domingo, 23 de diciembre de 2012

Benedicto XVI: Imitemos a María en Navidad


En sus palabras previas al rezo del Ángelus, ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI exhortó a Imitar a María en Navidad, al reflexionar sobre la visita de la Virgen a su pariente Isabel.

El Santo Padre pidió que “imitemos a María en el tiempo de Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los enfermos, los encarcelados, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no lo conoceremos nunca al Señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos”.

“Con la misma alegría de María que va apurada donde Isabel, también nosotros vamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien primero nos viene a visitar”.

El Papa señaló que el episodio de la visitación, narrado en el Evangelio del día, “no representa solamente un gesto de cortesía, sino que describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento”.

“Las dos mujeres, las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien toda la humanidad”.

El Santo Padre subrayó que “en las dos mujeres se encuentran y reconocen antes que nada los frutos de sus vientres, Juan y Cristo”.

“La Exultación de Juan en el vientre de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios esta apunto de visitar a su pueblo”.

Benedicto XVI recordó que ya “en la Anunciación, el arcángel Gabriel le había hablado a María del embarazo de Isabel como prueba de la potencia de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad”.

Isabel, señaló el Papa, al acoger a María “reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclamó: ‘¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?’”.

“La expresión ‘bendita eres entre las mujeres’ se refiere en el Antiguo testamento a Yael y a Judit, dos mujeres guerreras que lucharon por salvar a Israel. Ahora en cambio se ha dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo”.

El Papa indicó que la alegría de Juan en el vientre “recuerda la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén”.

“El Arca que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Arón, era el signo de la presencia de Dios en medio a su pueblo. El recién nacido Juan exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre”.

El Santo Padre resaltó que “la escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él”.

“A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Navidad”, concluyó.

aciprensa.com

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La Visita de la Virgen a su prima Isabel

Santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Oración introductoria

«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.

Petición

María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.

Meditación del Papa

La fidelidad del salmista nace de la escucha de la Palabra, de custodiarla en lo más íntimo, meditándola y amándola, como María, que "custodiaba, meditándolas en su corazón" las palabras que le habían sido dirigidas y los sucesos maravillosos en los que Dios se revelaba, pidiendo su sí. Y si nuestro salmo comienza con los primeros versos proclamando "beato" a "quien camina en la Ley del Señor" y a "quien custodia sus enseñanzas", es también la Virgen María la que lleva a cumplimiento la perfecta figura del creyente descrito por el salmista. Es Ella, de hecho, la verdadera "beata", proclamada como tal por Isabel por "haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor", y es de Ella y de su fe de quien el mismo Jesús da testimonio cuando, a la mujer que gritaba "Bendito el seno que te ha llevado", responde: "Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican". Cierto, María es bendita porque en su seno llevó al Salvador, pero sobre todo porque acogió el anuncio de Dios, porque fue una guardiana atenta y amorosa de su Palabra. Benedicto XVI, 9 de noviembre de 2011..

Reflexión

El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como "de puntillas", con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella "segunda anunciación". La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que "creer" es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Propósito

Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

Diálogo con Cristo

María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer, a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.

P Juan Pablo Menéndez
catholic.net

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sábado, 22 de diciembre de 2012

La humildad del Dios Niño

"La gloria de Dios pone su morada en el seno de una virgen y se revela en la pobreza de un niño."

El Papa en su catequesis: La humildad del Dios Niño y de María vence los poderes del mundo

En su última catequesis de este año, Benedicto XVI reflexionó con los fieles y peregrinos de numerosos países – reunidos en el Aula Pablo VI del Vaticano – sobre la fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.

Hablando en italiano el Papa destacó que la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe también incluye el elemento de la oscuridad. Y afirmó que la relación del ser humano con Dios no cancela la distancia entre el Creador y la criatura. Así es para María – dijo el Santo Padre – cuya fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, para poder llegar hasta la luz de la Resurrección.

Antes de rezar el Padrenuestro el Pontífice se despidió afirmando que la solemnidad de la Navidad del Señor, que celebraremos dentro de poco, nos invita a vivir la misma humildad y obediencia de la fe de María. Porque la gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no resplandece en una ciudad famosa o en un suntuoso palacio, sino que pone su morada en el seno de una virgen y se revela en la pobreza de un niño. La omnipotencia de Dios, también en nuestra vida, actúa con la fuerza, con frecuencia silenciosa, de la verdad y del amor. La fe nos dice, entonces, que el indefenso poder de aquel Niño, al final vence el rumor de las potencias del mundo.

Al resumir estos conceptos en nuestro idioma, el Papa dijo:

Queridos hermanos:

En nuestro camino del Adviento, nos detenemos a considerar la fe de María, a la luz del misterio de la anunciación. El ángel invita a la Virgen a alegrarse llamándola la “llena de gracia”. La fuente de la alegría de María es la gracia, la comunión con Dios. Ella es la criatura que, mediante su actitud de escucha de la palabra y su obediencia de la fe, ha abierto de modo único las puertas a su Creador. Como Abrahán, también María se fía plenamente de la divina palabra, convirtiéndose en modelo y madre de todos los creyentes. Pero, al igual que el Patriarca, la fe de la Virgen Santísima incluye un elemento de oscuridad. Ella debe renovar continuamente el “sí” dado en la anunciación, su sí a la voluntad de Dios hasta el momento de la cruz. Esta fe firme de María ha sido posible por su actitud constante de diálogo íntimo con la palabra de Dios, por su humildad profunda y obediente que acepta incluso lo que no comprende de la acción de Dios, dejando que sea Él quien le abra la mente y el corazón.

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Legionarios de Cristo que recientemente han sido agregados al Orden Sacerdotal, así como a sus familiares. Saludo a los grupos venidos de España y de los países latinoamericanos. Que la próxima solemnidad de la Navidad, en la que contemplamos cómo Dios pone su morada en el seno de la Virgen, nos haga crecer en el amor al Señor, acogiendo con humildad su Palabra. Muchas gracias y Feliz Navidad.

