jueves, 8 de marzo de 2012

La cruz y el bostezo PARTE 1

La mediocridad frente al misterio Pascual.
Una lectura de los relatos de la Pasión.

El novelista Shusaku Endo -creo que el primer japonés que haya escrito una vida de Cristo.- ha subrayado que las páginas evangélicas que narran la muerte de Jesús "superan en calidad a las muchas obras maestras trágicas de la historia literarias. Y yo quisiera añadir aquí otro elogio a éste: el de que los escritores evangélicos no hayan caído en la trampa de la grandilocuencia; el de que, aun narrando una gran tragedia, no hayan dejado ni por un momento de pisar tierra, ciñéndose al más cotidiano realismo.

La tentación no era pequeña y en ella tropezaron con frecuencia incluso los más grandes trágicos de la Antigüedad: su afán de retratar las grandes pasiones humanas les hacía olvidarse muchas veces de que éstas sólo afloran en el mundo muy ocasionalmente; y que casi siempre, junto a la gran pasión, existe toda una corte de pequeñas tonterías.

Para el narrador evangélico, en torno a jesús, la gran víctima, giraba toda una corte de personajes que parecían los arquetipos de toda gran tragedia humana: Judas, la traición; Pilato, la cobardía; Herodes, la lujuria; Caifás, la hipocresía; María, el amor sin mancha; Magdalena, el amor arrepentido... Todas las grandes pasiones estaban allí representadas. ¿Y dónde quedaba sitio para la estupidez, para la vulgaridad, para el bostezo? Los psicólogos -y los dramaturgos modernos lo han aprendido bien- saben que en la raza humana nunca existe mucha alta tensión acumulada y que junto a cada drama hay siempre un mar de mediocridad y de aburrimiento. ¿Es que no los hubo en el drama del Calvario?

Una lectura atenta de los Evangelios permite descubrir mil pequeños detalles de esta zona gris y miserable de la condición humana. Pero yo quisiera en estas líneas subrayar uno solo que hace muchos años sacudió mi conciencia. me refiero al largo aburrimiento de los soldados que crucificaron a Jesús y que se prolongó las tres largas horas de su agonía.

Recuerdo que hace años, leyendo aquella frase en que se dice que los soldados "se sortearon" la túnica de jesús, la cabeza se me pobló de preguntas: ¿con qué la sortearon? ¿Y de dónde salieron los eventuales dados o tabas que seguramente se usaron en el sorteo y que luego la tradición popular ha inmortalizado? Porque la gente no suele llevar habitualmente -salvo si se trata de jugadores empedernidos- dados o tabas en los bolsillos. Sólo cuando hemos de ir a un sitio en que calculamos que vamos a tener muchas horas muertas nos proveemos de juegos con que acortar ese tiempo en blanco.

Así les ocurrió, sin duda, a estos soldados. Ellos sabían ya, por experiencia, que las crucifixiones eran largas, que los reos no terminaban nunca de morir, que la curiosidad de la gente se apagaba pronto y que luego les tocaba a ellos bostezar tres, cuatro horas al pie de las cruces. ¡Se defenderían jugando!

Porque sería ingenuo pensar que aquellos matarifes vieron la muerte de Jesús como distinta de las muchas otras en las que les había tocado colaborar. Era, sí, un reo especial; no gritaba, no insultaba... Pero ellos habían conocido sin duda ya a muchos otros locos místicos ajusticiados que ofrecían su dolor por quién sabe qué sueños. Y conocían a muchos otros que llegaban a la cruz tan desguazados que ni fuerza para gritar tenían.

J. L. Martín Descalzo
"Razones para la Alegría"
yocreo.com

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