor y de la Virgen María en situaciones de adversidad. Tenlos también presentes en todas las circunstancias de tu vida, las de éxito también.

Que el Señor te bendiga abundantemente.

webcatolicodejavier.org

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Obispos españoles presentan campaña «¡Es mi vida!... Está en tus manos»

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha puesto en marcha una campaña de comunicación a favor del derecho a la vida de los que van a nacer, con motivo de la Jornada por la Vida que se celebrará el próximo 25 de marzo.

La campaña, que este año lleva por lema: «¡Es mi vida!... Está en tus manos», tiene como objetivos principales seguir dando voz a los que van a nacer para defender su derecho a la vida y ofrecer apoyo real a las mujeres gestantes que se encuentran en dificultades.

Desde el 15 al 30 de marzo, se podrán ver los anuncios en 1.300 vallas publicitarias en 37 ciudades españolas. Además, ya se ha comenzado a distribuir en las diócesis un total de 6 millones de dípticos informativos y se ha enviado 30 mil carteles a las parroquias y centros católicos de todo el país.

En continuidad con la campaña realizada el año pasado «¿Y yo?... ¡Protege mi vida!», los carteles muestran la vida humana en sus primeros estadios. De este modo, se subraya la presencia en el vientre materno de un nuevo ser humano cuyo derecho a la vida debe ser reconocido y tutelado.

La nueva ley del aborto, como han señalado los obispos, además de ser un serio retroceso en la protección legal de la vida de los que van a nacer, supone «un mayor abandono a las madres gestantes».

Ante la arremetida del gobierno socialista de Zapatero, la campaña busca defender la vida y para ello ofrece un sitio web: www.conferenciaepiscopal.es/apoyoalavida donde se puede encontrar información sobre instituciones de ayuda para acoger a los bebés por nacer.

aciprensa.com

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viernes, 12 de marzo de 2010

El valor del ayuno y la abstinencia

Comienza la Cuaresma

Con el Miércoles de Ceniza, comenzó el tiempo penitencial de la Cuaresma, antesala y preparación para volver a celebrar y actualizar el gran misterio de nuestra esperanza: la Pascua del Señor.

Durante cinco semanas, los cristianos nos alimentaremos más intensamente de la Palabra, haremos examen sobre nuestro camino para reencontrarnos con Jesús, y también manifestaremos públicamente nuestro deseo de conversión mediante la penitencia cuaresmal: ayunaremos por lo menos dos días: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo de la Pasión del Señor. Esos días y el resto de los viernes haremos ese otro ‘pequeño ayuno’ que consiste en la abstinencia de comer carne. La regla del ayuno nos obliga desde la mayoría de edad (18 años) hasta que se cumplen los 59; la de la abstinencia, desde los 14 años en adelante. La praxis del ayuno permite una comida al día y tomar algo ligero de alimento en vez del desayuno matutino y de la cena de la noche. Por supuesto, al tratarse de normas de vida de la Iglesia y no de normas en sí mismas de naturaleza moral, son dispensables cuando existe un motivo razonable o de importancia, de salud por ejemplo.

¿Tiene sentido ayunar?

El ayuno tiene una doble significación antropológica: la de expresión del dolor y la tristeza, por una parte. Por otra, la expresión del autodominio y la templanza (la ascesis). Ha estado presente en la historia de todas las expresiones religiosas. También Israel lo vivió añadiendo un sentido de gratitud y reconocimiento de la bondad divina, de quien procede en realidad lo que tenemos y nos sustenta –más que de nuestra industria o habilidad–, que nos pide que no nos esclavicemos a ellas, ni le entreguemos nuestro corazón, sino más bien lo usemos con sencillez y compartiéndolo con todos. De esos ‘hermanos mayores’ nuestros lo heredamos los cristianos. Lo practicamos con libertad en cualquier momento del año; y de un modo común y público, todos los viernes del año, en particular durante el tiempo de la Cuaresma (en este tiempo, la abstinencia no debe sustituirse por otra penitencia, como sí se puede hacer durante el resto de los viernes del año).

