jueves, 29 de noviembre de 2012

Mi yugo es suave y mi carga ligera

El yugo es un instrumento de madera al cual, formando yunta, se unen por el cuello las mulas, o por la cabeza o el cuello los bueyes. El efecto del yugo es unir estrechamente a dos seres vivos, haciéndolos compartir idéntica ruta y un mismo destino. La expresión viene del latín, "iugulus": garganta. De ahí las venas yugulares, a uno y otro lado del cuello, convirtiendo a esa región en zona de extremo riesgo para la vida.

Lo anterior ayuda a entender el sentido metafórico que se le atribuye a la palabra yugo: carga pesada, prisión o atadura. Ley o dominio superior que sujeta y obliga a obedecer. En el lenguaje político se equipara a tiranía, despotismo, absolutismo. Las proclamas libertarias suelen usar la imagen del yugo finalmente destrozado por la revolución. También en economía se habla del yugo tributario, haciendo gráfica la extenuación e impotencia del contribuyente para eludir el inexorable y siempre creciente caudal de impuestos.

Llama la atención que los contrayentes del matrimonio reciban el nombre de "cónyuges". La raíz es la misma, también el significado original: son dos seres que permanecen ligados en forma tal, que uno no podrá elegir o cambiar la ruta sin involucrar al otro. Con razón se les llama también "consortes", es decir, partícipes de la misma suerte o destino. Por cierto, alguien querrá ver en ello una irritante limitación de la libertad. Muchos, en cambio lo celebrarán como manifestación de solidaridad: todo lo tuyo es mío, todo lo mío es tuyo, todo lo que te afecte a ti me afecta a mí; tú y yo somos una sola cosa. El yugo admite una y otra interpretación.

Una fuerte tendencia cultural presiona hoy en el sentido de suprimir todos los yugos. Los entiende en bloque, sin discernimiento, como atentatorios a la libertad. El existencialismo considera toda norma como una violencia contra la libertad, ya que al ser universal, no puede la norma o ley tomar en cuenta la irrepetible originalidad de cada individuo. Del marxismo conocemos su grito de guerra: odio a todos los dioses; la religión es el opio del pueblo: las normas y leyes no son más que la violencia que las clases dominantes imponen a las clases oprimidas. Para el liberalismo no hay otra ley que la autonomía: cada uno es ley para sí mismo. No existe nadie, ni en el cielo ni en la tierra, con autoridad para dar órdenes que uno no quiera aceptar.

En este escenario cobra su real dimensión las concentraciones nudistas recientes. El fotógrafo que lo convocó había previamente expuesto múltiples razones de su performance. Sólo días después de realizado el acto, desnudó su real intención. Según él, las religiones no han hecho otra cosa que ejercer control sobre los seres humanos. Los varones, a su vez, se han dedicado a ejercer control sobre las mujeres. Al convocar a mujeres y varones para que se desnuden promiscuamente y en espacios públicos, el fotógrafo ha pretendido, según propia confesión, liberar al hombre del control o yugo de las religiones. Estos actos fueron explícitamente de rebeldía o agresión contra Dios.

Respetando a las personas que quisieron participar (sólo Dios conoce y juzga lo que hay en cada corazón), tomamos nota de lo que ellas manifestaron finalizado el acto "¡soy libre, por fin pude ser libre, por fin puedo hacer lo que yo quiera! ¡Esto es lo máximo: la más bella experiencia de mi vida!". Representantes de la psiquiatría y psicología han querido ver en ello una liberación de traumas largamente reprimidos. Puede ser. Vale, sin embargo, la pregunta: ¿liberados de qué? ¿Y con libertad ahora para qué? A ellos les toca responderla, uno no puede invadir su conciencia.

Cualquiera sea la respuesta, el episodio deja una apasionante tarea para los educadores. No hemos logrado enraizar en nuestros pupilos la convicción de que toda norma o ley moral, lejos de ser un atentado contra su libertad, es su signo y seguro de vida. Tomemos como ejemplo los diez mandamientos. Honrar padre y madre ¿limita o enriquece mi libertad? Concebir y dar a luz un hijo ¿"embaraza" o enaltece mi libertad? Y si ese niño tiene alguna patología invalidante ¿se recibe y trata al niño como una carga que irremediablemente se debe soportar, o como una oportunidad y exigencia de amar con predilección, hasta el límite? Honrar la verdad, decirla y hacerla ¿restringe mi libertad o es la mejor manera de ser libre? Honrar la propiedad ajena y cumplir la perfecta justicia ¿me limita o me dilata como persona? Ser justo (dar a cada uno lo suyo) equivale en la Biblia a ser santo. Honrar y respetar la vida, cuidarla y defenderla, aun a riesgo de sacrificar la propia ¿frena mi autorrealización o es el máximo signo de autodonación? Dar la vida por amor es el único modo eficaz de preservarla.
Detrás de cada norma restrictiva de mi libertad germina, cuajada de promesa, una semilla de afirmación de mi propia libertad. Bien lo saben los cónyuges. Al celebrar su contrato matrimonial, entienden compartir y compenetrar su libertad con la del otro contrayente. Quedan uncidos en una yunta, vinculados con un mismo yugo. Si a veces surge la nostalgia de la libertad preconyugal, será ocasión de revalidar el gesto profético y audazmente comprometido que llamamos fidelidad. "Yo elegí este camino, y a esta persona como compañera de camino. Se lo prometí a ella y a Dios. Yo soy libre para prometer, y libre para cumplir lo que he prometido. Mi libertad se llama ahora fidelidad. Y en esa fidelidad encuentro mi felicidad. Porque la felicidad se da en el amor perfecto, como perfecto es el amor del Padre celestial, y perfecto el amor de Cristo por su Iglesia".
Pero ¿dónde queda mi imperfección? ¿Qué hago con mis ostentosos límites? ¿Seré capaz de vivir todo el tiempo uncido al mismo yugo? Ahora comprendemos la sabiduría y benevolencia de Cristo. Anticipándose a nuestra objeción, Él se nos ofrece como receptor de nuestras fatigas y corrector de nuestras limitaciones: "venid a Mí, todos los que estéis cansados y agobiados. Yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. Así encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave, y mi carga ligera".


Genial: el modo de aliviarse uno de sus propios agobios, es cargar con el yugo de Cristo. ¿Y cuál es el yugo de Cristo? Fidelidad a la voluntad del Padre. Fidelidad que se aprende vaciando el corazón de toda soberbia y prepotencia. "Aprendan de Mí: soy manso y humilde de corazón". Los mansos heredan la tierra. Los humildes son ensalzados por Dios. Los mansos se han liberado de la tentación de controlar y violentar a los demás. Los humildes se han liberado de la tentación de posar y aparentar más allá de lo que son. Mansos y humildes son, por excelencia, libres. Y por eso felices. Y le deben su libertad y felicidad a que aceptaron cargar el yugo de Cristo.
"Dichosos los que caminan en la Ley del Señor, y guardan sus mandamientos de todo corazón. Tus mandamientos son la alegría"

Raúl Hasbún

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