sábado, 31 de marzo de 2012

¿Cómo y cuándo empieza a vivirse el Triduo Pascual?‏

Cada celebración del Triduo presenta su fisonomía particular. Es importante que los cristianos de hoy sepamos como recordaban los primeros cristianos los acontecimientos que recordamos durante estos días.

El Triduo Pascual es el punto culminante de todo el año litúrgico. Durante el Triduo la Iglesia conmemora los grandes acontecimientos que jalonaron los últimos días del Señor.

La expresión Triduo Pascual aplicada a las fiestas anuales de la Pasión y Resurrección es relativamente reciente, pues no se remonta más allá de los años treinta del siglo XX; pero ya a finales del siglo IV san Ambrosio hablaba de un Triduum Sacrum para referirse a las etapas del misterio pascual de Cristo que, durante tres días, et passus est, et quievit et resurrexit.

Deslumbrada por la realidad histórica de la muerte de Cristo, la primitiva Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicamente este hecho salvífico, por medio de un rito memorial, donde, en obediencia al mandato expreso del Señor, se renovara sacramentalmente su sacrificio.

De este modo, durante los primeros compases de la vida de la Iglesia, la Pascua del Señor se conmemoraba cíclicamente, a partir de la asamblea eucarística convocada el primer día de la semana, día de la resurrección del Señor (dominicus dies) o domingo. Y, muy pronto, apenas en el siglo II, comenzó a reservarse un domingo particular del año para celebrar este misterio salvífico de Cristo. Llegados a este punto, el nacimiento del Triduo Pascual era sólo cuestión de tiempo, cuando la Iglesia comenzase a revivir los misterios de Cristo de modo histórico, hecho que acaeció por primera vez en Jerusalén, donde aún se conservaba la memoria del marco topográfico de los sucesos de la pasión y glorificación de Cristo.

De todos modos, en el origen de la celebración pascual tampoco puede subestimarse la benéfica influencia de la respuesta dogmática y litúrgica de la ortodoxia frente a la herejía arriana; reacción que supuso una atracción de la piedad de los fieles hacia la persona de Jesús (Hijo de Dios e Hijo de María), y hacia sus hechos históricos.

Cada celebración del Triduo presenta su fisonomía particular: la tarde del Jueves Santo conmemora la institución de la Eucaristía; el Viernes se dedica entero a la evocación de la pasión y muerte de Jesús en la cruz; durante el sábado la Iglesia medita el descanso de Jesús en el sepulcro. Por último, en la Vigilia Pascual, los fieles reviven la alegría de la Resurrección.

Jueves Santo

La Misa vespertina in Cena Domini abre el Triduo Pascual. La Iglesia en Jerusalén conocía ya, en el siglo IV, una celebración eucarística conmemorativa de la Última Cena, y la institución del sacramento del sacrificio de la Cruz:

Al principio esta celebración se desarrollaba sobre el Gólgota, en la basílica del Martyrion, al pie de la Cruz, y no en el Cenáculo; hecho que confirma la íntima relación entre la celebración eucarística y el sacrificio de la Cruz.

A finales del siglo IV esta tradición se vivía también en numerosas iglesias de occidente, pero habrá que esperar hasta el siglo VII para encontrar los primeros testimonios romanos.

Viernes Santo

El Viernes Santo conmemora la pasión y muerte del Señor. Dos documentos de venerable antigüedad (la Traditio Apostolica de San Hipólito y la Didaskalia Apostolorum, ambas del siglo III) testimonian como práctica común entre los cristianos el gran ayuno del viernes y sábado previos a la Vigilia Pascual.

Sin embargo, habrá que esperar hasta finales del siglo IV d.C. para encontrar, en Jerusalén, las primeras celebraciones litúrgicas de la Pasión del Señor: se trataba de una jornada dedicada íntegramente a la oración itinerante; los fieles acudían del Cenáculo (donde se veneraba la columna de la flagelación) al Gólgota, donde el obispo presentaba el madero de la Cruz. Durante las estaciones se leían profecías y evangelios de la Pasión, se cantaban salmos y se recitaban oraciones.

