domingo, 29 de abril de 2012

El Buen Pastor

Oremos por los sacerdores que son como "el Buen Pastor" en muchos momentos de nuestra vida.

Santo Evangelio según San Juan 10, 11-18

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.

Oración introductoria

Señor mío, vengo ante Ti porque quiero tener un momento de intimidad contigo. Soy esa oveja que pierde fácilmente el rumbo si no está en comunicación permanente con su pastor. En esta oración, con un acto libre de mi voluntad, quiero entregarme completamente a Ti, quiero ser parte de tu rebaño, muéstrame el camino a seguir.

Petición

¡Ven Espíritu Santo! Dame la docilidad de la oveja que nunca abandona a su pastor.

Meditación del Papa

Cuando sólo se quiere ser dueño de la vida, esta se hace cada vez más vacía, más pobre; fácilmente se acaba por buscar la evasión en la droga, en el gran engaño. Y surge la duda de si de verdad vivir es, en definitiva, un bien. No. De este modo no encontramos la vida. Las palabras de Jesús sobre la vida en abundancia se encuentran en el discurso del buen pastor. Esas palabras se sitúan en un doble contexto. Sobre el pastor, Jesús nos dice que da su vida.
"Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente". Sólo se encuentra la vida dándola; no se la encuentra tratando de apoderarse de ella. Esto es lo que debemos aprender de Cristo; y esto es lo que nos enseña el Espíritu Santo, que es puro don, que es el donarse de Dios. Cuanto más da uno su vida por los demás, por el bien mismo, tanto más abundantemente fluye el río de la vida. En segundo lugar, el Señor nos dice que la vida se tiene estando con el Pastor, que conoce el pastizal, los lugares donde manan las fuentes de la vida. Encontramos la vida en la comunión con Aquel que es la vida en persona; en la comunión con el Dios vivo, una comunión en la que nos introduce el Espíritu Santo. (Benedicto XVI, 3 de junio de 2006).

Reflexión

En algunos países de América Latina, en este domingo de Pascua, día del "Buen Pastor", se celebra -además del Jueves Santo- el día de los sacerdotes. Gracias a Dios, nuestra Iglesia Católica cuenta con muchos y muy santos sacerdotes en todas las latitudes del mundo. Pero algunos de nuestros enemigos se han confabulado rabiosamente para atacarlos con calumnias de muy mal gusto, para desprestigiarlos y manchar públicamente su buena fama y reputación con mentiras soeces y deshonestas. Y, lo que es peor, algunos católicos inconscientes se han prestado como tontos útiles para hacerles eco y seguir su juego tan sucio y tan poco leal. Pero, en fin, si Cristo mismo fue perseguido y calumniado, no podemos esperar una suerte diversa para sus sacerdotes. Él mismo nos lo advirtió: "El discípulo no es más que su Maestro: si al amo le llamaron Beelzebul -o sea, príncipe de los demonios-, ¿cuánto más a los de su casa?" (Mt 10, 24-25). Si nos calumnian injustamente, es señal de que vamos por el mismo camino que siguió nuestro Señor.

Pero, aunque es verdad que algunos pocos, poquísimos, sí han fallado -pues los sacerdotes son también seres humanos frágiles y pecadores- debemos hacerles justicia y reconocer públicamente que los buenos sacerdotes son, por fortuna, la inmensa mayoría, casi todos. Y se comportan como "buenos pastores", siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor.

Todos nosotros, en las más diversas circunstancias de la vida, hemos tenido a nuestro lado a santos sacerdotes que nos han ayudado a mantenernos en pie, a pesar de las dificultades. Y a ellos les debemos la perseverancia en nuestra fe y en nuestra vocación cristiana.

Yo recuerdo con grandísimo cariño -y estoy seguro de que también tú, querido amigo lector- la figura de sacerdotes que han dejado una huella indeleble en mi existencia porque han sabido ser, como Cristo, "buenos pastores". Pastores, sí; y también buenos, como auténticos padres, amigos y compañeros de la vida.

De san Francisco de Sales, aquel obispo inefablemente amable, dulce y bondadoso, la gente solía decir: "¡Cuán bueno debe ser Dios, cuando ya es tan bueno el obispo de Ginebra!". Y se cuenta que un hombre incrédulo de la Francia del siglo XIX, alrededor del año 1840, fue invitado a visitar al padre Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars. Y, a pesar de haber ido en contra de su voluntad, después de conocerlo, exclamó: "¡Hoy he visto a Dios en un hombre!".

Es impresionante también el testimonio que nos narró personalmente, hace algunos años, Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, entonces Administrador apostólico de la Rusia europea y actual Arzobispo de Moscú: Perni es una ciudad que se encuentra en los Urales y, durante el comunismo, había allí campos de concentración. Todavía en los años ochenta estaba detenido en ese lugar un sacerdote lituano, Sigitas Tamkjavicius, hoy obispo metropolitano de Kaunas. Después de la santa Misa los fieles me invitaron a visitar el cementerio. Me llevaron ante la tumba del primer sacerdote que había trabajado en esa ciudad, muerto en el siglo XIX. La gente me decía: "Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza".

Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos. Y, como éstos, tenemos legiones enteras y miríadas de ejemplos. Sacerdotes que, llenos de amor a Dios y a los demás, desgastan su vida en silencio y a escondidas, como la vela roja del Santísimo Sacramento que se consume de día y de noche en un continuo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía.

Pero los sacerdotes también necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo, para que el Señor les dé a todos el don de la santidad y de la perseverancia en su vocación. Y oremos también por las vocaciones, para que el Dueño de la mies mande a su Iglesia muchos y santos sacerdotes según su Corazón: buenos pastores, como Jesús, "el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas".

Propósito

Ante Cristo Eucaristía, ofrecerme como pobre instrumento para acercar a otros al Buen Pastor y pedir especialmente por los sacerdotes.

Diálogo con Cristo

El Señor es mi pastor, nada me falta. Qué verdad tan consoladora en este mundo individualista en donde nadie parece preocuparse por los demás. El pastor pide obediencia a sus ovejas y da la vida por ellas, por eso, permite, Padre mío, que sepa siempre responder a tu llamado y que sepa dar una dimensión sobrenatural a todos mis esfuerzos y actividades del día de hoy.

P. Sergio Cordova
catholic.net

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sábado, 28 de abril de 2012

El silencio, tiempo que da miedo

El silencio causa temor porque tenemos miedo de encontrarnos a nosotros mismos

Hay un hecho que suscita interés en nuestros tiempos, esto es, sencillamente el silencio y el miedo a este período. Mucha gente tiene pavor a la ausencia de murmullo. En una ocasión por eficiencia de medios de transportes acudí a un servicio de taxi. ¡Vaya sorpresa! Ocurrió algo inusual. El taxista estaba trabajando en sintonía con una música instrumental. Mi curiosidad fue preguntar la razón. La respuesta fue sencillamente porque le tranquilizaba. Pero eso no fue todo. Añadió a continuación -el taxista- que yo no era el primero que reparaba en el detalle de la música, sino que todos los que viajaban con aquel taxista presentaron sus mismos reparos. Algunos incluso se ponían furiosos y violentos, que les llevaba abandonar el coche.

Pero ¿porqué no nos gusta ordinariamente el silencio? Es sencillamente porque estamos vacíos interiormente. Los grandes hombres de la historia amaron el silencio. Porque tenían que decidir muchas cosas importantes de modo más reposado, íntimo y personal.

La fe cristiana tiene una práctica de vida sumamente interesante: el retiro. De este modo se pretende imitar a Jesús. Pues el mismo Señor pasaba días, horas en oración. Los evangelios nos presentan detalles como: se levantaba muy de madrugada, se retiraba a solas, acudió al desierto, estaba en un lugar aparte. Son datos que presentan la vida de Cristo en un diálogo continuo con Dios Padre. Para esto es útil el silencio. Es un encuentro interior con nosotros mismos y a la vez con Dios mismo. Como consecuencia tenemos necesidad de hacer oración.
El silencio es un tiempo provechoso. Nos encontramos realmente en nuestro santuario de la conciencia, ante lo cual nadie puede entrar sino sólo Dios y cuando nosotros la abrimos a quienes tienen competencias de ayudarnos. Pero no a cualquiera ventilamos nuestra interioridad. Hacerlo supondría falta de pudor e incluso de respeto a uno mismo y a la otra persona. Cuánto desagrado causa cuando los problemas personales se ventilan en público. No se arregla nada de ese modo.

El silencio nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. El retiro nos ayuda a revisar nuestro itinerario de vida. Es una revisión imprescindible. Hacemos balance de cómo estamos. Supone sencillez y humildad. También fortaleza y sinceridad para con nosotros mismos.

El silencio causa temor porque tenemos miedo de encontrarnos a nosotros mismos. Nos damos cuenta que la vida interior es débil y en el peor de los casos vacía, sin grandes ideales. Podemos comparar como el encender una luz en una habitación sin ventanas. Es muy probable que tengamos que exigirnos luego y cambiar muchas cosas que dejan que desear, pero como esto no nos gusta entonces simplemente buscamos el bullicio, la actividad, llenar el silencio con golpeteos de latas y cosas que acallen el grito de la conciencia.

P. Arnaldo Alvarado S.
Al día con matices

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viernes, 27 de abril de 2012

Anillos para siempre

La palabra divorcio en un hogar es sinónimo de tristeza. Aquí una pequeña historia que se agiganta frente al amor y al perdón.

Soy Andrés, me voy a divorciar.

Recuerdo que hace tiempo, cuando el amor era algo indiscutible para mí, yo era muy feliz. Ahora que me “he quitado el anillo”, he perdido incluso las ganas de vivir. Ninguno de los dos sabe encontrar remedio. Ella ya no me quiere, dice que el amor se ha esfumado de su corazón. Ella parece que dejó de estar dentro de mí. Yo creo que la culpa es suya. El matrimonio, poco a poco, se ha convertido en la soledad de dos vivida en compañía. Rompimos y quiero vender el anillo.