En sus saludos en diversas lenguas a los grupos de peregrinos presentes, como ya es costumbre, Benedicto XVI dijo que reza por todas las personas de lengua árabe, por quienes invocó la bendición de Dios.Al saludar a los fieles polacos, el Papa afirmó que en el clima del Adviento recordamos la escena de la Anunciación. Y añadió que la Virgen María, dócil a la voluntad de Dios, con fe y humildad acepta convertirse en la Madre del Salvador. Por esta razón invitó a aprender la obediencia a la voluntad de Dios de Ella así como a escuchar su palabra.

Con alegría el Santo Padre se dirigió a un grupo de peregrinos lituanos de la ciudad de Klaipėda. A quienes invitó, en este tiempo de espera de la gracia de la Santa Navidad, a acoger en los corazones la plenitud de la vida que nos ofrece generosamente Jesús, que nace por nosotros. Por último, hablando en italiano, el Obispo de Roma dirigió un saludo especial a los jóvenes, enfermos y recién casados que asistieron a esta audiencia general. Dirigiéndose a los jóvenes, especialmente a los alumnos del Instituto Capriotti de San Benedetto del Tronto, los invitó a acercarse al misterio de Belén con los mismos sentimientos de fe y de humildad que fueron de María. A los enfermos les dijo que tomen del pesebre esa alegría e íntima paz que Jesús viene a traer al mundo. Y a los recién casados les recomendó que contemplen el ejemplo de la sagrada Familia de Nazaret, para orientar hacia las virtudes que ella puso en práctica su camino de vida familiar.

María Fernanda Bernasconi
Radio Vaticana

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viernes, 21 de diciembre de 2012

10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna

La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y esto en una cultura que es llamada ya por muchos "post-moderna"; es decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto "ultramoderna", sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y social y su configuración global.

En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.

La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda, hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.

La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque inmediatamente hay que aclarar que la Navidad es mucho más que una tradición. Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, "metahistórico", en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.

1. El secreto del burro y el buey: la calma

La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada. Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente fuera". ¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.

El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo", escribe el profeta Isaías (1, 3).

Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente "están". No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.

La calma supone saber estar donde se debe estar en cada momento. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de prioridades. Si quieres calma –parecen decirnos estos animales– dale prioridad a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.

"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar junto a Dios en plena calma.

2. El secreto de José: la providencia

Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El concepto viene del latín "reor, ratum", que significa calcular. En otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad, el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.

También José habrá hecho sus cálculos y previsiones. "Será Hijo del Altísimo", le dijo María. Y Él concluyó en su imaginación: "Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con él en Jerusalén, la capital. Nos darán como casa el Templo de Salomón. Y vendrán reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de carpintero".

Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen de nuestros cálculos y previsiones.

Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar, profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de creaturas de un Dios que ve y actúa más allá de las circunstancias prósperas y adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar en la Providencia.

3. El secreto de los ángeles: la espiritualidad

Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la "buena forma". Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel, propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos, los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra corporeidad; incluso el pensar y el amar.

Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal. Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica –por mucho avance que haya en la materia– es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con naturalidad –que es la manera "bella" de envejecer– envejecen como monstruos.

Contra esta tendencia "idolátrica" del cuerpo, los ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos, que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A buscar no sólo una buena "condición física"; también espiritual. Después de todo, el espíritu nunca envejece. "Cada uno tiene la edad de su corazón", solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que él mismo protagonizaba.

A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida, monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera que sea la condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del cuerpo. Pero también –y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de todo, como dice una antigua frase latina, "los rasgos del alma siempre serán más bellos que los del cuerpo".

4. El secreto de María: el silencio

Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología –celulares, redes sociales, blogs, chateo, etc.– la ecuación queda así: tendencia natural a hablar + tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar desde algún punto del planeta: "¡Basta; cállense todos!".

María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto que decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.

Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones "la palabra es plata y el silencio es oro".

El silencio tiene capas. Hay un silencio "exterior". Importantísimo. Consiste en saber "apagar" los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no "atar demasiados cabos" y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.

5. El secreto del pueblo judío: la esperanza

Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a fuerza de tragedias y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de optimismo.

En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió: "La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza". Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.

Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande que el mundo ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro. Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.

El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto. Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.

6. El secreto de las estrellas: la humildad

El glamur, según el Diccionario de la Real Academia Española, es un "encanto sensual que fascina". En nuestra sociedad equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el centro de atención.

A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre, independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta. "No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que eres a los ojos de Dios, eso eres", escribía Tomás de Kempis en el siglo XV.

Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén. Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento (Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos, ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.

7. El secreto del pesebre: la pobreza

Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior.

Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo, garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.

Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.

8. El secreto de los Reyes Magos: la docilidad

Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros. Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: "Si Dios es, el hombre no puede ser".

Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama, que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente su esencia: "La criatura sin el Creador desaparece… Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).

En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios, que se hizo carne para ser hallado.

Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde se ciega y endurece; se enferma de lo que la Biblia llama "esclerocardía" –dureza de corazón–. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil, pies. Así puede descubrir las "señales de arriba" y seguirlas con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos: Dios mismo.

9. El secreto de los pastores: la fe

A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto, muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas, sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: "Ya no sé en qué creer".

El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación, sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los hombres más iluminados de la historia. Dice el Evangelio: "Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz" (Lc. 2, 8 – 9). Eso es la fe: una luz envolvente, que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno, también el corazón.

La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. "Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado" (Lc. 2, 15).

La fe no es sólo "creer" con la mente. Es un dinamismo interior que nos pone "en movimiento". La fe cambia la vida. Nunca es estática. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.

La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.

La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10, 41–42).

10. El secreto de la noche de Navidad: la paz

Se diría que éste último secreto de la Navidad es la síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la "tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz en toda la Tierra".

La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.

Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.

Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna "feliz" –hasta donde es posible en esta vida–, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.

Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal –en cualquiera de sus formas– es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará".