Los testimonios más antiguos de una liturgia de Viernes Santo en Roma proceden del siglo VII. Manifiestan dos tradiciones distintas, y nos han llegado a través del Sacramentario Gelasiano (oficio presbiteral con veneración de la cruz, liturgia de la palabra y comunión con los presantificados) y el Sacramentario Gregoriano (liturgia papal, limitada a lecturas bíblicas y plegaria universal).

Sábado Santo

En los primeros siglos de historia de la Iglesia, el Sábado Santo se caracterizaba por ser un día de ayuno absoluto, previo a la celebración de las fiestas pascuales. Pero a partir del siglo XVI, con la anticipación de la Vigilia a la mañana del sábado, el significado litúrgico del día quedó completamente oscurecido hasta que las sucesivas reformas de nuestro siglo le han devuelto su originaria significación. El Sábado Santo debe ser para los fieles un día de intensa oración, acompañando a Jesús en el silencio del sepulcro.

Vigilia Pascual

La celebración litúrgica de la Pascua del Señor se encuentra en los orígenes mismos del culto cristiano. Desde la generación apostólica, los cristianos conmemoraron semanalmente la Resurrección de Cristo por medio de la asamblea eucarística dominical.

Además, ya en el siglo II la Iglesia celebra una fiesta específica como memoria actual de la Pascua de Cristo, aunque las distintas tradiciones subrayen uno u otro contenido pascual: Pascua-Pasión (se celebraba el 14 de Nisán, según el calendario lunar judío, y acentuaba el hecho histórico de la Cruz) y Pascua-Glorificación, que, privilegiando la Resurrección del Señor, se celebraba el domingo posterior al 14 de Nisán, día de la Resurrección de Cristo. Esta última práctica se impuso en la Iglesia desde comienzos del siglo III.

catholic.net

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jueves, 29 de marzo de 2012

Un vaso de leche

Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios universitarios, encontró que sólo le quedaba una simple moneda de diez centavos y tenía hambre.

Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer joven le abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua.

Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche.
El lo bebió despacio, y entonces le preguntó:
-¿Cuánto le debo?-
-No me debes nada- contestó ella. -Mi madre siempre nos ha enseñado a no aceptar nunca un pago por un acto de caridad-.
El le dijo... -Entonces, se lo agradezco de todo corazón...!-

Cuando Howard Kelly se fue de la casa, no sólo se sintió más fuerte, si no que también su fe en Dios y en los hombres era más fuerte. El había estado a punto de rendirse y dejarlo todo.

Años después, esa mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente le enviaron a la gran ciudad. Llamaron al Dr. Howard Kelly para consultarle. Cuando este oyó el nombre del pueblo de donde venía la paciente, una extraña luz lleno sus ojos.

Inmediatamente, el Dr. Kelly subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su bata de doctor entró a verla y la reconoció enseguida. Regresó al cuarto de observación determinado a hacer lo máximo posible para salvar su vida. Desde ese día, él prestó la mejor atención a este caso. Después de una larga lucha, ella ganó la batalla..! Estaba totalmente recuperada..!

Como la paciente ya estaba sana y salva, el Dr Kelly pidió a la oficina de
administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla.
Él la revisó y la firmó. Además, escribió algo en el borde de la factura y la envió al cuarto de la paciente.

La cuenta llegó al cuarto de la paciente, pero ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el resto de su vida para poder pagar todos los gastos. Finalmente la abrió, y algo llamó su atención: En el borde de la factura leyó estas palabras...

"Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche". (Firmado) Dr. Howard Kelly

Lágrimas de alegría inundaron sus ojos y su feliz corazón oró así: "Gracias, Dios, porque tu amor se ha manifestado en las manos y los corazones humanos".

webcatolicodejavier.org

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miércoles, 28 de marzo de 2012

¡ No es lo mismo !

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Valores humanos y cristianos

El juego y el deporte, son las formas más comunes de entender la Educación Física en nuestra sociedad. Por ello debe aprovecharse como un elemento motivador potenciando actitudes y valores positivos.

El deporte mejora los reflejos y la coordinación, aporta sensación de bienestar, estimula la iniciativa, canaliza la agresividad y favorece el autocontrol. El deporte nos enseña, además, a aceptar y superar las derrotas, a asumir las responsabilidades y a aceptar las normas. Favorece y mejora la autoestima y nos enseña a ser disciplinados.

