domingo, 31 de julio de 2011

Jesús multiplica los panes y peces

Cristo es el verdadero Alimento que sacia el corazón del hombre.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 14, 13-21

Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Diálogo introductorio

Señor, nos acercamos a Ti para escuchar tus palabras de consuelo. Tú eres nuestro Pastor Eterno; guía nuestro corazón con tu cayado para que cada día podamos amarte más. Que conociéndote se sacie nuestra alma con tu palabra y tu amor.

Meditación

Cuando vemos la imagen de una persona sufriendo de hambre, nos compadecemos; quizás pedimos a Dios que le conceda el pan que necesita para comer. Pero muchas veces nos olvidamos del verdadero pan que necesitamos. Cuando Cristo fue tentado, dijo que no solo de pan vivía el hombre, sino de toda palabra que salía de la boca de Dios. Pero esto es muy extraño. ¿Quién puede vivir de palabras? Eso es absurdo. Sin embargo siempre vemos a personas que se preocupan con dietas del cuerpo, pero no hacen ninguna para cuidar el alma. No sólo de pan vive el hombre. Si tenemos en cuenta el alma, esto cobra sentido. Cristo es el pan de vida que se entrega por nosotros y que nos alimenta desde dentro. La fórmula redentora es muy sencilla: acercarnos a Él y dejarle actuar.

Reflexión apostólica

Cristo vino al mundo para darnos el verdadero pan del cielo. Ese pan es su mismo cuerpo que ha sido entregado en una cruz. Quiere enseñarnos que solo él puede alimentar el alma. Teniendo en cuenta que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma, debemos aprender a valorar el milagro de cada comunión. Si vivimos cerca de una iglesia, debemos intentar ir a menudo a misa, para alimentar el alma y contemplar nuevamente el milagro de la multiplicación de los panes.

Propósito

Acudiré a la recibir la comunión en la misa dominical con más fervor y agradeciendo al Señor que Él se haya hecho mi alimento espiritual que me llevará a la vida eterna.

Diálogo final

Gracias, Señor, porque eres bueno, y nunca nos abandonas. Vayamos a donde vayamos, tu palabra nos guía y alimenta. Haz que nunca nos acostumbremos a estar contigo y aprendamos a amarte cada día más.

La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios que es indispensable si queremos conducir a los demás a él. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana. (Beato Juan Pablo II, Carta Novo incipiente, 8 de mayo de 1979)

H. Francisco Mateos
catholic.net

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viernes, 29 de julio de 2011

¿ Zanahoria, huevo o café ?

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.

Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?"

-"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.

Le hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, padre?"

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

"¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un despido ¿te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

Y tú, ¿cuál de los tres eres?

webcatolicodejavier.org

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jueves, 28 de julio de 2011

Anécdota Verídica

(Hecho ocurrido en 1892, verdadero y parte de una biografía)

Un señor de unos 70 años viajaba en el tren, teniendo a su lado a un joven universitario que leía su libro de Ciencias. El caballero, a su vez, leía un libro de portada negra. Fue cuando el joven percibió que se trataba de la Biblia y que estaba abierta en el Evangelio de Marcos.

Sin mucha ceremonia, el muchacho interrumpió la lectura del viejo y le preguntó:
- Señor, ¿usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y cuentos?
- Sí, mas no es un libro de cuentos, es la Palabra de Dios. ¿Estoy equivocado?
- Pero claro que lo está. Creo que usted señor debería estudiar Historia Universal. Vería que la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía de la religión.
Solamente personas sin cultura todavía creen que Dios hizo el mundo en 6 días. Usted señor debería conocer un poco más lo que nuestros Científicos dicen de todo eso.
- Y... ¿es eso mismo lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia?
- Bien, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección para mandarle material científico por correo con la máxima urgencia.

El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió cuidadosamente el bolsillo derecho de su bolso y le dio su tarjeta al muchacho. Cuando éste leyó lo que allí decía, salió cabizbajo, sintiéndose peor que una ameba.

En la tarjeta decía:

Profesor Doctor Louis Pasteur
Director General del Instituto de Investigaciones Científicas
Universidad Nacional de Francia



'Un poco de Ciencia nos aparta de Dios.
Mucha, nos aproxima'.
Dr. Louis Pasteur (1822-1895)

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miércoles, 27 de julio de 2011

Por medio de Cristo

De aquí es que, por muy iluminado que uno esté por la luz de la razón natural y de la ciencia adquirida, no puede entrar en sí para gozarse en el Señor si no es por medio de Cristo, quien dice: Yo soy la puerta. El que por mi entrare se salvará, y entrará, y saldrá, y hallará pastos. Mas a esta puerta no nos acercamos sino creyéndole, esperándole, amándole. Por lo tanto, si queremos entrar de nuevo en la fruición de la Verdad, como en otro paraíso, es necesario que ingresemos mediante la fe, esperanza y caridad del mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, quien viene a ser el árbol de la vida plantado en medio del paraíso.

San Buenaventura

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domingo, 24 de julio de 2011

Un corazón sabio e inteligente

Evangelio: Mateo 13, 44- 52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?” Ellos le contestaron: “Sí.” Él les dijo: “Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.”

UN CORAZÓN SABIO E INTELIGENTE, PARA ENTENDER LOS MISTERIOS DEL REINO

En el pasaje evangélico de hoy, el Señor sigue describiéndonos el Reino de Dios mediante sencillas parábolas. El Reino de Dios, es decir, la vida de la gracia que Él nos ha conseguido y nos ofrece es un tesoro, una perla - lo más valioso - por el que merece la pena posponer nuestras demás “riquezas”. Es también una red llena de peces buenos y peces malos, los cuales se separan al llegar la barca a la orilla, igual que se separaba el trigo de la cizaña, según la parábola del domingo pasado.

Pero quería fijarme en la pregunta que el Señor dirige a los apóstoles a continuación: “¿Entendéis bien todo esto?” La pregunta sobraría si no hubiese un significado profundo en las parábolas expuestas. Sí: a través de estas sencillas imágenes, Jesucristo nos está revelando el Misterio de Dios. Para captar las cosas de Dios no es necesaria por sí misma una preclara inteligencia, sino ante todo, una sabiduría sobrenatural, que se arraiga y crece en el corazón humano. Una sabiduría que Dios da y que el hombre ha de pedir.

Así, leemos en la primera lectura que Salomón pide al Señor un corazón dócil. No pide inteligencia, sino corazón dócil. Esto es muy interesante. El heredero del rey David pide esa sabiduría misteriosa que Dios revela a los sencillos de corazón. He aquí una petición que indefectiblemente agrada a Dios. Y Dios la concede. Dio a Salomón “un corazón sabio e inteligente” con el que gobernó a su pueblo justa y prósperamente.

Volvemos al Evangelio y a la pregunta del Señor: “¿Entendéis bien todo esto?” La respuesta afirmativa revela que los apóstoles recibían esa sabiduría divina por la que podían penetrar el significado auténtico de las parábolas y descubrir su sentido profundo. Aunque la Sabiduría les llegará como don en plenitud con la efusión del Espíritu Santo.

No hay que ser muy listos, sino muy humildes, para descubrir a Dios por las palabras de Jesús. El humilde pide luz a Dios y Dios le ilumina con una sabiduría que excede la mera inteligencia y transforma el corazón, haciendo que inteligencia y voluntad queden orientadas hacia Dios. La sabiduría que Dios pone en el corazón del humilde, traspasa las medidas humanas de “lo nuevo” y “lo viejo”. Porque la sabiduría de Dios es siempre la misma y siempre nueva. Por eso dice el Señor que el que entiende del Reino de los cielos es "como el padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo viejo."

El Señor siempre nos sorprende. Llegamos hasta Él precisamente cuando reconocemos que no podemos abarcarlo ni medirlo. Seamos humildes y pidamos, como Salomón, un corazón dócil. Como Salomón y, sobre todo, como María.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 23 de julio de 2011

¿Por qué hay que proclamarlo a los demás?‏

«Misionar» no es un orgullo, sino el testimonio de la humildad capaz de sobrepasar el miedo.

¿Por qué hay que proclamarlo a los demás?

En este punto me encuentro con reacciones contradictorias. Por un lado, la admiración llena de asombro y de inquietud:

«Dónde encuentra usted el coraje para "misionar?”
-¿Cómo hay que reaccionar cuando se burlan de uno?
-¿ Cómo le reciben a usted?
-¿Por qué nos da vergüenza hablar de Dios?
-¿Qué responde usted cuando se compara al catolicismo con una secta?»
Por otro lado, preguntas llenas de desconfianza:
«¿Qué espera de nosotros al venir aquí?
-¿Qué quiere hacernos creer?
-¿Qué busca viniendo aquí?
-¿No son tremendamente fanáticos vuestros testimonios?
-¿Forma usted parte de los nuevos fariseos que muestran su fe públicamente, en vez de vivirla humildemente?
-¿No es usted demasiado ambicioso?
-¿No tiene el sentimiento de luchar por una causa perdida?
-¿No forma usted parte de una secta?»

