jueves, 30 de junio de 2011

¿Cuál es el poder de la oración ante la Eucaristía?

Es que Cristo está allí realmente presente en el Sagrario y como Dios que es, nos conoce y nos llama.

El sol ilumina, calienta, ejerce atracción sobre los planetas, es el centro del sistema solar. Me gusta imaginar a Cristo Eucaristía como un sol. La eucaristía es signo de la presencia viva del Resucitado.

Las custodias donde se expone el Santísimo Sacramento tienen forma de sol, la mayoría de las veces. En casa, aquí en Roma, tenemos adoración eucarística todos los días; la custodia es grande, como un sol, según se ve aquí en la foto.

Estar allí “expuestos al Sol”, frente a Él, es escuchar que te dice: “He venido a traer fuego a la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12, 49).

En la órbita del Sol Eucarístico

En momentos de fuerte sufrimiento moral, de soledad, duda o confusión, la mayoría de nosotros, si no todos, sentimos una atracción especial hacia Cristo Eucaristía. Y es que Cristo está allí realmente presente en el Sagrario y como Dios que es, nos conoce y nos llama.

Para eso se quedó con nosotros, para ser compañero de camino, consuelo, alimento, luz y guía. La experiencia nos demuestra cómo después de esas visitas al Santísimo salimos de la capilla en paz. Tantas veces llegamos con el espíritu descompuesto y rebelde y después de quince minutos frente a Él recobramos la paz. No hicimos nada, simplemente estuvimos en su presencia, “expuestos al Sol”. Y Él hizo su labor. Sólo necesitaba tenernos delante, rendidos con fe en su presencia, como la hemorroísa: “Con que toque la orla de tu manto quedaré sana…” (cf Mt 9,21). No es magia, es la fuerza transformante del amor de Dios.

En muchos libros y predicaciones, al hablar de la unión con Dios y de la búsqueda de la perfección, se insiste en los medios que el hombre debe poner para lograr progreso espiritual: los actos de piedad, los ejercicios espirituales, los métodos de oración, etc. y da la impresión de que la acción de Dios se deja en segundo lugar. Pero el progreso en la oración es gracia, don de Dios. La acción principal es la que pone Dios. El “espíritu que da vida” (1 Cor 15,49) es Él, y a Él lo recibimos por los sacramentos que son la fuente de la vida espiritual.

Alimento espiritual

Al comer, el sistema digestivo transforma el alimento en nuestro mismo cuerpo. En el caso de la Eucaristía, al recibirla como alimento es Cristo quien nos transforma en sí mismo. Nos va haciendo como Él.

Para hablarnos de la unión con Él, Cristo nos propone la parábola de la vid y los sarmientos (cf Jn 15, 1-8) Para visualizar la imagen, ayudan los iconos que representan esta parábola. Se ve cómo la cepa, que es Cristo, alimenta los sarmientos con su savia. Esa savia, energía o vida que nos transmite la hostia consagrada lo hace en virtud de la presencia real de Cristo en ella, en cuerpo, alma y divinidad. Allí está Cristo entero escondido con todo su poder de Dios. (cf. Catecismo 1374)

Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, crece su presencia espiritual en nosotros, el amor va creciendo, nos va transformando y modelando, haciéndonos más y más semejantes a Él, manteniéndonos en vida espiritual.

La Eucaristía es vida, es “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51) “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,54). “Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre mora en mí y yo en él (Jn 6,56-57).

Cuanto más nos expongamos al calor del Sol, mejor

El maestro de oración es Cristo, aquel a quien buscamos en la oración es a Cristo. Por eso, si queremos mejorar nuestra comunicación con Dios lo mejor que podemos hacer es frecuentar a Cristo Eucaristía, visitarle y recibir la comunión. Hacer la meditación diaria en su presencia es excelente opción. Y así, poco a poco, será más grande nuestra unión con Él, toda nuestra persona se irá modelando conforme a Su imagen. Este es el poder de la oración ante Cristo Eucaristía.

“Podría decirse que la vida eucarística conduce a una transformación de toda la sensibilidad, permitiendo la aparición de los sentidos espirituales: la vista se transforma por la contemplación, el gusto se hace capaz de percibir las realidades espirituales y la dulzura de Dios, el olfato siente el aroma de la divinidad.” (cfr. Teología espiritual, Charles André Bernard)

P. Evaristo Sada
la-oracion.com

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martes, 28 de junio de 2011

Oración antes de estudiar

Esta oración se la enseñó el padre de Juan Pablo II cuando tenía dificultades para estudiar.

«Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo.
Lo que debo callar, lo que debo actuar, lo que debo hacer,
para la gloria de Dios, bien de las almas y de mi propia santificación.

Espíritu Santo: dame agudeza para entender, capacidad para retener,
método y facultad para aprender, sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.

Dame acierto al empezar, dirección al progresar
y perfección para acabar.
Amén.»

iglesia.org

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lunes, 27 de junio de 2011

Los cinco defectos de Jesús

Por Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan

Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.

Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.

En la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?».

Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio.


Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!

Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica

Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15, 89).

¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...

Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»

Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).

Cuarto defecto: Jesús es un aventurero

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas.

Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso.

Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!

Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».
Y nosotros hemos creído en el amor

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas.

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles.

Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón».

Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.

Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan nació en 1928 en Hue, región central de Vietnam. Fue ordenado sacerdote en 1953 y obispo de Nhatrang en 1967. En 1975 es nombrado por Pablo VI obispo coadjutor de Saigón, actualmente ciudad de Ho Chi-Minh. A los pocos meses de su nombramiento, con la llegada del régimen comunista, es arrestado permaneciendo en la cárcel desde 1975 a 1988. Nombrado cardenal en febrero de 2001, murió en 2002 a los 74 años.

devocionario.com

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domingo, 26 de junio de 2011

El Ausente no puede estar más Presente

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI


Evangelio: Juan 6, 51 - 58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Entonces Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre."

EL AUSENTE NO PUEDE ESTAR MÁS PRESENTE

Celebrábamos hace unos domingos la Ascensión del Señor a los Cielos. Jesucristo desapareció a la vista de los apóstoles; éstos, sin embargo, regresaron contentos, pues confiaban en las promesas que el Maestro les había hecho y sabían que no quedarían solos. El Espíritu Santo descendería sobre ellos y sobre toda la Iglesia, según la Palabra de Cristo; y Él Mismo les había garantizado una misteriosa presencia: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo".

Se va, pero permanece entre nosotros; es más, no puede estar más presente y activo. Estamos hablando del Sacramento de la Eucaristía, cuya fe hoy confesamos pública y solemnemente más que ningún otro día del año. Jesucristo es el Ausente que no puede está más Presente, pues se encuentra bajo la apariencia del Pan y del Vino consagrados.