En la Educación Primaria se debe favorecer el desarrollo del niño partiendo de las habilidades básicas hacia las específicas, necesarias para una práctica deportiva adaptada, al final de esta etapa.

En una ocasión Benedicto XVI señaló: «el deporte, practicado con pasión y ética, se convierte en una escuela de valores humanos y cristianos. Si se practica así, además de ejercitar un espíritu de competencia sana, se convierte en una escuela para aprender y profundizar valores humanos y cristianos. Mediante la actividad deportiva, la persona entiende mejor que su cuerpo no puede ser considerado un objeto, sino que a través de la corporeidad se expresa a sí misma y entra en relación con los demás».

«De esta manera, el equilibrio entre la dimensión física y la espiritual lleva a no idolatrar el cuerpo, sino a respetarlo, a que no sea un instrumento que hay que potenciar a toda costa, incluso utilizando medios ilícitos», añadió.

Es así, por tanto, que dentro del deporte podemos encontrar un amplio abanico de valores, agrupados principalmente en dos:

• Valores sociales: respeto, cooperación, relación social, amistad, competitividad, trabajo en equipo, participación de todos, expresión de sentimientos, convivencia, lucha por la igualdad, responsabilidad social, justicia, preocupación por los demás, compañerismo.

• Valores personales: habilidad (física y mental), creatividad, diversión, reto personal, autodisciplina, autoconocimiento, mantenimiento o mejora de la salud, autoexpresión, logro (éxito-triunfo), autorrealización, recompensas, reconocimiento, aventura y riesgo, imparcialidad, deportividad y juego limpio, espíritu de sacrificio, participación lúdica, perseverancia, humildad, autodominio, obediencia.

Todos estos valores pueden trabajarse con la práctica deportiva.

Pero, para emplear el deporte como una herramienta que permita educar en valores, es importante que éste sea planteado a los niños de una forma que les permita:

1. Fomentar su autoconocimiento y mejorar su autoconcepto.

2. Potenciar el diálogo como la mejor manera de solucionar los conflictos que se presenten.

3. Comprender la importancia de la participación de todos y todas en el análisis, la toma de decisiones y, en general, el funcionamiento del grupo.

4. Potenciar la autonomía personal de los individuos implicados en los diferentes niveles de intervención.

5. Aprovechar el fracaso como elemento educativo.

6. Aprender a respetar y aceptar las diferencias individuales.

7. Potenciar la actividad deportiva como un escenario de aprendizaje de conductas y hábitos coherentes con los planteamientos aceptados por el grupo.

8. Aprovechar las situaciones de juego para trabajar las habilidades sociales encaminadas a favorecer la convivencia, no sólo entre los miembros del grupo, sino entre ellos y otras personas y colectivos implicados.

Además de estas pautas para la mejor adquisición de los valores en el deporte, existen una serie de normas que todo buen deportista tiene que asimilar para poder crecer tanto en la práctica deportiva como en lo personal:

Juega limpio: La victoria pierde su valor si no se conquista de forma honesta y justa. Engañar es fácil, pero no aporta nada. Para jugar limpio se necesita coraje y carácter. Esto brinda una mayor satisfacción. El juego limpio tiene su recompensa, incluso si se pierde el partido. Quien juega lealmente gana el respeto de los demás, quien engaña, sólo el desprecio. Recuerda: es sólo un juego. Y los juegos no tienen sentido si no se juega limpio.

Juega a ganar, pero acepta la derrota con dignidad: Cualquier partido tiene por finalidad la victoria. Nunca comiences a jugar con la intención de perder. Quien no juega a ganar embauca al adversario, defrauda al espectador y se engaña a sí mismo. Nunca te rindas ante adversarios fuertes, pero tampoco cedas ante los débiles. Es un insulto para cualquier adversario jugar sin poner todo el empeño en el partido. Juega a ganar hasta que suene el pitido final. Nadie es invencible. A veces se gana, a veces se pierde. Aprende a perder con una sonrisa. No busques excusas. Las razones genuinas hablan por sí mismas. Felicita de buena fe a los ganadores. No culpes al árbitro o a cualquier otra persona. Proponte hacerlo mejor la próxima vez. La afición respeta más a los buenos perdedores que a los malos ganadores