La evangelización puede, a veces, encontrarse con resistencias y con mecanismos de defensa. También es verdad que la evangelización pertenece al núcleo del cristianismo, porque la fe no anuncia una opinión facultativa, sino La Buena Noticia, el Camino y en definitiva, la Salvación. Guardar la felicidad para uno mismo sería egoísmo. No luchar por la salvación de los hombres, un crimen culpable de pena por no asistencia a persona en peligro. En ambos casos, sería una incomprensión total de la persona y del mensaje de Jesús, que quedaría reducido a un gurú más, de tipo medio, en la galería de los sabios religiosos. Ser apóstol no brota del fanatismo, sino que es el fruto de una convicción a la vez serena y ferviente. «Misionar» no es un orgullo, sino el testimonio de la humildad capaz de sobrepasar el miedo. Los jóvenes que te escuchan no son comerciantes imbuidos de las técnicas de marketing... Si les vieses rezar de rodillas, antes de empezar la reunión, seguramente lo entenderías mejor. Se acercan a ti con las manos vacías (Hechos 3,6). Son tan vulnerables ante ti, como tú ante ellos (4: Mientras estaba escribiendo este libro, me invitaron a dar una charla a trescientos jóvenes en un parroquia de París. Y me encontré absolutamente vacío. Había garabateado unas cuantas ideas en un papel, pero no sabía cómo llegar hasta esos desconocidos. Entonces, durante la misa que precedió, recé como un chaval..., y todo salió a las mil maravillas).
Si brota algo de tu corazón, hay que atribuírselo a Dios y no a ningún tipo de «magia». Si así fuese, no les reproches nada; Simplemente da gracias a Dios con ellos de la alegría reencontrada. En cuanto a hablar de «ambición» y de «causa perdida», díselo al mismo Jesús, porque el es el Dueño de la misión. Te responderé que conoce bien esta reflexión, porque se la hicieron cuando estaba en la Cruz...

De lo que sí quiero hablarte es de la palabra secta, que suele utilizarse sin haberla definido. A mi juicio, puede tener cuatro acepciones.

La secta como voluntariado

A principios de siglo, un sociólogo alemán opuso la secta a la Iglesia. Para él, la secta es un grupo integrado por miembros absolutamente voluntarios y que se han convertido individualmente sin beneficiarse de una tradición anterior, como la tradición familiar. Aquí, la fe viene desde arriba, verticalmente sin transmitirse horizontalmente a través de una formación continuada. Así pues, la secta nunca es anterior a sus miembros y en ella todo es inestable y todo se improvisa constantemente bajo la acción imprevisible del Espíritu. Por el contrario, la Iglesia es una institución que posee una fuerte consistencia que envuelve a sus miembros, aunque no tengan una fe viva. Los fieles pertenecen a ella, pero sin componerla realmente, porque la Iglesia existe antes que ellos. La fe nace aquí, no de una conversión en sentido estricto, sino de una tradición familiar y catequética que asegura una vaga continuidad, sin que tenga que ser asumida a la fuerza por los individuos. La secta engancha, la Iglesia habitúa.

Esta distinción que, vista por encima, puede parecerte bastante exacta, examinada en profundidad, es falsa y cada vez lo será más, porque el mundo moderno hace la vida imposible a los habituados y acomodados, como tú sabes muy bien. Es verdad que la Iglesia es una institución y la familia también, y que ésta prepara para aquélla. Pero la educación no intenta formar seres rutinarios, consumidores ocasionales; intenta, más bien, construir hombres convencidos y convertidos desde el mismo seno de su fe. En tiempos difíciles, el margen entre la secta y la Iglesia tiende, pues, a reducirse cada vez más. El único cristianismo que conserva su atractivo es el del voluntariado, cualquiera que sea su forma. Tanto en la Edad Media como
en la actualidad, las sectas aparecen cuando la Iglesia está en un momento de decadencia. Si la Iglesia vuelve a ser una Iglesia viva y vigorosa, no hará falta buscar fuera lo que hay dentro.

La secta como convicción

La gente de la calle suele llamar sectarios a los creyentes convencidos de que «misionan» en público, sin miedo. Intervienen, pues, aquí dos elementos: el testimonio dado fuera de los lugares eclesiásticos y de una manera decidida que interpela a la gente. El asombro de la gente significa sencillamente que la Iglesia se reencuentra periódicamente con esos audaces que siempre ha tenido en su seno ya los que, a veces, ha abandonado por falso pudor, por vergüenza o por respeto humano. En efecto, San Pablo, San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio y otros muchos hablaron de Dios en las plazas y por los caminos. ¡Y no eran miembros de ninguna secta! Lo que pasa es que nuestros contemporáneos nunca habían visto tales prácticas en el seno de la Iglesia y califican de sectarios a los católicos que vuelven a conectar con su tradición.
Muchos católicos critican estos métodos de evangelización, porque, a su juicio, corresponden a otras épocas y la modernidad ya no los soporta. ¡Se dice pronto! La verdad es que ya no estamos en la estrecha modernidad de hace dos o tres decenios, sino en una nueva modernidad individualista que autoriza la manifestación de cualquier idea o de cualquier valor. Sería ridículo que, ante esta nueva modernidad, el cristianismo permaneciese escondido. La nueva evangelización debe volver a sentar sus reales en calles y plazas, así como en los medios de comunicación y en el mundo de la informática.

El asombro de la gente se explica, en parte, por la sorpresa que produce en ellos esta forma de evangelización a la que no están acostumbrados, así como por el miedo que hace presa en la sociedad que vuelve a descubrir que la Iglesia, cuyas exequias no cesan de anunciarse, está bien viva. La palabra secta expresa, pues, a la vez el asombro ante lo inhabitual y el temor ante la insurrección espiritual. Ambas cosas se sienten no sólo fuera de la Iglesia; si no también dentro, por parte de esos pensadores que preconizan un enterramiento de la fe parecido a una inhumación sin flores ni coronas. ¡No escuches los cánticos de un mundo secular que intenta convertirse en cementerio de una Iglesia muda y escondida! Se equivocan los que así piensan. Y, como no quieren reconocerlo, intentan amedrentarnos con la etiqueta infamante de secta y de sectarismo. ¡No te dejes impresionar por estos obsesos del suicidio colectivo!

La secta como doctrina pesimista

A lo largo de toda la historia de la Iglesia, las sectas se han inspirado, a través de una mala comprensión del Apocalipsis, en una concepción pesimista del mundo, un mundo radicalmente impuro e irremediablemente condenado. De ahí que proclamasen el rechazo de las instituciones, la inminencia de la catástrofe final y el reducido número de los salvados. Estos son sus tres componentes principales.

Si esto es así, ¿cómo se puede afirmar que la Iglesia es una secta sin cometer un grave error? La fe católica combate el pecado, pero no a la sociedad en cuanto tal ni a ninguna de sus legítimas instituciones. La fe está preparada para el retorno del Señor, pero sin establecer calendario ni cuenta atrás alguna. Y, sobre todo, la fe no duda un instante de la misericordia divina ni del crecimiento de la Iglesia, previsto ya por Isaías (Isaías 54,2-3). También Pablo abría su corazón a los Corintios y les confesaba: «entre nosotros no estáis estrechos; sois vosotros los de sentimientos estrechos» (2 Corintios 6,11-12).

Quizás estés pensando que también las sectas practican la misión. Es cierto, pero el objetivo de nuestra misión no es modificar el numerus clausus de los ciento cuarenta y cuatro mil salvados, ni dotar de agresividad a los misioneros y asegurarles una victoria arrolladora en un concurso elitista. Esta no es la manera de evangelizar que Jesús preconiza cuando envía a sus discípulos por todo el mundo (Marcos 16,15-16), «pues el quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de Dios» (1 Timoteo 2,3-4).

La secta como grupo deshonesto

En el sentido más siniestro de la palabra, la secta es un grupo con métodos detestables, con convicciones contrarias a los derechos del hombre, y perseguidas por la ley. Muchos padres se quejan de que estas organizaciones secuestran literalmente a los jóvenes, ejercen sobre ellos violencia psicológica para convertirlos en adeptos sumisos, y les retienen mediante amenazas que pueden llegar incluso a inspirarles el suicidio ritual, arrojándose al metro, por ejemplo. Sin hablar de la explotación financiera destinada a enriquecer al idolatrado fundador.
No veo, en la Iglesia católica, algo que pueda parecerse, ni siquiera de lejos, a estas maniobras. Cesa, pues, de llamar sectarios a los apóstoles de Jesús, que no hacen más que proclamar su mensaje con un respeto total a la libertad de conciencia. ¡Libertad muy querida también en nuestra Iglesia, que no quiere suprimir en su seno lo que no cesa de reclamar para los otros!

André Manaranche
Libro preguntas jóvenes a la vieja fe

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viernes, 22 de julio de 2011

Santa María Magdalena

Fiesta: 22 de julio
Su nombre era María, que significa "preferida por Dios", y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.

esús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.

María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. “No te acerques a mí, porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.

