domingo, 30 de octubre de 2011

El fariseo de todos los tiempos

Evangelio: Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

EL FARISEO DE TODOS LOS TIEMPOS

Jesús condena repetidas veces el fariseísmo. Lo hace porque sabe bien que la forma de vida de aquellos hombres que decían tener un corazón religioso pero que estaban muy lejos de la verdadera religión, está presente en todo tiempo y lugar. Jesús hoy habla al fariseo de todos los tiempos.

Porque fariseos somos siempre que decimos aceptar a Dios, pero no hacemos lo que Dios nos manda. Prometemos seguirle, pero no emprendemos su camino, que es el de la humildad. Fariseos somos cuando, como ellos, nos gusta ocupar los puestos de honor y que nos alabe la gente; cuando justificamos siempre nuestro obrar errado, estando a la vez muy prontos a ver la paja en el ojo ajeno. Con esta forma de vida, no se puede estar con Dios, porque nuestra religión se reduce al culto de nosotros mismos. Esto es la soberbia.

Es fundamental que, en la lectura del Evangelio, descubramos que aceptar a Dios en nuestra vida no es algo accidental o superficial, sino que significa que nosotros estamos dispuestos a cederle el puesto central en nuestra vida y no convertirlo en un muñeco del que me sirvo cuando me conviene. Cristo nos enseña a ser humildes, esto es, a dejarle a Dios ser Dios. O dicho con las palabras de hoy de San Pablo a los Tesalonicenses, dejemos que la palabra que hemos recibido, permanezca operante en nosotros.

Muchas veces nos excusamos o tratamos de justificar nuestro “no” a Dios diciendo que hemos recibido un mal ejemplo de una persona religiosa. Suponiendo que eso suceda, que por desgracia puede ser, oigamos las palabras del Señor: “Haced y cumplid lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”. ¿Por qué no nos fijamos más bien en los cristianos coherentes, en los sacerdotes y misioneros que gastan su vida generosamente por Dios y los demás.

Tratemos de vencer en nosotros ese fariseo de todos los tiempos para que, por el camino de la humildad, el Señor nos pueda acoger en su Reino. Como María.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 29 de octubre de 2011

25 frases de la Porta fidei de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe.‏

Para los que no han tenido oportunidad de leer completa la “Porta Fidei” este es un magnifico resumen.

¿Ya leíste la Carta Apostólica «Porta fidei» en donde el Papa Benedicto XVI convoca al año de la fe que comenzó el 11 de octubre del 2012 y terminará el 24 de noviembre del 2013, solemnidad de Cristo Rey del Universo?

Para los que no han tenido oportunidad de leer completa la “Porta Fidei” este es un magnifico resumen:

25 frases de la Porta fidei de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe 2012-2013

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre

2.- Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).

4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II

5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo

8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.

9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente

10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica

13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe

19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe

21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).

22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe

23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

revistaecclesia.com

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viernes, 28 de octubre de 2011

Sepultados vivos

En una población de Sajonia (Alemania), llamada Ponikau, se hallaban dos hermanos haciendo excavaciones en un pozo. Cierto día, a causa de las muchas lluvias, hubo un desprendimiento de tierra y quedaron sepultados. Otro hermano suyo, que trabajaba allí cerca, acudió presuroso y empezó los trabajos de salvamento, con el ardor y ansia que es de suponer.

Al cabo de muy duras e infructuosas fatigas, creyendo, por el tiempo transcurrido y por no oír ningún rumor de vida, que sus pobres hermanos habían fallecido, se decidió a rellenar el pozo y a colocar una lápida en su memoria.

Al conocer la madre la resolución tomada, acudió al punto y con llantos y requerimientos, logró que se prosiguieran las excavaciones.
Todos consideraban inútiles los trabajos, por haber pasado ya ocho días; pero quisieron condescender con los anhelos de su madre, que deseaba ver siquiera los cadáveres de sus dos hijos. Al fin dieron con los infelices que se hallaban en un gran extremo de agotamiento; pero aún con vida. Decían haber oído distintamente las voces y ruidos de los trabajos de salvamento; pero que como tenían el cuerpo tan exhausto y la voluntad tan rendida al desmayo, no acertaban a contestar.

Al ser interrogados sobre cómo habían podido resistir aquellos ochos días, comentaron que bebían el agua que rezumaban las paredes de su lóbrego encierro y mordisqueaban las correas y zapatos que llevaban. El amor de su madre los salvó.

Lo mismo acontece con muchos pecadores, hundidos en el fango de los vicios. Todas las fatigas de los hombres para conducirlos al buen camino, son vanas. Del fondo de la profunda sima en que cayeron no viene ya ningún rumor de vida; parecen muertos a la gracia para siempre.

Pero hay una Madre, que vela por ellos, y es la Virgen María. Si Ella intercede en su favor e implora de Jesucristo la salvación de aquellos hijos descarriados, se operará el milagro de los milagros: recobrarán la vida espiritual de la gracia, que les hará acreedores a la vida eterna de la gloria.

webcatolicodejavier.org

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miércoles, 26 de octubre de 2011

El Año de la Fe

El Papa anunció el Año de la Fe que comenzará el 11 de octubre de 2012 y se extenderá hasta el 24 de noviembre de 2013.

El Año de la fe, anunciado en días pasados por el Papa, debe ser considerado una de las iniciativas que caracterizan este pontificado. Tal como la carta de convocación afirma desde las primeras frases, la memoria corre inmediatamente a aquel primer discurso del nuevo Papa en la Capilla Sixtina, la mañana siguiente a su elección, cuando afirmaba “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para poner de manifiesto cada vez con mayor evidencia la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo”.

Y también vuelve a la inspiración evidente y central de todos los discursos de su último viaje a Alemania y a la institución del Dicasterio para la promoción de la nueva evangelización.

Con feliz intuición el Papa liga estrechamente el Año de la fe al 50° del Vaticano II. Mientras el Concilio sigue siendo objeto de discusiones y de apropiación partidista, es justo que la lectura y relectura de su riquísima herencia, su traducción en la práctica por parte de todo el pueblo de Dios en sus diversos componentes, siga siendo eficazmente guiada por el Papa, como por los Papas ha sido convocado y guiado en su realización, y tomado como “brújula” del camino siguiente de la Iglesia.

Pero Benedicto XVI también recuerda el 20° de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica, obra de increíble coraje, querida firmemente por Juan Pablo II en fidelidad al Concilio, para decir hoy nuestra fe del modo más completo, orgánico y claro posible. Punto de referencia precioso, que el entonces Cardenal Ratzinger conoce muy bien, habiendo tenido en él una parte determinante.

Pero el Año será, sobre todo, una nueva etapa de una historia, de un camino vivo, que viene desde lejos, de la creación del mundo, de Abrahán y Moisés, de David y de los profetas, de aquel “gran número de testigos” de los que habla la Carta a los Hebreos (cap. 11-12), en cuya huella están puestos María, los Apóstoles, los mártires y los santos, y en el que el Papa nos exhorta a ponernos también nosotros, “teniendo siempre fija la mirada en Jesús, autor y perfeccionador de la fe” (Ebr 12,2). ¿Y qué otra cosa más importante debería decirnos el pastor del pueblo de Dios en camino?