Acata las Reglas de Juego: Todos los juegos necesitan reglas que los guíen. Sin reglas, reinaría el caos. Esfuérzate por entenderlas para que comprendas mejor el juego. Así serás un mejor jugador. También es importante entender el espíritu de las reglas. Las reglas fueron concebidas para que el juego sea divertido cuando se juega y cuando se disfruta. Si acatas las reglas, disfrutarás más del juego

Respeta a los adversarios, a los compañeros, a los árbitros, a los oficiales y a los espectadores: «Fair play» significa respeto. El respeto forma parte del juego. Sin adversarios no hay partido. Los rivales tienen los mismos derechos que tú tienes, incluido el derecho a ser respetados. Tus compañeros son tus colegas. Tú formas parte de un equipo en el que todos los miembros son iguales. Los árbitros están en el campo para mantener el orden y el juego limpio. Acepta siempre sus decisiones sin alegar y ayúdalos a que el partido pueda disfrutarse aún más. Los entrenadores de ambos equipos también forman parte del juego y por tanto hay que respetarlos. Los espectadores crean el ambiente. Ellos desean ver un partido en el que se juegue limpio, pero también deben comportarse deportivamente.

Para terminar, conviene recordar lo que una vez dijo Javier Rodríguez, jugador de fútbol sala español que más partidos ha disputado con la selección llegando incluso a ser dos veces campeón del mundo y cuatro veces campeón de Europa entre los años 2000 y 2010: «enfrentarte a un proyecto con ilusión, cada día, te permite rendir por encima de lo esperado en los momentos difíciles. Continúa Javi Rodríguez diciendo que «hay que destacar por encima de todo las ganas de superación, cosa que va bastante ligada al trabajo. Si tienes ganas de mejorar, entonces te esfuerzas y luchas. Otro aspecto sin el que los dos anteriores –ganas de superarse y esfuerzo- no hubieran sido posibles, es la ilusión».

Michel Bibián
sontushijos.org

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martes, 27 de marzo de 2012

Cambiar yo para cambiar el mundo

Muchos sueñan con hacer del mundo un lugar mejor ¿por dónde comenzar?

Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar en su plaza mayor que era necesario un cambio de la marcha del país. El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus palabras, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en su voz, exigiendo el cambio de las costumbres.

Pero, según pasaban los días, eran cada vez menos los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando. Hasta que un día ya nadie se detuvo a escucharlo. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza.

Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba. Al fin, alguien se acercó y le preguntó: «¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?» «Sigo gritando -dijo el profeta- porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mi.»

La moraleja de esta historia me parece bastante simple y muy necesaria. No se debe trabajar porque esperemos que se va a conseguir un fruto, sino ante todo porque es nuestro deber, porque creemos en lo que estamos diciendo.

Como es lógico, todo el que proclama una idea lo hace para que esa idea penetre en sus oyentes; pero el que se desanima porque sus pensamientos no son oídos o seguidos, es que no tiene suficiente fe en lo que piensa y en lo que hace. La utilidad, el puro fruto, no puede ser la única medida de nuestras acciones. Y, sobre todo, si esos frutos se esperan de inmediato, se está uno ya preparando al desaliento.

Cambiar el mundo, por lo demás, es cosa muy difícil. Casi imposible, y en todo caso, el sembrador no suele llegar a ver el fruto de su siembra, porque en el mundo son rápidos los cambios de las modas, de todo lo accidental, mientras que los corazones cambian con freno y a veces con marchas atrás y adelante.

Esto lo puede entender cualquiera que contemple con ojos agudos qué lentamente cambia su corazón, cuánto nos cuesta a todos evolucionar, qué despacio nos crece dentro la madurez y la paz del alma.

Pero todo esto no encadena ni al verdadero profeta ni al auténtico trabajador. Porque no se es ni auténtico ni verdadero si no se tiene constancia y paciencia.