A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.

Cuatro menciones en los Evangelios:

1) Los siete demonios. Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8,2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.

Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11,24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.

A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.

Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.

2) Se dedicó a servirle con sus bienes. Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8,3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc...

3) Junto a la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.

San Mateo (Mt 27,55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.

4) Jesús resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.

Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:

"Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús. Ellos le dicen: - ¿Mujer, por qué lloras? - Ella les responde: - Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto.

Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.

Le dice Jesús: - ¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?

Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: - Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré.

Jesús le dice: '¡María!'

Ella lo reconoce y le dice : '¡Oh Maestro!' (y se lanzó a besarle los pies).

Le dijo Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.

Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: - He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto." (Jn. 27, 11).

Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.

ewtn.com

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miércoles, 20 de julio de 2011

Nuestro público es Dios‏

Monseñor Munilla hace un paralelismo entre las críticas que reciben los protagonistas del cuento y las que recibe hoy la Iglesia

Seguramente muchos habremos escuchado en nuestra infancia, de labios de nuestros padres y abuelos, aquel sabio cuento que tenía como protagonistas a un padre y a su hijo. Los dos viajaban con su burro atravesando diversos pueblos, suscitando comentarios muy dispares entre los lugareños.

Al pasar por el primer pueblo, el padre montaba sobre el burro y el hijo caminaba a su vera. Los comentarios no se hicieron esperar: "¡Qué padre tan inmisericorde! ¡El pobre niño caminando y él encima del jumento, como si fuera un sultán!"

Al escuchar las murmuraciones, decidieron cambiarse antes de llegar a la siguiente población, de forma que ahora el padre caminaba y el hijo era quien montaba el borrico. Pero, sin embargo, las críticas no hicieron sino cambiar de signo: "¡Mira qué juventud tenemos hoy en día! ¡El anciano padre caminando, y un muchacho tan ágil, sentado a lomos del burro!"

Visto lo visto, pensaron que lo mejor sería montar los dos sobre el asno al pasar por el tercero de los pueblos. Pero las cosas se pusieron todavía peor: "¡Pobre burro! ¡Los que van montados en él demuestran ser más bestias que el desdichado animal!"

Aturdidos por tanta crítica, decidieron entrar al cuarto pueblo, ambos a pie, junto al burro. Pero, ni por esas...: "Pero, ¡qué tontos! ¿Para eso se han comprado un burro?, ¿para ir andando?".

La moraleja que se nos transmitía con la narración de este cuento, era tan evidente como importante: Necesitamos ser libres del juicio ajeno, para poder obrar en justicia y en verdad. Quien tiene su referente en las críticas de los demás o en los aplausos cosechados, está condenado a no actuar en conciencia.

Pasados ya muchos años, he ido comprendiendo que aquella sabia narración que mi difunto padre nos contaba de pequeños, tiene más aplicaciones de las que él mismo hubiese supuesto. ¿Acaso no le ocurre a la Iglesia hoy en día, lo mismo que a los protagonistas del cuento? ¿No tenemos también nosotros que extraer la enseñanza de conquistar la necesaria libertad interior, para que la vida de la Iglesia sea lo que Dios quiere de ella, sin dejarnos amedrentar por tantas burlas, sátiras y comentarios ligeros?

El padre sobre el burro y el hijo caminando

A veces se le acusa a la Iglesia de paternalismo y/o de autoritarismo: "¡Míralos..., hablan ex cátedra y se creen que están en posesión de la verdad!". En medio de una sociedad en la que la figura del padre, e incluso el mismo sentido de autoridad están en plena crisis, existe una reacción alérgica hacia el Magisterio de la Iglesia.

El hijo montado y el padre a pie

Es de sobra conocida la predicación moral de Iglesia respecto a los más débiles: enfermos, pobres, ancianos, niños no nacidos, huérfanos e hijos de familias desestructuradas, embriones congelados, etc. Pero, sin embargo, tampoco aquí nos libramos de la incomprensión: "¡Cada uno decide los valores que cree que deben ser respetados!". En efecto, la opción cristiana "pro vida", se presenta como enemiga de la mentalidad "pro libre elección".

Los dos montados sobre el asno

Cuando la Iglesia se sirve de los medios modernos para la evangelización -televisión, radio, Internet, presencia en foros públicos, etc-, con mucha frecuencia es percibida y criticada como una intrusa en la vida pública: "¿Por qué tienen que sermonearnos fuera del púlpito?". Y es que, con frecuencia se nos quiere hacer creer que el ámbito de las creencias religiosas se circunscribe únicamente al interior de la conciencia y a la sacristía.

Ambos a pie, junto al burro

Paradójicamente, otras veces la Iglesia es criticada, precisamente, por no dirigirse al hombre de hoy en su propio lenguaje: "¿Cuándo se darán cuenta de que se están quedando anquilosados con esa forma tan obsoleta de evangelizar?". Frente a estas contradicciones, nosotros no podemos perder la conciencia de que los métodos modernos de evangelización, han de ser acompañados con la oración y la penitencia, para que puedan ser eficaces y fecundos.

Moraleja: Nuestro público es Dios

Evidentemente, la moraleja del cuento no puede ni debe ser que, tengamos que hacernos sordos a las correcciones y a las críticas, incluso cuando sean formuladas desde el desamor. Así lo decía sabiamente Unamuno: "Toma consejo del enemigo". Pero, ciertamente, una conclusión necesaria es que no perdamos la paz por causa del ambiente de juicios ligeros y críticas sistemáticas, en el que estamos envueltos. Esta es la moraleja: ¡Nuestro público es Dios! La Iglesia necesita la libertad interior para poder realizar la voluntad de Dios, que es justicia, amor y esperanza para todos los hombres.

Mons. José Ignacio Munilla Aguirre
enticonfio.org

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lunes, 18 de julio de 2011

En la Eucaristía está…

En la Eucaristía está, vive ese Jesús entre nosotros; ese Dios que lloró, gimió y se compadeció de nuestras miserias. Ese pan tiene un corazón divino con las ternuras de pastor, de padre, de madre, y de esposo y de Dios... Escuchémosle, pues El es la Verdad. Mirémosle, pues El es la fiso¬nomía del Padre. Amémosle, que es el amor dándose a sus criaturas. El viene a nuestra alma para que desaparezca en El, para endiosarla. ¿Qué unión, por grande que sea, puede ser comparable a ésta? Yo como a Jesús. El es mi alimento. Soy asimilada por El. ¡Qué dicha más inmensa es ésta: estrecharlo contra nuestro corazón, siendo El nuestro Dios!

Santa Teresa de los Andes
Dichosa Aventura

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domingo, 17 de julio de 2011

¿Y qué es la cizaña?

La cizaña es todo aquello que nos sirve de tropiezo para llegar a Dios o se opone a Él.

Mateo 13, 24-43


Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ´Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?´El les contestó: ´Algún enemigo ha hecho esto.´ Dícenle los siervos: ´¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?´ Díceles: ´No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.´» Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.» Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.» El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.

Reflexión

La expresión artística ha sido, a lo largo de los siglos, una de las manifestaciones más nobles de la belleza, de la originalidad, del genio y de la grandeza del espíritu humano. Y, además, un vehículo importante para la comunicación del pensamiento y de la cultura, ya que el arte –al igual que la música y la poesía– transmite siempre una idea, una visión de la vida y de las cosas, una experiencia o un sentimiento personal. Durante varios siglos, sobre todo en el arte paleocristiano, bizantino y gótico, se hizo común la creación de “trípticos”, tanto en la pintura, como en los mosaicos, vitrales y en las así llamadas “miniaturas”. Consistían éstos en representar juntas tres escenas de la Biblia o del Evangelio, formando una unidad artística y catequética. El arte cristiano fue, desde los orígenes, una forma extraordinaria de predicación sagrada y de catequesis popular.

Pues hoy nuestro Señor en el Evangelio nos presenta un maravilloso “tríptico” de parábolas para hablarnos del misterio del Reino de los cielos: la parábola de la cizaña, del grano de mostaza y de la levadura. Cristo está hablando a sus discípulos –y también a nosotros hoy– de una realidad sumamente importante y esencial de su mensaje, de su “Buena Nueva” –esto precisamente significa “evangelio” en griego–, pero a la vez de algo misterioso y de difícil comprensión. Por eso Jesús usa parábolas, para ayudarnos a comprender misterios muy profundos a través de sencillas imágenes y asequibles comparaciones.

La parábola del grano de mostaza nos enseña que el Reino de los cielos –es decir, la vida de la gracia divina en nosotros, la Iglesia y las obras de Dios– es siempre pequeño y casi insignificante en sus inicios, pero tiene que ir creciendo hasta convertirse en un árbol frondoso, capaz de abrigar en sus ramas a las aves del cielo; o sea, capaz de salvar a miles de personas y llevarlas a la vida eterna. El crecimiento continuo es ley de vida, y el día que no se crece, se muere.