P. Alejandro Ortega Trillo
catholic.net

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jueves, 20 de diciembre de 2012

Qué torpe soy, Señor

Han pasado ya varios días desde que empezó el Adviento, y por unas cosas u otras, por exámenes o preocupaciones, por cansancio o pereza, no me he dado cuenta.

No me he dado cuenta del regalo que me quieres hacer, no he reparado en que de nuevo te has fijado en mí y me envías una invitación personalizada. Se me ha olvidado, como todos los años, que el repetido Adviento es nuevo, que la cinta del diurnal (1) marca páginas de espera y esperanza...

Fíjate si estoy tonto Señor, que he sido incapaz de ver la belleza de las preciosas flores que Rubén ha puesto bajo los pies de tu Inmaculada Madre. He creído que, como otras veces, me hablaban de una vida de hermosura pasajera.

Hasta hoy Jesús mío, he estado ciego, y seguramente si me despego de Ti, volveré a estarlo en breve. Hasta hoy no he visto que necesito que me salves, que en mí hay miles de cosas que no te van a dejar nacer, que el pesebre de mi corazón está congelado por las continuas nevadas de mis pecados...

Qué torpe soy Señor... pero qué suerte tengo por haberme descubierto así… torpe, inútil, tonto...

He decidido sentarme aquí mismo, en medio de la calle de mi alma, en la acera de mi corazón para pensar en Ti, para dejar que me salves de nuevo.

NOTAS

Diurno se trata de una agrupación de las horas canónicas según la existencia de la iluminación del sol, es decir corresponde a las horas canónicas que se producen én la parte diurna del día. Se fundamentan en la "Liturgia de las Horas", siendo un compendio del anterior.
 

 José Valtueña Gregorio
Blog de un seminarista

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martes, 18 de diciembre de 2012

¿Dónde estaba Dios?

Sally saltó de su asiento cuando vio salir al cirujano. Le preguntó:
"¿Cómo está mi pequeño?, ¿Va a ponerse bien?, ¿Cuándo lo podré ver?".

El cirujano dijo: "Lo siento; hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance".

Sally dijo, consternada: "¿Por qué a los niños les da cáncer? ¿Es que acaso Dios ya no se preocupa por ellos? DIOS, ¿dónde estabas cuando mi hijo te necesitaba?".

El cirujano dijo: "Una de las enfermeras saldrá en un momento para dejarte pasar unos minutos con los restos de tu hijo antes de que sean llevados a la Universidad".

Sally pidió a la enfermera que la acompañara mientras se despedía de su hijo. Recorrió con su mano su cabello rojizo.

La enfermera le preguntó si quería conservar uno de los rizos. Sally asintió. La enfermera cortó el rizo, lo colocó en una bolsita de plástico y se la dio a Sally.

Sally dijo: "Fue idea de Jimmy donar su cuerpo a la Universidad para ser estudiado. Dijo que podría ayudar a alguien más. Eso es lo que él deseaba.

Yo al principio me negué, pero él me dijo 'Mami, no lo usaré después de que muera, y tal vez ayudará a que un niñito disfrute de un día más junto a su mamá'.. Mi Jimmy tenía un corazón de oro, siempre pensaba en los demás y deseaba ayudarlos como pudiera".

Sally salió del Hospital Infantil por última vez, después de haber permanecido ahí la mayor parte de los últimos 6 meses. Colocó la maleta con las pertenencias de Jimmy en el asiento del auto, junto a ella. Fue difícil emprender el regreso a casa, y más difícil aún entrar a una casa vacía. Llevó la maleta a la habitación de Jimmy y colocó los autos miniatura y todas sus cosas justo como él siempre las tenía. Se acostó en la cama y lloró hasta quedarse dormida, abrazando la pequeña almohada de Jimmy.
Despertó cerca de la medianoche y junto a ella había una hoja de papel doblada. Abrió la carta, que decía:

Querida mami:

Sé que vas a echarme de menos, pero no pienses que te he olvidado o he dejado de amarte sólo porque ya no estoy ahí para decirte TE AMO.

Pensaré en ti cada día, mamita, y cada día te amaré aún más. Algún día nos volveremos a ver. Si deseas adoptar a un niño para que no estés tan solita, podrá estar en mi habitación y podrá jugar con todas mis cosas. Si decides que sea una niña, probablemente no le gustarán las mismas cosas que a los niños, y tendrás que comprarle muñecas y cosas de ésas.

No te pongas triste cuando pienses en mí; este lugar es grandioso. Los abuelos vinieron a recibirme cuando llegué y me han mostrado algo de por aquí, pero tomará algo de tiempo verlo todo. Los ángeles son muy amistosos y me encanta verlos volar.

Jesús no se parece a todas las imágenes que vi de Él, pero supe que era Él tan pronto lo vi. ¡Jesús me llevó a ver a DIOS!

¿Y qué crees, mami? Me senté en su regazo y le hablé como si yo fuera alguien importante. Le dije a Dios que quería escribirte una carta para despedirme y todo eso, aunque sabía que no estaba permitido. Dios me dio papel y Su pluma personal para escribirte esta carta. Creo que se llama Gabriel el ángel que te la dejará caer.

Dios me dijo que te respondiera a lo que Le preguntaste: '¿Dónde estaba Él cuando yo lo necesitaba?'. Dios dijo: 'En el mismo sitio que cuando Jesús estaba en la cruz'. Estaba justo ahí, como lo está con todos Sus hijos.

Esta noche estaré a la mesa con Jesús para la cena. Sé que la comida será fabulosa. Casi olvido decirte... Ya no tengo ningún dolor; el cáncer se ha ido. Me alegra, pues ya no podía resistir tanto dolor y Dios no podía resistir verme sufrir de ese modo, así que envió al Ángel de la Misericordia para llevarme. ¡El Ángel me dijo que yo era una Entrega Especial!

Firmado con amor, de:

Dios, Jesús y yo.

webcatolicodejavier.org

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domingo, 16 de diciembre de 2012

Benedicto XVI: La justicia y la caridad no se oponen


En sus palabras previas al rezo del Ángelus, ante los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI aseguró que la justicia y la caridad “no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente”.