Cuando preguntaron a Jesús por qué sus discípulos no practicaban el ayuno con los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista, Jesús defendió la conducta de los suyos así:

¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos? Mas vendrán días cuando el esposo les será quitado; entonces, en aquellos días ayunarán. (Ev de S Lucas, 5, 34-35)

La Iglesia ayuna para expresar su dolor por sus pecados, para despojarse del exceso de apego a los bienes y compartirlos más fácilmente, para dedicarse con más libertad durante este tiempo a meditar la palabra de Dios y así prepararse para una nueva ‘resurrección’ personal con Cristo.

Jorge Peñacoba
iglesia.org

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miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Sabemos equivocarnos?‏

No existe quien no se haya equivocado alguna vez, lo que sí existen seguramente son personas que han sabido sacar de sus errores nuevas fuerzas.

Me pregunto muchas veces si el hecho de ser “perfeccionista” es verdaderamente una virtud, o un defecto. Y creo que tiene de las dos cosas.

Es una virtud, desde ya, porque es algo que nos impulsa a hacer todas las cosas perfectas.

Pero me parece que también es un defecto, dado que la realidad nos dice que en este mundo lo perfecto, no existe plenamente. Siempre está la posibilidad de equivocarse, y de hecho nos equivocamos.

Por eso es que me parece que el hecho de “aprender a equivocarse” es importante, quizás debiera ser una de las primeras cosas que tendrían que enseñarnos: que el fallar, es parte de nuestra condición humana. Que debemos buscar realizar todo lo más “perfectamente” posible, pero que inevitablemente está la posibilidad de equivocarnos.

El hecho de aprender a equivocarnos, sin dudas que nos ayudaría en muchas circunstancias que nos toca vivir, sobre todo para poder superarnos, y no creer que “hemos fracasado”, y quizás sólo haya sido que creíamos que inevitablemente todo nos iba a salir como lo planeamos, es decir, perfecto, y en realidad lo que después aparece como fracaso, no es otra cosa que la posibilidad que hay siempre de cometer un error, o de que no todo salga “tan perfectamente”.

Siempre pienso que en la vida lo importante no es no fallar, “no caerse”, sino el ver cómo reaccionamos ante una falla, si somos capaces de levantarnos de una caída.

Por eso me parece fundamental que ya en la educación que damos a nuestros niños y jóvenes, los preparemos para esa posibilidad de equivocarse, de saber superar un error, de poder “asumirlo”, “hacerse cargo” de sus fallas, y no hacerles creer que pueden ser “omnipotentes” a tal punto que si cometen un error, ya hay que hablar de “fracaso”.

Los jóvenes tienen grande ideales, están hechos para las grandes empresas, y eso no se debe aplacar, pero sí mostrarles que muchas veces la realidad nos enseña que hay logros que vienen después de algunos obstáculos que hay que superar, que muchas veces algo que llamamos fracaso, no es más que una nueva oportunidad para demostrarnos que somos capaces de salir adelante, aún cuando todo haga pensar que no valió la pena tanto esfuerzo que se ha puesto para llevar adelante una tarea.

No existe quien no se haya equivocado alguna vez, lo que sí existen seguramente son personas que han sabido sacar de sus errores nuevas fuerzas para renovar un emprendimiento y no quedarse con la amargura de pensar que todo esfuerzo es inútil y no vale la pena volver a intentarlo.

Espero que sepamos enseñar a los jóvenes que no hay una vida “sin problemas”, sin posibilidad de errores, pero que sí hay en todo hombre una capacidad para superarlos.

Padre Oscar Pezzarini
feliceslosninos.org

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martes, 9 de marzo de 2010

Reflexión ante la cruz



En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

Gabriela Mistral
iglesia.org

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lunes, 8 de marzo de 2010

Abrir nuestro corazón al don de Dios

Pidámosle a Cristo nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, y nos permita abrir el nuestro para ser don de Dios para los demás.