La parábola de la levadura nos habla de esa acción silenciosa y lenta, pero profundamente eficaz y transformante que realiza el Evangelio, no sólo en la propia alma, sino también en los ambientes y en las sociedades, impregnando de fe y de vida nueva todas las realidades humanas. Eso fue lo que hizo el cristianismo en el imperio romano: los primeros cristianos, con su maravilloso testimonio de vida santa y auténtica, con su ejemplo de caridad, de pureza, de piedad y con el perfume de sus virtudes lograron transformar el ambiente corrompido y enrarecido del paganismo antiguo. Esto es lo que ha hecho la Iglesia a lo largo de veinte siglos de historia, a pesar de tantas persecuciones y calumnias. Y lo sigue haciendo en nuestros días, con las mismas armas de siempre: la fe, la esperanza y la caridad.

La parábola de la cizaña, por su parte –valdría la pena detenerse con más calma en la consideración de esta enseñanza de Cristo, aunque el tiempo y el espacio aquí disponibles no lo permiten– nos da tantas lecciones importantes para nuestra vida cristiana. La cizaña es toda yerba mala que impide al trigo –a la semilla buena– crecer libremente en el campo de Dios. Cizaña es todo aquello que significa obstáculo, pecado y vicio en el mundo. La cizaña tiene múltiples rostros y caretas: el odio, la persecución, la calumnia, la división, el engaño, la injusticia, el fraude... Cizaña es toda forma de egoísmo y de soberbia; son las pasiones desordenadas del ser humano, la intriga, la maledicencia, la mentira, el escándalo... Tal vez muchas veces hemos oído la expresión: “no vengas aquí a sembrar cizaña”, y con esa frase pretendemos decir que no queremos divisiones, odios ni malquerencias, intrigas o divisiones que dañen el buen espíritu cristiano de caridad.

La cizaña es todo aquello que nos sirve de tropiezo para llegar a Dios o se opone a Él. Es, en fin, –por decirlo con una sola palabra– el “mysterium iniquitatis” del que hablaba san Agustín: el misterio del mal en el mundo y en el hombre. ¡Y vaya que si es un misterio! ¡Cuántas veces hemos escuchado estas preguntas tan inquietantes como difíciles de responder!: “¿Por qué existe el mal en el mundo, si Dios es tan bueno? ¿Por qué permite el dolor y el sufrimiento humano, sobre todo de los más débiles, los inocentes y desamparados? ¿Por qué las guerras, las injusticias, el odio, la venganza, la prostitución, el abuso de los poderosos?” Y sentimos tal vez indignación o rebeldía interna... y también la tentación de preguntarle a Dios, como los obreros de la parábola: “Pero, ¿no sembraste tú buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, sale la cizaña?” Y el Señor nos responderá lo mismo que a los obreros: “Un enemigo lo ha hecho... mientras vosotros dormíais”.

Dios no es el culpable de nuestros “pleitos” y fechorías. Es el mismo hombre el culpable de tantos desórdenes y abusos que vemos a cada paso: en las noticias, en la calle, en nuestra propia casa. ¿Ya te enteraste de lo que pasó hace unos días en el Parlamento europeo? ¡Unos cuantos gobiernos de izquierda pretenden imponer por la fuerza a todos los países de la Unión europea la ley del aborto obligatorio y de los anticonceptivos a todas las mujeres y adolescentes sin distinción! ¿No es escandaloso y motivo de rabia? ¡Y qué decir de tantos y tantos otros abusos y excesos en todos los campos: el libertinaje sexual, el subjetivismo y relativismo moral, el indiferentismo o el fanatismo religioso, la imposición de leyes y conductas que violan los derechos humanos, la libertad religiosa y la propia conciencia!.... ¿Por qué todo esto? ¡Ahí está la cizaña sembrada por el enemigo! Sí, mientras nosotros “dormíamos en los laureles”...

Ante este panorama, si somos buenos cristianos, personas con dignidad, con conciencia y con valores, ¡quisiéramos arrancarlo todo de raíz!, ¿no es cierto? Quisiéramos, como Santiago y Juan, “hacer llover fuego del cielo” a todos los que se oponen a Cristo para que los consumiera. Y, sin embargo, Dios, el Dueño del campo, nos dice que no. Que esperemos que crezcan juntos la cizaña y el trigo. Hasta que llegue el día de la siega. ¿Por qué actúa así Dios? Porque Él, en su infinita paciencia y misericordia, no quiere que “fulminemos” a los malos, sino que les demos tiempo. Tal vez también ellos se den cuenta de su error, se arrepientan y se conviertan, como el buen ladrón del Evangelio, aunque sea a la última hora de su vida. A nosotros nos toca ser buenos colaboradores de Dios: tener paciencia como Él, dar tiempo al tiempo, orar también por los que nos persiguen y calumnian –¿se acuerdan de la vergonzosa campaña de calumnias y críticas que varias gentes organizaron contra algunos sacerdotes católicos?....–. Pues Cristo quiere que sepamos perdonar, que les demos buen ejemplo de caridad y que oremos por todos aquellos que pueden ser, de algún modo, “cizaña” para que lleguen a ser trigo bueno en el campo del Señor.

P. Sergio Cordova
catholic.net

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sábado, 16 de julio de 2011

Dejarse amar

¿Quién entiende la pasión de Cristo? ¿Quién entiende la Eucaristía? No tratemos de entender, son misterios que más bien es preciso contemplar y agradecer.

Este icono que apareció en el siglo XII en Oriente es fuente de fecunda inspiración:


Centra la mirada en las manos de Jesús. No están atadas con cuerdas. Las cuerdas que le atan debe descubrirlas el corazón contemplativo: son las cuerdas del amor a la Iglesia. Se encuentran libres, pero Jesús libremente se somete y se ofrece como manso cordero.

“Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18) “Su no-violencia es la fuerza del amor” (Jean Corbon)

Después de resucitado quiere quedarse con las manos voluntariamente atadas, preso en el Sagrario, para que vaya a visitarle y allí encontrar yo mi descanso: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Él es el preso y sin embargo, cuando voy a acompañarle, soy yo el que sale consolado.

iglesia.org

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viernes, 15 de julio de 2011

Contemplar para escuchar

Otra dificultad que se plantea continuamente en la dirección espiritual y en los cursos de oración cuando se explica que orar es sobre todo escuchar, es la pregunta ¿Y qué significa escuchar en la oración? ¿Cómo se hace para escuchar a Dios? Mi respuesta suele ser: si quieres escuchar, contempla.

Contémplalo en la cueva de Belén, contémplalo en la cruz, contémplalo en la creación, contémplalo en el Sagrario, contempla los corazones traspasados de Jesús y de María…. y escucharás que te dice que te ama.

Contemplar los misterios de la vida de Cristo es comprobar la abundancia del amor de Dios a nosotros. "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10). Mirarle con los ojos interiores, mirarle sobre todo cuando estamos dolidos y arrepentidos y escuchar que nos dice una y otra vez: “No pasó nada, te sigo amando igual”.

Así se lo dijo a Sor Faustina:

“Has de saber hija mía, que mi corazón es la Misericordia misma. Desde este mar de Misericordia las Gracias se derraman sobre el mundo entero. Ningún alma que se haya acercado a Mí ha partido sin haber sido consolada. Cada miseria se hunde en mi Misericordia y de este manantial brota toda Gracia salvadora y santificante..." (Diario de Sor Faustina # 1777, p. 626)

P. Evaristo Sada
la-oracion.com

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miércoles, 13 de julio de 2011

Dios nos ama con un corazón humano

Una dificultad frecuente en la vida de oración consiste en que se ve el mundo espiritual demasiado lejano a nuestra realidad cotidiana. Me gusta imaginar a un bebé buscando desde el suelo la mirada de su padre sin poder alcanzarlo. De pronto el padre se tumba en el suelo, se pone a su nivel y le sonríe. Luego lo carga y lo levanta. Nosotros no alcanzamos a Dios y, de pronto, Él desciende hasta nosotros y nos eleva a Sí.

En Cristo, Dios se hace asequible. (cf Jn 1,14) El Corazón de Jesús representa la humanidad de Cristo; lo vemos como uno de los nuestros. Dios se encarnó para amarnos con un corazón humano. Así nos permitió vivir la comunión de vida con Él. Y cuando vemos a Dios amándonos así, con un corazón como el nuestro, nos brota espontáneo decirle: ¡Así te necesito, de carne, sangre y hueso!

Si el amor de Dios nos parece demasiado espiritual para estar a nuestro alcance es que aún no conocemos a Jesús de Nazareth, el que nació en Belén y murió en Jerusalén por amor a nosotros.

iglesia.org

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martes, 12 de julio de 2011

¿Cómo contemplar el Corazón de Jesús y el Corazón de María?

El corazón es un signo sencillo que encierra un gran misterio. Es asequible, concreto y profundo. Dice más de lo que es, mucho más. Está cargado de afectos. Referirse al corazón es un modo sintético de considerar el gran misterio de la entrega en el amor. Los enamorados pintan corazones en los árboles y en las iglesias.