El Corpus Christi es la gran fiesta de la presencia de Jesucristo en el mundo. "Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor..." se cantará hoy en innumerables pueblos y ciudades de nuestra geografía. Hoy queremos gozarnos y proclamar a todo el mundo que Dios está tan presente que va por nuestras calles y plazas, en procesión; que el Mismo que nos espera en el Sagrario, bendice nuestras casas pasando delante de ellas, como devolviéndonos la visita. Muchas y preciosas son las imágenes de la Semana Santa que nos recuerdan a Dios. Hoy no sacamos imágenes, pues es Dios mismo el que procesiona.

La fiesta del Corpus es una fuerte llamada a vivir la presencia de Cristo, nuestro Hermano y nuestro Señor. Y, una vez descubierta su presencia en la Eucaristía, hallarlo también presente en cada hermano. Porque Él lo dejó muy claro: "Lo que hacéis con uno de éstos, mis hermanos, conmigo lo hacéis".

Por eso el día del Corpus es también fiesta de la Caridad fraterna. No puede haber auténtica adoración eucarística si no hay caridad con el prójimo. La Iglesia siempre lo ha entendido así, ha vinculado desde los primeros siglos la Eucaristía a la Caridad fraterna. Fue Jesús el que en la misma Cena en que instituyó la Eucaristía visibilizó el amor al prójimo mediante lavando los pies a los discípulos.

Y, así, lleva el nombre de la Caridad - Cáritas - la institución de la Iglesia que más cerca está de los necesitados. La Eucaristía es también una llamada a colaborar con Cáritas. No separemos nunca Adoración a Cristo y Caridad en nombre de Cristo. La Beata Madre Teresa de Calcuta lo inculcaba bien en el espríritu de sus misioneras: varias horas de oración y adoración eucarística precedían diariamente a la ingente labor caritativa desarrollada por sus hijas. A ellas les repetía frecuentemente: "El mismo Cristo a quien habéis adorado es el que os espera ahora en cada pobre al que serviréis"; y cuentan que en las camillas donde ponían a los enfermos, se podía leer: "Este es el Cuerpo de Cristo". El Ausente no puede estar más Presente, porque presente está también en el prójimo.

Venid adoradores, adoremos al Señor; venid, servidores, sirvamos al prójimo como quien sirve al Señor.

María Santísima nos ayuda a mantener unidas Eucaristía y Caridad.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 25 de junio de 2011

¿Qué es la Transubstanciación?



Estimemos por «justa y conveniente» la palabra exacta que expresa la conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!

¿Qué es la Transubstanciación? «La Presencia Real»

1. Verdadera, real y sustancial Nos enseña la santa fe católica que Nuestro Señor Jesucristo está verdadera, real y sustancialmente presente, en el Santísimo Sacramento del altar. Es sacramento porque es signo sensible –pan y vino–, y eficaz –produce lo que significa–, de la gracia invisible y porque contiene al Autor de la gracia, al mismo Jesucristo nuestro Señor.

¿Qué quiere decir verdadera?

Verdadera quiere decir que su presencia no es en mera figura (como en una foto), como quería Zwinglio, sino en verdad.

¿Qué quiere decir realmente?

Realmente quiere decir que su presencia no es por mera fe subjetiva (no porque uno así lo opine), como quería Ecolampadio, sino en la realidad.

¿Qué quiere decir sustancialmente?

Sustancialmente quiere decir que la presencia del Señor en la Eucaristía no es meramente virtual (como la usina eléctrica está virtualmente presente en el foco de luz), como quería Calvino, sino según el mismo ser de su Cuerpo y Sangre que asumió en la Encarnación.

El Concilio de Trento enseña que:

«Si alguno negare que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real, y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema».

Doctrina que recoge el reciente Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Ro 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo (está presente), bajo las especies eucarísticas”.

El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos”. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero.” “Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente”».

De tal modo, que Nuestro Señor Jesucristo está presente en la Eucaristía con el mismo Cuerpo y Sangre que nació de la Virgen María, el mismo cuerpo que estuvo pendiente en la cruz y la misma sangre que fluyó de su costado.

2. De la Transubstanciación Nuestro Señor se hace presente por la conversión del pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. Esa admirable y singular conversión se llama propiamente «transubstanciación», no consustanciación, como quería Lutero. Se dice admirable porque es un misterio altísimo, superior a la capacidad de toda inteligencia creada. ¡Es el Misterio de la fe! Se dice singular porque no existe en toda la creación ninguna conversión semejante a esta.

En la transubstanciación toda la substancia del pan y toda la sustancia del vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. De tal manera que bajo cada una de las especies y bajo cada parte cualquiera de las especies, antes de la separación y después de la separación, se contiene Cristo entero. Es de fe, por tanto, que de toda y sola la substancia del pan y del vino se transubstan­cia en toda y sola la sustancia del cuerpo y sangre de Cristo.

Ahora bien, ¿qué es lo que permanece? Permanecen, sin sujeto de inhesión, por poder de Dios, en la Eucaristía los accidentes, especies o apariencias del pan y del vino. ¿Cuáles son? Los accidentes que permanecen después de la transusbtanciación son: peso, tamaño, gusto, cantidad, olor, color, sabor, figura, medida, etc, de pan y de vino. Sólo cambia la sustancia. Por la fuerza de las palabras bajo la especie de pan se contiene el Cuerpo de Cristo y, por razón de la compañía o concomitancia, junto con el Cuerpo, por la natural conexión, se contiene la Sangre, y el alma y, por la admirable unión hipostática, la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Y, ¿qué se contiene por razón de las palabras bajo la especie del vino? Por razón de las palabras se contiene la Sangre de Cristo bajo la especie del vino y, por razón de la concomitancia, junto con la Sangre, por la natural conexión, se contiene el Cuerpo, el Alma y, por la unión hipostática, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios.

Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas”.

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”».

Sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación”».

3. Omnipotencia de Dios El sacerdote ministerial predica la Palabra de Dios, presenta a Dios los dones de pan y vino, los inmola y los ofrece al transubstanciarlos en el Cuerpo y la Sangre del Señor, obrando en nombre y con el poder del mismo Cristo, de modo tal que, por sobre él sólo está el poder de Dios, como enseña Santo Tomás de Aquino: «El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina», de tal modo, que ni siquiera el Papa, tiene mayor poder que un simple sacerdote, para la consagración del Cuerpo de Cristo: «No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote».

«Al mandar a los Apóstoles en la Última Cena: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25), les ordena reiterar el rito del Sacrificio eucarístico de mi Cuerpo que será entregado y de mi Sangre que será derramada (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25).