P. Federico Lombardi, Portavoz Vaticano

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martes, 25 de octubre de 2011

Optimista es el que quiere

La capacidad de querer y de estar siempre pendiente de las personas queridas es lo que genera capacidad de lucha y optimismo, porque ante una carencia de los tuyos no puedes quedarte quieto.

Cuando, como esta mañana, me cuesta ser optimista, pienso en mi padre. Sé de una vez que lloró. Lo sé por mi madre, que me lo dijo un tiempo después. Seguro que lloró otras veces, porque no le faltaron motivos graves, pero tengo que esforzarme mucho para recordarle sin su sonrisa medio pícara. Lo consigo si, por ejemplo, pienso en su concentración la hora de leer el periódico o mientras hacía cuentas, es decir, logro verlo serio si lo imagino solo y trabajando. Pero si estaba con alguien, salvo discusiones menores, sonreía.

De entrada, sonreía al desconocido, al familiar, al que no entendía —porque oía mal, era casi completamente sordo desde poco antes de cumplir los cuarenta. Sin embargo, vivía y se movía como si oyera, sin rastro de susceptibilidades ni amarguras ni sospechas, quizá porque andaba muy concentrado en lo que le importaba: sacarnos adelante. En aquellos tiempos era muy difícil, pero no recuerdo que nunca se quejara de tener que superar tantas dificultades, tan variadas y tan crueles. Se ponía y las superaba, una por una: sin dinero, sin salud, sin echar la culpa a nadie. Esa mezcla de tensión y optimismo producía en él serenidad.

Justo lo que más echo en falta —también en mí— ahora que no está: abundan los repartidores de culpas, los analistas de medio pelo, los mentirosos, los espasmódicos que se agitan de aquí para allá con mucho ruido y ninguna eficacia, los simples, los idiotas, los que no quieren reconocer ni reconocerse nada, los cómodos, los que siempre esperan que alguien haga algo, los que invocan el hambre de África cuando el Papa viene a Madrid mientras lo silenciaron en su viaje a África, porque África les importa un comino y están en otras cosas, los que se aburren y aburren, los que duermen hasta las tantas y arreglan el mundo de noche, a oscuras, como los jóvenes decadentes del imperio austrohúngaro que pintaba Roth, los derrotistas, los que piensan que ya no hay nada que hacer en vez de atreverse a actuar.

Revuelvo en todo eso leyendo la prensa de esta mañana, me reconozco un poco en cada una de las especies que acabo de mencionar y se me marchan las ganas de escribir, porque solo quiero hacerlo para reivindicar el optimismo. Pocos días antes de morir, en un momento de lucidez, mi padre me miró desde la cama del hospital con tristeza en los ojos y me contó una pena que tenía guardada y que le dolía desde dos años atrás:


— Te mandé que contaras los eucaliptos y me dijiste que no.

Con un resto de calma le contesté:


— Fui contigo, los conté y me dijiste que estaban mal contados.

— Y estaban.

— Los conté uno por uno, papá, y me dejé las piernas en los zarzales y en los tojos de la finca. No iba a repetir…

Funcionó lo de siempre, como con mi madre: empezó a preocuparse por mis piernas:


— La culpa fue mía, porque debería haberte dado ropa adecuada… un buzo.

Se quedó feliz y tranquilo, también yo. Por lo visto, aquello era lo único que teníamos pendiente. Le preocupaban los eucaliptos solo porque eran para sus hijos, y le preocupaba mi negativa no por él, sino por mí: por si justo al final me había convertido en un mal hijo. Me parece que esa capacidad de querer y de estar siempre pendiente de las personas queridas es lo que genera capacidad de lucha y optimismo, porque ante una carencia de los tuyos no puedes quedarte quieto.

Como ciudadanos de sociedades supuestamente avanzadas, sin embargo, nos hemos acostumbrado a exigir en vez de a dar, y cuando nuestro egoísmo se ve perturbado en su maciza solidez individualista, pedimos más policía. Una policía que esté en todas partes y que no sea violenta, que recomponga nuestro desorden sin hacer nada y, sobre todo, sin que nosotros tengamos que hacer nada.

Al final, se cumple una ecuación inevitable: a menos familia, menos preocupación por los demás, más pesimismo y… más policías: tanto en los regímenes democráticos como en los totalitarios.

Paco Sánchez
almudi.org

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domingo, 23 de octubre de 2011

No podemos separar los palos de la Cruz

Evangelio: Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Él le dijo:“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

NO PODEMOS SEPARAR LOS PALOS DE LA CRUZ

Después de leer el pasaje del Evangelio de hoy a unos adolescentes, un joven catequista les preguntó: “¿Quién de vosotros me podría dibujar en dos trazos la respuesta que Jesús da a los fariseos?” Ninguno supo qué contestar. Perplejos se preguntaban: “¿Dibujar?, ¿Cómo expresar lo que Jesús ha dicho en un dibujo? Será algo muy complejo”. El catequista sacó la tiza y en la pizarra dibujó una cruz. Y comenzó así la catequesis. “La cruz es el símbolo de los cristianos no sólo porque Jesús ha muerto en ella, sino también porque tiene un significado muy claro: los palos vertical y horizontal son los dos mandamientos que sostienen toda la Ley y los profetas, como nos enseña Cristo; el amor a Dios y el amor al prójimo. Inseparablemente unidos, como lo están los palos para formar la cruz”.

Es así. Jesús revela el sentido pleno de la Alianza que Dios hizo con Moisés. Amar a Dios es el primero y principal de nuestros deberes como criaturas suyas que somos. El respeto al prójimo formaba parte de la Alianza dada a Israel, como vemos hoy claramente en la lectura del libro del Éxodo. Sin embargo, Jesús es el que une los palos formando una cruz, el que clava el palo horizontal al vertical para que el amor al prójimo se sostenga sobre el amor a Dios y para que el amor a Dios se extienda a través del amor al prójimo. Jesús mismo se clava en la cruz, para que estos dos amores, sean uno solo, para que no se dé el uno sin el otro.

La gran tentación del hombre será romper la cruz de Jesús, separar los dos palos, pues el mantenerlos unidos conlleva vivir una vida de entrega y amor sin tregua, sin dejar espacio al egoísmo. El amor a Dios nos llevará al amor al prójimo y viceversa. Así lo han demostrado todos los santos a lo largo de la historia. En unos ha sido más visible el amor al prójimo, como la Madre Teresa de Calcuta, pero como ella misma explicaba tantas veces, su amor y su entrega eran para saciar la sed de Cristo en la Cruz. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, muestra también esta admirable unión ya que su entrega a Dios se manifiesta en el servicio al Evangelio entre los hombres: “Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien”.

Hoy que celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, recordamos esta doble vertiente del amor cristiano: el amor a Dios, manifestado en Cristo, es el que nos mueve a los cristianos a entregarnos al prójimo. Nuestro servicio de caridad, que hemos de ejercer con todos, sin mirar razas, nacionalidades, afinidades, creencias o increencias, lo hacemos porque Dios lo quiere, porque Cristo nos envía, como reza el lema del Domund de este año. La cruz del amor a Dios y al prójimo aparece en el cartel, con los diversos continentes de fondo; para significar el deseo de que todos descubran en la cruz la inseparabilidad de los dos mandamientos que sostienen nuestra vida cristiana.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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viernes, 21 de octubre de 2011

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2011


«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21)

Con ocasión del Jubileo del año 2000, el venerable Juan Pablo II, al comienzo de un nuevo milenio de la era cristiana, reafirmó con fuerza la necesidad de renovar el compromiso de llevar a todos el anuncio del Evangelio «con el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos» (Novo millennio ineunte, 58). Es el servicio más valioso que la Iglesia puede prestar a la humanidad y a toda persona que busca las razones profundas para vivir en plenitud su existencia. Por ello, esta misma invitación resuena cada año en la celebración de la Jornada mundial de las misiones. En efecto, el incesante anuncio del Evangelio vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico; renueva sus métodos pastorales para que sean cada vez más apropiados a las nuevas situaciones —también las que requieren una nueva evangelización— y animados por el impulso misionero: «La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 2).