Conozco a un antiguo joyero. Entré a la tienda. Las miradas se entrecruzaron y pudo leer en mis pupilas la infelicidad de mi matrimonio. Examinó el anillo. Lo sopesó y después me dijo: “Esta alianza no vale nada. El peso indica cero. Sin duda alguna tu esposa vive aún. No haces bien separándote de ella. Después del matrimonio, ninguna alianza pesa separada porque los anillos son para siempre. Solo valen las dos juntas, como vuestras vidas”.

Salí de la joyería y rompí en lágrimas. ¡El amor no se puede nunca truncar! El amor no es una aventura. No puede durar solo un instante. Lo importante es volver a empezar...pidiéndole perdón... le diré que no puedo vivir sin ella, que el amor es para siempre.

iglesia.org

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jueves, 26 de abril de 2012

¡DEJA DE HACER DE TIGRE!

Qué gran decepción tenía la joven de esta historia. Su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas: al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

Un día, dando un paseo por el monte, vio sorprendida que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido que no podía valerse por sí mismo.

Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa, pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.

Admirada por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: - "No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas."

Así que la joven decidió rehacer la experiencia... se tiró al suelo, simulando que estaba herida, y se puso a esperar que pasara alguien y la ayudara. Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Siguió así durante todo el día siguiente... y el siguiente... ya se iba a levantar, mucho más decepcionada que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio. Sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, si casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, le oyó... ¡Con qué claridad, qué hermoso! ...era una voz, muy dentro de ella, que decía:

- "Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad... deja de hacer de tigre y simplemente sé la liebre."

webcatolicodejavier.org

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martes, 24 de abril de 2012

De pertenecer a una secta satánica a monja, tras intentar asesinar a la que hoy es su superiora

Michela, en la actualidad religiosa de la Comunidad Nuovi Orizzonti, tiene una vida de película. Abandonada por su madre cuando era un bebé, atrapada por una peligrosa secta satánica, convencida de la necesidad de asesinar a una monja por indicación de la sacerdotisa, que a la vez era su psiquiatra... Cuenta su testimonio en ReL con una intensidad y pasión, que a más de uno le dejará pensativo...

Cuando se experimenta el amor de Dios, se aprende que no se puede guardar para uno mismo. Yo llevo diez años viviendo esta forma de amor. Llevando el amor a quienes no conocen el amor de Dios.

«Chiara, sácanos de este infierno»
La comunidad a la que pertenezco nació en 1984, fundada por Chiara Amirante, que comenzó a llevar la palabra de Dios a los puntos de muerte de la ciudad de Roma. Tantos jóvenes que no conocían la palabra de Dios le pedían: «Chiara, sácanos de este infierno».

No creía absolutamente nada en Dios
Yo llevo doce años en la comunidad. Tengo 40, pero cuando entré, no creía absolutamente nada en Dios. Creía que los sacerdotes y las religiosas se hacían sacerdotes y religiosas por falta de trabajo. Veía una Iglesia que solo daba reglas. Una Iglesia que prohibía todo.

Además, yo me hacía una pregunta: «Si es verdad que Dios es amor, ¿por qué en el mundo hay sufrimiento?». Me lo preguntaba porque con el sufrimiento tuve contacto apenas nací. Mi papá y mi mamá me abandonaron en un hospital recién nacida. Viví mis primeros seis años de vida en un orfanato. Dos meses después de que saliese de allí, el instituto fue clausurado por maltrato a menores. Yo había conocido todo menos el amor, y cuando un niño no conoce el amor, es difícil que de adulto sepa dar amor. Crecí rebelde. En la escuela era instrumento de santificación para los profesores.

El dinero era el dios de mi vida
A los 18 años ya eres mayor de edad en Italia, así que me fui de la casa en que vivía. Pude hacerlo porque tenía un trabajo, una ocupación. Yo era chef de cocina internacional, muy reconocida. Comencé a trabajar en Italia y el resto de Europa y el dinero empezó a ser el dios de mi vida. Cuanto más tenía, mas quería tener, pero a fin de mes no me quedaba nada.

Novios de usar y tirar
En lo referente a todo lo que pertenece al mundo de la afectividad, era un desastre. Tenía novios según la estación del año. Uno para el invierno, otro para el verano…. Y me decía: «Yo el corazón no lo meto en esto». Eran novios de usar y tirar, pero cada historia que pasaba, era una herida más que dejaba mi corazón muy lastimado.

Un novio católico-convencido
Finalmente me enamoré de una persona que todas las madres de familia soñarían para su propia hija. Era inteligente, bueno, perfecto. Pero tenía un pequeño defecto: era un chico católico, un católico convencido. Esto, para mí, solo suponía un defecto por una razón, porque cuando yo le preguntaba cuando nos íbamos a ir a la cama, él me respondía: «Después del matrimonio». Él empezó a hablarme de Dios, pero yo le dije: «Escucha Luca, las relaciones de tres no funcionan. Somos tú y yo. Punto. Dios debe quedar fuera». Él fingió seguirme la corriente.

¿Quieres casarte conmigo?
Cuando ya llevábamos dos años saliendo, vino sin avisar una noche a mi casa. Era la primera vez en ese tiempo que vino a mi casa, por lo que pensé: «Hoy lo hacemos». Pero él tenía otras razones muy diferentes en su cabeza y me dijo: «Escucha Michela, hablé con mi padre espiritual, porque tengo intención de casarme contigo». Yo me le quedé mirando un poco perpleja, pero por un solo motivo: no sabía qué era un padre espiritual. Yo le respondí: «Vamos al registro civil, pedimos una cita, estampamos nuestras firmas y ya estamos casados». Y me dijo: «No. Para mí es importante el sacramento del matrimonio. Nos dan la posibilidad de efectuar un matrimonio mixto donde tu declares ser no creyente, pero yo pueda casarme contigo dentro de la Iglesia». Entonces mi siguiente pregunta fue: «¿Y esto cuanto cuesta?». «Nada», respondió mi chico. Pensé que si no costaba nada y no perdía mi imagen de atea, podía aceptarlo. Sólo le puse una condición: «Organiza tú la boda».

Murió antes de la boda
Pusimos una fecha y él comenzó a organizar todo. Era bonito, porque de verdad que Luca era un chico fantástico. Pero nunca me llegué a casar con él. Falleció cuatro días antes de la fecha escogida.

Poco después de comenzar los preparativos, contrajo el VIH por culpa de una transfusión de sangre contaminada. Ahí entré en contacto con la primera verdad de mí vida. Porque yo, con el dinero, hasta ese día había comprado todo y a todos. Pero descubrí que había una cosa que no podía comprar: la vida de mi novio. Eso para mí fue una derrota. Luca partió para el paraíso cuatro días antes de nuestra boda y ahí se me derrumbó el mundo.

«Dios, empeñaré mi vida en destruirte»
Me enfadé con Dios por haberme quitado a mis padres. Me enfadé con Dios por haber sufrido tanta violencia desde pequeñita. Me enfadé con Dios por la muerte de Luca. La noche de su funeral, me marché a la playa y allí mismo hice un juramento: «Dios, si tú no existes, pasaré toda mi vida diciéndoselo a todo el mundo. Pero si existes de verdad, empeñaré mi vida en destruirte».

New Age y el Reiki
Ahí empezó mi guerra con Dios. Para buscar a Dios y saber si existía, me acerqué a varias filosofías. Todo lo que era la New Age y el Reiki. Pero ahí no encontré nada de la presencia de Dios. A todo esto, mi vida era triste y angustiosa. Hasta que un día me propusieron comenzar psicoterapia. Yo pensé que si había probado ya tantas cosas, podía probar eso también. Así que comencé a ir un día a la semana. Poco a poco me iba sintiendo mejor en la consulta de aquella doctora. Empecé a ir en vez de un día a la semana, dos días, luego tres, y acabé teniendo cuatro sesiones semanales con ella. La psicoterapia se convirtió en mi droga. Yo no lo sabía, pero no tenía la facultad de decidir nada de mí vida.

Una sacerdotisa satánica
Un tiempo después la doctora me dijo que tal vez necesitase sesiones de hipnosis: «Tenemos que entrar a lo más profundo de tus heridas». Le dije que sí. Desafortunadamente no estaba en grado de tomar ninguna decisión. No se lo que hicieron conmigo, pero el problema fue que esta doctora era en realidad una sacerdotisa de una de las sectas satánicas más importantes de Italia. Y yo entré a formar parte de ella, de la mano de mi doctora.

Dos años en la secta
Pasé ahí dos años de mi vida. Dos años que me llevaron a perder mi dignidad de mujer, mi dignidad de ser humano. Allí he visto muerte y violencia. Llegué a alcanzar la muerte del alma. Me convertí en una auténtica marioneta manejada por manos satánicas.

«Mata a Chiara»
La noche de Navidad de hace catorce años (1996), durante un rito, me dijeron que existía la posibilidad de ser la sacerdotisa de una secta, en una ciudad de Italia. En ese mundo solo importa el poder, el tener, por lo que yo acepté, pero para ser la sacerdotisa tenía que afrontar una prueba de filiación, de pertenencia. Me dijeron: «En Roma hay una joven, de nombre Chiara, que ha fundado hace poco tiempo una comunidad. Está muy protegida por la Iglesia y para nosotros es un obstáculo, porque acerca a muchos jóvenes a Dios. Si tú verdaderamente quieres pertenecer a nosotros y tener el poder, debes hacer una cosa: mata a Chiara». Y acepté.

Decidida al asesinato
La noche del 5 de enero partí hacia Roma. Me habían dado toda la información de donde encontrar a Chiara y yo me dirigí a su casa, a la sede de la comunidad. A las 20.00 horas llegué hasta la puerta y sin dudar, convencida de lo que iba hacer, toqué el timbre.

«Por fin has llegado a tu casa»
Lo que ocurrió entonces lo tengo que contar desde el testimonio de Chiara, quien no me conocía absolutamente de nada, como es obvio.

