viernes, 27 de julio de 2012

El cuerpo también reza

Debemos rechazar la idea de que el cuerpo no participa en la oración. De hecho, nuestras almas se expresan por intermedio de nuestros cuerpos. Somos espíritus encarnados. Los monjes lo saben: sus deseos son para Dios, y ellos oran con sus cuerpos cuando se ponen de pie, se sientan y cantan los salmos de cada día.

Ellos también creen que el trabajo corporal, hecho con la intención de servir a Dios, es oración. Ignacio de Loyola estaría de acuerdo, con entusiasmo. Agustín dice que los que cantan, rezan dos veces. Inclinamos nuestros cuerpos en señal de adoración. Unimos nuestras manos y bendecimos nuestros cuerpos con la señal de la Cruz. Recibimos la hostia consagrada y la comemos. Vamos en peregrinación, que es una oración corporal, con su abandono de nuestras comodidades: nos enfocamos en la meta del peregrinaje con nuestros cuerpos, además de nuestros corazones. En verdad el cuerpo ora; porque es como personas humanas, cuerpos y almas, y no como ángeles, como nos presentaremos ante nuestro Dios. No escucharemos a Dios decir: “Ahora, cuando oren, dejen atrás vuestros cuerpos. Estoy interesado sólo en vuestras almas!”

Mi madre tuvo una apoplejía a mediados de sus setenta años, y falleció cuatro años después. Yo estaba con ella esa mañana, acompañado de un amigo, cuando su respiración comenzó a fallar. En un momento, ella espiraba, y luego de una pausa larguísima volvía a inspirar. Finalmente ella espiró, y esperamos, paralizados, que ella volviera a respirar. Sin atrevernos a respirar, esperamos cinco, diez, veinte, treinta segundos, un minuto… Pero no respiró más. Ella se había ido.

Para aquellos que aman a Dios, el último aliento, ya sea consciente o no, se compara con la oración de Jesús cuando dijo: “Padre, en Tus Manos encomiendo mi Espíritu” (Lucas 23:46). Su Padre había sido el deseo de todo su ser, cuerpo y alma, a lo largo de toda su vida, incluso cuando estaba activo o dormido. El Padre es también nuestro deseo. La concentración de nuestra mente puede fallar por momentos durante el tiempo de oración; pero nuestro cuerpo se mantiene en el lugar de oración. Si alguien me preguntara qué estaba yo haciendo, le diría: “Sólo deseo estar con Dios, y esto es lo mejor que puedo hacer para conseguirlo”.

espaciosagrado.com

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