El Sagrado Corazón no es sólo una representación sensible, ni su devoción se queda en un conjunto de prácticas religiosas. La devoción al Sagrado Corazón evoca el amor del Hijo de Dios que se encarnó por amor y que entregó su cuerpo en la cruz mediante un acto de amor. Esta devoción ayuda a centrar la vida espiritual en el amor de Jesús, rico en misericordia.




Si alguien tiene sed que venga a mí y beba (Jn 17, 37)

El buscador de Dios encuentra en la oración una respuesta. La meditación diaria es un momento de gracia en que el Espíritu Santo viene con Su poder y nos cubre con Su sombra (cf Lc 1,35). Allí, el amor se convierte para el sediento en la única ocupación.

Desde el día en que el soldado traspasó el costado de Jesús con su lanza (Jn 19,34), la Iglesia es regada por esa fuente de la que mana la Vida. Por eso ayuda mucho contemplar en la oración la herida en el costado de Jesús. Junto a María, al pie de la cruz, ver cómo brotan el agua y la sangre, figuras del bautismo y de la eucaristía. Es un continuo fluir de la misericordia divina que nos lava y nos nutre y sacia nuestra sed a través de los sacramentos. El costado traspasado de Jesús nos baña con su infinita misericordia que brota del manantial del amor: el Sagrado Corazón.

Un modo de contemplar el amor de Jesús es, pues, a través del costado traspasado.

P. Evaristo Sada
la-oracion.com

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lunes, 11 de julio de 2011

Si yo hubiera... Si yo hubiese...

¿En qué tiempo verbal están conjugadas las frases: “Si yo hubiera… y “Si yo hubiese”?
Las frases arriba mencionadas están conjugadas en tiempo verbal “Desperdiciativo”. Con esto queremos decir que de nada sirve estar añorando el pasado, las cosas que no hicimos, o cómo las pudimos haber hecho, etc.

Lo hecho, hecho está. Ahora, en este momento, debemos tomar rienda de nuestra vida y hacer de ella lo que nos plazca. Para hacer esto, debemos tomar decisiones y de hecho, a cada momento estamos tomando decisiones. Algunas de ellas sin importancia. Pero muchas de ellas por demás trascendentes.

Esas, las decisiones importantes, son las que nos han traído hasta aquí, hasta esto que estamos viviendo. No nos cansaremos de decir que lo que estamos viviendo, es lo que nosotros hemos generado. Lo hemos generado con nuestro pensamiento.

Pensamos y al pensar tomamos decisiones. ¿Tomo el camino fácil o el que más me conviene? ¿Comeré este antojo o algo más saludable?, ¿Desquito mi coraje o calmo la situación? ¿Escojo el placer inmediato o el bienestar duradero? ¿Le doy amor o prefiero mi soberbia? ¿Hago lo que tengo que hacer o lo hago después?

Nos quejamos de que tenemos mala salud, pero fueron nuestras decisiones las que nos la trajeron. Nos sentimos mal por la falta de armonía en nuestras relaciones y sin embargo damos paso a nuestra soberbia o rienda suelta a nuestra ira.

Estamos hartos de vivir con limitaciones, pero en el momento eran mejor el dispendio y el placer inmediato. Nos hacía cosquillas el dinero en el bolsillo. Tal vez no había nada en realidad que comprar, pero buscábamos y encontrábamos en qué gastar, pudiendo haber invertido nuestro dinero en cosas que sí valían la pena.

Se habla mucho de la “Intuición femenina” y sin embargo es algo que tanto los hombres como las mujeres podemos cultivar y aprender a escuchar. Existe la expresión: “Tengo una corazonada” y en ocasiones suele ser sólo nuestro deseo de que las cosas sean como quisiéramos.

En otras ocasiones, en realidad es nuestro ser interior que nos está diciendo cuál es el camino o la decisión correcta a tomar. Basta ya de tomar decisiones que sólo nos dan un placer o beneficio inmediato y pasajero pero nos perjudican a largo plazo.

Todas estas decisiones mal tomadas, a la ligera, como un granito de arena, se fueron acumulando hasta que llega un sobrepeso, la bancarrota, el divorcio, la enfermedad, el hastío, la infelicidad, etc.

Lo único que se requiere es una buena voluntad para salir adelante de nuestra mala situación y darnos tiempo para reflexionar sobre las decisiones trascendentes. Cuanto más importante es la decisión, más cautelosos debemos ser. No se trata de vivir en la indecisión, sino darle tiempo de calidad a la toma de decisiones.

¿Cómo aprender a tomar las decisiones correctas? Haciendo caso de nuestra intuición. ¿Cómo cultivar la intuición? La mejor herramienta que podemos sugerir cuando estamos indecisos es la meditación, poniendo en manos del Señor nuestras decisiones para que nos ayude.

P. D. El tiempo verbal de las frases en el inicio de la reflexión es pluscuamperfecto de subjuntivo, inexistente o imaginario.

webcatolicodejavier.org

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domingo, 10 de julio de 2011

La semilla sólo crece en tierra buena

Evangelio: Mateo 13, 1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “ A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure." ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.”

LA SEMILLA SÓLO CRECE EN LA TIERRA BUENA

La conocida parábola del sembrador nos enseña que Dios siembra su Palabra en todo el campo. Es decir, que a todos los hombres, de una u otra manera, les llega la Palabra de Dios que, como lluvia y nieve - siguiendo la profecía de Isaías - cae para empapar la tierra y fecundarla. La Palabra de Dios llega a cada hombre con la intención de producir en él frutos, y que esos frutos - la conversión, el amor la santidad - retornen a Él, produciéndose así la elevación del hombre a Dios.

Primera lectura, salmo y Evangelio, nos hablan de la tierra que hace fecunda la Palabra de Dios. Esa tierra somos cada uno de nosotros. La tierra no es igual. Nos dice Jesús, por medio de la parábola, que la semilla que cae en la tierra que está al borde del camino, rápidamente se la lleva el Maligno. Es el caso de tantas personas que viven al margen de Dios, rechazando sin más la Palabra.

La tierra también puede estar llena de piedras, con lo cual la Palabra tampoco puede echar raíces. Es el caso, explica el Señor, de los que reciben la Palabra con alegría; de esos también hay muchos, pero se piensan que ya está todo hecho con recibirla. Todos sabemos que la planta necesita un crecimiento. Así, la semilla sembrada necesita un cuidado, una constancia. Muchas serán las dificultades - las piedras - frecuentes serán las persecuciones por causa de la Palabra. El terreno pedregoso es el alma del hombre que sucumbe finalmente ante estas dificultades.

Algo parecido pasa con la tierra llena de zarzas y maleza. Puede nacer la planta, pero no dura mucho porque es ahogada por las malas hierbas. Tantos afanes de grandeza, de placeres, de posesiones, en este mundo... todo ello ahoga a la Palabra de Dios. Con demasiada facilidad nos quejamos de que no vemos a Dios en nuestra vida, en el mundo. No pensamos en que hay demasiadas cosas que no nos lo dejan ver y que impiden que se manifieste plenamente.

El alma que recibe la Palabra y que lucha por sacar todas las piedras y cortar las malas hierbas, es la tierra buena en la que la semilla crece y crece hasta dar mucho fruto. Deducimos que la santidad es dejar que crezca la semilla, pero es también el trabajar para remover nuestra tierra constantemente, labrarla; esto es, no vivir acomodados, sino en continua conversión. Esta tensión hacia la santidad es el gemido al que se refiere San Pablo. El alma en el que crece la semilla es el alma en camino hacia la santidad que desea ardientemente que Cristo reine definitivamente, en el mundo y en sí mismo.

Con María.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 9 de julio de 2011

Dios como Experiencia‏

Dios es imposible de describir, porque es, ante todo, el sentimiento de una Presencia.

I. Tus Preguntas sobre Dios.

Dios como experiencia

Paso por encima de este Dios nocivo o perverso que, a veces, nos presentan las ciencias humanas, al estudiar la genealogía de la religión o de la moral. Parece que este no es tu problema, o al menos yo no he recibido ninguna pregunta sobre ello.

Abordamos, en cambio, el problema de la experiencia de Dios, sobre el que hayal menos un centenar de preguntas.
Al clasificar mis papeles, se descubren claramente tus seis preguntas principales:
¿Tiene sentido la vida? ¿Cómo ha hecho para creer? ¿Es necesario creer para ser feliz y generoso? ¿Cómo se reza? ¿No sois una secta?
Una vez más, pido a María que me ayude a alimentarte como aun hijo o a una hija..., y vuelvo a mi máquina de escribir.

¿Tiene sentido la vida?

Sobre este punto tus preguntas son abundantes, inquietas y, a veces, nerviosas. Como este desafío: « y si a mi me gusta destruir mi alma, ¿qué le importa a usted?»