Chiara cuenta siempre que, en ese momento, en su corazón escuchó una voz, la voz de la Virgen María que le decía: «Abre tú la puerta, que es una hija mía que tiene una gran necesidad».

Chiara se levantó, caminó apresurada hasta la puerta a cuyo otro lado la esperaba yo, y cuando abrió la puerta hizo una sola cosa. Me abrazo y me dijo: «Bienvenida hija mía. Por fin has llegado a tu casa».

Con el cuchillo en la mano
Ese abrazo cambió mi vida. Fue un abrazo indeleble que llegó a mi corazón. Fue más allá de mi cuerpo, de mis brazos. Yo no pude reaccionar, no pude moverme, no pude hacer nada. Chiara me desarmó absolutamente con ese abrazo, con su mirada.

Me llevó dentro, a su pequeña habitación y comenzamos a hablar. Ella me preguntó cómo estaba, y yo sin decir ninguna palabra le entregué el arma con el que la iba a matar. Se lo conté y le dije: «Chiara, para mí ya no hay esperanza». Ella me respondió: «¡Sí, sí que hay esperanza, porque el amor ha vencido a la muerte! ¡Hay esperanza para ti porque hubo quien dio la vida por ti! ¡Y Jesús te ama!».

«Me matarán y te matarán a ti también»
Yo le contesté: «Chiara, yo les conozco. Sé como son. Tengo poco tiempo. Me matarán y te matarán a ti también». «No Michela –respondió Chiara muy firme-. No lo harán, porque María te quiso en esta casa». Y en aquella casa me quedé.

Sesión de exorcismos
Obviamente, la primera cosa por hacer era una buena confesión. Llamaron a un sacerdote, pero debido a las actividades en las que había estado involucrada no me pudieron dar la absolución. Hubo que escribir a la Santa Sede, a la Congregación para la Doctrina de la Fe, toda mi historia. Un cierto cardenal Ratzinger , respondió en pocos días: «Hoy la Iglesia está de fiesta porque un Hijo ha regresado a casa».

También tuve que pasar por varias sesiones de exorcismo. Obviemos los detalles.

Comunión y consagración
Con un permiso muy especial, la noche del 27 de enero, en la capilla de las hermanas de la Madre Teresa, en Roma, pude recibir la comunión, pude consagrar mi corazón al Corazón Inmaculado de María, y hacer los votos de pobreza, obediencia y castidad, más el cuarto voto propio de la comunidad de Chiara, que es el voto de ser y llevar la alegría de Cristo Resucitado.

Un nuevo camino
Ahí comenzó mi camino. Mi camino de sanación, un camino en el que nunca nadie antes pudo sanar mis heridas, y donde sí que las pudo sanar Jesús.

Pero pasado un tiempo, hubo una herida que no había podido sanar. Esa herida era la falta de una madre, porque a mí me faltaba una madre. Me faltaba en Navidad, cuando todas la madres telefonaban a las demás y yo no recibía una llamada. Me faltaba el día que celebraba mi cumpleaños... Esa ausencia de mi madre, cada vez que pasaba esto, reabría las viejas heridas y había que empezar de nuevo.

Un grito de dolor
Un buen día, a Chiara se le ocurrió enviarme a un centro de ayuda para la vida. Se me había encargado abrir una casa de acogida para madres solteras y jóvenes embarazadas con riesgo de someterse a un aborto por miedo o por dificultad. Allí las podríamos acoger. Pero al poco tiempo empecé a recoger un grito de dolor. Era el grito de dolor de aquellas mujeres que habían abortado y que me decían: «¿Sabes? Hoy tendría un hijo de ocho años, pero lo llevé a matar».

Aprendí a no juzgar
Por las noches llegaba a casa y me ponía delante de Jesús, en el sagrario, y le entregaba todo ese dolor que llevaba de las mujeres. Una de esas noches, empecé a escuchar en mi corazón: «Michela, si hoy existes tú, es porque tu madre dijo sí a la vida». Os tengo que decir que cuando se experimenta la misericordia de Dios, la primera cosa que se aprende es a no juzgar. Y yo no tenía ningún derecho de juzgar a mi madre. Porque si una madre llega a abandonar a un hijo es porque hay un gran dolor.

A la busqueda de la madre
En ese momento comenzó a despertar en mi interior la necesidad de buscar a mi madre, no para juzgarla ni regañarla, sino para darle las gracias por mi vida.

La ley italiana permite obtener información del propio origen y después de las investigaciones pertinentes localicé a mi madre. Comenzamos a telefonearnos, y un día me sugirió conocernos personalmente. La fecha concertada fue el 2 de Junio de 2004. Esa misma mañana partí hacia la ciudad donde ella vivía para encontrarme con ella, como habíamos quedado.

«Sal de mi vida»
Yo iba sola y en ese viaje había dos partes dentro de mí. Una parte era esa parte humana que se sentía entusiasmada por poder decirle por fin a alguien «mamá». Pero había otra parte más racional que me decía: «Michela, no sabes qué puedes encontrar allá». Mi error fue que en aquella duda venció la parte más humana. Pero el hombre propone y Dios dispone, porque pocos minutos después de encontrarnos, con una mirada que yo no le deseo ni a mi peor enemigo, mi madre me dijo: «Tú para mí no has existido nunca, no has existido hasta ahora, no existes hoy. Sal de mi vida». Yo no sé que siente una madre cuando un hijo dice no a su amor, pero les puedo decir lo que siente un hijo cuando una madre le dice no a su amor…

«¿Qué le hecho de malo a Jesús?»
Fue un gran dolor. Regresé a Roma, cogí a Chiara y sujetándola contra un muro le dije: «¿Pero yo qué le hecho de malo a Jesús? Trabajo para Él, ¿por qué no me puede ayudar?».

A mí pregunta de por qué Jesús me trata así, Chiara me contestó: «¿Sabes, Michela? Santa Teresa de Ávila le preguntó lo mismo a Jesús, y Jesús le dijo que así trataba Él a sus amigos». Ya sabéis lo que Santa Teresa le respondió a Jesús: «Ahora entiendo por qué tienes tan pocos».

Unas vacaciones para reflexionar
Era una situación dolorosa, de la que era difícil salir, por lo que entonces Chiara me propuso unos días de vacaciones. Yo pensé: «Estupendo, me iré a la playa y tomaré el sol», pero Chiara ya había pensado en todo: «Hay un lugar al que puedes ir. Es un pueblo en Bosnia que se llama Medjugorje. Cógete unas vacaciones y vete allí». Yo le dije a Chiara: «A Medjugorje yo no voy, Chiara. Mejor me pagas las vacaciones en Croacia, que está muy cerca y tiene un mar estupendo. Ya cuando esté allí, un día me acerco a Medjugorje. Pero yo no me voy a meter entre las colinas, las piedras y el calor. Eso no son vacaciones». Chiara me respondió: «Te recuerdo que hiciste un voto de pobreza y otro de obediencia. Elige por cual de los dos quieres ir a Medjugorje». Así que elegí el de la obediencia, y voluntariamente vine a Medjugorje.

Medjugorje
Llegué a Medjugorje ¡Me daban una pena los peregrinos! Porque yo pensaba que yo estaba allí porque me habían obligado, pero no entendía por qué ellos no iban al mar, pudiendo hacerlo.
En fin, los primeros diez días fueron un desastre. Yo no quise saber nada de peregrinos, ni del fenómeno de Medjugorje, ni de nada.

Una vidente y la aparición
El día decimoprimero, estaba tras la explanada, cerca de la carpa verde. Estaba tumbada en mi toalla, tomando el sol. En serio, pasaba de todo. Y ahí tirada me vio Marija, una de las videntes. No nos conocíamos de nada, pero a ella le llamó la atención, no sé si verme tumbada tomando el sol, o mi toalla verde chillona.
Se acercó a mí y me dijo: «Hola, ¿qué haces?». «Estoy esperando a que comience la Misa». Entonces Marija, sin más, con toda la naturalidad, me dijo: «Vente mañana conmigo a una aparición».

¡Imagínate! Era ridículo. Tanto que me dio la risa y le contesté: «Mira, va a ser mejor que la Virgen María venga a mí, porque yo de aquí no me muevo». Marija me miró un poco sorprendida, en silencio. Al cabo de unos segundos, cuando se me quitó la sonrisa de la cara, me dijo: «Tú vente mañana».

Unos días aburridos
En Medjugorje, si no vives el fenómeno, tampoco es que haya mucho que hacer. Mis primeros diez días allí fueron tan aburridos, que por muy absurdo que pareciese, asistir a una aparición suponía algo distinto en medio de aquel aburrimiento, así que el día siguiente aparecí a la hora que me había dicho Marija en el Oasis de la Paz, donde iba a vivir su aparición. Al llegar allí, aquello estaba lleno de gente.

Yo llegué a las seis y cuarto de la tarde y allí había gente que llevaba más de tres horas, con todo el calor. Yo pensé: «Qué tontería llegar tan temprano, si de toda formas a la Virgen solo la ve la vidente, pero bueno».

Al cabo de unos minutos llegó Marija. Me vio en el jardín, me cogió de la mano y me llevó dentro de la capilla con ella, delante del todo, a su lado. Me llevó hasta allí a rastras y de un empujón me puso de rodillas. Todo el mundo rezaba y yo pensaba: «Qué buenos todos estos peregrinos, mira cómo rezan», pero mi corazón estaba muy cerrado y no quería participar con ellos.
Recuerdo el momento en que comenzó la aparición. Todo el mundo se quedó en silencio y Marija se quedó mirando extasiada hacia arriba.

En medio de la aparición
En ese momento pensé: «Cualquiera desearía estar aquí a su lado, ¿cómo es posible que a mí no afecte?». La miré a Marija y vi que, sin emitir ningún sonido, movía sus labios, ¿y saben cual fue mi pensamiento en ese momento?: «Pero ella, con la Virgen, ¿habla en croata o en italiano?». Os prometo que lo pensé, de verdad, incluso quince días después de aquello se lo pregunté a ella. Me dijo que hablaban en croata.