Enseña el Concilio de Trento que Jesucristo, en la Última Cena, al ofrecer su Cuerpo y Sangre sacramentados: “a sus apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó ... que los ofrecieran”». Y esto por el poder divino, ya que existe «en la misma transformación, una selección que indica penetración extraordinaria; dentro de una misma cosa material hay algo que cambia y algo que permanece inmutable; además el cambio produce algo nuevo...».

En la Divina Invocación, como llamaban muchos Santos Padres a la consagración, se da:

1. Una selección: entre la substancia y los accidentes;

2. Una penetración extraordinaria: distinguir ambos elementos, para que desaparezca uno y permanezca el otro;

3. Algo nuevo aparece: el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Cristo, bajo especie ajena, o sea, sacramental.

Por esto, la conversión del pan y del vino en la Misa, implica dificultades más grandes que respecto a la creación del mundo, como dice Santo Tomás de Aquino: «En esta conversión hay más cosas difíciles que en la creación, en la que sólo es difícil hacer algo de la nada. Crear, sin embargo, es propio de la Causa Primera, que no presupone nada para su operación. Pero en la conversión sacramental (de la Eucaristía) no sólo es difícil que este todo (el pan y el vino) se transforme en este otro todo (el Cuerpo y la Sangre de Cristo), de modo que nada quede del anterior, cosa que no pertenece al modo corriente de producir, sino que también queden los accidentes desaparecida la substancia...».

Queridos hermanos y hermanas: Crezcamos siempre en la fe y el amor a Nuestro Señor presente en la Eucaristía. Estimemos por «justa y conveniente» la palabra exacta que expresa la conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!, que debería sonar en nuestros oídos como música celestial. Y admiremos siempre el poder de Dios que allí se manifiesta, como lo hace el pueblo fiel que dice, con las palabras del Apóstol Tomás, después de ocurrida la transustanciación: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28). Comentarios al autor: carlosbuela@ive.org Consultorios en línea. Dudas personales, asesoría doctrinal y espiritual, vocacional, problemas familiares...

P. Carlos Miguel Buela
catholic.net

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viernes, 24 de junio de 2011

El Milagro Eucarístico de Siena

El milagro eucarístico permanente de Siena se manifiesta en la prodigiosa conservación contra toda ley física, química, biológica , de 223 hostias frágiles consagradas el 14 de agosto de 1730 en la basílica de San Francisco de Siena y en la misma noche, sacrílegamente profanadas por ladrones desconocidos, ávidos del sagrado vaso de plata que las guardaba.

Gracias a la diligentísima búsqueda realizada por las autoridades religiosas y civiles, las sagradas Partículas fueron encontradas, casualmente, la mañana del 17 de agosto en el vecino santuario de Santa María de Provenzano, donde los sacrílegos ladrones las habían echado dentro de una caja de limosnas.
Caídas en medio del polvo, de las telarañas y del dinero de la caja, fueron piadosamente recogidas, cuidadosamente examinadas y debidamente identificadas. Tributado un homenaje de adoración y reparación por el pueblo, con una solemnísima procesión, fueron llevadas a San Francisco, en una apoteosis de cantos y de oraciones.

Para satisfacer las demostraciones de fe y de amor por parte de los fieles que habían acompañado aquellas Partículas, los religiosos Menores conventuales no las consumieron. El tiempo pasaba, pero en ellas no se apreciaba ningún signo de alteración, como se hubiera podido esperar. Evidentemente, en los designios de la Providencia, aquella sacrílega profanación debía quedar, a través de los siglos, como un apologético testimonio de la presencia real de Jesús en la Santísima Eucaristía.


Muchas veces, hombres ilustres las han examinado con los medios que el progreso ponía a su disposición, multiplicando, en el tiempo, causas y elementos que hubieran favorecido la corrupción (contactos, polvo, humedad). Pero la ciencia ha concluido siempre su examen afirmando: Las sagradas partículas están todavía frescas, intactas, físicamente incorruptas, químicamente puras, y no presentan principio alguno de corrupción.
Este fue el veredicto de la Comisión compuesta por eminentes profesores de física, higiene, química y farmacia, que realizó el gran examen científico del 10 de junio de 1914. Constataciones directas e inmediatas se renovaron en 1922, cuando el cardenal Juan Tocci puso las Santas Formas en un cilindro de cristal puro de roca.

En 1950, las Hostias Milagrosas fueron cambiadas de ostensorio y puestas en uno más atractivo y rico que llamó la atención de otro ladrón. Éste, durante la noche del 5 de agosto,de 1951, cometió otro sacrilegio en contra de las hostias, pero esta vez solo se llevó el ciborio dejando las hostias en una esquina del tabernáculo. Después de contar 133 hostias, el Arzobispo las guardó selladas en un ciborio de plata. Fueron fotografiadas y colocadas en un relicario en el cual se encuentran hoy.
Los Obispos y oficiales de la Iglesia fueron, solemnemente, en procesión con las Hostias a través de la ciudad, y las tuvieron expuestas por un tiempo.
Las hostias milagrosas son expuestas públicamente en varias ocasiones, pero especialmente el 17 de cada mes, que conmemora el día que fueron encontradas en el año 1730. En la fiesta de Corpus Christi, las hostias sagradas son llevadas en una triunfante procesión a través de las calles de Siena.
Las hostias milagrosas han sido visitadas y adoradas por San Juan Bosco , el Papa Juan XXIII y Juan Pablo II.

El milagro eucarístico permanente de Siena, para el cual el tiempo se ha parado, ofrece a todos desde el más excéptico al más distraído la posibilidad de ver con los propios ojos y de tocar con las manos una de las más grandes maravillas de Cristo sobre la tierra, ante la cual la ciencia ha doblado la frente.

El milagro que continúa, suscita en todos los hijos de Dios un deseo más ardiente del Pan vivo bajado del Cielo y un mayor amor hacia Aquel que se ha hecho nuestro compañero de viaje hasta la consumación de los siglos: por el hombre, por la vida y por la salvación del mundo.

webcatolicodejavier.org

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miércoles, 22 de junio de 2011

La respuesta tiene un nombre

«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). La respuesta personal que Dios ha ofrecido humanamente a nuestra sed de infinito, su propio Hijo, supera todos nuestros deseos. Es absolutamente sobreabundante. Y, sin embargo, como dice el ángel a José - cuyo corazón se había llenado de temor ante algo incomprensible para él - dicha respuesta es lo más concreto que existe, tiene hasta un nombre preciso: Jesús.

La respuesta de Dios al hombre es una Persona: su Hijo Jesús. Es importantísimo que no pasemos por alto esta afirmación: Dios no ha querido respondernos dictándonos unos principios doctrinales o enseñándonos un camino moral para que pudiésemos recorrerlo. El Papa nos lo enseña al principio de la encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE 1).

Dios nos ha respondido enviando a su Hijo. Un Hijo al que podemos llamar con su nombre propio: Jesús.