El Santo Padre indicó que en el Evangelio del tercer Domingo de Adviento, se presenta nuevamente la figura de Juan el Bautista, a quienes algunos le preguntan “¿Qué debemos hacer?”, cuando él exhortaba al pueblo a prepararse para la llegada del Mesías.

“La primera respuesta está dirigida a la muchedumbre en general. El Bautista dice: ‘El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo’”.

En esta respuesta, dijo el Papa, “podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide que se supere el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y a quien le falta lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al otro y a salir al encuentro de su necesidad, en lugar de encontrar justificaciones para defender los propios intereses”.

Citando a su encíclica Deus Caritas Est, el Santo Padre señaló que ‘el amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa’, porque ‘siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo’”.

En su segunda respuesta, dirigida a los recaudadores de impuestos, despreciados por el pueblo porque a menudo aprovechaban su posición para robar, Juan, “en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales sino, ante todo, el cumplimiento honrado de su propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: ‘No robar’”.

“La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder y, por tanto, tentada de abusar de él. A los soldados Juan les dice: ‘No hagan extorsión a nadie (...), y conténtense con su salario’. También aquí, la conversión comienza con la honradez y el respeto de los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades”.

Benedicto XVI subrayó que en el conjunto de estos diálogos “llama la atención lo concreto de las palabras de Juan: desde el momento en que Dios nos juzgará según nuestras obras es allí, en los comportamientos, donde es necesario demostrar que se sigue su voluntad”.

“Por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo, las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta”, indicó.

Al concluir, el Papa pidió la “intercesión de María Santísima, a fin de que nos ayude a prepararnos a la Navidad dando buenos frutos de conversión”.

aciprensa.com

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Adviento, la espera de la alegría

Santo Evangelio según San Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan el Bautista: «Qué tenemos que hacer?» Y les contestaba: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene». Vinieron también a bautizarse algunos de los que recaudaban impuestos para Roma y le preguntaron: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer?» El les respondió: «No exijan nada fuera de lo establecido». También los soldados le preguntaron: «¿Y nosotros qué tenemos que hacer?» Juan les contestó: «A nadie extorsionen, ni denuncien falsamente, y conténtense con su salario». El pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Entonces Juan les dijo: «Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar las correas de sus sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene la horquilla para separar el trigo de la paja y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga». Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia.

Oración introductoria

A medida que se aproxima la Navidad deseo seguir más profundamente tu ejemplo de humildad haciéndome pequeño ante los demás. Por eso, como los discípulos de Juan, yo te pregunto en esta oración, Señor y Dios mío, ¿qué debo hacer?

Petición

Señor, dame la gracia para crecer en la virtud que más necesito cultivar.

Meditación del Papa

En un mundo que busca todos los medios, lícitos e ilícitos, para eliminar cualquier forma de dolor, ¿cómo puede el sacerdote ser testigo del sentido cristiano del sufrimiento y cómo debe comportarse ante quienes sufren, sin resultar retórico o patético? Benedicto XVI: ¿Qué hacer? Debemos reconocer que conviene tratar de hacer todo lo posible para mitigar los sufrimientos de la humanidad y para ayudar a las personas que sufren -son numerosas en el mundo- a llevar una vida buena y a librarse de los males que a menudo causamos nosotros mismos: el hambre, las epidemias, etc. Pero, reconociendo este deber de trabajar contra los sufrimientos causados por nosotros mismos, al mismo tiempo debemos reconocer también y comprender que el sufrimiento es un elemento esencial para nuestra maduración humana. Pienso en la parábola del Señor sobre el grano de trigo que cae en tierra y que sólo así, muriendo, puede dar fruto. Este caer en tierra y morir no sucede en un momento, es un proceso de toda la vida. Preguntas de los seminaristas del Seminario Romano Mayor y las respuestas de Benedicto XVI el 28 de febrero de 2007.

Reflexión

Seguramente ya sabes que la palabra "Evangelio" viene directamente del griego (eu-angelíon) y que significa, al pie de la letra, "Buena Nueva". Y es "Buena noticia" porque nos trae la alegría, nos anuncia la salvación; más aún, la llegada de nuestro Redentor en persona, de Jesús, nuestro Salvador. El mismo nombre de Jesús (en hebreo Yeshúa), significa "Yahvé salva".

Y es esto lo que nos dice Lucas de Juan Bautista: que anunciaba al pueblo la Buena Nueva de la salvación. Y los exhortaba a prepararse para la venida del Mesías con obras de caridad y de conversión interior.

Hemos llegado ya al tercer domingo de Adviento. Y todo él está dominado por el tema de la alegría. Antiguamente se llamaba a este día "Domenica laetare"; o sea, "el domingo de la alegría". Y si escuchamos las lecturas de la Misa con atención, nos daremos cuenta del porqué de este nombre. "Estad siempre alegres en el Señor" -exhorta san Pablo a los filipenses-; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca.

"Que nada os preocupe ni os turbe". A pesar de cualquier dificultad o problema que nos pueda sobrevenir, hemos de conservar la alegría en lo más profundo de nuestro corazón. Si estamos esperando con gran anhelo el nacimiento de nuestro Redentor -¡y está ya a las puertas!-, no podemos estar tristes.

La primera lectura, tomada del profeta Sofonías, es también muy hermosa y elocuente: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás... Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta". ¡Qué palabras tan consoladoras! Nuestra alegría es el Señor, que viene a redimirnos, a liberarnos para siempre de todo aquello que nos esclaviza.

La alegría es esencial en toda fiesta, y con Jesús estamos de fiesta. Además, es una característica de todo buen cristiano. Porque Dios nos ama infinitamente y nos protege siempre con su providencia de Padre. Porque ya hemos sido redimidos de nuestros pecados y gozamos de la compañía de nuestro Salvador. Porque albergamos en nuestro corazón las más seguras y ciertas esperanzas de una vida feliz y eternamente bienaventurada que nos aguarda en la otra vida, pero de la que ya gozamos, de alguna manera, aquí abajo. ¡Esperamos a nuestro Redentor! Y con Dios tenemos mil motivos para estar alegres y para ser optimistas. "Si Dios está con nosotros -exclamaba san Pablo-, ¿quién contra nosotros?".

