miércoles, 1 de agosto de 2012

En el Cielo sí hay trabajo

No tengo la menor intención de convertir esta página en un consultorio; pero a veces recibo cartas, y alguna tan interesante como ésta que me escribe Isabel desde Madrid:

Querido don Enrique:

Hoy he terminado de leer su libro «El Belén que puso Dios». Allí descubrí una idea que hace tiempo cuajó en mí, y es que en el Cielo Beethoven seguirá componiendo, Nureyev seguirá bailando, Cervantes seguirá escribiendo…, eso suponiendo que lleguen, que así lo espero. Algunas cosas de la tierra ¡me gustan tanto!, que no creo que en el Cielo desaparezcan.

Si yo ahora mismo me muriera y llegara al Cielo, lo único que podría hacer allí sería…, entrevistas de trabajo, tests psicotécnicos y enviar el curriculum a las empresas del allí arriba. ¡Qué miserable! Estoy muerta, claro.

No llevo mucho tiempo así; lo suficiente para que mis esperanzas se vayan minando. Ya no sé ni lo que quiero. Estudié Arquitectura Técnica, aunque habría preferido la Informática. Me gustan las maquinitas, pero ¿qué hago yo en el Cielo con un portátil y el windows 95 o la última virguería con que Bill Gates nos encandile? Digamos que las maquinitas me dejan boquiabierta, pero lo que realmente me apasionan son las personas y sus mundos. Si alguien me preguntase ahora: «tú, de mayor, ¿qué querrías ser?», le contestaría: «escritora».

Ya soy mayor, y tengo un desconcierto profesional de abrigo. Ni de Ciencias, ni de Técnicas, ni de Letras, sino todo lo contrario (…)

¿Que a qué viene todo esto? Por una parte querría pedirle alguna oración; por otra, tenía ganas de contárselo. Y el tercer motivo, que nos dé a los jóvenes (y a algunos no tan jóvenes y en peores condiciones) que estamos en paro, algo de sentido para estos momentos.

Díganos: una persona sin trabajo ¿qué es? Quizá a través de su página de Mundo Cristiano pueda hacer una puesta a punto de nuestros motores para que no se paren.

Muchas gracias por la oración que me dedique (Cuento con ella) (…)
Isabel.

Sin agobios ni fatigas

Es cierto que en aquel belén que «inventé» hace unos años, os hablaba de un Cielo donde se trabaja. ¿No parece razonable –escribí entonces– que los grandes pintores, los poetas, los escultores o los trompetistas continúen su tarea en el Paraíso? ¿Qué sería de Mozart sin la música? ¿Cómo podría Velázquez seguir siendo Velázquez en el Cielo sin una paleta llena de colores y un gran lienzo delante? Pues igual ocurre con los que hacen novelas, con los agricultores, con los cocineros, con los payasos o con los notarios. En el Cielo, trabajar es parte de la felicidad que Dios concede.

Curiosamente este párrafo ha sido el único contestado del libro. La mayoría de mis amigos apelaron al famoso descanso eterno para rebatir tan peligrosas innovaciones teológicas. Y hube de defenderme explicando que en el Paraíso se descansa, pero sólo del sudor, de las angustias de este mundo; no de la condición humana. Y tan propio del hombre es conocer y amar, como crear, desplegar todas las posibilidades de su espíritu sometiendo las cosas, para hacerlas suyas, dejando en ellas su huella de soberano. Esto es el trabajo, al menos ésta es su dimensión fundamental. Por eso estoy convencido de que, cuando lleguemos a la gloria, y cuando, al final de los tiempos, nazcan los cielos nuevos y la tierra nueva, tendremos una gran tarea que hacer: el hombre seguirá siendo creador, a imagen de Dios; eso sí, sin agobios ni fatigas.

¿Cómo imaginar una felicidad simplemente pasiva? ¿Quién será capaz de renunciar a esa dimensión del espíritu humano que es su capacidad de dominar la naturaleza. El señorío del hombre se expresa adecuadamente cuando graba su impronta en la materia, cuando la trabaja, y se gloría en esa labor.

De verdad, no concibo un Cielo sin el gozo creador que Dios mismo ha querido concedernos también en la tierra, a pesar de que aquí haya que pagar un peaje de esfuerzo y de sudores.

Claro que luego, al pensar las cosas las cosas con más detenimiento, uno encuentra ciertas dificultades. Hay profesiones que existen precisamente por lo que el hombre tiene de débil e incluso de pecador; por tanto, por muy santificables que sean en la tierra, no parece que tengan cabida en la Gloria. Lo de Mozart y Nureyev está muy bien, pero ¿qué hacemos con los sepultureros, con los policías, con los médicos, con los criminólogos o con los bomberos? ¿Deberán pasar al paro como Isabel?

Hablo en serio: este mundo pasa, pero los nuevos Cielos y la nueva tierra nos traerán nuevos y espléndidos quehaceres. Tal vez Isabel escriba allí arriba una gran novela y yo la lea como parte de mi propia felicidad accidental. En todo caso, su trabajo de ahora es…, buscar trabajo 8 horas al día (así se encuentra siembre), abriéndose paso a codazos en esta selva madrileña, con la sonrisa en los labios y la mirada en el futuro trabajo del Cielo.

Enrique Monasterio
Un safari en mi pasillo
Fluvium.org

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