Por eso la tarea de la vida es la amistad con Jesús, conocerle y amarle. Convivir con Jesús es el modo para que nuestro corazón sacie permanentemente su sed. Es impresionante que el Evangelio describa la primera intención de Jesús al elegir a sus amigos más directos, los doce, con estas palabras: «instituyó doce para que estuvieran con él» (Mc 3, 14). Estar con Cristo: esta es la respuesta, este es el camino, esto es ser cristiano. Y esto, atención, es el contenido de la vida: porque la vida se nos ha dado para que nuestro corazón se sacie, para que seamos felices.

Normalmente cuando nos hacemos amigos de alguien, vamos conociendo, poco a poco, su vida: quienes son sus padres, dónde ha nacido y crecido, qué es lo que le gusta y lo que prefiere evitar. También la amistad con Jesucristo implica conocerle más y más, para poder seguirle. El misterio de la Navidad, que pronto celebraremos, es una ocasión privilegiada para profundizar en el conocimiento de Jesús.

madrid11.com

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lunes, 20 de junio de 2011

¿Qué es la confesión de nuestros pecados?



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domingo, 19 de junio de 2011

La Santísima Trinidad, un sólo Dios


Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 3, 16-18

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.

Oración introductoria

Señor y Dios mío soy todo tuyo. Me coloco en tu presencia. Ayúdame a vivir de acuerdo con mi identidad cristiana y a llevar a los demás hacia ti, con mi ejemplo de vida. Yo sé que Tú me ayudas en todo momento y que siempre cuento contigo. Nunca me dejes solo, pues sin ti no soy nada.

Petición

Dios mío, ayúdame para que sea un verdadero hijo tuyo y que con mi ejemplo pueda ayudar a mis demás hermanos. Sólo te pido una cosa, que nunca me separe de ti por el pecado, quiero siempre estar contigo.

Meditación

Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor “no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia” (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente. Alabar y engrandecer a Dios con nuestra vida. (Benedicto XVI, Solemnidad de la Santísima Trinidad, domingo 7 de junio de 2009)

Reflexión apostólica

Hoy celebramos la fiesta de Dios uno y trino, la Santísima Trinidad. El evangelio nos muestra que Dios todopoderoso, nuestro Padre y Creador, nos ama tanto que nos entregó a su Hijo unigénito, para que pudiéramos merecer la vida Eterna. Esto significa que, en definitiva, nosotros estamos llamados a gozar de una felicidad verdadera y permanente desde antes de que creara el mundo. Solamente necesitamos que vivir de acuerdo con nuestra conciencia, esto es, de acuerdo con la voluntad de Dios en nuestras vidas. Tomar en serio el compromiso de la fe que profesamos y así, con nuestro buen ejemplo, lo trasmitamos a los demás.

Propósito

Hoy me mostraré generoso con los demás ayudándolos en sus necesidades, en la medida de mis posibilidades. Quiero imitar el ejemplo de amor de la Santísima Trinidad.

Diálogo con Cristo

Señor, ayúdame a entregarme con decisión en mi vocación de cristiano. Que sepa salir de mi mundo y donarme sin límites. Llena mi corazón de tus bienes eternos. Que nunca te deje sólo. Ayúdame Señor, a ser fiel a tu voluntad. Gracias, Padre, por crearme. Gracias Jesús por por redimirme. Gracias Espíritu Santo por iluminarme y santificarme.


¡Tarde te he amado, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te he amado! (San Agustín, Conf. 10, 27)

H. Rafael Torres
catholic.net

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sábado, 18 de junio de 2011

¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad?

¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios como para añadirnos el enigma de que es «uno y trino»? A diario aparece quien no estaría a disgusto con dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes que profesan la fe en un Dios rígidamente único.

La respuesta es que los cristianos creen que Dios es trino ¡porque creen que Dios es amor! Si Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a nadie. Nos interrogamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ¡ama a los hombres! Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Entonces, antes, ¿a quién amaba Dios? No puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a uno mismo no es amor, sino egoísmo, o como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto, no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo; no así si Dios es concebido como amor absoluto.

La teología se ha servido del término naturaleza, o sustancia, para indicar en Dios la unidad, y del término persona para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es un retroceso, un pacto entre monoteísmo y politeísmo. Al contrario: es un paso adelante que sólo el propio Dios podía hacer que lo diera la mente humana.

La contemplación de la Trinidad puede tener un precioso impacto en nuestra vida humana. Es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la teología «relaciones subsistentes». Significa que las personas divinas no tienen relaciones, sino que son relaciones. Los seres humanos tenemos relaciones -entre padre e hijo, entre esposa y esposo, etcétera--, pero no nos agotamos en esas relaciones; existimos también fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La felicidad y la infelicidad en la tierra dependen en gran medida, lo sabemos, de la calidad de nuestras relaciones. La Trinidad nos revela el secreto para tener relaciones bellas. Lo que hace bella, libre y gratificante una relación es el amor en sus diferentes expresiones. Aquí se ve cuán importante es que se contemple a Dios ante todo como amor, no como poder: el amor dona, el poder domina. Lo que envenena una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de acogerle y entregarse.

Debo añadir una observación importante. ¡El Dios cristiano es uno y trino! Ésta es, por lo tanto, asimismo la solemnidad de la unidad de Dios, no sólo de su trinidad. Los cristianos también creemos «en un solo Dios», sólo que la unidad en la que creemos no es una unidad de número, sino de naturaleza. Se parece más a la unidad de la familia que a la del individuo, más a la unidad de la célula que a la del átomo.

La primera lectura de la Solemnidad nos presenta al Dios bíblico como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad». Éste es el rasgo que reúne más al Dios de la Biblia, al Dios del Islam y al Dios (mejor dicho, la religión) budista, y que se presta más, por ello, a un diálogo y a una colaboración entre las grandes religiones. Cada sura del Corán empieza con la invocación: «En el nombre de Dios, el Misericordioso, el Compasivo». En el budismo, que desconoce la idea de un Dios personal y creador, el fundamento es antropológico y cósmico: el hombre debe ser misericordioso por la solidaridad y la responsabilidad que le liga a todos los vivientes. Las guerras santas del pasado y el terrorismo religioso del presente son una traición, no una apología, de la propia fe. ¿Cómo se puede matar en nombre de un Dios al que se continúa proclamando «el Misericordioso y el Compasivo»? Es la tarea más urgente del diálogo interreligioso que juntos, los creyentes de todas las religiones, deben perseguir por la paz y el bien de la humanidad.

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viernes, 17 de junio de 2011

Voluntariado social: ¿moda o necesidad?

¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?