Mucho, porque te quiero, comparto tu herida y te confío a Jesús. Tomo en serio no las palabras de la pregunta, sino el sufrimiento que esconden. Escríbeme, te contestaré.
Otras veces, las preguntas manifiestan dolor y desesperanza:

«Después de la muerte de mi madre, desapareció mi última razón de vivir. ¡Todas vuestras palabras juntas no son capaces de hacer revivir a alguien! »
-¿Vale la pena vivir cuando se sabe que hay que morir? »
-¿Para qué sirve y qué aporta »
Otros se contentan simplemente con preguntar
«¿Por qué se existe?»
Otros precisan un poco más sus preguntas:
«La vida es demasiado corta: ¿se puede ser feliz»?
-¿Cómo hacerse amar en la sociedad en la que vivimos? »
-¿Qué es la felicidad? »
-¿Dónde siente la gente mayor necesidad de amor?¿En las prisiones, en los hospitales...?»

Para serte franco, amigo, todos estos gritos me cuestionan en profundidad, aunque no sean los míos propios. Evidentemente, no soy perfecto, ni de mármol y no siempre las cosas me han salido bien en la vida. Pero a pesar de la guerra y de la postguerra, la juventud de mi tiempo vivía con otra actitud, aunque Sartre, Camus y Anouilh enarbolaban la bandera de la náusea, del sentido del absurdo y del ensimismamiento. Estuve, por supuesto, en contacto con esta literatura, pero, para mí, había también en esa época pensadores más excitantes como Emmanuel Mounier. Y el espíritu misionero y evangelizador estaba en su punto culminante. Entonces no se hablaba de «heridas», práctica habitual en nuestros días. Ciertamente se recibían golpes, como los de hoy, pero se reaccionaba y no se pasaba la vida lamentándose o curándose las heridas. Y que conste que no te digo esto para provocarte, sino para hacerte comprender que tu problema no es el mío, aunque lo asuma como tal por simpatía.

Intento comprender la causa de tus inquietudes y descubro varias. Los jóvenes, lógicamente, sois más frágiles que los mayores y tenéis una conciencia menos formada y constantemente agredida por los medios de comunicación. Tenéis menos convicciones que hace unos veinte años, aunque algunos anuncian, no sé si para alegrarse o para lamentarse, «la vuelta de las certezas».

Pero, ¿cuáles? Vuestra formación cultural comporta grandes lagunas, sobre todo en historia, y, sin conciencia histórica, flotáis a la deriva en nuestra época. El mundo es duro y, para hacerse un sitio al sol, hay que luchar y competir duramente. Los medios de comunicación nos bombardean constantemente con todas las desgracias del mundo: en nuestras pantallas la catástrofe es casi cotidiana. La familia atraviesa una crisis inquietante; la Iglesia sufre una fuerte contestación interna, y la fe se desinfla en numerosos sectores, aunque renazca en otros. En definitiva, la sociedad y su trampa consumista nos cerca por todas partes.

No quiero tranquilizarte ni asustarte, pero tampoco voy a decirte aquello de: «cree en Dios y todo se arreglará». ¡Dios no es una pócima mágica para un Asterix espiritual! Lo que tienes que hacer, sin que esto signifique separar lo humano de lo divino, es desarrollar en ti el hombre ante todo y por todos los medios. Ya sé que es muy fácil de decir, pero no se me ocurre otra cosa.

El gusto por la vida no se consigue drogándose de televisión y cultivando el aburrimiento. Al contrario, está en función de las cualidades humanas de la persona, de su regla de vida, de su sentido de la responsabilidad, de sus ganas de trabajar, de su espíritu de servicio, de su fidelidad a sus promesas y compromisos, y de su amor hacia los demás. El Evangelio no te regala todo esto de golpe y porrazo, más bien lo exige, aunque te ayude a conseguirlo.

Por otra parte, la felicidad no estriba en una vida ideal, sin fracasos y sin luchas. No hagas caso de la publicidad comercial que te propone continuamente imágenes y modelos débiles, al estilo de playa de Tahití con cocoteros, mar azul, bella muchacha y un joven que hace surf mientras la mira. La felicidad no está en el turismo paradisíaco, ni en la molicie prolongada, ni en las sensaciones fuertes en un país extranjero. La felicidad es compatible con la lucha diaria que comienza todos los días al levantarse. Para mí, la felicidad consiste en no tener que plantearse nunca la cuestión de la felicidad, vivir sin palparse nunca el pulso, hacer cotidianamente lo que hay que hacer, esperando en un mañana mejor. Eso es todo.
Me preguntas si «la droga y la depresión se pueden arreglar con la fe». A veces sí, pero hay que luchar y plantarles cara, en vez de dejarse llevar. Replicas: «¿no es algo demasiado fácil pedir la solución a Dios?». Si no se hace nada por encontrarla, acogerla y vivirla, ciertamente. Además, estate seguro de que, en este caso, no pasará nada.

Dicho esto, creo con todo mi corazón que la fe en Jesús multiplica tus razones para vivir. Ante todo, porque te hace descubrir el Amor fundamental, el Amor indefectible, el Amor que soluciona cualquier dificultad del pasado, de tu familia, de tu ambiente, de tus tentaciones, tu pecado, tus desánimos y decepciones. Ahora bien, la fe no es una pastilla que se toma y actúa sin que tú hagas nada. La fe se mantiene con la caridad, se construye con la lucha y se alimenta con la oración. Además, el Evangelio no sólo cura las depresiones; calma también las cóleras, frenas las impaciencias y reduce el orgullo. La fe es, a la vez, fuerza y dulzura.

Sin embargo, al decirte todo esto, estoy inquieto y temo que conviertas a Dios en tu servidor, al que utilizas a tu antojo, y que lo coloques al servicio de tus intereses personales. Sería el mundo al revés, es decir la idolatría. Tienes que darle la vuelta a la tortilla. Dios no puede ser tu Dios, sino que tú tienes que ser su discípulo. Él tiene que entrar en tu casa por la puerta grande (Salmo 24,7-10), no por la puerta de servicio. Este es el error de determinados métodos psicológico-religiosos: someter a Dios a los deseos del yo, con el riesgo de promover una religión huérfana de adoración y en la que el crucificado queda reducido aun ser traumatizante. Un retiro espiritual no es una cura psicológica. Busca, ante todo, el Reino de Dios, y todo lo demás se te dará por añadidura (Mateo 6,33). De lo contrario, después de haber gemido por tu herida, celebrarás tu curación, pero sin haberte encontrado con Jesús ni antes ni después. Huye de este narcisismo religioso como de la peste, pues te hará confundir la oración con la auto degustación de tu euforia psicosomática. ¡No es así como invocaba Jesús al Padre en Getsemaní o en la Cruz! Dios es el Otro (Juan 21,18). La oración no consiste en concentrarte, sino en descentrarte. Preguntas, con sentido del humor, si Dios tiene defectos. Y te contesto en la misma clave: «sí, suele llevar la contraria». Pero es así como construye tu verdadero yo. Los santos, empezando por María, son los que han entendido esto. María nunca fue tan ella misma como cuando fue del Otro.

¿Qué hay que hacer para creer?

¿Cuál es el camino que conduce a la fe? Sobre este asunto encuentro muchas preguntas: algunas pintorescas y casi todas conmovedoras.

¿La debilidad de creer o la felicidad de creer?

Amigo, en tu corazón se esconden juntos los pros y los contras. Algunas de tus preguntas muestran tu temor ante la ilusión del cristianismo, sin que ello quiera decir que te hayas quedado anclado en él.

«¿Dios es la última esperanza, cuando se han perdido todas las demás?
-¿No le parece que creer es una debilidad?
-Nos refugiamos en la religión como otros en la droga o en el alcohol.
-Creer es encontrar una razón de vivir, cueste lo que cueste.
-Creemos por miedo a la muerte.
-Cuando dice que Dios le habla, ¿está seguro de no estar hablando consigo mismo?
-La fe, ¿no es algo subjetivo? Cuando rezo, tengo la impresión de estar hablando conmigo mismo.
-La fe cambia según nuestro estado de ánimo»

A través de tus preguntas, muestras dos temores. Tienes miedo de los espejismos, como si tu sed te hiciese inventar una fuente inexistente; y también tienes miedo de ser un cobarde, como si la fe te hiciese recurrir a un doping o aun narcótico. Y tú no quieres ser ni un ingenuo ni viajar por las nubes. ¡Eso te honra! ¡Bravo! Pero créeme, con Jesucristo no te arriesgas a nada de eso. Lejos de mantener ilusiones, el Evangelio las disuelve y de una manera ruda. Piensa en el joven rico, ese simpático globo que el Señor hizo estallar con tres alfilerazos. Me haces pensar en la gente que dice que, para entrar en un convento, es necesario haber sufrido una gran decepción sentimental, a la que se intenta ahogar en la mística. Pregúntaselo a un maestro o a una maestra de novicias. Primero, se reirá un poco y, con delicadeza, te dirá después que, con una motivación así, no sólo no se aguantaría mucho tiempo, sino que ni siquiera se sería admitido/a en la vida religiosa...