Id y anunciad

Este objetivo se reaviva continuamente por la celebración de la liturgia, especialmente de la Eucaristía, que se concluye siempre recordando el mandato de Jesús resucitado a los Apóstoles: «Id...» (Mt 28, 19). La liturgia es siempre una llamada «desde el mundo» y un nuevo envío «al mundo» para dar testimonio de lo que se ha experimentado: el poder salvífico de la Palabra de Dios, el poder salvífico del Misterio pascual de Cristo. Todos aquellos que se han encontrado con el Señor resucitado han sentido la necesidad de anunciarlo a otros, como hicieron los dos discípulos de Emaús. Después de reconocer al Señor al partir el pan, «y levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once» y refirieron lo que había sucedido durante el camino (Lc 24, 33-35). El Papa Juan Pablo II exhortaba a estar «vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: ¡Hemos visto al Señor!» (Novo millennio ineunte, 59).

A todos


Destinatarios del anuncio del Evangelio son todos los pueblos. La Iglesia «es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo, según el plan de Dios Padre» (Ad gentes, 2). Esta es «la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Existe para evangelizar» (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14). En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (cf. Ad gentes, 5).

Esta tarea no ha perdido su urgencia. Al contrario, «la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse... Una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio» (Redemptoris missio, 1). No podemos quedarnos tranquilos al pensar que, después de dos mil años, aún hay pueblos que no conocen a Cristo y no han escuchado aún su Mensaje de salvación.

No sólo; es cada vez mayor la multitud de aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, y no se reconocen ya en la Iglesia; y muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, son hoy refractarios a abrirse a la palabra de la fe. Está en marcha un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales.

Corresponsabilidad de todos

La misión universal implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Y este don-compromiso está confiado no sólo a algunos, sino a todos los bautizados, los cuales son «linaje elegido, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 P 2, 9), para que proclame sus grandes maravillas.

En ello están implicadas también todas las actividades. La atención y la cooperación en la obra evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, y tampoco pueden considerarse como una de las numerosas actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial y, por tanto, debe tenerse siempre presente. Es importante que tanto los bautizados de forma individual como las comunidades eclesiales se interesen no sólo de modo esporádico y ocasional en la misión, sino de modo constante, como forma de la vida cristiana. La misma Jornada mundial de las misiones no es un momento aislado en el curso del año, sino que es una valiosa ocasión para detenerse a reflexionar si respondemos a la vocación misionera y cómo lo hacemos; una respuesta esencial para la vida de la Iglesia.

Evangelización global

La evangelización es un proceso complejo y comprende varios elementos. Entre estos, la animación misionera ha prestado siempre una atención peculiar a la solidaridad. Este es también uno de los objetivos de la Jornada mundial de las misiones, que a través de las Obras misionales pontificias, solicita ayuda para el desarrollo de las tareas de evangelización en los territorios de misión. Se trata de sostener instituciones necesarias para establecer y consolidar a la Iglesia mediante los catequistas, los seminarios, los sacerdotes; y también de dar la propia contribución a la mejora de las condiciones de vida de las personas en países en los que son más graves los fenómenos de pobreza, malnutrición sobre todo infantil, enfermedades, carencia de servicios sanitarios y para la educación. También esto forma parte de la misión de la Iglesia. Al anunciar el Evangelio, la Iglesia se toma en serio la vida humana en sentido pleno. No es aceptable, reafirmaba el siervo de Dios Pablo VI, que en la evangelización se descuiden los temas relacionados con la promoción humana, la justicia, la liberación de toda forma de opresión, obviamente respetando la autonomía de la esfera política. Desinteresarse de los problemas temporales de la humanidad significaría «ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor al prójimo que sufre o padece necesidad» (Evangelii nuntiandi, 31. cf. n. 34); no estaría en sintonía con el comportamiento de Jesús, el cual «recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias» (Mt 9, 35).

Así, a través de la participación corresponsable en la misión de la Iglesia, el cristiano se convierte en constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del plan salvífico de Dios para toda la humanidad. Los retos que esta encuentra llaman a los cristianos a caminar junto a los demás, y la misión es parte integrante de este camino con todos. En ella llevamos, aunque en vasijas de barro, nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia.

Que la Jornada mundial de las misiones reavive en cada uno el deseo y la alegría de «ir» al encuentro de la humanidad llevando a todos a Cristo. En su nombre os imparto de corazón la bendición apostólica, en particular a quienes más se esfuerzan y sufren por el Evangelio.

BENEDICTUS PP. XVI

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miércoles, 19 de octubre de 2011

El rosario en la vida del cristiano

El mes de octubre es el mes dedicado a la devoción del santo rosario. Seguramente muchos de nosotros, en especial lo que tenemos varios cabellos blancos, cuando éramos pequeños, nos reuníamos alrededor de la mesa familiar al caer la tarde o después de la cena para la práctica de esta santa devoción: el rezo del rosario. Muchas veces los más chicos se dormían en los primeros misterios, pero ello no interrumpía esta práctica.

Hoy asistimos, no sin nostalgia, a que lo que reúne a la familia es la televisión y la práctica del rezo del rosario quedó arrinconada a lo personal o la devoción de las señoras mayores de la comunidad «que no tiene otra cosa que hacer». Recordar en este octubre esta devoción mariana por excelencia nos puede ayudar a sostener nuestra vida de fe y revitalizar nuestra espiritualidad.

El P. Alberione, fundador de la Familia Paulina, nos decía en uno de sus escritos: «La devoción al rosario es la devoción que de una parte instruye la mente y de otra parte refuerza la voluntad y orienta el corazón […] El rosario tiene una larga historia y toda plena de gracias».

Desde que en 1208 la Santísima Virgen se apareciera a Santo Domingo de Guzmán y le manifestara el poder de esta «corona de rosas» y le enseñara a rezarlo, son muchos los santos, los sumos pontífices y las diversas apariciones de la Virgen que insisten en el valor y la importancia de práctica.

En el año 2002, el beato Juan Pablo II nos decía en la carta apostólica ROSARIUM VIRGINIS MARIAE: «El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.»

Como catequistas debemos continuar con esta práctica (y si la hemos perdido, recuperarla) y enseñar a nuestros niños y jóvenes a meditar cada día en los misterios del Señor y a dejarse acompañar con su Santísima Madre. Muchas veces se aduce que para los niños es monótono y aburrido repetir las avemarías o que los jóvenes no le encuentran sentido a esta oración. Cada uno de nosotros siendo fieles al rezo del Rosario encontraremos el modo más adecuado para «enamorar» a nuestros catequizados de este regalo a la Virgen.