¿Un trasplante del corazón?
Bromas a parte, en cierto momento de la aparición ocurrió algo. Y se lo cuenta la persona más racional que existe. Empecé a sentir un calor en el cuerpo. Era un calor que llegaba hasta la punta de mis dedos, hasta mis pies. Era un calor maravilloso. Sentí como si algo me abrazara, me rodeara y me cubriese entera, y entonces ocurrió lo más increíble, y es que sentí como si me hiciesen un transplante de corazón. Digo trasplante porque sentí como si algo se metía en mi pecho y me arrancara una piedra de dentro. Era un corazón herido, enfermo, y sentí como si me colocasen un corazón nuevo ahí dentro, en su lugar. Subrayo la palabra transplante, porque no fue un corazón curado, sino un corazón nuevo, que me llenaba de paz el alma, la mente y el cuerpo.

«Algo bellísimo»
Al acabar la aparición yo no entendía nada de lo que estaba sintiendo, pero era bellísimo. Empecé a darme cuenta de que tenía que marcharme y comencé a repetirme a mí misma que en realidad no pasaba nada, para ver si me calmaba, pero qué va, cada vez que lo decía mejor lo sentía.

Entonces Marija se levantó e hizo lo que hace siempre. Explicó a todos lo sucedido: «He presentado a la Virgen María todas vuestras intenciones de oración. La Virgen María ha orado por ustedes y les ha bendecido». A todo esto yo seguía de rodillas a su lado. Entonces ella, delante de todos me miró y dijo: «La Virgen María ha hecho suyo el dolor de tu corazón. A partir de hoy solo ella será tu madre».

«La Virgen te vió»
Salí de la capilla. Marija no sabía nada de mi historia. Cuando ella salió yo estaba en el jardín, desconcertada. Me cogió de nuevo por el brazo y, sin estar yo todavía muy convencida de lo que suponía que había pasado, le pregunté: «Marija, tu estabas ahí, ¿me viste durante la aparición?», y ella me respondió: «No, yo no te vi. Pero la Virgen sí».

«María me coge de la mano»
Desde aquel día hasta hoy he sentido a María en mi vida. La he sentido de una manera muy concreta. He descubierto que cada vez que tengo el rosario en las manos, es María quien me coge de la mano.

Modelo de santidad
Aquella tarde aprendí otra cosa. Era cierto que hasta ese día había trabajado para Dios, pero María quería que yo trabajase con Dios. Y otra cosa bellísima fue que si yo quería ser santa, debía tomar a la Virgen María como modelo de santidad. Os aseguro que eso, para un carácter como el mío, no es nada fácil. No es fácil vivir la obediencia. No es fácil vivir la humildad. No es fácil vivir el silencio de María. El silencio de María bajo la cruz. Pensad que María estaba bajo la cruz.

Un dolor transformado en amor
Aquella fue una experiencia bellísima, porque descubrí que el dolor puede ser transformado en amor por la humanidad.
Os digo que si aquella tarde del entierro de Luca dije que Dios no existía, después de doce años puedo deciros que Dios sí que existe.

Ocho años de silencio
Durante ocho años he vivido en silencio. Durante ocho años he estado escondida. Pero hace dos años, en un capítulo general de la familia salesiana, Chiara y algunos otros me pidieron que contara mi historia. Al principio tuve miedo. Pero cuando aprendes que la vida no te pertenece a ti, que la vida es un regalo, el miedo puede ser canjeado. Yo hice este pacto con Jesús: «Jesús, si mi vida, mi historia, sirve a un solo joven a encontrar tu misericordia, yo daré mi vida por esto».

No tener miedo del sufrimiento
Queridos jóvenes, no tengáis miedo del sufrimiento. El sufrimiento existe, sí. El mundo nos dice que no existe, nos enseña cómo cubrirlo, cómo barnizarlo con capas de cosas sin importancia. Pero Jesús nos enseña a vivirlo con Él. Lo que tiene a Jesús clavado en la cruz no son los clavos, sino el amor especial que tiene por cada uno de nosotros. Por eso os ruego, por favor, que como decía san Francisco de Asís, no permitáis que el Amor de los amores no sea amado. ¡Llevemos el amor de Dios a todas partes! Podemos hacerlo, Jesús nos ha enseñado cómo. Somos pequeños, pero seamoslo como decía la madre Teresa de Calcuta: como las gotas del mar, que hacen un océano.

Dios nos ama hasta morir
Queridos jóvenes, estáis todos callados. Hay un gran silencio, pero como decía san Pedro, yo no tengo oro ni plata. ¡Lo que yo tengo me llega de la Providencia! Mirad, ni si quiera este rosario que llevo en el bolsillo es mío. Me lo han dado. Queridos jóvenes, yo no tengo nada, y a diferencia de san Pedro yo no hago milagros. Pero os puedo decir una cosa: ¡Que hay un Dios que ha dado su vida! ¡Que hay un Dios que nos ama hasta morir! ¡Que debemos experimentar la alegría de Cristo resucitado!

Los satanistas creen más que nosotros
Mirad ese pedazo de pan. Ese pedazo de pan que nosotros adoramos, ese pedazo de pan blanco con el que nos nutrimos… ahí está realmente el cuerpo de Jesús. Y esto os lo digo con un gran dolor, porque los satanistas creen más que nosotros que ahí está el cuerpo de Jesús. Nosotros tenemos que empezar a creer. Tenemos que empezar a vivir a Jesús. Mirad san Pablo. Él decía: «No soy yo quien vive, es Jesús quien vive en mí» .

Utiliza el sufrimiento, pero no huyas de él
Os lo repito, no huyáis del sufrimiento, utilizarlo. Levádselo a Jesús y ese sufrimiento se transformará en amor.

Me despido con una frase de Edith Stein . Cuando Edith Stein se convirtió, le preguntaron por qué se había convertido al catolicismo, y ella respondió: «Yo busqué el amor. Y encontré a Jesús».

Jesús García
Religión el Libertad

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domingo, 22 de abril de 2012

Con la paz y la alegría que da el Resucitado, vencemos toda crisis

Evangelio: Lucas 23, 35-48

En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y como reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaba; se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: “Paz a vosotros.” Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.”
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo que comer?” Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.”
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.”

CON LA PAZ Y LA ALEGRÍA QUE DA EL RESUCITADO, VENCEMOS TODA CRISIS

El cristiano no es el que cree en Dios sin más, sino el que cree en un Dios victorioso de la muerte, y por tanto de toda crisis humana, ya que la muerte es la mayor de ellas. Nuestro Dios es Jesucristo Resucitado.

Él, apareciéndose a los apóstoles con su Cuerpo glorioso, lleno de vida, les trae la paz. Los saca radicalmente de toda la crisis y la depresión a la que les había sumido el horror del Calvario y de la cruz. “Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como yo tengo”. Les devuelve la paz, les confirma con los hechos la paz que les había mostrado durante su estancia de tres años con ellos. Por eso, su primer saludo, el saludo pascual, es siempre el mismo: “Paz a vosotros”. Es una Paz absoluta la que da Dios, la que transmite Cristo a quien se deja iluminar por el misterio de su resurrección.

Es una paz tan divina como humana, pues no es la de un Dios abstracto que llama desde el misterio de la otra vida desconocida, sino el que trae esa otra Vida, la eterna, a nuestro mundo. Y continúa siendo uno de nosotros; por eso, pide de comer, para compartir las experiencias más humanas que, vividas con amor, son momentos hermosos de alegría.

Los apóstoles “no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos”. La alegría cristiana la da la realidad material de la Resurrección de Cristo. El Resucitado tiene un Cuerpo glorioso, que trasciende ya las coordenadas del espacio y del tiempo, pero sigue siendo su Cuerpo de carne y hueso, que muestra las heridas recibidas y pide de comer. La alegría de los apóstoles no se basa en una ilusión, ni el Resucitado está sólo en sus mentes. Está allí con ellos, compartiendo con ellos, como lo hacía antes del Viernes Santo. Y como está en medio de ellos corporal y verdaderamente, también está presente en sus mentes y sobre todo en su corazón. Cierto que tendrá que venir el Espíritu Santo sobre ellos para que esa alegría se manifieste con la fuerza que leemos en el libro de los Hechos: “el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús (…) lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos.”

Nosotros estamos llamados a vivir diariamente la alegría de la Resurrección y superar con ella toda crisis humana causada por el dolor, la injusticia y, en última instancia, la muerte. Porque verdaderamente ha Resucitado el Señor y la alegría y la paz que trae trasciende el tiempo, atraviesa los siglos y llega hasta nosotros igual de fresca y viva que llegó a los Apóstoles. Nosotros también somos testigos de la Resurrección.

Esto nos debe llevar a una actitud de continuo optimismo ante la vida con sus problemas y luchas; el saber que la Resurrección de Cristo es una verdad y un anticipo de nuestra vida eterna, nos tiene que llenar de ganas de vivir y de compartir esta alegría con los demás, nos tiene que llevar a no rendirnos jamás ante las dificultades, injusticias y persecuciones a las que podemos estar sometidos, mayores aún cuanto más vivimos según los mandamientos de Cristo. La fe en la Resurrección nos lleva a una vida transformada por Él que se demuestra en las obras de cada día. Por eso nos recuerda hoy San Juan en su primera carta: “Quien dice: "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en El.”

¿Dónde está, pues, la solución a toda crisis humana, personal, cultural, social o económica? En la vida de resucitados con Cristo. Siendo testigos de su Resurrección, con nuestra propia vida, estaremos siendo un mensaje claro de luz y de paz para el mundo entero. Esto exige coraje. Desgraciadamente es fácil “desinflarse” ante las dificultades que nos sobrevienen diariamente, las ordinarias y las extraordinarias. Debemos alimentar nuestra vida de fe a través de la oración, del diálogo y de la Comida eucarística, que no es otra cosa que vivir en esa misma compañía con Cristo que, leemos hoy, los Apóstoles tuvieron. Esta es la idea que recalcó el Papa en su última audiencia de los miércoles: la oración mantiene viva la fe y la esperanza y da fuerza ante toda dificultad, sufrimiento y persecución.