Nuestra vida no es simplemente una serie de circunstancias, una serie de días que van pasando uno detrás de otro, sino que todos los días de nuestra vida son un don de Dios, no sólo para nosotros, sino sobre todo un don de Dios para los demás, para aquellos que viven con nosotros. Un don de Dios que requiere, por parte nuestra, reconocerlo y hacernos conscientes de que efectivamente es un regalo de Dios. Y permitir, como consecuencia, que en nuestro corazón haya un espíritu agradecido por el hecho de ser un don de Dios.

En la historia de la Iglesia, Dios nuestro Señor ha ido dando dones constantemente, y a veces Él se prodiga de una forma particular en
algunas circunstancias, por lo demás muy normales, muy corrientes, pero
que se convierten de modo muy especial en don de Dios para sus
hermanos. Es Él quien decide dar hombres y mujeres a su Iglesia que
ayuden a los demás a caminar, que ayuden a los demás a encontrarse más
profundamente con Cristo; es Él quien decide hacer de nuestras vidas un
don para los demás.


Ciertamente que esto requiere, por parte de quien toma conciencia de ser un don de Dios para los demás, una correspondencia. No basta con
decir “yo me entrego a los demás”, “yo soy un don de Dios para los
demás”, es necesario, también, estar conscientes de lo que por nuestra
parte esto va a suponer. A veces podemos convivir con el don de Dios y
no ser conscientes de que lo tenemos a nuestro lado y no ser
conscientes de que Dios está junto a nosotros. Podemos estar
conviviendo con el don de Dios y no reconocerlo.


Algo así les había pasado a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo. A pesar de llevar ya tiempo con nuestro Señor, no habían
captado el don de Dios. Tanto es así que, justamente después que Cristo
les habla de pasión, de muerte y de resurrección, acompañados de su
madre, llegan y le dicen a Jesús: “Queremos sentarnos uno a tu derecha
y otro a tu izquierda”. Cuando Jesús está hablando de renuncia, de
entrega, de sacrificio, de redención, ellos le hablan a Cristo de
dignidades, de cargos y de honores.

¡Qué misterio es el hecho de que se puede convivir con el don de Dios y, sin embargo, no reconocerlo! Nuestra vida puede ser una vida
semejante a la de los hijos de Zebedeo, que tenían el don de Dios más
grande —Cristo nuestro Señor—, y no lo habían reconocido.

El don de Dios, el Hijo de Dios caminaba con ellos, comía con ellos, dormía con ellos, les hablaba, les enseñaba, y ¡no lo habían reconocido! Es necesario tener los ojos abiertos y el corazón dispuesto a acoger el don de Dios, porque nos damos cuenta de que, no solamente Juan y Santiago no habían captado nada del don de Dios que era Cristo para sus vidas, tampoco nosotros mismos, muchas veces, lo hemos captado.

En este Evangelio encontramos una serie de características que tiene que tener nuestro corazón para ser capaz de reconocer el don de Dios: En primer lugar, estar dispuestos a servir a los demás; en segundo lugar, estar dispuestos a beber el cáliz del Señor, y en tercer lugar, estar dispuestos a ir con Cristo, como corredentores, por el bien de los demás.

Corredentor, compañero y servidor son las características del corazón que está dispuesto a reconocer el don de Dios y del corazón que está dispuesto a ser don de Dios para nuestros hermanos. A nosotros, entonces, nos correspondería preguntarnos: ¿Soy yo también corredentor?
¿Tomo yo como mía la misión de la Iglesia, la misión de Cristo, que es salvar a los hombres? ¿Soy compañero de Cristo, es decir, lo tengo frecuentemente en mi corazón, bebo su cáliz, comparto con Él todo? ¿Su vida es mi vida, sus intereses los míos, sus inquietudes las mías? ¿Soy servidor de los demás? ¿Estoy dispuesto a ser de los que sirven, de los que ayudan, de los que colaboran, de los que cooperan, de los que se entregan, de los que dan sin esperar necesariamente una recompensa?