Santa Teresa de Jesús -que era una mística de altos vuelos, pero también una castellana de "pura cepa" y de un realismo impresionante- decía que "un santo triste es un triste santo". O sea, un falso santo o que, al menos, no merece el nombre de tal. Nietzsche, filósofo ateo alemán de fines del siglo XIX e inicios del XX, tristemente conocido por su teoría del "superhombre" y de la "muerte de Dios", acusaba a los cristianos de haber perdido ya su rostro de resucitados. Y decía: "¿Qué habéis hecho, cristianos, del gozo que os dieron hace dos mil años?".

El periodista español José Luis Martín Descalzo, en una de sus obras llamada "Razones para la alegría", escribe: "Si yo tuviera que pedirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas. Es, me parece, la cima de las expresiones humanas... La gente que ama mucho, sonríe fácilmente. Un amargado jamás sabrá sonreír. Y menos un orgulloso".

La sonrisa y la alegría van siempre de la mano. Es más, la sonrisa es como la más bella y dulce emanación de un alma alegre y serena. Es un regalo maravilloso que se ofrece gratuita y generosamente a los demás, y que brota, precisamente, del amor y de la paz. En una ocasión, un grupo de profesores norteamericanos se encontraba en Calcuta visitando las obras de la Madre Teresa. Y, después de recorrer la "Casa del moribundo abandonado" en Kalighat, uno de ellos le pidió que les dijese algo que se pudiesen llevar como recuerdo de aquella visita y, al mismo tiempo, que les pudiese servir para la vida. Y la Madre Teresa les dijo simplemente esto: "¡Sonríanse unos a otros!".

Y es que la sonrisa -como dice Federico Faber- "no cuesta nada y produce mucho; no empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe; no dura más que un instante y su recuerdo perdura eternamente. Nadie es tan rico que pueda vivir sin ella, y nadie tan pobre que no la merezca".

La sonrisa es, muchas veces, el mejor acto de caridad y de cariño que podemos ofrecer a una persona. ¡Y cuánto nos lo agradecen los demás cuando ésta es sincera y brota de veras del corazón! Yo he tenido esta experiencia en muchísimas ocasiones. Y, además, abre y conquista a las almas.

Propósito

Si queremos hacer algo por los demás, comencemos por aquí. Regalemos a nuestro prójimo una hermosa y sincera sonrisa siempre que podamos, a todos sin excepción y en todas las circunstancias. También a aquellos que no nos simpatizan o tal vez nos han herido o hecho algún mal. También cuando estemos cansados o totalmente agotados. Este gesto tan sencillo, de verdadera alegría y de amor, puede ser también un hermoso regalo de Navidad. ¡Sonríe, descubre a los demás cuánto los ama Dios! Y ten la seguridad de que el Niño Jesús te lo pagará.

P. Sergio Cordova
catholic.net

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sábado, 15 de diciembre de 2012

La envidia

El fracaso forma parte del camino hacia el éxito en la vida, es un aprendizaje importante y del que no podemos huír

“La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren”. Arthur Schopenhauer.

La envidia es, ante todo, un sentimiento que experimentamos las personas en diversos momentos de nuestra vida, por lo que podemos decir que es una experiencia humana casi universal. A todos nos ocurre, pero hemos de reconocer que generalmente resulta una experiencia desagradable
, que, nos suele conectar con otros sentimientos y emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad, etc. A través de la envidia podemos crear auténticas obsesiones hacia el “objeto” codiciado, bien sea material, intelectual o incluso espiritual. Llevado al límite, la envidia puede empular a las personas a hacer daño a otros que poseen lo que entiendo como mi deseo no cubierto.

El sentimiento de envidia contribuye notablemente a generar una gran infelicidad en la persona que padece las consecuencias de instalarse en este sentimiento con demasiada frecuencia e intensidad.

Según la Real Academia Española de la Lengua, entendemos por envidia:

Tristeza o pesar del bien ajeno.
Emulación, deseo de algo que no se posee.

Lo cierto es que lo que solemos destacar de la envidia es siempre muy negativo, y solemos juzgar la envidia de los demás de forma muy dura, hasta el punto de que muchas personas que sienten envidia sufren muchísimo, se sienten culpables por envidiar lo que otros poseen. Esto hace aún más difícil convivir con el sentimiento de envidia, porque no solamente piensas en que no tienes lo que otro, sino que además te dices que “no deberías pensar y sentir eso”. Al final, todo gira en torno a la envidia y salir de ese círculo se convierte en una nueva obsesión a través de la cual te sientes aún peor...

Entre las consecuencias adversas de la envidia existen algunas que fomentan o refuerzan su aparición.

Emociones negativas: la tristeza porque otro consigue lo que yo no soy capaz (o no me he planteado), la ira hacia las personas que son exitosas, la culpa por sentir envidia (como señalé anteriormente).

Las quejas: cuando las personas envidian lo que otros tienen o lo que otros son, algunas veces se instalan en una actitud de queja continua, en un rol de víctima, en el que esa persona adquierel a actitud de “pobre de mí“. Suele ocurrir que los seres queridos, con la mejor de las intenciones, al ver esa actitud intentan consolarle. Cuando alguien está frecuentemente envidiando a los demás y repitiendo su conducta de queja, lo que acaba ocurriendo es que ese consuelo, en lugar de ayudar, se convierte en algo cómodo, en unaf forma poco saludable de conseguir cariño.