La Virgen María es la Madre de los Resucitados con Cristo. Una tierna devoción a nuestra Madre nos ayudará definitivamente a vivir la alegría pascual.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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viernes, 20 de abril de 2012

Un mensaje incómodo

Benedicto XVI renueva la necesidad de un baño de humildad en la Iglesia. Para todos, sin excluir a nadie

Uno de los destinos que probablemente ya tenía asignados Benedicto XVI, el Papa teólogo convertido en Pontífice a los 78 años, es similar al de su predecesor Pablo VI, que lo convirtió en arzobispo de Munich y lo creó cardenal en el ya lejano 1977: el de ser criticado tanto por la derecha como por la izquierda, terminando por no ser comprendido más a menudo de cuanto cabría pensar, incluso por quien se profesa «ratzingeriano» y por lo tanto tendría que ayudarle a transmitir su mensaje.

Hace siete años, en el momento de la elección, sobre Joseph Ratzinger, durante más de veinte años prefecto del antiguo Santo Oficio gravitaba el cliché que le daban los medios de comunicación del «panzerkardinal» conservador, del inflexible guardián de la ortodoxia que habría «detenido» los estímulos innovadores de Juan Pablo II, del cual en cambio había sido un fiel y dócil colaborador. También el de Pablo VI se considera un papado «cerrado» respecto a las esperanzas suscitadas por su predecesor Juan XXIII.

La reconciliación con los tradicionalistas lefebvrianos, ya inminente, precedida por la decisión de consentir la celebración de la misa antigua, le ha costado a Benedicto XVI un disenso difundido incluso entre algunos obispos: el Papa pretendía favorecer la posibilidad de que el viejo rito preconciliar y el nuevo rito posconciliar se enriquecieran mutuamente, haciendo recuperar en mayor medida al primero el sentido de lo sacro y del encuentro con el misterio -a veces demasiado reajustado por la dejadez y por los abusos litúrgicos- y haciendo descubrir al segundo la riqueza de las Sagradas Escrituras introducidas en la nueva misa. El intento, solo en parte ha sido un éxito: a causa de las reacciones no siempre compuestas y comprensivas a la voluntad del Papa, pero también por el nacimiento de formas de esteticismo que no tienen que ver para nada con la esencia de la liturgia.

Pero Benedicto XVI ha sido acusado, por otra parte, también por quien se esperaba de él «mano dura» y un «enderezamiento doctrinal», además de una reafirmación de la identidad cristiana europea de frente al islam. Y si a la izquierda está considerado demasiado proyectado en el pasado e incapaz de leer las señales de los tiempos, a la derecha se le considera demasiado débil.

Tanto los «progresistas» como los «ratzingerianos» desilusionados, terminan olvidando el corazón del mensaje de Benedicto XVI. Un Papa que en mayo de 2010, en Fátima dijo: «Cuando, para muchos, la fe católica ya no es un patrimonio común de la sociedad y, a menudo, se ve como una semilla insidiada y ofuscada por “divinidades” y señores de este mundo, muy difícilmente esta podrá tocar los corazones mediante simples discursos o referencias morales, y menos todavía a través de referencias genéricas a los valores cristianos. La referencia valerosa e integral a los principios es esencial e indispensable; sin embargo el simple enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su libertad, no cambia su vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por medio de la fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él». Palabras de un obispo de Roma que al principio de su pontificado había dicho: «el nuevo Papa sabe que su función es hacer resplandecer ante los ojos de los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no su luz, sino la de Cristo».

En una Iglesia donde siguen resonando diariamente tanto referencias éticas como insistentes llamamientos a descubrir de nuevo los valores cristianos, en una Iglesia atravesada por una profunda crisis (a la situación «dramática» hizo referencia Benedicto XVI mismo en la homilía de la misa crismal), flagelada por el escándalo de la pederastia, por el cisma silencioso de los llamamientos a la desobediencia firmados por sacerdotes en varios países europeos, por el afán de carrera desgraciadamente difundido entre los eclesiásticos, por las fugas de documentos y por las grietas en la organización del aparato de la curia, el anciano Papa alemán sigue llamando a la conversión, a la penitencia y a la humildad.

Desde Alemania el pasado septiembre invitó a la Iglesia a ser menos mundana: «Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de una Iglesia “desmundanizada” emerge de manera más clara. Liberada de los fardeles y de los privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero, puede abrirse verdaderamente al mundo...». Dos meses más tarde, en vuelo hacia Benín, dijo: «Es importante que el cristianismo no se muestre como un sistema difícil, europeo, que otro no pueda entender ni poner en práctica, sino como un mensaje universal de que Dios existe, de que Dios tiene que ver con nosotros, de que Dios nos conoce y nos ama y de que la religión concreta conlleva colaboración y fraternidad. Por lo tanto, un mensaje simple y concreto».

Muy lejano de triunfalismos, Benedicto XVI a los nuevos cardenales el asado 19 de febrero les recordó: «El servicio a Dios y a los hermanos, el don de sí: esta es la lógica que la fe auténtica imprime y desarrolla en nuestra vivencia cotidiana y que en cambio no lo es el estilo mundano del poder y de la gloria».

Las palabras más duras, dramáticas y realistas sobre la situación han sido pronunciadas precisamente por un Papa apacible que se muestra sereno incluso durante la tempestad, pero que ante los ataques reconoce: «los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo llegan desde fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen precisamente de su interior, del pecado que existe en la Iglesia. Esto también se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de una manera realmente aterradora: que la mayor persecución de la Iglesia no proviene de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia por lo tanto tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación».

Como ha explicado Ratzinger en la homilía de la misa celebrada en Lisboa el 11 de mayo de 2010: «A menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontanto que esta fe existe, algo que desgraciadamente corresponde cada vez menos a la realidad. Se ha puesto una confianza quizás excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y de funciones; ¿pero que sucederá si la sal se vuelve sosa?»

Ante los ataques y las «cruces» del pontificado, ante los escándalos y el mal funcionamiento del aparato de la curia, ante el afán de carrera de los eclesiásticos, Benedicto XVI renueva -como hizo también con los nuevos purpurados en el último consistorio- la necesidad de un baño de humildad en la Iglesia. Para todos, sin excluir a nadie. Solo quien es humilde, efectivamente, sabe que necesita ayuda, apoyo, que Otro le ilumine. Solo el humilde puede hacer resplandecer la luz de Cristo, aquella de la cual los hombres y las mujeres de hoy tienen una profunda necesidad.

Andrea Tornielli
vaticaninsider.lastampa.it

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jueves, 19 de abril de 2012

San Expedito

Fiesta: 19 de abril

San Expedito fue comandante de una legión romana y como tal defendió al Imperio ante las invasiones de los Bárbaros. Al convertirse en cristiano fue martirizado (posiblemente por orden del emperador Diocleciano) en Melitene, Armenia (hoy Malatya, Turquía). Junto con él murieron sus compañeros de armas: Caio, Gálatas, Hermógenes, Aristónico y Rufo. Muchos otros mártires dieron gloria a Dios en su época, entre ellos Santa Filomena y San Jorge.

Según la tradición, en el momento de la conversión, se le acercó el demonio, en forma de un cuervo que le gritaba "cras, cras cras" (En latín significa "Mañana, Mañana, Mañana"). Así trataba de persuadirlo a que dejase su decisión para después ya que el demonio sabe que lo que se deja para mañana hay mucha posibilidad de que se quede sin hacer. Pero Expedito aplastó al cuervo tentador con prontitud diciendo "¡HODIE, HODIE, HODIE!" (HOY, HOY, HOY). No dejaré nada para mañana, a partir de HOY seré cristiano". Así se convirtió en soldado de Cristo, utilizando desde ese momento su valor y disciplina para el Reino de Dios.

Aunque se desconoce el origen su nombre, aparece en la Martiriología Romana junto a Hermógenes y compañeros. Su nombre es sinónimo con prontitud y se le tiene por gran y pronto intercesor.

A san Expedito se le invoca en problemas urgentes. Debemos saber que lo mas importante es renunciar a la vida de pecado y decidirnos cabalmente por Cristo. Seamos pues inspirados por su prontitud y valor al seguir a Cristo en tan difíciles circunstancias cuando los cristianos eran perseguidos a muerte. Que nosotros también digamos "HOY" a Jesús y aplastemos los engaños del tentador.

También se le venera como protector de jóvenes, estudiantes, enfermos, problemas laborales y de familia, y juicios.

Se alega que el santo aparece como un error de escribano cuando, en el siglo XIX, una caja de reliquias fue enviada a monjas francesas con la anotación: "expedir". Sheppard (1969). Pero esta hipótesis no puede ser cierta ya que Expedito era conocido en el siglo XVIII en Alemania y Sicilia y se le invocaba en casos de urgencia (Attwater).

En la iconografía, Expedito es representado como un soldado con una cruz en la que esta escrito "Hodie" (Hoy) y la hoja de palma (martirio). A sus pies hay un cuervo y la palabra "cras" (mañana).

Aunque no aparece en el actual calendario litúrgico no deja de ser un santo reconocido por la Iglesia.

ORACION A SAN EXPEDITO PARA VENCER LAS PRUEBAS

¡Señor Jesús acudo a tu auxilio!
¡Virgen Santísima socórreme!
San Expedito, tu que lleno de valor abrirste tu corazón a la gracia de Dios
y no te dejaste llevar por la tentación de postergar tu entrega,
ayúdame a no dejar para mañana lo que debo hacer hoy por amor a Cristo.
Ayúdame desde el cielo a renunciar a todo vicio y tentación con el poder que Jesús me da.
Que sea yo diligente, valiente y disciplinado al servicio del Señor,
y no me acobarde ante las pruebas.
Tú que eres el santo de las causas urgentes,
te presento mi necesidad (intención).
Sobre todo te pido que intercedas por mi para que persevere en la fe,
y así llegue al gozo del cielo con Cristo,
con la Virgen María, los ángeles y los santos. Amén

corazones.org

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martes, 17 de abril de 2012

Evitar las enfermedades litúrgicas

Sería muy bueno que durante este tiempo de Pascua, intentáramos en nuestras parroquias y comunidades vacunarnos contra ellas

Un conocido sacerdote de Zaragoza, que quiere mantener el anonimato, ha redactado para la publicación de la Hoja Diocesana (Iglesia en Zaragoza, núm. 1.621), un interesante artículo sobre las enfermedades litúrgicas más comunes.