Así como el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos, ¿tenemos nosotros la conciencia de que éste debe ser el retrato de nuestra vida: corredentores, compañeros y servidores de Cristo? Esta conciencia, que nos convierte en don de Dios para los demás, es la que nos convierte en
colaboradores, en ayuda y en camino de Dios para nuestros hermanos los hombres.

No soñemos pensando que simplemente porque los criterios del Evangelio más o menos se nos emparejen y estemos de acuerdo con ellos, ya por eso tenemos claro el don de Dios. Si no eres con Cristo corredentor, si no eres capaz de beber su cáliz y si no eres con Cristo servidor de tus hermanos, serás lo que seas, pero no me digas que has encontrado el don de Dios, porque te estás engañando.


Cuando el Señor nos llama a la fe cristiana, es para llenarnos de cosas cotidianas y normales, como es cada una de nuestras vidas. En lo cotidiano está el don, no tenemos que buscar cosas extraordinarias ni milagros ni cosas raras.


Pidámosle a Cristo que nos conceda abrir nuestro corazón al don de Dios, pero también pidámosle que nos permita abrir nuestro corazón para
que también nosotros, corredentores, compañeros y servidores, sepamos ser don de Dios para los demás.

P. Cipriano Sánchez
catholic.net

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domingo, 7 de marzo de 2010

Invitación a la penitencia

Meditación: Tener conciencia de nuestra debilidad.

Lucas 13, 1-9. Tercer Domingo de Cuaresma. Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y amor, nuestros dolores. Él los premiará.


Lucas 13, 1-9
En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo». Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas."»

Reflexión

¿QUÉ NOS DICE JESÚS SOBRE LOS ACCIDENTES
Y TRAGEDIAS HUMANAS?


San Lucas, el evangelista “historiador”, se mete hoy de reportero. Los hechos que nos narra el Evangelio de este domingo parecen más noticias de “crónica”, y perfectamente podrían haber sido publicadas en la primera página de todos los diarios del país. Y, si me permite el bueno de Lucas, incluso hasta adquiere un tono un poco “amarillista”. Perdón, Lucas, pero lo digo con todo respeto y sin ningún afán de ser irreverente.

Hoy se nos cuenta que algunos vecinos anónimos se presentaron a Jesús a referirle la tragedia “de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían”. Nosotros no conocemos detalles de lo sucedido ni se nos reportan datos cronológicos. Tampoco sé si el historiador judío más famoso de la época, Flavio Josefo, diga algo al respecto en sus annales. Lo cierto es que se trataba de un hecho bastante conocido por todos y que tal vez debió haber ocurrido en fechas cercanas a esa conversación con nuestro Señor.

Y bien, Jesús toma enseguida la palabra y los interpela directamente –“a quemarropa”, podríamos decir—: “Bueno, y pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás, porque acabaron así? ¡Pues no!”. Y, no contento con comentar este hecho, trae a colación otro más, también trágico, y que sus interlocutores no se habían atrevido a mencionar: “Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? ¡Pues yo os digo que no!”. Aquí nuestro Señor está abordando un tema bastante candente para su auditorio: el sufrimiento del inocente.

En todas las épocas de la historia ésta ha sido una pregunta acuciante que ha sacudido la conciencia de los hombres. Más de cinco mil años de civilización –desde que surgieron las “grandes culturas”— y dos mil años de cristianismo no han sido suficientes para hacer “desaparecer” este problema, que hunde sus raíces en lo más profundo del espíritu humano y que constituye como una parte esencial de su misterio. Los espíritus más grandes de todos los tiempos –líderes religiosos, pensadores, filósofos, genios de la ciencia, talentos artísticos y literarios— han meditado en la realidad del sufrimiento, y aún hoy continúa siendo un misterio casi impenetrable.