Yo, que soy cristiano sencillo, constato que Cristo no ha entrado en mi juego (también es cierto que no le impuse ninguno y simplemente me ofrecí a su servicio). Me ha conducido por caminos que ni podía imaginar y me ha colmado, desconcertándome. En mi vocación, no hubo fumadero de opio, ni sueños heroicos, sino una vida recibida del Otro momento a momento, y la certeza de haber encontrado mi verdadera personalidad penetrando cada día en lo insospechable. La fe nunca me ha adormecido; al contrario, la he vivido siempre muy despierto, con los pies en el suelo y una brizna de humor y de alegría. Puedes creerme. Y no soy el único que ha tenido esta experiencia. Me están entrando ganas de devolverte tu interrogante y preguntarte si tú, que tienes miedo a creer, no temes, más que a la ilusión, a una realidad infinitamente peligrosa: ¡ese brasero al que no quieres acercarte porque haría una buena limpieza en tu corazón atiborrado! Amigo mío, tienes que intentarlo...

Por otra parte, tu curiosidad supera tus reticencias. De ahí tus preguntas:

« ¿Cómo es posible pasar de la in creencia a la creencia de golpe?
-¿Es como un flechazo?
-¿Cómo se manifiesta Dios en su vida?
-¿Qué se puede hacer para cambiar?
-¿Hay que hacer cosas excepcionales para encontrar a Dios?
-¿Cómo se siente la presencia de Dios la primera vez?
-¿Cuál ha sido el momento en el que ha sentido a Dios más presente en su vida?
-¿Cuál es la edad ideal para ser como usted?
¿Por qué Dios aparece claramente en usted y no en nosotros que, sin embargo, le deseamos?
-¿Por qué Dios no se manifiesta a todos, dado que nos quiere a todos por igual?
-Llamé a Dios y no me respondió. ¿Por qué?
-¿Por qué usted siente a Dios y nosotros no?
-Usted ha logrado el privilegio de encontrar a Dios. ¿Cómo lo siente sin verle?
-¿Qué le pasó?
-¿Cómo darse cuenta que Dios existe y que nos ama?
-Dices que Dios es tu amigo. ¿También es mi amigo?
-¿Se puede aprender a amar a Dios?
-¿Se puede pasar toda una vida esperando el milagro de la fe?»

Todas estas preguntas me afectan y me emocionan más de lo que crees, porque detrás de ellas veo corazones sedientos, como los de los convertidos, y sin saciar. Siento el jadeo de estos jóvenes en busca de oxígeno, que no encontraron en la Iglesia la vida espiritual que buscaban. Escuchad me bien.

La fe, un don bajo múltiples formas

Sí, amigo, la fe en Cristo es un don del Padre. «Nadie puede acercarse a mí, dice Jesús, si el Padre que me envió, no le atrae» (Juan 6,44). San Agustín comentó de una manera admirable este versículo, mostrando que esta atracción funciona como una verdadera voluntad del espíritu... Pero no pidas cuentas a Dios sobre su modo de tocar el corazón humano. A veces, utiliza el itinerario normal de la formación cristiana, llenando el momento clave de ese proceso de una efusión del Espíritu Santo que proporciona una verdadera conversión en el mismo interior de la fe. Otras veces se sirve de las circunstancias, introduciéndose en la cadena de los hechos que dependen del más puro azar. Pienso, por ejemplo, en Paul Baudet, abogado de Jacques Fesch, que encontró la fe porque una agencia de viajes se equivocó y le dio pasaje en un barco en el que se encontraban varios centenares de estudiantes parisinos con destino a Tierra Santa. Dios se sirve también del testimonio de los creyentes y de su valentía misionera, que Juan Pablo II no cesa de alentar. Pero también es capaz de irrumpir en un alma sin preparación alguna y cuando menos se lo espera, como lo atestiguan los relatos de los convertidos. Y no es que Dios actúe así para burlarse de los demás hombres, sino para mostrar la «energía» que se desprende de su Palabra, y, quizá también, porque a hombres como Paul Claudel, André Frossard y André Levet los necesita para encomendarles una misión especial.

Tranquilízate, amigo mío. Yo siempre he sido cristiano, cosa que agradezco profundamente a mis padres, y nunca tuve una revelación especial; sin embargo, a lo largo de mi carrera sacerdotal, he conocido sorprendentes intervenciones del Espíritu. Porque la gracia no se contenta con mantener limpio el corazón del bautizado, sino que no cesa de crear cosas nuevas en él.
Así pues, trata de encontrar tu itinerario personal sin envidiar el del vecino. Lee testimonios de jóvenes como tú, y, sobre todo, reza, reza sin cansarte. Y después, pon los medios adecuados para encontrarte con el Señor y descubrir sus signos. A ello te ayudarán sobremanera los grupos de oración, de profundización de la fe o de evangelización.

También puedes acercarte a un monasterio, no para descubrir emociones especiales, sino para dejarte ayudar por esa parábola viviente que son los monjes, y para empaparte de su liturgia. Asimila todo esto en el silencio de la soledad o con los demás. Dios no dejará sin respuesta tu oración. Lo prometió. Pero muévete un poco y decídete. Arriésgate, avanza. No te quedes quieto con la boca abierta esperando un milagro. Practica la dirección espiritual. Recurre al sacramento del perdón. Comulga. Adora al Santísimo Sacramento y suplica al Dios que desea que le ames.
«¿Tengo derecho a exigir un signo a Dios para creer, o tengo que conformarme con pedírselo simplemente?», preguntas. En tu frase adivino, amigo mío, tu búsqueda impaciente y tu oración que roza el umbral del desafío. Yo te aconsejaría que suprimieras el verbo «exigir», porque está escrito: «no tentarás al Señor tu Dios», no le provocarás, no intentarás sacarle por intimidación lo que Él quiere regalarte. En ese caso, no descubrirías realmente la fe, que es acogida de un Amor esencialmente gratuita.

Además, exigiendo, te contradirías: te impedirías creer a ti mismo, pues pretenderías verificar a Dios sin tener que esperarle ni recibirle. Sin embargo, tienes todo el derecho de pedirle un signo, como lo hizo Gedeón en dos ocasiones, y de una forma un tanto grosera (Jueces 6,36-40)... Pero no intentes provocar el signo de una forma automática, porque caerías en el mundo de la ilusión, yeso es peligroso. No pidas grandes cosas. ¡Las pequeñas son tan bonitas y llegaron al fondo de nuestro corazón! Si es posible, no presentes siquiera c proposiciones precisas al Señor. Abandónate a lo que Él quiera. Así pues, no espíes a Dios ni le esperes con ansiedad, como se espera al cartero. Reza y vive con calma. Ya sé que, estando en la cárcel, André Levet tuvo la osadía de concertar una cita con Cristo ya una hora exacta: las dos de la mañana..., y el Señor se presentó, porque conocía el corazón profundo de este gran hombre. Pero, seguramente, éste no será tu itinerario. No seas celoso y espera lo que Dios te tiene reservado a ti solo.
A menudo me preguntas qué siente un converso, y con razón. Tienes que saber que la irrupción de Dios es imposible de describir, porque es, ante todo, el sentimiento de una Presencia. «De pronto, mi Dios es Alguien», exclama el joven Claudel, que no había ido a Nôtre Dame a rezar, sino a buscar inspiración literaria. En su cárcel, Jacques Fesch había conseguido ya eliminar las dificultades para creer, pero todavía no era capaz de rezar, aunque Dios le parecía cada vez más plausible. La noticia de una traición arrancará un grito de su pecho: «¡Dios mío!» «Al instante, escribe, me envolvió el Espíritu del Señor, como un viento violento que pasa sin saber muy bien de dónde procede. Se trata de una impresión de fuerza infinita y de dulzura que no se podría soportar mucho tiempo. Y, a partir de ese instante, creí con una convicción inalterable que nunca me ha abandonado.» Es curioso comprobar cómo la infidelidad de un ser querido le hizo descubrir la fidelidad absoluta de Dios.

Por último, todos los conversos dan testimonio de una misma experiencia fundamental: una Presencia que provoca la mezcla de dos sentimientos tan opuestos como la fuerza y la dulzura. En ciertos momentos de mi vida, también yo sentí esta curiosa mezcla de poder y suavidad, de atrevimiento y de ternura, sentimientos que han impregnado toda mi vida, aunque de una manera menos conmovedora. Como dice Jacques Fesch, la efusión del Espíritu no podría aguantarse durante mucho tiempo. De la misma María nos dice el Evangelio: «y el ángel la dejó» (Lucas 1,38). La Asunción es, pues, un acontecimiento limitado en el tiempo, aunque la gracia recibida permanece: la Virgen tiene que volver a su cocina. Entonces, la extraordinaria alegría se convierte en una paz plácida o incluso austera. «Caridad, alegría, paz....» (Gálatas 5,22).