Sería muy bueno que durante este tiempo de Pascua, intentáramos en nuestras parroquias y comunidades vacunarnos contra ellas... Durante mi ministerio sacerdotal he apreciado, en las diferentes comunidades a las que he servido, diferentes patologías durante las celebraciones litúrgicas que se agudizan en mayor o menor medida dependiendo de las circunstancias y de las cuales paso a describir sus síntomas:


LA AFASIA LITÚRGICA

Es la primera de ellas. Es un súbito bloqueo que observamos de las personas que entran por la puerta del templo y que bloquea totalmente los órganos vocales durante los cantos y las respuestas al final de las oraciones e incluso a la hora de contestar “amén” al recibir la comunión. Es un mal que ataca más a los hombres que a las mujeres. Es totalmente virulento en la celebración de las bodas y bautizos, ya que suele paralizar totalmente los mecanismos de la fonación. Suele curarse en seguida, en el momento que se toma un café o una cerveza en el bar de la esquina más cercana a la iglesia.


LA DELANTERO-FOBIA

Es la segunda enfermedad que aprecio muchas veces en los feligreses. Se produce nada más entrar por la puerta del atrio, los síntomas no tardan en aparecer: temblores en las piernas y un miedo irremediable a ponerse en los primeros bancos de la iglesia. Otra acepción de esta enfermedad es “humildad litúrgica”, el que padece este mal suele tener un ataque apenas entra por la puerta. Es un mal muy útil para casos de incendio o evacuación precipitada del local. Sirve también para no sentirse aludidos con los reproches de Jesús en el evangelio a los fariseos soberbios acusados de ocupar los primeros bancos.


LA DOBLE CORRIENTE AURICULAR

Esta enfermedad todavía es más grave. Es un mal que se debe a la apertura de ambos conductos auriculares, que permite que el sonido que entra por uno, salga libremente por el opuesto, sin pasar por el cerebro ni el corazón. En sus orígenes fue descubierta por un antiguo párroco de Santa Engracia llamado Don Mariano Carilla, que subía al púlpito, sin notar que estaban abiertos los recién inaugurados micrófonos: “Predica, predica, Mariano, que para el caso que te hacen…” Los síntomas de esta enfermedad se vuelven agudos cuando se dan avisos, recomendaciones, o se convoca a algún acto a celebrar.


SÍNDROME HOMILÉTICO

Es un estado de semi-trance (no producido por el incienso, como algunos creían) que se resuelve, en algún caso, en cabezadas o hasta ronquidos. El paciente tiende a perder contacto con la realidad y a menudo padece una defectuosa percepción del paso del tiempo. Se manifiesta sólo cuando el sacerdote comienza a predicar la homilía. Los estudiosos del tema nos comunican, que incluso hay personas que en ese momento les da por comenzar a rezar el Rosario. En casos agudos se puede caer hasta en la total inconsciencia, que sólo desaparece cuando los demás, se ponen en pie tras la homilía y comienzan a rezar el credo.

Iglesia en Zaragoza
revistaecclesia.com

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domingo, 15 de abril de 2012

La Divina Misericordia. El Evangelio condensado en una imagen

Evangelio: Juan 20, 19- 31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.”Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.”Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros.” Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”Muchos otros signos que no están escritos en este libro hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

LA DIVINA MISERICORDIA. EL EVANGELIO CONDENSADO EN UNA IMAGEN

Hoy celebra la Iglesia la gran fiesta de la Misericordia. Dos nombres están asociados inevitablemente a la extensión de esta devoción: Santa Faustina Kowalska, humilde religiosa que recibió un conocimiento profundísimo de la Misericordia que Dios ofrece al mundo y el Beato Juan Pablo II que canonizó a su compatriota y estableció la celebración en toda la Iglesia de esta gran Fiesta de hoy.

No se trata de una devoción más, teniendo como centro a Jesucristo. Al igual que sucede con la representación del Corazón de Jesús, la imagen de Jesús Misericordioso es ciertamente un icono de todo el Evangelio. Representa a Cristo tal como se apareció a los apóstoles en la escena de hoy: bendiciendo, es decir, dando su paz como saludo y mostrando las heridas de manos y corazón para que quede claro que es el mismo que había muerto colgado en la cruz.

(Siento mucho no ilustrar este post con la imagen de Jesús misericordioso, pero desde hace algún tiempo encuentro dificultades para subir las imágenes al servidor)

Como describe el evangelista San Juan, de Corazón traspasado salieron Sangre y Agua, Bautismo y Eucaristía. Son los dos rayos que parecen salir de la imagen que se pintó según indicaba Santa Faustina Kowalska. Hasta la frase que se sitúa a los pies y que dice: “Jesús, confío en ti” es como un espejo de Santo Tomás en el Evangelio de hoy, a los pies del Resucitado confesándolo como su Señor y su Dios. Cada uno de nosotros está llamado a vivir esa misma experiencia de fe y de confianza en Jesús Misericorioso y Resucitado.

Jesús, en el Evangelio de hoy, da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Es muy claro: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados." No es, pues, la confesión un invento de la Iglesia. Es una forma muy concreta y muy humana, a la vez que divina, de ofrecerse la Misericordia de Dios a cada hombre, con su historia personal, con sus pecados, inseguridades y faltas de esperanza.

La confesión es una experiencia personal, individual, íntima. No van con la lógica de la Misericordia ni el relegar el sacramento de la penitencia ni el presentarlo como una confesión colectiva. La frase del cuadro: "Jesús, confío en ti", viene en singular y no es por casualidad. Es una repuesta personal porque la oferta de misericordia es completamente original y única para cada persona. Todos necesitamos la misericordia de Dios, desde el Papa hasta el último (que ninguno es último) cristiano. El mundo necesita la Misericordia de Dios para encontrar la paz.

Jesús promete que quien se acoja a su Misericordia de Dios encontrará el perdón y la paz, como Tomás encontró la fe y la alegría en un encuentro con el Resucitado en el que nada fue reprensión y todo fue compasión. Y una vez experimentado el perdón y la paz uno no puede sino hacerse apóstol de la Divina Misericordia. Os lo digo por experiencia.

En la barca de Pedro
P. Mario Ortega

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sábado, 14 de abril de 2012

Unos añadidos de hilo de algodón, golpe definitivo a la prueba del Carbono 14 en la Sábana Santa

Robert Villarreal, investigador del laboratorio de física de Los Álamos (Nuevo México), estará en el congreso de sindonología de Valencia.

El I Congreso Internacional sobre la Sábana Santaen España, que tendrá lugar en Valencia a partir del próximo 28 de abril, diez años después del último celebrado en Europa, acogerá la presentación, entre otras investigaciones, de un estudio que “invalida definitivamente” la prueba del Carbono 14 (C-14) que databa la reliquia en la Edad Media, según indica en el último número del semanario Paraula Jorge Manuel Rodríguez, presidente del Centro Español de Sindonología (CES), entidad que organiza el congreso y que este Viernes Santo celebró una jornada de puertas abiertas en su sede de la calle Barcelonina, 3, de Valencia.

El estudio ha sido dirigido por el científico norteamericano Robert Villarreal, del laboratorio de investigación física de Los Álamos, en Nuevo México (Estados Unidos), quien aportará datos que “desautorizan la conocida prueba que se practicó en 1988 y a la que, todavía hoy, los escépticos se acogen para asegurar que la tela de Turín es un fraude”.

Concretamente, el fragmento de tela sobre el que se aplicó la prueba del C-14, según el estudio de Villarreal, “contiene añadidos de hilo de algodón teñidos que simulan el lino original”. Este estudio confirma, además, otro publicado en 2005 que ya demostró que las muestras seleccionadas para la datación con el C-14 eran, precisamente, las añadidas a la tela original en la Edad Media “a modo de remiendo”.

Crear una imagen idéntica

El CES, con sede en Valencia, ha ultimado ya el programa de este congreso internacional que se celebrará del 28 al 30 de abril en el Aula Magna de la Facultad de Medicina de la Universitat de València.

En las jornadas está prevista también la intervención del profesor Paolo di Lazzaro, responsable del laboratorio Eccimeri del Centro de Investigación de la Agencia Nacional para las Nuevas Tecnologías, la Energía y el Desarrollo Económico Sostenible de la ciudad italiana de Frascati.

Además, en el congreso participarán varios de los investigadores que llevaron a cabo en 1978 el estudio más completo realizado hasta la fecha sobre la Síndone de Turín. Se trata de miembros del STURP (Shroud of Turin Research Project) un grupo que estuvo integrado por 31 físicos, químicos, hematólogos, forenses y fotógrafos, que trabajaron conjuntamente durante 120 horas de forma directa e ininterrumpida sobre la Sábana Santa.
“A pesar de llevar años intentándolo, incluso con las más avanzadas tecnologías, hasta el momento ha sido imposible que la mano humana elabore una imagen idéntica a la impronta de la Sábana Santa, lo que arroja todavía más misterio e interés sobre esta reliquia”, indica Jorge Manuel Rodríguez, que recuerda cómo el papa Juan Pablo II dijo que se trataba de un “reto para la inteligencia”.