Se está celebrando el “año Europeo del voluntariado” y este es un fenómeno que interpela a la praxis de la fe cristiana. De hecho surgen muchos interrogantes tales como: ¿Qué hay de inspiración cristiana en esta “cultura del voluntariado”? ¿Es suficiente para cumplir el mandato del Jesús de predicar el Evangelio con la simple participación en el voluntariado social? ¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?

El voluntariado, como expresión concreta de la solidaridad, es una de las actitudes mejor valoradas en la sociedad actual. Sus objetivos se pueden concretar en el altruismo, la ayuda mutua, la participación civil. Sin embargo, con frecuencia no quedan bien definidos ni el término, ni el concepto; es más, ni siquiera la libertad y gratuidad que le son inherentes. A veces se confunden las motivaciones y las convicciones, se mezclan prestación de servicios con entrega personal, ejercicio del altruismo con responsabilidad social. Los sectores a los que el voluntariado se extiende son muy variados y amplios, como pueden ser: el asistencial, sanitario, cultural y educativo, la promoción y capacitación laboral, la integración social y acogida a emigrantes, la ayuda al Tercer Mundo y otros. El Beato Juan Pablo II se refirió en diversas ocasiones al tema, en una de ellas decía: “me parece que el siglo que comienza deberá ser el de la solidaridad. Hoy lo sabemos mejor que ayer: no estaremos felices y en paz los unos sin los otros, y aún menos, los unos contra los otros. La operaciones humanitarias con ocasiones de conflictos o de catástrofes naturales recientes han suscitado loables iniciativas de voluntariado que revelan un fuerte sentido de altruismo, especialmente en las jóvenes generaciones” (10.1.2000).

Ahora bien, quienes han estudiado más de cerca toda esta problemática del voluntariado en la actualidad, creen detectar un cierto paracaidismo social que se manifiesta en un quedarse solamente en un asistencialismo paternalista, en una especie de lavado rápido de la propia conciencia o incluso de frustraciones personales, en un discurso acerca de la cultura solidaria, que tendría más de ideológica que de solidaria. Asimismo se habría cedido a la tentación de anestesiar mediante alguna contribución voluntarista la responsabilidad moral que brota de la injusticia. Nunca se debería olvidar que las relaciones entre los seres humanos deben estar regidas por la justicia. La solidaridad nunca sustituye a la justicia.

En el caso del voluntariado cristiano es importante la delimitación de su propia identidad, sin minusvalorar otras formas o motivaciones para el voluntariado social. El voluntario cristiano ha de tener muy claro que su compromiso nace del acto mismo de fe en Dios revelado en Cristo, por el cual el hermano se convierte en el “rostro” del mismo Jesús. Por esta razón, el voluntariado cristiano tiene una fundamentación distinta y diversa al voluntariado simplemente humanista. La mística que impulsa a la acción en favor del necesitado dimana de la vida y mensaje de Jesucristo, servidor de los enfermos y los pobres. Y así, esta acción ha de ser concebida como un verdadero ministerio de caridad fraterna, que lo aleja de cualquier interés o búsqueda de gratificaciones indirectas, personales o profesionales. Para el católico, participar como voluntario en una acción social supone dar respuesta a una llamada que brota del mismo Evangelio.

Por tanto, para un cristiano resulta impensable separar la solidaridad del mensaje de las Bienaventuranzas. Si nos sentimos unidos a los demás (es decir, si somos solidarios) no es sólo por una simple razón de pertenencia a la comunidad humana, sino por el imperativo del mandamiento del amor mediante el cual se distingue a los discípulos de Cristo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,12-13). No hay un Dios más solidario que Aquel que se encarnó, murió y resucitó por la humanidad y por cada uno de nosotros. El perfil de esa entrega total y solidaria se llama caridad: que es “alma de la Iglesia”, como también principio y fin del ser y obrar de todo cristiano.

Monseñor Juan del Río Martín
zenit.org

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jueves, 16 de junio de 2011

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

El primer jueves después de Pentecostés celebramos la festividad litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.

Vivimos momentos de pasión de la Iglesia. Se exhibe en picota la infidelidad y aberraciones de unos ministros-¿infiltrados? ¿vividores?- indignos, como paradigma generalizado y abominable del sacerdocio, que es excelso porque encarna en la tierra al mismo Cristo. Decía, admirado, Pedro de Blois: «Dios, que no ha querido tener ningún cooperador en la obra de la Creación, quiere tenerlo en la obra de la Redención». Y este coadjutor es el sacerdote.

Esta festividad sacrosanta ha de ser para todos los católicos un día intensamente sacerdotal. Un día para amar el sacerdocio de Jesucristo prolongado en sus ministros. Para agradecer a Cristo este don inestimable. Ha de ser una jornada de santidad sacerdotal que nos reúna a todos: pastores y seglares, con un solo corazón y una sola alma, para pedir muchos y santos sacerdotes.
Y ha de ser un día para agradecer a los sacerdotes su entrega absoluta. El sacerdote actúa en la persona de Cristo... Perdona con el perdón de Dios, lleva su Palabra que se encarna en su propia palabra, perpetúa la presencia real de Cristo entre nosotros... Si a veces nos defrauda su insuficiencia personal, pensemos que a Dios no le ha estorbado. Consideremos el peso de la dignidad divina que lleva dentro. Y ¡cuántas veces no habremos ayudado a tal o cual sacerdote a superarse! ¡Cuántas lo habremos hundido más aún en el aislamiento, con la incomprensión y la maledicencia!

Es momento de hablar con valentía de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma de vida espléndida y privilegiada, porque se funda en la Palabra irrevocable de Dios. Porque el sacerdote está al servicio de todos los hombres. Y porque -parafraseando al cardenal Juan M. Lustiger- su acción no tiene por límite su propia capacidad de obrar, sino que se inscribe en la acción de Dios que obra a través de él.

Querríamos hacer llegar a todos los sacerdotes del mundo el testimonio de nuestro apoyo, de nuestra solidaridad, de nuestro amor... A todos les decimos: ¡Gracias, queridos sacerdotes!

Revista Ave María

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miércoles, 15 de junio de 2011

Ven, Espíritu divino

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don,
en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén.

iglesia.org

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domingo, 12 de junio de 2011

Enviados con la fuerza del Espíritu Santo

Pentecostés

Jesús viene a sembrar la semilla de la paz en los corazones temerosos de los discípulos.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20, 19-23

A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas donde estaban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz sea con vosotros”. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Díjoles de nuevo: “La paz sea con vosotros: Como mi Padre me envió, así os envío Yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos”.

Oración introductoria

Señor Jesús, gracias por salir a mi encuentro al igual que lo hiciste con tus discípulos. Te agradezco por borrar mis miedos y temores. Quiero ser tu enviado, tu representante en medio de este mundo que cada día le cuesta más creer en ti.

