jueves, 3 de febrero de 2011

¿Por qué existe el sufrimiento? 1ª Parte

Habla Juan Pablo II:

«Por experiencia puedo decirle que en mi adolescencia me sentí ante todo intimidado por el sufrimiento humano. Hubo momentos en que temía acercarme a quienes estaban enfermos: sentía una especie de remordimiento frente a este sufrimiento del que me veía librado. Además, me sentía incomodo: pensaba que todo lo que podía decirle al enfermo era solo como un «cheque sin fondos», un cheque extendido a su propia cuenta, porque eran ellos los que sufrían, y no yo.

Hay cierta verdad en la frase «La persona sana no entiende al enfermo» aunque puede decirse a la inversa que tampoco el enfermo siempre entiende a la persona sana que también sufre, de otra manera, frente al sufrimiento del enfermo.

Mis actividades pastorales me posibilitaron desembarazarme de ese período de timidez al visitar y encontrarme con enfermos cada vez con mayor frecuencia, enfermos de toda índole. Y debo agregar que fueron los enfermos mismos quiénes me ayudaron a hacerlo. Visitándoles llegué a darme cuenta, primero gradualmente, más tarde de una manera que disipaba toda duda que establecían relaciones totalmente inesperadas entre el sufrimiento y su conciencia de él. Luego que llegué al máximo del entendimiento cuando escuché de boca de un hombre muy enfermo las palabras «¡Padre, no sabe lo feliz que me siento!»

Estaba frente a un hombre postrado, inválido que había perdido todo durante la revuelta de Varsovia y en vez de quejarse este hombre me decía «¡Qué feliz soy!» Ni siquiera tuve que preguntarle por qué. Me di cuenta sin tener que preguntarle lo que debía estar sucediendo en su alma, como podía ocurrir este tipo de transfiguración y sobre todo quién podía realizarla. A partir de entonces pude visitar en sus casas o en hospitales mucha gente torturada por el dolor, y más de una vez pude discernir en ellos rastros de esa misma evolución interior, reconociendo las diferentes etapas y variaciones. He conocido médicos, enfermeras y otras personas que prestan servicio a los enfermos que sabían como preparar el camino para este proceso místico».

Reflexiona Andre Frossard

Podría haber agregado, aunque no lo hizo, que había visto a estos doctores y enfermeras a los pies de su propio lecho y de su experiencia personal de la enfermedad: después del intento de asesinato del 13 de mayo bebió hasta el fondo de ese manantial amargo que no había tenido el coraje de acercarse en su juventud. Durante su segunda permanencia en el Hospital Gemelli - del cual se retirara prematuramente debido a su excesivo optimismo - y hacia donde debió regresar, por el virus contraído durante las transfusiones de sangre el día del intento de asesinato, debilitado, demacrado y febril, irreconocible y, según me dijo, al borde de la muerte. Comentaré ese momento más adelante, pues él no me habló de ello aquel día particular.

iglesia.org

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