Entre los participantes españoles en el Congreso, estará el doctor en Medicina y especialista en Medicina Legal José Delfín Villalaín. Su análisis forense sobre el rigor mortis del cuerpo cuya imagen se detecta en la Sábana Santa “demuestra que la imagen se formó muy pocas horas después de la muerte”. Se trata, en palabras de Rodríguez, de un hecho “incomprensible”, que obligaría a cuestionar si la huella se formó en el momento de la desaparición del cuerpo de Jesús y su resurrección.

cruzdesanandres.org

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viernes, 13 de abril de 2012

Pregunta del Alma de Cristo Crucificado

Pues que yo perdí la vida,
hombre, por amor a ti,
tú ¿qué perderás por mí,
hombre de mí tan amado,
que tan caro te compré
con sangre de mi costado,
que a tu causa derramé
y con todo eso me fue
dulce por amor de ti?

Tú, ¿qué perderás por mí?
Por sacarte de prisiones
nací entre dos animales
y por remediar tus males,
padecí entre dos ladrones.



Mis trabajos y aflicciones
y mi vida doy por ti.
Tú, ¿qué perderás por mí?
¿Por qué llevan al pastor fatigado?
Por amor de su ganado.

A Jesús, nuestro Pastor y nuestra luz,
Llevan a tomar la cruz por cayado,
por amor de su ganado,
por sacar a sus ovejas de prisiones,
es llevado entre sayones, maniatado,
por amor de su ganado.

RESPUESTA DEL ALMA A CRISTO CRUCIFICADO

¿Qué perderé yo por Ti,
mi señor Crucificado,
si siendo de tu ganado,
tanto, Señor, me perdí
cuidando de mi cuidado?

¿Qué perderé yo por Ti,
si, tras haberme ganado,
con tu corazón por mi
a tal punto desgarrado,
tanto, Señor, me perdí
cuidando de mi cuidado?

¿Qué perderé yo por Ti,
que al cuidar de mi cuidado,
tanto, Señor, me afligí,
que acabé desamorado?

Dame, Señor, el perder
cuidarme de mi cuidado.
Y ayúdame a renacer,
oveja de tu ganado,
para así volver a ser,
de tu amor enamorado,
mi Señor crucificado.

webcatolicodejavier.org

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jueves, 12 de abril de 2012

La página abandonada

Era abril. Entré a visitar aquella página web. La portada, muy atractiva. El mapa del sitio, muy lógico. Un lapicito simpático aparecía y desaparecía en la esquina superior derecha. En un golpe de ojo te quedaba claro qué era aquella organización, cuál era su visión y cuál su misión. Seguí navegando. Me topé con un anuncio: “¡Ayúdanos a ayudar, adquiere ya nuestras tarjetas navideñas”.

¿Tarjetas navideñas en abril? ¡Vaya previsión!, pensé. Que a los santacloses los empiecen a colgar en los comercios a finales de octubre, ¡en fin!; pero que ofrecieran tarjetas navideñas en abril, no terminaba de cuadrarme. Después entré a la sección de “Últimas noticias”. Un subtítulo invitaba a consultarlas con fruición: “Consulta aquí las noticias recién salidas del horno”. Me encontré en primera página, la crónica de un concurso que se había tenido dos años antes y que por lo visto tuvo mucho éxito. Seguí buscando y, sí, la noticia del concurso era la más fresca de todas… Después quise entrar a una fotogalería y me salió un letrero que decía: “Página en construcción”. Finalmente fui a “Contáctanos”, más que nada para estar seguro de si detrás de todo aquello había algún ser humano vivo; intenté insertar mi comentario, y un letrero no me lo permitió: “Este enlace está en reparación, rogamos disculpen las molestias”…

Son síntomas que sufren hoy algunas páginas web. Flotan por el inmenso espacio virtual como meteoritos sin rumbo fijo; son páginas huérfanas, cuyos padres han emprendido un largo viaje, o desaparecido en combate; son páginas abandonadas.

Es verdad, en su momento fueron lanzadas con gran ilusión. Un entusiasmo del tamaño del mundo quemaba por dentro a sus creadores. Pero al cabo de un cierto tiempo, a estas pobres páginas se les empezó a privar de actualización, de atención, de cariño. Aquella ilusión y aquel entusiasmo se fueron apagando. El combustible inicial ya no fue recargado. Y ahí han quedado: solas, tristes y abandonadas…

Se parecen al jardín de un palacio donde el dueño, por algún motivo, despide al jardinero. Los tres primeros días nadie lo nota. Pero al cuarto, aquel vergel paradisíaco comienza a dejar de serlo. Hierbas horribles van brotando a sus anchas entre las rosas. La hojarasca lo va cubriendo todo. Las hormigas, felices de la nueva libertad para explorar el follaje del roble prohibido. Los setos recortados a la perfección para semejar tres traviesos conejitos, parecen ahora -los tres juntos- un rinoceronte enfadado…

Algo así nos puede suceder con nuestra alma. Al inicio la tratamos con el entusiasmo de quien acaba de lanzar su página web, pero al cabo de un tiempo, la abandonamos. Empezamos por navegarla menos, por actualizarle menos las noticias, le privamos de atención y cariño, y terminamos abandonándola. Sabemos que está ahí en el fondo pero en verdad nos importa poco. Con las prisas, con las ocupaciones, con los mil proyectos de cada día, termina vagando sin rumbo en el espacio.

Quizá de vez en cuando nos topamos con ella, y hasta nos dan ganas de navegarla, de dedicarle un tiempo, pero nos zambullimos de nuevo en el trajín diario y, ¡adiós alma!…

Y la cosa es que lo de vivir dormida como que no le va. El alma es algo vivo. Insiste. No puede reaccionar con la frialdad pasota de la página web abandonada. Unas veces tímidamente intentará despertarnos. Otras veces nos tocará el hombro suavemente como intentando llamar nuestra atención. O nos enviará un mensaje electrónico: “oye, ¿hoy sí tendrás un par de minutos para mí? O nos intentará pedir ayuda. O nos dará ideas. O nos sugerirá comportamientos y decisiones. O nos pedirá cambios. Otras veces, la muy inquieta, nos empezará a preguntar un montón de cosas serias en ese preciso momento en el que estamos totalmente enfrascados en navegar por miles de páginas web, excepto la nuestra abandonada. Y ¡anda!, que justo en ese momento, se le ocurre preguntarnos que si sabemos qué viene después de la vida, que a dónde vamos, que de dónde venimos, que para qué estamos en este mundo, que cuál es el sentido de todo esto…

Y cuando por falta de atención ya no puede más, el alma se sentirá débil, verá que está al borde de perder los derechos de su dominio, se pondrá pálida, respirará con dificultad, querrá gritar con todas las menguadas fuerzas que le quedan que el poco mantenimiento que le damos la está matando…

Pero aún así todavía queda Alguien que se preocupa por ella. Es el Señor, que a veces es como ese jardinero que despedimos. A pesar del despido sigue encariñado con nuestra alma, y trata de hacer lo que puede: nos ayuda a darnos cuenta de que nuestra alma va de mal en peor desde aquel momento en que despedimos al Buen Jardinero. No tiene permiso nuestro de entrar, le hemos quitado los derechos sobre nuestra alma, pero de todos modos él hace lo que puede. No pierde la esperanza. Nos sigue muy de cerca. Nos sugiere, nos invita, nos espera, se queda a la puerta, paciente, sin prisas, cubierto de rocío, pasando las noches del invierno oscuras.

Y es que el Buen Jardinero, o Webmaster, no se resigna a que abandonemos sin más ese don tan precioso que puso en nuestras manos con muchísima ilusión allá en los inicios de la aventura de la vida. Intentará también hacernos llegar mensajes más directos. Avisos que necesitamos para reaccionar. Motivaciones más personales en medio de un problema particularmente difícil, una crisis, una caída, una sorpresa desagradable, una enfermedad que no cede, un imprevisto que lo rompe todo, un fracaso especialmente doloroso, una pérdida nunca imaginada… Vicisitudes que Él permite sabiendo que nos pueden ayudar a despertar, reflexionar, recapacitar, cambiar, convertir… Oportunidades para darnos cuenta de que por ahí no, de que seguir así nos hará mucho daño, de que maltratarla es maltratarnos a nosotros mismos, porque sin el alma no podemos vivir pues es tan nuestra como el cuerpo.

Así que si algún día recibimos uno de estos mensajes especiales en nuestra alma, no nos lo tomemos a mal. No es alguien que nos quiere fastidiar. Es Dios, quien con la urgencia de su amor quiere avisarnos que a nuestra pobre alma la tenemos abandonada. Y que quizá mañana va a ser tarde para reaccionar. Nombremos al Señor otra vez, o por primera vez, el Webmaster de nuestra alma…

P. Arturo Guerra
Director del campus varonil del Instituto Cumbres y Alpes Saltillo
aguerra@arcol.org
iglesia.org

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martes, 10 de abril de 2012

Para los que no se encuentran pecados‏

Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas

“Los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida” (San Agustín, Confesiones)

Hace más o menos un año, en una entrevista publicada en El País, la actriz Blanca Portillo señalaba muy sabiamente: “Nos estamos olvidando de mirarnos a nosotros mismos, siempre responsabilizamos a los demás de nuestros problemas, nos consentimos a nosotros mismos demasiado y nos perdonamos todo; mirando los defectos de los demás acabas sin ver los tuyos y uno mismo nunca es responsable de nada; la verdad es que si fuéramos honestos con las consecuencias de nuestros actos crearíamos un mundo más humano y más generoso“.

Dicho de otro modo: nos resulta demasiado fácil ver los defectos de los demás y los juzgamos tan a la ligera que nos parecen hasta “normales” las criticas, burlas, e incluso, los comentarios destructivos, sin darnos cuenta que entramos en un juego peligroso que puede destruir la fama, no solo de todo aquel que sea diana de nuestros comentarios, sino de nosotros mismos. Como dice el Catecismo de la Iglesia: “Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). Y añade: “La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo”. (Cat.1459)

Esta actitud nos envenena por dentro generando en nuestro interior un sabor amargo lleno de insatisfacciones que se reflejan negativamente en nuestra vida cotidiana y que no pasa desapercibida a los que tenemos más cerca: nuestra familia, amigos y compañeros.
Y nos plantea una realidad aún más negativa: la corrupción de nuestros corazones, raíz de todos nuestros males: la mentira, el rencor, el odio, las envidias, la injusticia,... “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre“.(Marcos 7,21-23)

Ilustrémonos con esta historia: Cuentan que una pareja de recién casados se mudó de casa. La primera mañana, mientras tomaban café, la mujer reparó a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero.