Hagámosno ecos de la palabra de Juan Pablo II: «Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario «marca el ritmo de la vida humana», para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.[…] Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.» (RVM)

www.san-pablo.com.ar

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martes, 18 de octubre de 2011

Vivir sin Misa dominical

El pasado 4 de octubre el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dependiente del Gobierno de España, hizo público uno de sus estudios demoscópicos. En él se informaba acerca de la religiosidad de los españoles. Según el CIS –dicho sea con todas las cautelas habituales en estudios de esta naturaleza–, el 73,3% de los españoles se declaran católicos, aunque el 57,1% dice no asistir casi nunca a misa frente al 15,9% que dice sí hacerlo todos o casi los domingos.

Más allá de intencionalidades, retoques y «cocina» al uso, estos datos han de interpelar a toda la comunidad eclesial en España. El casi 16% de españoles que acuden todos los domingos y festivos a misa se traduce en unos siete millones de personas, una cifra importante, significativa, pero inequívocamente insuficiente y preocupante, máxime por su tendencia a la baja. Y ello, además, sin buscar y sin abundar en los segmentos de edad –de todos conocidos– que acuden o dejan de acudir a la eucaristía dominical.

A comienzos del otoño de 1982, ante la primera visita apostólica del Papa Juan Pablo II a España, nuestra Iglesia realizó una encuesta sobre la asistencia a la misa dominical. Entonces y cuando la población de España era de 38 millones de personas –ahora somos más de 45 millones–, se calculó que asistían a la eucaristía de los domingos y festivos unos 10 millones, lo que suponía más de un cuarto del total de la población. En la década de los noventa, ya comenzó a percibirse un descenso en la asistencia a la misa. Fruto de ello fue la instrucción pastoral de la CEE, de 22 de mayo de 1992, titulada Sentido evangelizador de los domingos y de las fiestas. Este tema, esta preocupación volvió al telar del magisterio de la CEE pocos años después con nuevos documentos de un rango u otro. En 1988 el Papa Juan Pablo II publicó asimismo la hermosísima carta apostólica Dies Domini, repleta de contenidos, fundamentación y propuestas sobre el sentido cristiano del domingo, tema al que regresó, de alguna manera, en 2004 con la no menos espléndida y riquísima Mane nobiscum Domine. El recién concluido Plan Pastoral de la CEE, Vivir de la Eucaristía, y los Sínodos de los Obispos de 2005 y 2008 –dedicados respectivamente a la Eucaristía y a la Palabra de Dios– incidieron asimismo en la cuestión.

Todo ello nos permite pensar con certeza que el problema no radica en una escasa o difusa insistencia y fundamentación de parte de nuestros pastores, sino en un efecto evidente de la creciente secularización y descristianización de las sociedades occidentales, entre las que se encuentra, obviamente, la española. La recuperación del sentido auténtico y genuino del domingo cristiano es, de este modo, una necesidad, una prioridad inaplazables. Para los cristianos de esta hora también debe ser válido el heroico de los mártires de Abitene, en el siglo IV, y tampoco podemos, ni debemos, vivir sin el domingo, sin la eucaristía dominical, todos los domingos y festivos del año. Y no hay excusas que valgan.

Y es que la eucaristía dominical es mucho más que un precepto externo. Es una necesidad interna. Es un deber gozoso. Al igual que no hay cristianismo sin Jesucristo y este en su Iglesia; al igual que no hay cristianismo sin la cruz y sin la caridad, tampoco hay cristianismo sin la Eucaristía y en concreto sin la misa dominical. Porque la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la Iglesia, es el compendio, la síntesis, la celebración y reactualización, en y desde su Iglesia, de Jesucristo crucificado y resucitado por nuestra salvación y el verdadero motor de la caridad y de su fuerza transformadora para una Iglesia y una humanidad mejores.

La conocida, certera y repetida frase «La Eucaristía hace a la Iglesia. La Iglesia hace la Eucaristía» bien podríamos traducirla y parafrasearla por esta otra: «La Eucaristía hace a los cristianos. Los cristianos hacen la Eucaristía». Y si esto es así, que lo es, ¿qué Iglesia, qué vivencia de su fe, qué testimonio público del Evangelio, pueden hacer aquellos cristianos que no asisten a misa? Por supuesto que la misa dominical no lo es todo. Pero, por supuesto, sin ella difícilmente podrá haber algo. Porque la eucaristía es plegaria, comunidad, petición de perdón, reconciliación, escucha de la Palabra, ofrenda, oblación, comunión, misión y caridad.

revistaecclesia.com

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lunes, 17 de octubre de 2011

Evitar la prisa

Debemos tratar nuestros asuntos con cuidado, pero sin prisas ni preocupación.

No te apresures en tus tareas, porque toda suerte de apresuramiento turba la razón y el juicio, y hasta nos impide hacer bien las cosas que emprendemos...

Cuando Nuestro Señor reprende a santa Marta, le dice: "Marta, Marte, te preocupas y te agitas por muchas cosas" (Lucas 10, 41). Si ella hubiese sido simplemente cuidadosa, no se hubiera inquietado, pero, por estar preocupada e inquieta, se apresura y se confunde, y es allí que Nuestro Señor la reprende...

Nunca fue bien hecha una tarea realizada impetuosa y apresuradamente... Recibe entonces en paz los trabajos que te lleguen, e intenta hacerlos ordenadamente, uno tras otro.

Paz frente a nuestros defectos

Debemos aborrecer nuestros defectos, pero con un odio tranquilo y apacible, no despechado ni desordenado; y verlos con paciencia, sacando provecho de una santa humillación de nuestro amor propio. De no hacerlo, hija mía, tus imperfecciones, que ves sutilmente y te inquietan aun mas sutilmente, se mantendrán por ese medio, pues no hay nada que conserve más nuestros defectos que la inquietud y el apuro por suprimirlos.

Y, finalmente: aceptar sin turbarse el no ser siempre capaz de conservar la paz

Intenta, hija mía, mantener tu corazón en paz con un humor estable. No digo que lo tengas en paz, sino que intentes hacerlo; que ésta sea tu principal preocupación, y cuídate mucho para que el no poder rápidamente calmar la oscilación de los sentimientos y del estado de ánimo, no se convierta en motivo de intranquilidad.

San Francisco de Sales
Busca la Paz y consérvala - Pequeño tratado sobre la paz del corazón
iglesia.org

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domingo, 16 de octubre de 2011

Al César, demos. A Dios, démonos

Evangelio: Mateo 22, 15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

AL CÉSAR, DEMOS. A DIOS, DÉMONOS

Con divina maestría responde hoy Jesús a quienes intentaban tenderle una trampa. “¿Es lícito pagar impuesto al César o no?.” Era una pregunta para contestar sí o no. Si contestaba afirmativamente, sería acusado de connivencia con el poder romano opresor, mientras que si declaraba ilícito el pago del tributo, resultaría ser un flagrante rebelde. Jesús deja bien claro que ha reconocido estas intenciones perversas, pero se dispone a dar a estos enviados una respuesta - y a todos nosotros una magnífica lección - sobre la distinción entre el orden temporal y el sobrenatural, entre las cosas de los hombres (política) las de Dios (religión).