Obsesiones: una de las consecuencias más terribles de la envidia son los pensamientos repetitivos acerca del objeto deseado o bien acerca de la persona a la que envidiamos. Entonces dejamos de centrarnos en nuestra vida, en lo que nos interesa, en lo que nos nutre, y nos instalamos en el afuera, haciendo un “seguimiento” de la vida del otro, e incluso, llevado al exceso, intentando hacer daño a quien envidiamos: hacer correr rumores, humillarlos, intentar que no consigan lo que se proponen. Como ejemplo, podemos hablar de todos los casos de acoso laboral que con frecuencia se producen; no siempre es así, pero la envidia suele estar presente en el proceso.

Napoleón Bonaparte afirmó que "la envidia es una declaración de inferioridad", y este pensamiento ha formado parte de la tradicional forma de concebir la envidia, dejando de lado las posibles implicaciones positivas de experimentar envidia: tomar conciencia de un objetivo o meta que deseamos y que no tenemos.

Este puede suponer un punto de partida diferente desde el que construir un plan de acción hacia mi nuevo objetivo. Todos hemos sentido cierta envidia cuando un buen amigo nos ha dicho: "me voy de vacaciones al Caribe". De repente conecto con que yo siempre he querido ir allí y aún no lo he hecho; podemos experimentar eso que llamamos "envidia sana", al alegrarnos por nuestro amigo y desear lo mismo que él. Esta situación puede ser un punto de partido para preparar un plan de ahorro que me permita llegar a realizar ese viaje dentro de un año.

Si dejamos de focalizar el pensamiento en el hecho de que sea otro el que posee lo que deseamos, y empezamos a utilizar nuestros recursos personales para elaborar planes de acción en la dirección de lo que deseamos, posiblemente el sentimiento de envidia se transformará en ilusión o esperanza.

Claro que cómo formulemos esos objetivos también es importante: si lo que buscamos es que el otro no tenga lo que yo deseo, por ejemplo: “mi objetivo es que tú no tengas lo que yo quiero“, entonces seguimos seguimos instalados en la envidia, y la planificación hacia mi meta no tendrá mucho sentido. Por tanto, es imprescindible que nos planteemos nuestro plan de acción desde la construcción, no desde la destrucción.

Esto es habitual cuando desarrolo la idea de que solo uno de los dos puede conseguir eso que deseo, y si yo no puedo conseguirlo, entonces tú tampoco. Esa forma de experimentar envidia es la que más daño puede hacer, no solo en quien la siente, sino también pueden salir dañadas las personas que participan involuntariamente en el proceso. ¿Qué culpa tengo yo de que tú envidies lo que tengo? Las personas brillantes, inteligentes y/o atractivas pueden ser envidiadas por el hecho de ser simplemente como son, no hace falta que “hagan nada” o “tengan algo” para desatar ese sentimiento en otro...

Me recuerda al cuento de la luciérnaga y la serpiente:

Se dice que una serpiente que pasaba por el bosque empezó a perseguir a una luciérnaga; lo hizo durante 3 días y 3 noches seguidos. Exhausta, la luciérnaga se detuvo y dando media vuelta se dirigió a la serpiente:

• ¿Puedo hacerte 3 preguntas?
• Como te voy a devorar igualmente, adelante, pregunta:
• ¿Pertenezco a tu cadena de alimentación?
• No.
• ¿Te hice algún daño?
• No.
• Entonces, ¿por qué quiere comerme?
• Porque no soporto verte brillar.

La envidia es un sentimiento que se aprende a gestionar a lo largo de la vida, y depende del contexto y experiencias vividas, siendo la familia una de las importantes. Crecer en el seno de una familia que utiliza la comparación como modo de referenciar el éxito, y donde recibir amor depende de lo que se consiga (como un buen rendimiento académico, éxitos deportivos, el sueldo que uno gana, etc.), fomentan la aparición de la envidia destructiva. Desarrollan así una identidad frágil que no valora quién es, sino lo que tiene, y que mide su felicidad a partir de lo que posee, de manera que aquellos con quien ha de compartir su vida se convierten en competidores, en rivales, en enemigos...

Vivir en una cultura como la nuestra, fundamentalmente competitiva e individualista, no ayuda mucho a generar ambientes donde la envidia no sea necesaria. A nuestro alrededor hay demasiada presión por ser exitoso, y todo lo que no sea alcanzar un determinado estándar, se considera un fracaso. Así que con tanta presión por ganar, por alcanzar el éxito, por tener el mejor coche, el mejor sueldo, el trabajo más reconocido, no es de extrañar que envidiemos “cosas”. Y como hemos dicho, la envidia puede convertirse en un obstáculo para nuestro bienestar y felicidad.

Por más presiones que percibamos en nuestro entorno, podemos adaptarnos a estas exigencias (recordemos que el entorno en ocasiones no puede alterarse o modificarse) analizando nuestras prioridades y valorando nuestros objetivos desde lo que nos motiva en ellos, no sólo desde lo que se espera que hagamos.

Es en este punto donde la Psicología Positiva, con sus técnicas, estrategias y modelos de trabajo, puede ayudar a proponer experiencias diferentes que permitan a las personas salir de su sentimiento de envidia destructiva y cultivar sus fortalezas personales, a través de las cuales posicionarse y actuar de manera diferente. Las fortalezas personales son “capacidades preexistentes para un modo particular de comportamiento, pensamiento o sentimiento, que es auténtico y estimula a la persona, y permite el funcionamiento óptimo, el desarrollo y la ejecución” (Linley, 2008). Las fortalezas son 24, todos las poseemos y las únicas diferencias que encontramos son el orden en el que destacan cada una de ellas en nosotros, y las acciones a través de las cuales las experimentamos.

Si la envidia nos hace experimentar pensamientos y emociones desagradables, y nos involucra en acciones de las cuales no nos sentimos orgullosos, ¿por qué no crear una serie de alternativas que, partiendo de este malestar, nos permitan desarrollar sensaciones más constructivas, nos lleve a actuar de un modo más acorde a como nos gustaría? Una de las fortalezas que se muestra como un patrón contrario a la envidia es la Fortaleza de la Modestia y Humildad, cuya experiencia nos puede permitir convivir con la realidad de no tener ahora mismo aquello que deseamos, además de permitirnos el reconocimiento de que hay otros merecedores de los logros que anhelamos.