-¡Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero...! - Le comentó a su marido. Quizás necesita un jabón nuevo... ¡Ojala pudiera ayudarla a lavar las sábanas!

El marido la miró sin decir palabra alguna.
Cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, viendo a través de la ventana, como la vecina tendía su colada.

Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas blancas, como nuevas, y dijo al marido: ¡Mira, por fin ha aprendido a lavar la ropa!¿Le enseñaría otra vecina?
El marido le respondió:
-¡No, hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana!

Imagino la cara de estupor de la mujer de esta pequeña historia a la que le vendría muy bien leer, a modo de moraleja, las palabras del Señor que dicen: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.” (Mt 7, 1-6)

Y dado que estamos en Cuaresma, tiempo de mortificación, reparación y cambio profundo en nuestra vida, podríamos aprovechar algún momento de las bien merecidas vacaciones para reflexionar con este examen de conciencia, dirigido “para aquellos de vosotros que, gracias a Dios, no soléis incurrir en actos gravemente pecaminosos, y que, por otra parte, experimentáis cierta dificultad a la hora de encontrar materia de la que acusaros en la Confesión”.

Dice así:
“Quizá pueda serviros de orientación la siguiente lista, hecha a vuela pluma, y con escasas pretensiones y que bien podría titularse algo así como “elenco muy incompleto de defectos y actitudes defectuosas en que suelen incurrir las buenas personas".

Como podréis observar, no se trata, en general, de cosas en sí necesariamente graves, sino de modos de ser, de pensar o de actuar que, aparte de desagradar a Dios, pueden hacer daño al alma y dificultar la vida de los demás. ¿Os imagináis, por ejemplo, lo dura que podemos hacer la vida de quienes con nosotros conviven -y más si de nosotros dependen- cuando nos dejamos dominar por el pesimismo, la intransigencia o la tacañería?

“Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es ese agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios".

Se trata de saber si somos -y si desde la última Confesión se nos ha notado claramente-, aparte de otras cosas más gordas:

caprichosos, tozudos, intransigentes, coléricos, irascibles, agresivos, discutidores implacables, quejicas, malhumorados, envidiosos, protestones por sistema, egoistones, susceptibles, tacaños, mezquinos, propensos al complejo de víctima, perezosos, comodones, flojos, sensuales, equilibristas de la impureza, noveleros, excesivamente soñadores, suavemente materialistas, irresponsables, frívolos, vacíos, superficiales, inconstantes, mentirosos, tramposos, faltos de autenticidad, desordenados, chapuceros, vanidosos, arrogantes, engreídos, impuntuales, rencorosos, murmuradores, chismosos, mal pensados, difamadores, duros para la comprensión, brutos en al expresión, mal dispuesto contra todo y todos, despreciativos, faltos de espíritu universal, fácilmente injustos, ingratos, desagradecidos, poco propicios a la generosidad, indiferentes hacia los demás, aislacionistas, individualistas, sembradores de pesimismo, incrédulos por comodidad, irreverentes, poco piadosos, faltos de visión sobrenatural, faltos de confianza en Dios, sordos a su voluntad, propensos a olvidarnos de El, distraídos en la liturgia, poco devotos de la Virgen.

Y examinar también:
si despreciamos el tiempo,
si vivimos permanentemente descontentos,
si nos falta sentido del pudor,
si estamos excesivamente seguros de las propias ideas,
si nos sentimos como reyes no reconocidos o injustamente destronados, y, en consecuencia, siempre enfadados,
si en todas las cosas estamos contra,
si vivimos exageradamente inquietos por el porvenir,
si no nos preocupa el sufrimiento ajeno ni las injusticias,
si sólo somos amables cuando nos conviene,
si somos propensos a instrumentalizarlo todo hacia lo que nos conviene,
si carecemos del “sentido del otro",
si pactamos fácilmente con la injusticia,
si siempre lo vemos todo desde el punto de vista propio,
si solemos pasar factura a los demás, por lo que hacemos o nos parece hacer por ellos,
si no damos limosna ni por casualidad,
si somos negligentes en la educación de los hijos, quizá con el pretexto del mucho trabajo,
si somos negligentes en la atención debida a los padres, esposa o esposo,
si aumentamos innecesariamente la carga de los demás con caprichos y nuevas necesidades,
si sólo nos preocupamos de que nuestros padres nos complazcan, y rara vez les damos una alegría,
si exigimos mucho y damos poco,
si aceptamos la mediocridad en las cosas de Dios,
si tenemos tendencia a confiar más en nosotros mismos que en la gracia,
si descuidamos la oración personal,
si no procuramos adquirir la debida formación religiosa,
si damos por supuesto que el apostolado es cosa de los otros,
si vivimos esquivando las cruces que nos santificarían,
si sentimos celos por el progreso espiritual de los otros,
si nos falta fe en el Magisterio de la Iglesia,
si tenemos tendencia a criticarla,
si nos consideramos el mejor intérprete del Vaticano II,
si contribuimos al desprestigio de las personas consagradas a Dios,
si somos tacaños en la ayuda económica a la Iglesia,
si llegamos habitualmente tarde a Misa,
si descuidamos el ayuno y la abstinencia,
si... , etc.

Después de esta relación meramente ejemplificativa, ¿continuaréis pensando algunos que todavía es difícil hallar -aun sin emplear demasiado tiempo-, cinco, seis, siete o diez pecados o defectos gordos de los que acusaros? Y si fuese así, ¿no sería cosa de ir pensando en introducir vuestro proceso de canonización?
Ya os dais cuenta de que ese elenco no es sino un cajón de sastre, donde hay cosas que pueden ser, o llegar a ser, incompatibles con una vida cristiana de verdad; y cosas menos importantes, si se lucha contra ellas.

Y si, refiriéndoos a estas últimas, me dijeseis que son pequeñeces, yo podría responderos con palabras ajenas, muy llenas de razón y muy experimentadas: “Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantienen viva la llama y encendida de la luz". Tomado del libro:ALFONSO REY. El sacramento de la Penitencia. Ed. Palabra. Madrid 1977/

Y para terminar, ¿Qué mejor que esta referencia a Nuestra Señora en estos momentos que recordamos la Pasión de nuestro Señor que se hacen tan amargos para nuestra Madre María?

No estamos solos. De hecho, nadie como Ella conoce mejor nuestros corazones y sabe comprender nuestras palabras y gestos para presentárselas al Señor con una sonrisa cómplice de la que se sabe Mediadora de todas las gracias. Y ante nuestras vacilaciones, penas e imperfecciones nos susurra al oído: “No pasa nada, ven conmigo. Yo te acompáñame y te enseñaré el camino”.

Porqué, ¿a quién se dirige un niño pequeño cuando quiere que se le perdone por alguna “trastada” que acaba de cometer? No hay ninguna duda. Primero, a su madre, ¡claro! El sabe que ella le quiere con locura. Que a pesar de la regañina justa y necesaria para hacerle mejor persona, mejor hijo de Dios, ella le perdonará, y le ofrecerá su ayuda para corregirse y luchar contra las malas inclinaciones.

Recuerda: “María, Madre de Dios y Madre nuestra, nunca falla porque es madre. “Antes, solo, no podías... -Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!”(S. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, n. 513)

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domingo, 8 de abril de 2012

¡Ha resucitado el Señor!

Domingo de Resurrección
¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9

El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.

Oración introductoria

Señor Jesús, por tu resurrección sé que estoy llamado a resucitar, para eso es la vida, para eso he sido creado. Te suplico que seas Tú la luz en mi camino y, en este momento de oración, ayuda a mis sentidos para que sepan recogerse en el silencio interior y exterior, para poder aspirar a contemplar tu gloriosa resurrección.

Petición

¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

Meditación del Papa

Nosotros, resucitados con Cristo mediante el Bautismo, debemos seguirlo ahora fielmente con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza de que las dificultades, las luchas, las pruebas y los sufrimientos de nuestra existencia, incluida la muerte, ya no podrán separarnos de él y de su amor. Su resurrección ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, por el que todo hombre y toda mujer pueden pasar para llegar a la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena. "He resucitado y estoy siempre contigo". Esta afirmación de Jesús se realiza sobre todo en la Eucaristía; en toda celebración eucarística la Iglesia, y cada uno de sus miembros, experimentan su presencia viva y se benefician de toda la riqueza de su amor. En el sacramento de la Eucaristía está presente el Señor resucitado y, lleno de misericordia, nos purifica de nuestras culpas; nos alimenta espiritualmente y nos infunde vigor para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Él es el apoyo seguro de nuestra peregrinación hacia la morada eterna del cielo. (Benedicto XVI, 13 de abril de 2009).

Reflexión

¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!

En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche- "que Dios ha muerto". Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.

Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película "Jesús de Nazaret". Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: "¡Éste es el inicio!".

Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen" (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.

Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles -a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos-, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.

Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos".

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.

Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos "aparece" constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.

Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. "El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado".

En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria" (Col 3, 1-4).

Propósito

Poner especial atención a la convivencia familiar, para que este día esté caracterizado por la alegría.

Diálogo con Cristo

Jesús, qué alegría poder celebrar la Pascua de Resurrección, con júbilo festejo que has vencido el miedo al sufrimiento y a la muerte... y todo para enseñarme un estilo de vida que me puede llevar a la plenitud el amor. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Rebosa mi corazón de esa auténtica emoción que da una paz inigualable. Confío que no se apagará por los problemas y contrariedades que hoy se puedan presentar, sé que depende de mi actitud porque tu gracia lo hace posible.

P. Sergio Cordova
catholic.net

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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