Petición

Señor, ayúdame a ser valiente para dar testimonio de ti. Dame la gracia de llevar tu luz a tantas personas que caminan en la oscuridad. Que no dude en ser dócil a las dulces inspiraciones de tu Espíritu, para que puedas usarme como Tú quieras.

Meditación

Jesús resucitado se aparece a sus discípulos en un momento en que se encontraban reunidos. El Maestro viene a sembrar la semilla de la paz en los corazones temerosos de los discípulos. Pero Jesús les da esta paz no para que la guarden para sí, sino para que la compartan, porque “La paz de Cristo solo se difunde a través del corazón renovado de hombres y mujeres reconciliados y convertidos en servidores de la justicia, dispuestos a difundir en el mundo la paz únicamente con la fuerza de la verdad” (Homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la misa de Pentecostés, 11 de mayo de 2008).

Reflexión apostólica

Jesucristo el día de su resurrección nos da una misión muy grande. Quiere que todos los hombres hagan la experiencia del amor tan grande que Dios les tiene, y nos ha elegido para transmitir su mensaje. Dependerá de nosotros el comunicar esta hermosa noticia al mayor número de personas posibles. Sin embargo, no estamos solos, contamos con el auxilio del Espíritu Santo, el Espíritu de amor, el “Dulce Huésped del alma”.

Propósito

Hoy pediré al Espíritu Santo nos traiga la paz a toda mi familia.

Diálogo con Cristo

Jesús, gracias por darme la oportunidad de ser tu apóstol. Ayúdame a no tener miedo de transmitirte. Gracias también por el don de tu Espíritu Santo.


Todo origen de apostolado tiene su origen y su fuerza en la caridad. (Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 8)

Juan Fidel Medina
catholic.net

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sábado, 11 de junio de 2011

Especial de Pentecostés‏

Inicio de la Iglesia Católica, fiesta que se celebra 50 días después de la Pascua, 12 de junio de 2011

Origen de la fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.

En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa del Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: “Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad” (San Juan 14, 16-17).

Más adelante les dice: “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (San Juan 14, 25-26).

Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: “Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,... muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,... y os comunicará las cosas que están por venir” (San Juan 16, 7-14).

En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.

Explicación de la fiesta:

Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.

Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.

En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.

Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

¿Quién es el Espírtu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

Señales del Espíritu Santo:

El viento, el fuego, la paloma.

Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.

El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.

Nombres del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.

Misión del Espíritu Santo:

El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.

El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.

El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.

El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

El Espíritu Santo y la Iglesia:

Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.

El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.
El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.
El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.

Los siete dones del Espíritu Santo:

Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.


SABIDURÍA: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.

ENTENDIMIENTO: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.

CIENCIA: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.

CONSEJO: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.

FORTALEZA: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.

PIEDAD: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.

TEMOR DE DIOS: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.

Oración al Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
OH Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo.
Por Jesucristo, nuestro Señor
Amén.

catholic.net

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viernes, 10 de junio de 2011

Llevar la cruz

No existe únicamente la cruz de Cristo, existe también nuestra cruz.

Y, entonces, ¿cuál es esta cruz? Amigo, quiero decirte dos palabras, a este propósito, con mucha claridad, como se hace entre verdaderos amigos.

Tenlo presente. La cruz que no te va bien es precisamente la tuya.

La cruz no es un vestido, ni un par de zapatos que te deben venir a la medida. La cruz jamás va a la medida de tu gusto y de tus exigencias particulares. Desgarra, magulla, araña, arranca la piel, aplasta, doblega...

Y, sin embargo, no hay duda. Para que sea de verdad tuya, la cruz no debe irte bien. Por cualquier lado que la mires, la cruz nunca va bien.

Tampoco a Cristo le iba bien su cruz. No le fue bien la traición de Judas, el sueño de los apóstoles, la conjura de sus enemigos, la fuga de sus amigos, las negociaciones de Pedro, las burlas de los soldados, el grito feroz del pueblo.

La cruz, para que lo sea, no debe irte bien.

Esa cruz que te viene encima en el momento menos oportuno -una enfermedad que te pilla mientras tienes muchas cosas que hacer y que te echa por tierra un montón de proyectos -es la "tuya".

Esa cruz que nunca hubieras esperado -aquel golpe cobarde que te ha venido de un amigo, aquella frase que tenía el chasquido de un latigazo, aquella calumnia que te ha dejado sin respiración- es "tu" cruz.

Esa cruz que tú no habrías elegido nunca entre otras mil -"una cosa así no debía sucederme a mí"- no hay duda: es "tu" cruz.

Esa cruz que te parece excesiva, disparatada, desproporcionada a tus débiles fuerzas -"es demasiado, no puedo más"- no pertenece a los otros: es la "tuya".

No te hagas ilusiones. No existe una cruz a la medida.

Para ser cruz tiene que estar fuera de medidas.

Intenta buscar. Registra por todas partes. Examina todo bien.

Valóralo con atención. Y, si encuentras al final la cruz que te va bien, tírala. Esa, ciertamente, no es la tuya.

Las señales para reconocer si una cruz es tuya son desconcertantes: imprevisión, repugnancia, malestar, imposibilidad, inoportunidad, sentido de debilidad.

Si una cruz se te presenta como antipática, desagradable, excesiva, demasiado ruda, insoportable, no dudes en cargar con ella. Te pertenece.

Por otra parte, no importa que no sea "tuya" en el momento de partir. Llegará a serlo durante el camino, a través de una cierta familiaridad que se establecerá entre tú y ella.

Al principio se te presentará como si te fuera extraña.

Después descubrirás que es verdaderamente tuya.

Sólo llevándola te darás cuenta de que esa cruz es "tuya".

Esto no quiere decir, entiéndase bien, que las relaciones entre tú y la cruz se hagan idílicas, que todo marche bien. Con la cruz no hay nada que marche bien. La cruz marca surcos profundos en las espaldas y en el corazón.

Pero, a pesar de todo, se establecerá una familiaridad. Una familiaridad sufrida, pero justificada por el sentido que se descubre poco a poco, caminando. Y aun cuando el significado no aparezca claro, siempre está la fe que te invita a dejarte conducir de la mano de alguien que sabe.

No eres tú quien tiene que saber.

¿Qué es la fe?: Fe, quiere decir simplemente, saber que él sabe, aun cuando tú estés a oscuras.

Adelante, pues, con esa cruz que no te va bien. Con la cruz que no está hecha a medida.

Lo que cuenta no es que la cruz esté hecha a tu medida.