Entonces es cuando el cristiano debe efectuar un reajuste: acomodar el resto de la vida al paso de Dios, es decir, convertir también las costumbres y las ideas. Claudel nos dice que empleó cuatro años en repudiar por completo las razones de su increencia, que seguían intactas después de su conversión. Jacques Fesch tuvo el mismo problema, pero no tuvo tiempo de resolverlo, porque murió a los veintisiete años. Sentía en su interior «presencia, calor, luz, dulzura, gratuidad», pero sin poder refutar el ateísmo de su guardián comunista, lo cual no le impedía hacer apostolado, pero no discutiendo, sino de otra manera. Tal vez los conversos hayan escondido demasiado los debates posteriores a su conversión, dando la impresión de que Dios les ha dispensado de luchar. Escucha bien esto, amigo mío, que intentas remar en medio de las dificultades: la misma María debió crecer en su fe, porque no lo comprendió todo de golpe (Lucas 2,50), y, además, tuvo que vivir acontecimientos tremendamente dolorosos.

André Manaranche
Libro preguntas jóvenes a la vieja fe

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viernes, 8 de julio de 2011

Regálame tu sonrisa

«Lo que llegó hasta el fondo de mi alma fue la arrebatadora sonrisa de la Santísima Virgen»
S. Teresita del Niño Jesús

Virgen de la sonrisa: imagen que acompañó la cama de Teresita, en su casa paterna, y la curó de sus tristezas.


Madre, regálame tu sonrisa...
Que en ella vea el corazón de Dios
que corre hasta abrazarme, a toda prisa.
Que en ella entienda, que es Dios, siempre mayor,
a todo lo que es y será en mí, solo ceniza.
Que en ella sienta el perdonar de Dios,
a todo lo que ya le confesé, pero aún me martiriza.
Que en ella obtenga el sonreír de Dios,
que inunde mis durezas del humor que las suaviza.
Que en ella aprenda la bondad de Dios,
que me vuelve bien por mal, y disuelve mi malicia.
Que en ella ofrezca mis “gracias” a Dios,
porque siempre, en su amor, me primeriza.
Que en ella lea que es gloria de Dios,
que mi alma tenga vida, y mi rostro: UNA SONRISA.

Javier Albisu
iglesia.org

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jueves, 7 de julio de 2011

Novena a la Virgen del Carmen

Del 7 al 15 de Julio

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Dios mío y Señor mío, postrado delante de vuestra Majestad Soberana, con todo mi ser, con toda mi alma y todo mi corazón te adoro, confieso, bendigo, alabo y glorifico. A ti te reconozco por mi Dios y mi Señor; en Ti creo, en Ti espero y en Ti confío. Me has de perdonar mis culpas y dar tu gracia y perseverancia en ella, y la gloria que tienes ofrecida a los que perseveran en tu amor. A Ti te amo sobre todas las cosas. A Ti confieso mi suma ingratitud y todas mis culpas y pecados, de todo lo cual me arrepiento y te pido me concedas benignamente el perdón. Pésame, Dios mío, de haberos ofendido, por ser Vos quien sois. Propongo firmemente, ayudado con vuestra divina gracia, nunca más pecar, apartarme de las ocasiones de ofenderos, confesarme, satisfacer por mis culpas y procurar en todo serviros y agradaros. Perdóname, Señor, para que con alma limpia y pura alabe a la santísima Virgen, Madre vuestra y Señora mía, y alcance por su poderosa intercesión la gracia especial que en este Novena pido, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y provecho de mi alma. Amén.

ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS

Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre también de los pecadores, y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario; por lo que su divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que pido en esta Novena, si conviene para su mayor honra y gloria, y bien de mi alma: que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa, y quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente; y uniendo mis voces con sus afectos, te saludo una y mil veces, diciendo: (rezar tres avemarías)

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Virgen santísima del Carmen; yo deseo que todos sin excepción se cobijen bajo la sombra protectora de tu santo Escapulario, que todos estén unidos a Ti, Madre mía, por los estrechos y amorosos lazos de esta tu querida Insignia. ¡Oh hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante tu sagrada imagen, y concédenos benigna tu amorosa protección. Te recomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre, el Papa, y las de la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos. Mira con ojos de compasión a tantos pobres pecadores, herejes y cismáticos, cómo ofenden a tu divino Hijo y a tantos infieles como gimen en las tinieblas del paganismo. Que todos se conviertan y te amen, Madre mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Así sea.

DÍA PRIMERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que fuiste figurada en aquella nubecilla que el gran Profeta de Dios, Elías, vio levantarse del Mar, y con su lluvia fecundó copiosamente la tierra, significando la purísima fecundidad con que diste al mundo a tu querido Hijo Jesús, para remedio universal de nuestras almas: te ruego, Señora, me alcances de su majestad copiosas lluvias de auxilios, para que mi alma lleve abundantes frutos de virtudes y buenas obras, a fin de que sirviéndole con perfección en esta, vida, merezca gozarle en la eterna. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA SEGUNDO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que por tu singular amor a los Carmelitas los favoreciste con tu familiar trato y dulces coloquios, alumbrándolos con las luces de tu enseñanza y ejemplo de que dichosamente gozaron. Te ruego, Señora, me asistas con especial protección, alcanzándome de tu bendito Hijo Jesús luz para conocer su infinita bondad y amarle con toda mi alma; para conocer mis culpas y llorarlas para saber como debo comportarme a fin de servirle con toda perfección; y para que mi trato y conversación sean siempre para su mayor honra y gloria y edificación de mis prójimos. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA TERCERO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que te dignaste admitir con singular amor el obsequio filial de los Carmelitas, que entre todos los mortales fueron los primeros que en tu honor edificaron un templo en el Monte Carmelo, donde concurrían fervorosos a darte culto y alabanza. Te ruego, Señora, me alcances sea mi alma templo vivo de la Majestad de Dios, adornado de todas las virtudes, donde El habite siempre amado, adorado y alabado por mi, sin que jamás le ocupen los afectos desordenados de lo temporal y terreno. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA CUARTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para mostrar tu especialísimo amor a los Carmelitas les honraste con el dulce nombre de hijos y hermanos tuyos, alentando con tan singular favor su confianza, para buscar en ti, como en amorosa Madre, el remedio, el consuelo y el amparo en todas sus necesidades y aflicciones, moviéndoles a la imitación de tus excelsas virtudes. Te ruego, Señora, me mires, como amorosa Madre y me alcances la gracia de imitarte, de modo que dignamente pueda yo ser llamado también hijo tuyo, y que mi nombre sea inscrito en el libro de la predestinación de los hijos de Dios y hermanos de mi Señor Jesucristo. Así Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA QUINTO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para defender a los Carmelitas, tus hijos, cuando se intentaba extinguir la sagrada Religión del Carmen, mostrando siempre el amor y singular predilección con que los amparas, mandaste al Sumo Pontífice, Honorio III, los recibiese benignamente y confirmase su instituto, dándole por señal de que esta era tu voluntad y la de tu divino Hijo, la repentina muerte de dos que especialmente la contradecían. Te ruego, Señora, me defiendas de todos mis enemigos de alma y cuerpo, para que con quietud y paz viva siempre en el santo servicio de Dios y tuyo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

SEXTO DÍA

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para señalar a los Carmelitas por especiales hijos tuyos, los enriqueciste con la singular prenda del santo escapulario, vinculando en él tantas gracias y favores para con los que devotamente lo visten y cumpliendo con sus obligaciones, procuran vivir de manera que imitando tus virtudes, muestran que son tus hijos. Te ruego, Señora, me alcances la gracia de vivir siempre como verdadero cristiano y cofrade amante del santo escapulario, a fin de que merezca lograr los frutos de esta hermosa devoción. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA SÉPTIMO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que en tu santo Escapulario diste a los que devotamente lo visten, un firmísimo escudo para defenderse de todos los peligros de este mundo y de las asechanzas del demonio, acreditando esta verdad con tantos y tan singulares milagros. Te ruego, Señora, que seas mi defensa poderosa en esta vida mortal, para que en todas las tribulaciones y peligros encuentre la seguridad, y en las tentaciones salga con victoria, logrando siempre tu especial asistencia para conseguirlo. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

DÍA OCTAVO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que ejerces tu especial protección en la hora de la muerte para con los que devotamente visten tu santo escapulario, a fin de que logren por medio de la verdadera penitencia salir de esta vida en gracia de Dios y librarse de las penas del infierno. Te ruego, Señora, me asistas, ampares y consueles en la hora de mi muerte, y me alcances verdadera penitencia, perfecta contrición de todos mis pecados, encendido amor de Dios y ardiente deseo de verle y gozarle, para que mi alma no se pierda ni condene, sino que vaya segura a la felicidad eterna de la gloria. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.


DÍA NOVENO

Comenzar con el acto de contrición y la oración.

ORACIÓN. ¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que extendiendo tu amor hacia los Carmelitas, aún después de la muerte, como piadosísima Madre de los que visten tu santo escapulario consuelas sus almas, cuando están en el Purgatorio, y con tus ruegos consigues salgan cuanto antes de aquellas penas, para ir a gozar de Dios, nuestro Señor, en la gloria. Te ruego, Señora, me alcances de su divina Majestad cumpla yo con las obligaciones de cristiano y la devoción del santo escapulario, de modo que logre este singularísimo favor. Así, Señora, te lo suplico humildemente, diciendo: Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, etc.
Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.

Terminar con la oración final.

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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