Cuando focalizamos nuestra atención en nuestras fortalezas personales, podemos alejarnos del ensimismamiento de perseguir la obsesión del éxito que hemos situado fuera de nosotros. Ese primer paso es muy importante, y podemos intentar también concebir el éxito y el fracaso de un modo diferente: el fracaso forma parte del camino hacia el éxito en la vida, es un aprendizaje importante y del que no podemos huír porque a todos nos pasa, sin excepción.

Alejandro Márquez Rubio
asociacionsafa.org

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viernes, 14 de diciembre de 2012

San Juan de la Cruz

Fiesta: 14 de Diciembre
Doctor de la Iglesia
"A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición"

Breve
Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de santa Teresa de Avila, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Úbeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

Vida de San Juan de la Cruz

Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

Vida de Pobreza

Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase "inferior", fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Jitan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542.

Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.

A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos.

San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

Conoce a Santa Teresa

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o "modernizarla" sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho. Al mismo tiempo que lograron ser fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.

Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector.

Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos e1 espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.

La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en "La Noche Oscura del Alma". A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.

En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de "Roberto el diablo".

Glorias para Dios

En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado , San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: "Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre." Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.

Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.

Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

Sufrimiento y unión con Dios

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la "Sexta Morada": insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: "No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo".

Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:

En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. "Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?", le dijo Maldonado.

"Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa", replicó Juan.

"No lo haréis mientras yo sea superior", repuso Maldonado.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: "Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba."

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré." En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

Gran guía y director espiritual

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.

La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar "Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor"; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. "No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor", dice el santo. "Hemos sido hechos para el amor." El único instrumento del que Dios se sirve es el amor." "Así como el Padre y e1 Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios".

El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.

Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener quidado en discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?.

Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.

Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.

Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.

Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.

Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento.

Pruebas y más pruebas

Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden.

El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.

San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores.

La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas.

El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, "porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres."

Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer en desgracia.

En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.

La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.

Santo y Doctor de la Iglesia

Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.

En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.

La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se vieses su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez.

Fue canonizado en 1726

Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.

La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor."

San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue "libre, como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado".

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nuestra Señora de Guadalupe


Fiesta: 12 de Diciembre

Historia de la fiesta
Aunque las diferentes advocaciones de la Virgen María son muy numerosas, la Iglesia le da especial importancia a las tres apariciones de la Virgen María en diferentes partes del mundo:

Aparición de la Virgen de Guadalupe: 12 de Diciembre de 1531 en México.

Aparición de la Virgen de Lourdes
: 11 de Febrero de 1858 en Francia.

Aparición de la Virgen de Fátima
: 13 de Mayo de 1917 en Portugal.

Debemos recordar que es la misma Virgen María la que se ha aparecido en los distintos lugares, en estos tres momentos para ayudarnos y animarnos a seguir adelante en nuestro camino al cielo. En estas apariciones, la Virgen nos ha pedido rezar el Rosario, acudir al Sacramento de la Penitencia y hacer sacrificios para la salvación del mundo.

La Virgen de Guadalupe es muy importante para la fe de todos los mexicanos, pues en ella nuestra Madre del Cielo manifestó claramente su amor de predilección por este pueblo, dejando un hermoso mensaje lleno de ternura y dejando su imagen grabada en un ayate como muestra de su amor.

En el Nican Mopohua se puede encontrar la historia completa de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, pero aquí presentamos un resumen de la misma:

Hace muchos años, los indios aztecas que vivían en el valle de México, no conocían a Jesús. Ellos tenían muchos dioses y eran guerreros. Los misioneros eran unos sacerdotes que vinieron de España y que poco a poco fueron evangelizando a los indios. Les enseñaron a conocer, amar e imitar a Jesús en la religión católica y los bautizaron.

Entre los primeros que se bautizaron, había un indio muy sencillo llamado Juan Diego, quien iba todos los sábados a aprender la religión de Cristo y a la misa del pueblo de Tlatelolco.

El sábado 9 de Diciembre de 1531, cuando Juan Diego pasaba por el Cerro del Tepeyac para llegar a Tlatelolco, escuchó el canto de muchos pájaros y una voz que le decía: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Al voltear Juan Diego vio una Señora muy hermosa.

La Señora le dijo: "Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios. He venido hasta aquí para decirte que quiero que se me construya un templo aquí, para mostrar y dar mi amor y auxilio a todos ustedes".

La Virgen le dijo a Juan Diego que fuera a ver al Obispo y le contara lo que Ella le había dicho.

Juan Diego salió de la casa del Obispo muy triste porque no le creyó. Entonces fue al Cerro del Tepeyac a pedirle a la Virgen que mejor mandara a un hombre más importante porque a él no le creían.

La Señora le dijo a Juan Diego que volviera el domingo a casa del Obispo. Esta vez, el Obispo le dijo que le trajera una señal, es decir, una prueba de que la Señora de verdad era la Virgen.

Juan Diego no pudo ir al día siguiente al Tepeyac, pues su tío Bernardino se puso muy enfermo y fue por un médico. Fue hasta el martes, cuando al pasar por el cerro para ir por un sacerdote que confesara a su tío, se le apareció la Virgen y le dijo: "Juanito, Juan Dieguito; ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿Por qué te preocupas?”. Después, le hizo saber que su tío ya estaba curado y le pidió que subiera a la punta del cerro a cortar unas rosas y las guardara en su ayate. Juan Diego se sorprendió de aquella orden, pues era invierno y no era tiempo de rosas. Sin embargo, obedeció y encontró las rosas tal como la Virgen le había dicho. Se las llevó y Ella le dijo: "Hijo mío, el más pequeño, estas rosas serán la prueba que llevarás al obispo".

Juan Diego fue de nuevo a ver al Obispo y le dijo que la Virgen le había mandado la prueba de que Ella era realmente la Virgen.

Al soltar su ayate, las rosas cayeron al suelo y apareció dibujada en la tela la preciosa imagen de la Virgen de Guadalupe.