Lo esencial es que tú seas a la medida de Cristo.

webcatolicodejavier.org

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jueves, 9 de junio de 2011

Todo está subordinado al amor

La vida sin amor, no vale nada.
La justicia sin amor, te hace duro
La inteligencia sin amor, te hace cruel
La amabilidad sin amor, te hace hipócrita
La Fe sin amor, te hace fanático.
El deber sin amor, te hace malhumorado.
La cultura sin amor, te hace distante.
El orden sin amor, te hace complicado.
La agudeza sin amor, te hace agresivo.
El honor sin amor, te hace arrogante.
El apostolado sin amor, te hace extraño.
La amistad sin amor, te hace interesado.
El poseer sin amor, te hace avaricioso.
La responsabilidad sin amor, te hace implacable.
El trabajo sin amor, te hace esclavo.
La ambición sin amor, te hace injusto.
El dolor sin amor, es fracaso.
Las lágrimas sin amor, son inútiles.
Los "ayer" sin amor, son lamentos.
Las llamadas sin amor, son impaciencias.

Javier Leoz
iglesia.org

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miércoles, 8 de junio de 2011

¿Qué sabemos del Espíritu Santo?

El punto de partida obligado es el Nuevo Testamento, que es, también él, fruto madurado en Iglesia, de una vida y de una experiencia.

Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un palacio. En ese castillo, palacio o templo vive "El dulce huésped del alma": El Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros cristianos.

Su estancia en el castillo obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti un santo ó una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en tu alma, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años, se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grandes que sólo porque es Dios los tiene. Él no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de acabar con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque tú no seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de colaboración de tu parte o por lo menos que no le estorbes..

Los medios:la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia? La describe muy bien un himno dedicado al Espíritu Santo. Seleccionaré algunas partes de este himno.

Primero: El mejor consolador.

Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios -lo sabe hacer muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros ratos de tristeza. El mejor Consolador, ya sabemos. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar es poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y puede consolarnos.

Nosotros podemos decir: aquí me sorprende la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.

Segundo: Dulce huésped del alma.

Es uno de los títulos más hermosos. No huésped inoportuno. Cuantos huéspedes con los que nosotros no quisiéramos encontrarnos, a los que les damos la vuelta. En el caso del Espíritu Santo es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por excelencia.

¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está siempre a mi disposición.

Tercero: Dulce refrigerio.

Cuando el bochorno arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, una simple coca-cola fría, un ventilador oportuno, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros bochornos y calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando se encrespan las pasiones, cuando el orgullo se revuelve como león herido, cuando la sensualidad con su baba venenosa quiere mancharel corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, dolce vita...) queman de ambición nuestro espíritu, llamar urgentemente al Espíritu Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su lugar: El mundo allá y yo acá.

Cuarto: Tregua en el duro trabajo

Ofreciendo descanso en el duro bregar de la vida. Una mañana de domingo en la casa con niños, un día en la oficina en que todo salió mal, cansa, erociona, desgasta, produce no rara vez frustración. Cuando uno de plano está agotado, abrumado por el trabajo los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo, ¡Oh Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo! ¡Oh jornaleros que teniendo la fuente a unos metros se mueren de sed! Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.

Quinto: Brisa en las horas de fuego

Siendo frescura en medio del calor. Un vaso de agua fría en un día de verano, la sombra de un árbol en el campo abrasado, una brisa fresca, una fuente fría junto al camino polvoriento, cuanto se agradecen. En la vida no podemos estar luchando todo el tiempo, somos humanos y necesitamos de tanto en tanto de un respiro. El Espíritu Santo es el agua fria, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.

Sexto: Gozo que enjuga las lágrimas

Consolando en la aflicción. Buena falta nos hace: lloramos como niños chicos por cualquier cosa. Llorar equivale a desanimarnos, a perder el entusiasmo por nuestra vocación cristiana y humana, a querer volver atrás. Para esos momentos malos, en que podemos reaccionar como niños caprichosos, acudir a quien es el consuelo en la aflicción.

Se le atribuye al Espíritu Santo casi un oficio de madre. El sufrimiento se encuentra en la vida de todos . Cuando se le espera y cuando no. Por ello necesitamos la presencia del Espíritu Santo .

Posteriormente, el himno al que nos estamos refiriendo añade una serie de peticiones al Espíritu Santo.

Séptimo: Lava lo que está manchado

Lava lo que está manchado: mi alma llena de arrugas, mi corazón manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos a veces tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas. Lava sobre todo la conciencia de todo pecado e imperfección, de las salpicaduras del mundo, de las manchas de pasiones, del barro de los malos pensamientos. Lava y purifica nuestra intención en el obrar, que a veces se tiñe de negras aficiones: el egoísmo, vanidad, respeto humano son manchas grasientas que requieren de un eficaz blanqueador. Necesitamos que des una limpiadita a nuestras virtudes.

Octavo: Riega el desierto del alma

Somos raíz de tierra árida, árbol que crece en la estepa. ¿Han visto ustedes los árboles que crecen en las orillas de los ríos? ¡Qué diferencia! Siempre están verdes. Decía el poeta Antonio Machado estas hermosas palabras: “Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido".

A base de agua los judíos han hecho florecer el desierto del Sinaí. Tú puedes, Espíritu Santo, hacer florecer mi desierto, esa estepa en que a penas los cardos y las jaras crecen. Y entonces crecerán virtudes, crecerán buenas obras en mi alma.

Noveno: Sana el corazón enfermo.

Médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades que he tenido y que ahora sufro, médico a domicilio.
Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el sida, la cangrena, la parálisis espiritual, las fiebres reumáticas, el escorbuto. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando: ¡Levántate y anda! Médico de las almas, que sabes la enfermedad y conoces la medicina, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.

Décimo: Doma el Espíritu indómito.

Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya injurias, perdón".

Once: Calienta lo que está frío.

A veces somos témpanos flotantes, corazones en frigorífico, que nos se derriten con las grandes motivaciones del amor de Cristo, el celo por la salvación de las almas, la vocación a la misión. Te pido un amor apasionado, pasión por la misión.

Doce : Endereza lo que está torcido

¿Cuántos criterios en mi vida andan torcidos? Enderézalos endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas con la pusilanimidad, la timidez. Quiero dejarte el timón de mi vida, de mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos.

Para concluir, demos un repaso a los deberes que tenemos con este ilustre huésped: En primer lugar, tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado. Porque dejamos abandonado el Amor.

En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. La ingratitud es cardo que crece en los corazones pero sobre todo en los corazones de los cristianos, por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas de Dios.

En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno".

En cuarto lugar: Docilidad y colaboración. Para ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al capitán del barco.

En quinto lugar: Cuando menos no estorbarle, dejarle trabajar en nosotros. “Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”.