El Evangelio enseña claramente, con la respuesta del Maestro, que se trata de dos ámbitos distintos e independientes: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Distintos pero no opuestos, pues la enseñanza se complementa con otros muchos lugares de la Escritura en donde aparece que la autoridad humana dimana, en última instancia, de Dios mismo (Rm 13, 1-2) y ha de ser por ello respetada mediante la obediencia, siempre que esta autoridad civil no proclame leyes injustas o contrarias al orden moral. Los apóstoles así lo enseñaron y la Iglesia así lo ha vivido siempre. Ha reconocido el papel fundamental de la autoridad civil, su autonomía, responsabilidad, y respeto a ella debido. Y a la vez, también ha reivindicado la autoridad que le corresponde, el poder sacramental y pastoral, que le ha sido dado por el mismo Dios para la salvación de las almas.

Difícil equilibrio el de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. De hecho, hoy en día todavía vemos cuántas religiones no conocen ni quieren aceptar esta distinción. Los cristianos también tenemos que estar siempre atentos, pues es muy fácil deslizarse siempre buscando directa o indirectamente el poder temporal. Jesús mismo tuvo que corregir a los apóstoles que pretendían puestos de gloria y poder humanos, recordándoles que seguirle a Él significa servir y ser último para llegar a ser primero en el Reino.

Pero vayamos a una enseñanza espiritual más concreta: si la moneda es del César, pues en ella aparece su cara y su inscripción, ¿cuál es, entonces, la propiedad de Dios? “Dad a Dios lo que es de Dios”. ¿Qué es lo que hemos de darle? Una preciosa y muy fructífera respuesta la dieron algunos santos padres de los primeros siglos, diciendo que la propiedad de Dios es cada hombre, cada cristiano. Efectivamente, por el bautismo, Dios ha impreso en nosotros su “cara e inscripción”, es decir, su vida, su gracia.

Lo que es del César son los bienes de este mundo. Lo que es de Dios, somos cada uno de nosotros. Siguiendo el mandato de Cristo, nos hemos de dar a Dios, como propiedad suya que somos, mientras que, estando en esta vida, hemos de respetar el orden social, político y económico, sin despreciarlo ni desentendernos de él, más aún, colaborando activamente con el orden social establecido. Pero sin pasar a ser “propiedad del César”.

San Pablo nos habla en la segunda lectura de hoy de nuestra pertenencia a Dios diciendo que “Él nos ha elegido, por la fuerza del Espíritu Santo”. Así mismo el profeta Isaías nos recuerda la alianza con la que Dios nos mantiene unidos a Él y que es una enseñanza constante en el Antiguo Testamento: “Te he llamado por tu nombre... te pongo la insigina...”

Y la Santísima Virgen María, declarándose sierva del Señor, es siempre modelo de ese “dar a Dios lo que es de Dios”.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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viernes, 14 de octubre de 2011

El saludo

Cuenta una historia que un empleado trabajaba en una planta cárnica en Noruega. Un día, a punto de terminar su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo cuando se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta.

Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. De repente, se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató.

Después de esto, le preguntaron al guardia por qué se le ocurrió abrir esa puerta sino es parte de su rutina de trabajo. Él explicó lo siguiente: Llevo trabajando en esta empresa 35 años. Cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda por la mañana y se despide de mí por las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible.

Esta mañana me saludó diciendo "Hola” a la entrada. Sin embargo, esta tarde no escuché su “hasta mañana”.

Yo espero cada mañana ese saludo de hola o buenos días. Por la tarde, también espero ese chao o hasta mañana. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré”.

webcatolicodejavier.org

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jueves, 13 de octubre de 2011

Estrategias del Diablo

Satanás convocó una convención mundial de demonios. En su discurso de apertura dijo:

No podemos hacer que los cristianos dejen de ir a sus reuniones espirituales.

No podemos evitar que lean la Biblia y conozcan la verdad.

No podemos evitar que formen una relación intima con su Salvador. Una vez que establecen esa conexión con Dios, nuestro poder sobre ellos se pierde.

Así que déjenlos asistir a sus congregaciones; déjenlos que tengan sus cenas familiares con platos y cubiertos, pero róbenles su tiempo, de manera que no tengan tiempo para desarrollar una relación con Dios...

Esto es lo que quiero que hagan: "Distráiganlos durante todo el día."

¿Como haremos eso?, Gritaron los demonios.

Manténgalos ocupados en las nimiedades de la vida e inventen innumerables proyectos que ocupen sus mentes respondió Satanás.

Tiéntenlos a gastar, gastar y gastar. Persuadan a las esposas para que vayan a trabajar por largas horas y a los esposos a trabajar de 6 a 7 días cada semana y de 10 a 12 horas al día, hasta que queden cansados y sus bolsillos vacíos.

Por nada del mundo los dejen pasar tiempo con sus hijos y seres queridos.

A medida de que sus familias se fragmenten, pronto, sus hogares no serán un escape a las presiones del trabajo.


Sobre estimulen sus mentes para que NO puedan escuchar esa VOZ ( la de Dios ).

Tiéntenlos a que escuchen sus radios siempre que conduzcan sus vehículos.

A que mantengan constantemente encendidos, en sus hogares, su TV, DVD y su mundo toque constantemente música degradante con letras obscenas.

Llenen las mesas de centro con revistas y periódicos.

Bombardeen sus mentes con noticias las 24 horas del día.

Inunden su correo con basura, catálogos, rifas, servicios y falsas esperanzas.

Pongan modelos bellas y delgadas en las revistas en la TV , para que los esposos crean que la belleza exterior es lo que importa y se sientan insatisfechos con sus esposas.

Mantengan a las esposas demasiado agotadas, para NO amar

a sus esposos por las noches, ellos empezarán a buscar en otra parte rápidamente.

Emociónenlos con las nuevas tecnologías a sus hijos, para que lleguen a pensar que las cosas materiales son importantes...

Aun en horas de distracción y esparcimiento, háganlos que sean excesivos. Que regresen agotados.
Y cuando tengan reuniones de

tipo espiritual, involúcrenlos en chismes y charlatanería, para que salgan de ahí con sus conciencias perturbadas....

Pronto estarán trabajando con sus propias fuerzas, sacrificando su salud y su familia por el bien de la causa.

¡Funcionará! agregó triunfante.

iglesia.org

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lunes, 10 de octubre de 2011

El amigo del hijo

Era la reunión del domingo por la noche de un grupo apostólico en una iglesia de la comunidad. Después de cantar los himnos, el sacerdote de la iglesia se dirigió al grupo y presentó a un orador invitado; se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años.

Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:

"Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres."

Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró a dos adolescentes que por primera vez desde que comenzó la plática estaban mostrando interés y siguió narrando:

"El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: Escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor que los embates de las olas."

"Miró en dirección a su hijo y le gritó: ¡TE QUIERO, HIJO MIO! y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó al amigo llegar hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo."

Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.

"El padre" -continuó el anciano- "sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!"

Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio. Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:

"Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo."

"Tienes toda la razón", le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:

"Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era yo."

webcatolicodejavier.org

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domingo, 9 de octubre de 2011

Hoy vamos de boda

Evangelio: Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda". Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos."

HOY VAMOS DE BODA

Es por desgracia, demasiado habitual que, en las bodas, no pocos invitados se queden en la puerta del templo donde los novios se están casando (luego, esos invitados no asisten a la boda) y aprovechen para charlar y fumar un cigarrillo al sol de las seis de la tarde. Pero a ninguno de esos invitados se les ocurre después quedarse a la puerta del restaurante donde se va a festejar una boda a la que no han asistido.