Fue entonces cuando el Obispo creyó que la Virgen quería que le construyeran en ese lugar un templo.

El ayate permaneció un tiempo en la capilla del Obispo Fray Juan de Zumárraga. El 26 de diciembre de 1531 lo trasladaron a una ermita construida al pie del Tepeyac.

En 1754, Benedicto XIV nombró a al Virgen de Guadalupe patrona de la Nueva España, desde Arizona hasta Costa Rica.

El 12 de octubre de 1895 se llevó a cabo la coronación pontificia de la imagen, concedida por León XIII.

En 1904, San Pío X elevó el santuario de México a la categoría de Basílica y en 1910 proclamó a la Virgen de Guadalupe, Patrona de toda América Latina.

En 1945, Pío XII le dio el título de la Emperatriz de América. El 12 de Octubre de 1976 se inauguró la nueva Basílica de Guadalupe.
Miles de personas de México y del mundo entero, visitan cada año la Basílica de Guadalupe, en donde está la hermosa pintura que la Virgen pintó a Juan Diego en su ayate para pedirle a Nuestra Madre su amor, su protección y su ayuda.

Las peregrinaciones no sólo se llevan a cabo en México, las hay en todos los países del mundo a diferentes templos. Algunas personas van de rodillas, porque le hacen una promesa a la Virgen cuando le piden un favor. En las peregrinaciones, la gente va haciendo oración, sacrificios y cantando. Muchas veces, las peregrinaciones vienen de muy lejos y se tardan varios días en llegar a darle gracias a la Virgen por algún milagro o favor que les concedió. El amor a la Virgen es lo que mueve a todas estas personas a irla a visitar desde su ciudad.
En las peregrinaciones, las personas suelen llevar estandartes con la imagen de la Virgen y mantas donde escriben el nombre de su pueblo, de su familia, de su empresa.

Oración a la Virgen de Guadalupe

Préstame Madre tus ojos, para con ellos poder mirar, porque si con ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame Madre tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
Préstame Madre tu lengua, para poder comulgar,
pues es tu lengua patena de amor y santidad.
Préstame Madre tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.
Préstame Madre tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierta con tu manto al Cielo he de llegar.
Préstame Madre a tu Hijo, para poder yo amar.
Si tu me das a Jesús, qué más puedo yo desear
y ésta será mi dicha por toda la eternidad.
Amén.

Canciones guadalupanas

La Guadalupana
Desde el Cielo, una hermosa mañana (bis)
La Guadalupana (tres veces)bajó al Tepeyac.
Suplicante juntaba sus manos (bis)y eran mexicanos (tres veces) su porte y su faz.
Su llegada llenó de alegría (bis)
De luz y armonía (tres veces) el Anáhuac.
Junto al monte pasaba Juan Diego (bis)
Y acercóse luego (tres veces) al oír cantar.
A Juan Diego la Virgen le dijo (bis)este cerro elijo (tres veces) para hacer mi altar.
Y en la tilma entre rosas pintada (bis)Su imagen amada (tres veces)se dignó dejar.
Desde entonces para el mexicano (bis)Ser guadalupano (tres veces) es algo esencial.En sus penas se postra de hinojos (bis)Y eleva sus ojos (tres veces)hacia el Tepeyac.

Himno a la Virgen de Guadalupe

Mexicanos volad presurosos del pendón de la Virgen en pos, y en la lucha saldréis victoriosos defendiendo a la patria y a Dios.
De la santa montaña en la cumbre apareció como un astro María ahuyentando con plácida lumbrelas tinieblas de la idolatría.
Es patrona del indio, su mantoal Anáhuac protege y da gloria; elevad mexicanos el canto,alabanza y eterna victoria.
En Dolores brilló refulgente cual bandera su imagen sagrada dando arrojo al patriota insurgente y tomando invencible su espada.
Siempre así lucirá; invasores hollar quieren Anáhuac la tierra flameará nuevamente en la guerra.
En redor de esa enseña brill ante todo el pueblo luchará, volará,y por siempre en las lides triunfantecon arrojo sacarlas habrá.

Rosario a la Virgen Guadalupana

En estos misterios se medita en las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Al iniciar cada misterio, se lee el pasaje y se hace la petición, se reza un Padrenuestro, 10 Avemarías y un Gloria y al final, se canta alguna estrofa de las canciones propias de la Virgen de Guadalupe.

Primer Misterio
: La Virgen de Guadalupe trae un mensaje de paz a su pueblo.
“Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que soy yo la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador, en quien está todo; y es Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa Madre”.
Pedir a la Virgen María por todos aquellos que no la conocen y no la valoran como su Madre.

Segundo Misterio: Juan Diego comparte a la Virgen su humildad y su
pequeñez a los ojos de los hombres.
“Te ruego encarecidamente, Señora y niña mía, que alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda.”
Pedir a la Virgen que nos ayude a darnos cuenta del valor de la humildad y la sencillez de corazón.

Tercer Misterio: María de Guadalupe escogió a Juan Diego por su sencillez y no por su sabiduría.
“Oye hijo mío, el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad, pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y con tu mediación, que se haga mi voluntad”.
Pedir a la Virgen que nos ayude a saber transmitir la palabra de Cristo a los demás.

Cuarto Misterio: La Virgen María cura a Juan Bernardino como signo de que quiere salud y felicidad para su pueblo.
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas a esa enfermedad ni alguna otra angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa, no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella. Está seguro de que ya sanó".
Pedir a la Virgen que, como Juan Diego, sepamos acompañar en la enfermedad, la angustia y el dolor a los que están cerca de nosotros.

Quinto Misterio
: María nos deja su imagen para recordarnos su ternura, su amor y su constante protección.
Juan Diego trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; las que, así como las vio, cogió con sus manos y otra vez se las echó en el regazo diciendo: “Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo, le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza.”
Pedir a la Virgen que, como Ella, sepamos escuchar y ayudar a nuestros hermanos.

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