viernes, 9 de marzo de 2012

La cruz y el bostezo PARTE 2

Jesús era, para ellos, uno más. Incluso les extrañaba que se diera a su muerte santísima importancia. ¿Por qué habían venido tantos sacerdotes? ¿A qué tantas precauciones si a la hora de la verdad este galileo no parecía tener un solo partidario? En el fondo a ellos les habría gustado tener un poco de "faena". Pero ni el reo ni los suyos se habían resistido. Habían hecho su trabajo descansada y aburridamente. A ellos, ¿qué les iba en el asunto? Eran -según la costumbre- mercenarios sirios, egipcios o samaritanos que desconocían la lengua hebrea de los ocupados y malchapurreaban el latín de los ocupantes. Ni entendían los insultos de quienes rodeaban al ajusticiado ni acababan de comprender las frases que éste musitaba desde la cruz. No sufrían por ello. Sabían sólo que el trabajo extra de una crucifixión aumentaba su soldada y soñaban ya con que todo acabase cuanto antes para ir a fundir sus ganancias en la taberna o el prostíbulo. ¡A ver si había suerte y hoy los crucificados cumplían muriéndose cuantos antes! Sacaron sus dados, se alejaron un par de metros de la cruz para evitar las salpicaduras del goteo -¡tan molesto!- de la sangre y se dispusieron a matar la tarde.

Siempre me ha impresionado la figura de estos soldados que -a la hora en que gira la gran página de la Historia y a dos metros de la cruz en tomo a la que va a organizarse un mundo nuevo- se dedican aburridamente a jugar a las canicas. Son, me parece, los mejores representantes de la Humanidad que rodea al Cristo muriente. Porque en el mundo hay -y siempre ha habido- más aburridos, mediocres y dormidos que grandes traidores, grandes hipócritas, grandes cobardes o grandes santos.

Llevo todos los años que tengo de vida formulándome a mí mismo una pregunta a la que no he encontrado aún respuesta.- ¿el hombre es bueno o malo? ¿La violencia del que toma la metralleta y asesina es parte de la condición y la naturaleza humana o es simplemente tina ráfaga de locura transitoria que "está" en el hombre, pero no "es" del hombre? ¿Y el gran gesto de amor: la madre que muere por salvar a su hijo, el que entrega su sangre por ayudar a un desconocido, es también parte de la raíz humana o es un viento de Dios que se apodera transitoriamente del hombre?

La respuesta que con frecuencia llega a mi cabeza es ésta.- no, el hombre no es bueno ni malo; el hombre es, simplemente, tonto. O ciego. O cobarde. O dormido. Porque la experiencia nos enseña que por cada horrible que mata y por cada hombre que lucha para evitar la muerte hay siempre, al menos, mil humanos que vegetan, que no se enteran, que bostezan.

El mayor drama de Cristo no me ha parecido nunca su muerte trágica, sino la incomprensión de que se vio rodeado. Sus apóstoles no acabaron antes de su muerte de enterarse de quién era; las multitudes que un día le aclamaron le olvidaron apenas terminados los aplausos; los mismos enemigos que le llevaron a la muerte no acababan de saber por qué le perseguían; sus mejores amigos se quedaron dormidos a la hora de su agonía y huyeron al acercarse las tinieblas.

¿Y hoy, veintiun siglos después? ¿Creen los que dicen que creen? ¿No son, en definitiva, coherentes quienes en estos días previos a Semana Santa huyen a una playa, puesto que son los mismos que habitualmente dormitan o bostezan en misa? Solemos creer que el mundo moderno se pudre por los terroristas, los asesinos o los opresores. Me temo que el mundo esté pudriéndose gracias a los dormidos, gracias a que en cada una de nuestras almas hay noventa y cinco partes de sueño y vulgaridad y apenas cinco de vida y de lucha por el bien y por el mal.

De aquí el mayor de mis asombros-. ¿cómo pudo Cristo tener el coraje de morir cuando desde su cruz veía tan perfectamente representada a la Humanidad en aquellos soldados que jugaban a los dados? ¿El gran fruto de su redención iba a ser una comunidad de bostezantes? Morir por una Iglesia ardiente podía resultar hasta dulce. ¡Pero ... morir por aquello!

Así entró en la muerte: solo y sabiéndose casi inútil. Tenía que ser Dios -un enorme y absurdo amor- quien aceptaba tan estéril locura. Agachó la cabeza y entró en el túnel de nuestros bostezos. Lo último que vieron sus ojos fue una mano -¡ah, qué divertida!- que tiraba los dados.

J. L. Martín Descalzo
«Razones para la Alegría»
yocreo.com

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