Mariano de Blas
catholic.net

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martes, 7 de junio de 2011

El brochazo

Un artista estaba pintando la bóveda de un templo y con frecuencia daba unos pasos hacia atrás en el andamio para contemplar su obra. Se encontraba tan absorto contemplando su trabajo, que no se había dado cuenta de que iba a caer en el pavimento que estaba a gran altura del andamio.

Otro pintor, hermano de aquel, viéndolo en peligro y comprendiendo que una palabra podría apresurar su caída, arrojó una brocha sobre el cuadro que contemplaba el artista que estaba en peligro. Este pintor, sorprendido y enojado, violentamente se dirigió hacia adelante, salvándose así de una caída que hubiera sido mortal. De esta manera, Dios algunas veces destruye también las halagadoras esperanzas de nuestro corazón, para advertirnos el grave peligro en que estamos por causa del pecado, y para salvar nuestras almas.

Muchas veces no entendemos que por estar tan absortos en nuestros propios logros, éxitos y ambiciones, damos pasos en falso que podrían destruir nuestras propias vidas y Dios, en su misericordia, interviene para despertar nuestra conciencia dormida. A veces, Él lanza su brocha contra el cuadro de nuestra vanidad para demostrarnos que nos ama y que más que estar interesado en nuestros éxitos , Él está interesado en nosotros como sus hijos.

La proxima vez que Su brocha manche tu cuadro, dale gracias a Dios, porque quizá te haya librado de caerte del andamio.

webcatolicodejavier.org

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lunes, 6 de junio de 2011

El lugar para orar

HAY LUGARES PARA CADA COSA

El lugar para trabajar es la oficina, el lugar para jugar es el campo deportivo, el lugar para cocinar es la cocina… Cuando vamos a encender una fogata buscamos tres cosas: la leña, el lugar para encenderla y el fuego. El lugar debe ser adecuado: que haya un espacio despejado y que no sople viento fuerte. Lo mismo vale para hacer oración: el lugar debe ser apto.

Los evangelios dejan constancia de que Jesucristo tenía sus lugares y tiempos preferidos para orar: la montaña, apartado de la gente, el huerto, el desierto, la noche...

EL LUGAR DEL ENCUENTRO ES EL CORAZÓN

Lo primero que hay que dejar bien asentado es que el encuentro con Dios en la oración se lleva a cabo en la intimidad del propio corazón y no en un espacio físico.

«El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo `me adentro´). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.» (Catecismo 2563)

El Espíritu sopla donde quiere (cf. Jn 3, 8) y «Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren» (Jn 4, 23) Por lo demás, Cristo Resucitado está en todas partes, no hace falta «ir a un lugar» para encontrarlo.

RINCÓN DE ORACIÓN

Dicho esto hay que aceptar que vivimos divididos, distraídos, solicitados por cantidad de estímulos que nos vienen de los sentidos exteriores e interiores (memoria, imaginación…)

Para orar bien necesitamos un centro interior sólido que dé unidad a todas nuestras facultades y que oriente toda nuestra atención hacia Cristo. Estar en la presencia de Dios es estar presente a sí mismo y presente ante Cristo. Y para fijar la mirada en Cristo ayudan los espacios físicos que favorecen la calma exterior e interior.

Por eso Jesucristo nos recomienda: «Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.» (Mt 6, 6)

«La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración: - para la oración personal, el lugar favorable puede ser un "rincón de oración", con las Sagradas Escrituras e imágenes, a fin de estar `en lo secreto´ ante nuestro Padre. En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en común.» (Catecismo 2691)

EL RECOGIMIENTO ES NECESARIO PARA ORAR

Recoger significa unir o estar unido. Así hablamos de recoger los platos, recoger las hojas en otoño, recoger manzanas. En la oración es necesario recoger las facultades y centrarlas en Cristo, como una lupa que concentra la fuerza de los rayos del sol.

En la oración entra toda la persona. Recuerdo un canto popular sevillano estupendo que dice: «Yo no quiero ni pensar que un día se enfade mi Virgen del Rocío, si no le rezas la salve con todos los cinco sentidos.»

Del recogimiento depende todo, o casi todo. Quien ha logrado el hábito del silencio interior y con el tiempo ha adquirido una gran capacidad de interiorización y de actuar fácilmente la presencia de Dios, puede hacer meditación en cualquier lugar y circunstancia. Pero aún estas personas, por más avanzadas que estén, no pueden olvidar que tienen un cuerpo, que los sentidos se ven bombardeados de estímulos, y por ello deben ayudarse para que todo el entorno contribuya a una mejor meditación.

SUGERENCIAS PRÁCTICAS PARA ELEGIR EL MEJOR LUGAR PARA LA MEDITACIÓN DIARIA:

Que favorezca la intimidad. Ayudan las cavidades con poca luz. Por eso la mayoría de las personas eligen un rincón recogido de su casa, un oratorio o ermita. Es mejor la luz cálida de poca intensidad, la luz indirecta, el reflejo de una llama (veladora o lámpara de aceite). Jesús prefería orar cuando estaba oscuro, durante la noche.

• Buscar un lugar pacífico, silencioso y privado, apartado de la calle, de la música, de personas conversando o que puedan venir a interrumpir. Hay sonidos que no sólo no distraen sino que pueden ayudar, como el agua (una fuente o un riachuelo), el canto de los pájaros, la brisa.

• Que haya orden y limpieza. La mesa ordenada, la ropa y los libros recogidos, todo en su lugar.

Lejos de cosas que distraigan: el periódico, revistas, computadora, alarmas del teléfono, televisión, ventanas que dan a la acera, personas en movimiento, etc. En este sentido, ayuda hacer la meditación en el mismo lugar todos los días, pues al conocer y dominar el entorno hay menos distracciones.

Ayudarse de aquello que favorezca el recogimiento de la vista, como tener delante una imagen religiosa o un símbolo: un icono, un crucifijo, el misterio de Belén, una imagen de la Virgen María, una Biblia, un cirio encendido… (cfr Catecismo 1192). O cerrar los ojos.

• Y si a todo esto se une la presencia de Cristo Eucaristía, es un lugar ideal.

Si donde haces tu oración está lejos de parecerse a esta descripción, mejora lo que puedas mejorar. Si las condiciones no son perfectas, tal vez pueden ser mejores. A veces basta un cambio de horario para estar más tranquilo, o un cambio de habitación, o armar tu propio rincón de oración para facilitar el logro del objetivo de tu meditación: el encuentro personal con Cristo, escucharlo, amarlo.

ACTITUDES MÁS QUE TÉCNICAS

Como hemos repetido varias veces, la actitud es determinante, no las técnicas ni los recursos exteriores. En este caso la actitud fundamental es la búsqueda de intimidad, el anhelo de ir al encuentro, la voluntad de focalizar toda la persona en Cristo y el trabajo permanente por cultivar el hábito del silencio interior.

la.oracion.com
iglesia.org

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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