El Evangelio de hoy, sin embargo, nos habla de muchos que no quieren acudir al banquete al que se les invita. Si a esto añadimos que la boda es, además, la del hijo del rey, la perplejidad por el comportamiento de esos invitados es aún mayor. ¿Qué nos quiere decir el Señor con la parábola del banquete de bodas de hoy?

Situémonos desde el principio en una clave cristológica, para entender bien el significado. El Rey es Dios Padre y el Hijo, Jesucristo. Su desposorio es con la Iglesia, siguiendo la preciosa imagen de San Pablo en la carta a los Efesios. Los invitados son - somos - todos los llamados a participar en esta unión nupcial con el mismo Jesucristo, Dios y hombre, Esposo, Pontífice (puente) entre el cielo y la tierra.

Pero he aquí que se rehusa la invitación. La rehusaron tantos y tantos coetáneos y paisanos del Señor, no reconociéndole como Mesías. Y la rehusamos tantos y tantos cuando - como detalla el texto sagrado - preferimos nuestros negocios y ocupaciones al banquete del Señor. Nos pensamos que nuestros negocios son descanso y alegría, mientras que el banquete es trabajo y sufrimiento. Es cierto que seguir al Señor, entrar en su casa y en comunión con Él, conlleva muchas exigencias que se corresponden con el cuidadamente arreglado y limpio traje de fiesta de la parábola. Pero no hemos de olvidar que somos invitados a un banquete, a una fiesta; que la alegría auténtica está en el seguimiento del Señor, en la aceptación de su invitación, mientras que en el rechazo de la misma nos encaminamos hacia un fracaso más o menos cercano y una tristeza segura.

No hablamos de la reacción del tercer grupo de invitados de la parábola que no sólo rechazan la invitación, sino que se vuelven violentamente contra los criados que sólo quieren su bien. No hablamos - digo - porque nos remite directamente al Evangelio del domingo pasado y porque, por desgracia, es una reacción que estamos viendo demasiado a menudo. Hay personas que no sólo rechazan la invitación - son muy libres para hacerlo - sino que niegan la libertad de otros impidiéndoles seguirla o atacando a quienes, en nombre de Dios anfitrión, trabajan porque llegue a todos la siempre invitación y nunca imposición.

Contemplamos hoy así la vida cristiana: como la aceptación a participar en un banquete de bodas y a esmerarnos bien - como se hace en toda boda, con previsión y elegancia - para llevar una vestidura digna: limpia por la ausencia de pecados y bella por la abundancia de virtudes.

No ha habido santo que no haya vivido así su vida: con alegría e ilusión, sabiendo que han tenido que dejar otros negocios y ocupaciones, si cuesta trabajo y esfuerzo preparar el vestido digno, las ganas y la alegría del banquete prometido, les ha hecho superar todo y llegar hasta el final, hasta "habitar en la casa del Señor por años sin término" (salmo de hoy).

Con María, Madre del Señor y Madre nuestra.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 8 de octubre de 2011

El Santo Papa Benedicto XVI Recupera Comunion de Rodillas y en la Boca.

El Santo Papa Benedicto XVI Recupera Comunion de Rodillas y en la Boca. 'Estoy convencido de la urgencia de dar de nuevo la hostia en la boca a los fieles, sin que la toquen, y de volver a la genuflexión como signo de respeto', dijo el Papa, Tras recuperar la misa tridentina en latín, el Papa Benedicto XVI dio hace pocos dias un paso más en la restauración de los viejos usos litúrgicos dando la Comunión a los fieles arrodillados, una práctica que había caído en desuso en los últimos 40 años.Asistiendo devotamente a la Divina Eucaristía, das a la Santa humanidad de Jesucristo, el máximo honor, y Él repara muchas de tus negligencias y omisiones y te perdona los pecados veniales no confesados y de los cuales estás arrepentido. 'El Señor nos concede todo lo que en la Divina Eucaristía le pidamos y más aun, nos da aquello que nosotros no pensamos ni siquiera pedirle y que no es más necesario 'San Jerónimo' 'Si conociéramos el valor de la Divina Eucaristía, cuanto mayor celo tendríamos en oír' El Santo Cura de Ars. La Divina Eucaristía es el mayor bien que se puede ofrecer por las benditas almas para librarlas y sacarlas del purgatorio y llevarlas a gozar de la gloria eterna 'San Bernardino'. 'La Divina Eucaristía es el sol de los ejércitos piadosos y el centro de la religión Cristiana; el corazón de la devoción, el alma de piedad' San francisco de Sales' 'La Santa Misa es la llave de oro del Paraíso.' San Leonar de Porto

mariamedianera.ning.com

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viernes, 7 de octubre de 2011

Testimonio de un taxista

Me sorprendió gratamente. En un mismo día de trasiego por Madrid, en el que hube de tomar varios taxis, vi que en dos de ellos había colgado un rosario en lugar preferente y muy visible. Pregunté a los taxistas por qué llevaban allí el rosario. Las respuestas no se hicieron esperar:
¿Dónde quiere usted que lo lleve? me dijo uno.

No, si me parece muy bien. Pero sospecho que esto le habrá costado aguantar alguna que otra sonrisita irónica, le contesté.

Pues mire qué le digo. Ciertamente, algunos gamberros han comentado entre sí en el asiento de detrás mi ocurrencia. Piense que lo llevo ahí más de diez años, y en tanto tiempo han subido al taxi miles de personas, de todas las ideologías y educaciones. Pero le aseguro que si alguno me hubiera dicho a mí directamente algo contra el rosario o contra la Virgen, se hubiera acordado para toda su vida. No me gusta que se juegue con las cosas sagradas y tengo derecho a pensar como quiera y a no esconder mi fe y mi devoción a la Virgen. Yo no me meto con nadie. Y el que se meta conmigo por mi fe, «no le arriendo las ganancias». Lo menos que haría sería decirle: bájese usted y tome otro taxi que no lleve rosario. ¿Ofendo yo a alguien con llevarlo?

Así me gusta, hombre. Que la Virgen acoja con su bondad de Madre el buen corazón y la valentía que demuestra.
El otro taxista me explicó que se había encontrado el rosario en la parte trasera del coche, sin duda olvidado por algún cliente. Y lo puso en el lugar de honor del taxi. Así, si alguna vez vuelve a subir el que lo perdió, lo reconocerá y se lo podré restituir. Y mientras tanto, ahí va haciendo algún bien: a mí me recuerda muchas cosas buenas y, a los que suban, les dice que en este taxi se ha de respetar al Señor y a la Virgen. Ah, y conste que por esto no soy más santo que los demás. Pero, esto sí, ganas no me faltan y por lo menos doy testimonio de mi fe.

Fr. José A. M. Puche

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jueves, 6 de octubre de 2011

El Sacerdote en el Siglo XXI

Dorothy Thompson, escritora estadounidense, hace algunos decenios publicó en un artículo para una revista los resultados de una cuidada indagación sobre el mal afamado campo de concentración de Dachau.

Una pregunta clave dirigida a los supervivientes fue la siguiente: «¿Quién en medio del infierno de Dachau ha permanecido más largo tiempo en condiciones de equilibrio? ¿Quién ha mantenido por más tiempo el propio sentido de identidad?». La respuesta fue coral y siempre la misma: «los sacerdotes católicos». Sí, ¡los sacerdotes católicos! Éstos han logrado mantener el propio equilibrio, en medio de tanta locura, porque eran conscientes de su Vocación. Tenían su escala jerárquica de valores. Su entrega al ideal era total. Eran conscientes de su misión específica y de los motivos profundos que la sostenían.