Nos preguntamos con frecuencia, por ejemplo, por qué tantos seres humanos inermes e indefensos tienen que ser víctimas inocentes de las guerras y de las injusticias, de la opresión, del odio y la prepotencia, a veces ciega y brutal, de otros hombres como ellos. O por qué esas catástrofes naturales –terremotos, ciclones, volcanes, sequías, inundaciones, epidemias— que, para colmo, parece como si se abatieran precisamente sobre los más pobres y desprovistos de toda protección; o las tremendas tragedias ligadas, en cierta medida, a descuidos humanos más o menos dolosos –accidentes aéreos o ferroviarios, o de civiles que participan en eventos masivos de carácter social, deportivo, político o religioso y que terminan víctimas de la violencia, del terrorismo o de revueltas populares.

También a los contemporáneos de Jesús les impactó aquella tragedia de los galileos y el accidente de la torre de Siloé. Y se preguntaban el porqué de aquella desgracia. Los mismos apóstoles, cuando vieron a aquel ciego de nacimiento, le preguntaron a nuestro Señor: “Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn 9, 2). A simple vista, la pregunta no era demasiado inteligente –¿cómo podía pecar si todavía no había nacido?— pero refleja muy bien la mentalidad y el sentir de su tiempo: el sufrimiento era siempre la consecuencia del pecado. Y, por tanto, era considerado como un castigo de Dios que se desencadenaba sobre los malos.

Ésta era, por lo demás, la creencia tradicional varios siglos antes de Cristo. El libro de Job nos retrata perfectamente esta situación. Y Dios, por boca del autor sagrado, trata de hacer ver que no es el pecado ni la culpa personal la causa del dolor y de las desgracias del justo. Dios tiene sus caminos, muchas veces oscuros e incomprensibles, para la pobre mente humana. Y uno de estos misterios es el sufrimiento.

¿Cuántas veces no hemos pensado así también nosotros, y nos hemos sentido “castigados” por Dios o tratados injustamente por Él cuando sufrimos? Muchas veces he escuchado esta frase en labios de algunas personas en la hora de la prueba: “¿Qué le he hecho yo a Dios para que me castigue de esta manera?”.

Juan Pablo II, en su encíclica “Salvifici doloris” afronta de un modo muy profundo el misterio del sufrimiento. Y trata de ofrecer una posible respuesta, a nivel humano y teológico, a este desconcertante enigma. Pero, sin dejar de ser un misterio, éste se ilumina con la luz del Crucificado y se vence con la fuerza única del verdadero amor.

Pero sigamos adelante con el Evangelio. Nuestro Señor ha negado rotundamente la idea de que el dolor es un castigo de Dios. Y al final concluye con esta sentencia: “Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Es una llamada directa a nuestra conciencia. Las desgracias ajenas han de ser para nosotros como una voz de alerta y una invitación a la conversión interior. Sobre todo en este período de Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión.

Sería muy interesante, a este propósito, detenernos en la segunda parte del Evangelio de hoy, en la parábola de la higuera. Jesús cuenta esta historia para ilustrar la idea precedente. Pero se haría muy larga esta meditación. Baste, por ello, una sola palabra: Dios espera de nosotros frutos de buenas obras, de caridad y de misericordia. Si no producimos frutos de auténtica vida cristiana, seremos cortados y echados al fuego, como la higuera. Una de las finalidades más importantes del sufrimiento, en la pedagogía divina, es ayudarnos a dar frutos de santidad a los ojos de Dios. No nos rebelemos, pues, ni desfallezcamos. Ofrezcamos a nuestro Señor, con paciencia y amor, nuestros dolores. Él los premiará.

De esta manera, la higuera de nuestra vida se llenará de flores y de frutos para la vida eterna. Yo estoy plenamente convencido de ello. Así nos lo enseñó el Señor con su cruz y resurrección.

P. Sergio Cordova
catholic.net

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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