¡En medio del infierno terreno, daban su testimonio: el de Jesucristo!

Vivimos en un mundo inestable. Existe una inestabilidad en la familia, en el mundo del trabajo, en las diversas asociaciones sociales y profesionales, en las escuelas y en las instituciones.

El sacerdote debe ser, sin embargo, constitucionalmente un modelo de estabilidad y de madurez, de entrega plena a su apostolado.

En el camino inquieto de la sociedad, se presenta con frecuencia un interrogante a la mente del cristiano: «¿Quién es el sacerdote en el mundo de hoy? ¿Es un marciano? ¿Es un extraño? ¿Es un fósil? ¿Quién es?».

La secularización, el gnosticismo, el ateísmo, en sus varias formas, están reduciendo cada vez más el espacio de lo sagrado, están chupando la sangre a los contenidos del mensaje cristiano.

Los hombres de las técnicas y del bienestar, la gente caracterizada por la fiebre del aparentar, experimentan una extrema pobreza espiritual. Son víctimas de una grave angustia existencial y se manifiestan incapaces de resolver los problemas de fondo de la vida espiritual, familiar y social.

Si quisiéramos interrogar la cultura más difundida, nos daríamos cuenta de que está dominada e impregnada de la duda sistemática y de la sospecha de todo lo que se refiere a la fe, la razón, la religión, la ley natural.

«Dios es una inútil hipótesis – escribió Camus – y estoy perfectamente seguro de que no me interesa».

En la mejor de las hipótesis, cae un denso silencio sobre Dios; pero se llega con frecuencia a la afirmación del insanable conflicto de las dos existencias destinadas a eliminarse: o Dios o el hombre.

Si después tuviéramos que dirigir la mirada al conjunto del panorama de los comportamientos morales, no podríamos no constatar la confusión, el desorden, la anarquía que reina en este campo.

El hombre se hace creador del bien y del mal.

Concentra egoístamente la atención sobre sí.

Sustituye la norma moral con el propio deseo y búsqueda del propio interés.

En este contexto, la vida y el ministerio del sacerdote adquieren importancia decisiva y urgente actualidad. Mejor aún – permitídmelo decir – cuanto más marginado, más importante es, cuanto más considerado superado, se convierte en más actual.

El sacerdote debe proclamar al mundo el mensaje eterno de Cristo, en su pureza y radicalidad; no debe rebajar el mensaje, sino, más bien, confortar la gente; debe dar a la sociedad anestesiada por los mensajes de algunos directores ocultos, detenedores de los poderes que valen, la fuerza liberadora de Cristo.

Todos sienten la necesidad de reformas en el campo social, económico, político; todos desean que, en las luchas sindicales, y en la proclamación económica se reafirme y se observe la centralidad del hombre y el perseguimiento de objetivos de justicia, de solidaridad, de convergencia hacia el bien común.

Todo esto será sólo un deseo, si no se cambia el corazón del hombre, de tantos hombres, que renueven por su parte la sociedad.

Mirad, el verdadero campo de batalla de la Iglesia es el paisaje secreto del espíritu del hombre y en él no se entra sin mucho tacto, sin mucha compunción, además de contar con la gracia de estado prometida por el Sacramento del Orden.

Es justo que el sacerdote se inserte en la vida, en la vida común de los hombres, pero no debe ceder a los conformismos y a los compromisos de la sociedad.

La sana doctrina, pero también la documentación histórica nos demuestran que la Iglesia es capaz de resistir a todos los ataques, a todos los asaltos que las potencias políticas, económicas y culturales pueden desencadenar contra ella, pero no resiste al peligro que proviene del olvidar esta palabra de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo». El mismo Jesús indica la consecuencia de este olvido: «Si la sal se hace insípida, ¿cómo se preservará el mundo de la corrupción?» (cfr. Mt 5,13-14).

¿A qué serviría un sacerdote tan semejante al mundo, que se convierte en sacerdote mimetizado y no en fermento transformador?

Ante un mundo anémico de oración y de adoración, el sacerdote es, en primer lugar el hombre de la oración, de la adoración, del Culto, de la celebración de los santos Misterios.

Ante un mundo sumergido en mensajes consumistas, pansexuales, atacado por el error, presentado en los aspectos más seductores , el sacerdote debe hablar de Dios y de las realidades eternas y, para poderlo hacer con credibilidad, debe ser apasionadamente creyente, ¡como también ser “limpio”!

El sacerdote debe aceptar la impresión de estar en medio de la gente, como uno que parte de una lógica y habla una lengua diversa de los otros («no os conforméis a la mentalidad de este mundo», Rm 12,12). Él no es como “los otros”. Lo que la gente espera de él es precisamente que no sea “como los demás”.

Ante un mundo sumergido en la violencia y corroído por el egoísmo, el sacerdote debe ser el hombre de la caridad. Desde las alturas purísimas del amor de Dios, del que realiza una particularísima experiencia, desciende al valle, donde muchos viven su vida de soledad, de incomunicabilidad, de violencia, para anunciarles misericordia, reconciliación y esperanza.

El sacerdote responde a las exigencias de la sociedad, haciéndose voz de quien no tiene voz: los pequeños, los pobres, los ancianos, los oprimidos, marginados.

No pertenece a sí mismo sino a los demás. No vive para sí y no busca lo que es suyo. Busca lo que es de Cristo, lo que es de sus hermanos. Comparte las alegrías y los dolores de todos, sin distinción de edad, categoría social, procedencia política, práctica religiosa.

Él es el guía de la porción del Pueblo, que le ha sido confiada. Ciertamente, no jefe de un ejército anónimo, sino pastor de una comunidad formada por personas que cada una tiene un nombre, su historia, su destino, su secreto.

El sacerdote tiene la difícil tarea, pero eminente, de guiar estas personas con la mayor atención religiosa y con el escrupuloso respeto de su dignidad humana, de su trabajo, de sus derechos, con la plena conciencia de que, entonces, la condición de hijos de Dios corresponde en ellos a una vocación eterna, que se realiza en la plena comunión con Dios.

El sacerdote no dudará en entregar la vida, o en una breve pero intensa temporada de dedicación generosa y sin límites, o en una donación cotidiana, larga, en el estilicidio de humildes gestos de servicio a su pueblo, tendiendo siempre a la defensa y formación de la grandeza humana y del crecimiento cristiano de cada fiel y de todo su pueblo.

Un sacerdote debe ser contemporáneamente pequeño y grande, noble de espíritu como un rey, sencillo y natural como un campesino. Un héroe en la conquista de sí, el soberano de sus deseos, un servidor de los pequeños y débiles; que no se humilla ante los poderosos, pero que se inclina ante los pobres y pequeños, discípulo de su Señor y cabeza de su grey.

Ningún don más precioso se puede regalar a una comunidad de un sacerdote según el corazón de Cristo.

La esperanza del mundo consiste en poder contar, también para el futuro, con el amor de corazones sacerdotales límpidos, fuertes y misericordiosos, libres y mansos, generosos y fieles.

Amigos, si los ideales son altos, el camino difícil, el terreno quizás menos minado, las incomprensiones son muchas, pero todo podemos con Aquel que nos da fuerzas (cfr. Flp 4,13).

El eclipse de la Luz de Dios y de su Amor, no es el apagarse la Luz y el Amor de Dios. Ya mañana lo que se había interpuesto, obscureciendo la fe, arrojando el mundo en una oscuridad espantosa, puede convertirse en menos espeso, y después de una larga pausa, demasiado larga del eclipse, volver el sol, lleno y espléndido.

Más allá de las inquietudes y contestaciones que agitan el mundo, y se hacen sentir también dentro de la Iglesia, están en acción fuerzas secretas, escondidas y fecundas en santidad.

Más allá de los ríos de palabras y discursos, de programas y planes, de iniciativas y organizaciones, hay almas santas que rezan, sufren, expían adorando al Dios-con nosotros.

Entre éstas hay niños y adultos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, cultos e ignorantes, enfermos y sanos, y hay también tantos sacerdotes, que no sólo son dispensadores de los Misterios de Cristo, pero en la babel actual permanecen signos seguros de referencia y de esperanza, para cuantos buscan la plenitud, el sentido, el fin, la felicidad.

Estemos unidos, queridos amigos, en el Cenáculo de la Iglesia, en torno a María nuestra Madre, con Pedro y los Apóstoles, sumergidos en la comunión de los santos, para ser también nosotros, de verdad, signos seguros de referencia y de esperanza para todos.

Es mi deseo, que convierte en oración por todos vosotros que estáis aquí presentes y por todos vuestros Hermanos, que no están aquí ahora. Os llevaré, de ahora en adelante, siempre conmigo.

Cardenal Mauro Piacenza
clerus.org

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miércoles, 5 de octubre de 2011

¿Qué soy delante de Ti?

29 de diciembre de 1937 – miércoles

Una hora de oración sin un pensamiento de Dios. Apenas me di cuenta, el tiempo pasó. Sonaron las cinco en el reloj y ya llevaba una hora de rodillas… ¿Y la oración? No sé…, no la hice. Estuve pensando en mí mismo, en mis sufrimientos personales, en los recuerdos del mundo. ¿Y Jesús? Y ¿María? Nada… Sólo tengo egoísmo, poca fe y mucha soberbia… ¡Tan importante me creo! ¡Tanto me considero!

¡Pobrecillo!, polvillo insignificante a los ojos de Dios. Ya que no sepas sacar fruto de la oración, aprende a humillarte delante de Él, y así luego lo harás mejor delante de los hombres.

Señor, tened piedad de mi... Sufro, sí..., pero quisiera que mi sufrimiento no fuera tan egoísta. Quisiera, Señor, sufrir por tus dolores de la Cruz, por los olvidos de los hombres, por los pecados propios y ajenos..., por todo, mi Dios, menos por mí... ¿Qué importo yo en la creación?; ¿Qué soy delante de Ti?... ¿Qué representa mi vida oculta en la infinita eternidad?... Si me olvidara de mí mismo, mejor sería Señor.

No tengo nada más que un refinado amor propio, y vuelvo a repetir, mucho egoísmo.

Procuraré con la ayuda de María enmendarme. Haré el propósito de que cada vez que un recuerdo del mundo venga a turbarme, acudir a Ti, Virgen María, y rezarte una Salve por todos los que en el mundo te ofenden.

En lugar de meditar mis sufrimientos..., meditar en el agradecimiento, a amar a Dios en mis propias miserias.

Perseveraré en la oración, aunque pierda el tiempo.

San Rafael Arnáiz
www.abandono.com

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domingo, 2 de octubre de 2011

Lo matamos y nos quedamos con la herencia

Evangelio: Mateo 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?"

Le contestaron: "Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos." Y Jesús les dice: "¿No habéis leído nunca en la Escritura?: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos."

LO MATAMOS Y NOS QUEDAMOS CON LA HERENCIA

Con auténtico espanto hemos recibido esta semana la noticia de la joven embarazada asesinada de un disparo, por un loco desconocido, en una parroquia de Madrid. Con espanto hemos sabido después más detalles en torno al suceso. Una nota que portaba el homicida con el mensaje "tengo el demonio detrás" y la presunta obsesión que sentía hacia las mujeres embarazadas. Sí, tenía el demonio detrás y esta madre inocente lo tuvo delante. Sentimos espanto y horror ante el poder del mal, sus irracionales acciones y sus más terribles consecuencias, el sufrimiento de los más inocentes.

Se unieron la muerte y la vida en unos instantes: la muerte de la madre y la vida del bebé de sus entrañas, que se pudo salvar. El pecado causó la muerte, el pecado va siempre contra la vida que Dios ha creado y ha conservado con amor. El poder de Dios obró el milagro de la vida en el seno de esta mujer y el poder del hombre con su pecado ha arruinado la obra de Dios. La parábola de hoy es una descripción precisa de esta cruda realidad.

De Dios, dueño de la viña, viene la vida y el sagrado deber de cuidarla y protegerla. El Señor ha puesto la vida en nuestras manos, como puso su viña en manos de aquellos labradores. ¿Qué hacemos con la vida?, ¿cómo tratamos este mundo que Dios nos ha encomendado?, ¿cómo tratamos a los emisarios del bien y la verdad que nos recuerdan que la viña no es nuestra? Los matamos, los eliminamos... Así sucedió en el Antiguo Testamento con los profetas, así ha sucedido y sucede con tantos mártires a lo largo de nuestra era. El que viene en nombre de Dios, testimoniando la verdad y el bien, es quitado de en medio por los hombres - cada uno de nosotros - que nos queremos apropiar de la viña de Dios, es decir, que queremos ser Dios.

Y Dios envía a su Hijo como último recurso. Jesucristo es la Verdad misma que viene a iluminar al mundo. Y ¿cuál es el plan de los impíos? ¿respetar al heredero? Todo lo contrario. Si así trataron a los criados, de la misma forma, y con más saña, tratarán a Jesucristo. "Lo matamos y nos quedamos con la herencia". Lo que interesa es la herencia. Los hombres no importan porque no importa Dios. Queremos ser dioses y nos sobran Dios y los hombres, obra de Dios. Por eso, el pecado es siempre homicida y deicida a un tiempo. Son demasiados los ejemplos de muerte y sufrimiento que vivimos en el mundo diariamente. Ahí están los horribles crímenes en México, las muertes de hambre en el cuerno de África, los miles de abortos realizados cada día... "¡Dios ha muerto, nosotros lo hemos matado!", proclamaba el célebre personaje de la obra de Nietzsche. Y las consecuencias, ahí - o mejor dicho, aquí - las tenemos.

Sin embargo, del mismo modo que en aquella parroquia madrileña el bebé fue rescatado del vientre de su madre muerta, así la vida terminará venciendo sobre el odio y el mal. Porque por mucho que se empeñe el hombre en ser Dios, por mucho que el poder satánico impulse al hombre a odiar a Dios y a odiar la vida que Él ha creado, Dios sigue siendo el dueño de la viña y tendrá la última palabra. Palabra de misericordia y perdón, ante todo, pero también, como nos enseña este mismo Evangelio, palabra de justicia - de premio y de castigo eternos - conforme haya sido nuestro trabajo en su viña.

De la muerte del Hijo en la cruz vino la Resurrección y la Vida y aunque todavía peregrinos por este mundo, nosotros sufrimos todavía el azote del mal y de la muerte, confiamos con María y en la comunión de la Iglesia, en que esta Vida nos llegue y triunfe por toda la eternidad.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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