Pero tal vez lo que quiero expresar quede más claro si añado una segunda fábula, tomada ésta de un viejo libro de narraciones árabes:

Cuentan que el viejo sufí Bayacid decía a sus discípulos: «Cuando yo era joven, era revolucionario, y mi oración consistía en decirle a Dios: "Dame fuerzas para cambiar el mundo." Pero más tarde, a medida que me fui haciendo adulto, me di cuenta de que no había cambiado ni una sola alma. Entonces mi oración empezó a ser: " Señor, dame la gracia de transformar a los que estén en contacto conmigo, aunque sólo sea a mi familia." Y, ahora, que soy viejo, empiezo a entender lo estúpido que he sido. Y mi única oración es ésta: "Señor, dame la gracia de cambiarme a mi mismo." Y pienso que si yo hubiera orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida.»

Esta segunda fábula no necesita, me parece, comentario. Tal vez sí, reafirmación. Porque este mundo está lleno de reformadores que no han empezado siquiera a reformarse a si mismos. ¿Cómo ser pacifista si no se respira paz? ¿Cómo hablar de la libertad si no se es espiritualmente libre? ¿Cómo predicar el amor si no se ama? ¿Qué sentido tiene exigir la justicia con palabras agresivas e injustas? ¿Cómo esperar respeto de los hijos si no se les respeta? ¿Cómo exigir a los padres cuando no se es exigente consigo mismo?

Yo me temo que muchas de nuestras peticiones de cambio del mundo no sean sino una coartada para esquivar nuestro fracaso a la hora de cambiarnos a nosotros mismos y que un alto porcentaje de las acusaciones de deshonestidad que hacemos a los demás no sean otra cosa que un autoengaño para no mirarnos en el espejo de nuestra propia deshonestidad.

Porque, además, el único modo de que cambiemos a los que nos rodean es conseguir que nuestro cambio irradie. Un hombre en paz consigo mismo no necesita hablar de la alegría, porque le saldrá por todas sus palabras. Un ser humano con verdadera fe en sus ideas las predicará sin abrir los labios, simplemente viviendo.

Está bien, claro, preocuparse por la marcha del mundo. Siempre que no sea una coartada para dispensarnos de cultivar nuestro propio jardín. Porque el día que nuestro jardín mejore, ya habrá empezado a mejorar el mundo.

José Luis Martín Descalzo
iglesia.org

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domingo, 25 de marzo de 2012

Mirad que llegan días...

Evangelio: Juan 12, 20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.”
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré? : Padre líbrame e esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre.”
Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.” La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no he venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.” Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

MIRAD QUE LLEGAN DÍAS…

Si pidiéramos a alguien por la calle que terminara esta frase, seguramente haría referencia a la crisis, y concluiría: “…llegan días duros, en que tendremos que apretarnos el cinturón”. También podrían ser una advertencia del Presidente del Gobierno, por ejemplo, advirtiéndonos siempre de lo mismo: “mirad, que llegan días... difíciles.” Estas parece que son las expectativas hoy día; el panorama no resulta muy halagüeño.

Para el pueblo de Israel, en tiempos del profeta Jeremías, la perspectiva tampoco era muy floreciente. No era sólo el pueblo, era cada hombre, cada individuo, el que sentía en lo más profundo de su corazón un anhelo de felicidad. Es el anhelo del hombre de todos los tiempos. Esperamos una era mejor que la presente. Por eso, la frase “mirad que llegan días…” suscita en nosotros el gran interés de saber qué es lo que nos deparará el futuro.

Sin embargo, hoy el anuncio lo hace Dios que, por medio del profeta Jeremías, promete algo completamente diverso a lo que esperan los hombres. “Mirad que llegan días en que yo haré con vosotros una alianza nueva”. Dios dice que va a actuar en el mundo. Y de una manera definitiva. Llegan los días de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Se va a realizar la alianza prometida desde antiguo por Dios a los hombres.

A todo el que haya visto la película “La Pasión de Cristo” seguro que una de las escenas que más le ha impresionado es la del encuentro de Jesús, cargado con la cruz y ensangrentado, con su Madre, camino del Calvario. El guionista ha acertado de lleno cuando ha puesto en labios del Señor en ese momento las palabras de la Escritura: “Mira que estoy haciendo todas las cosas nuevas”.

La alianza de Dios con el hombre consiste en hacer nuevo su corazón (“crea en mí un corazón puro”, hemos repetido en el salmo). Un corazón nuevo completamente, perdonado, redimido, capaz de amar ilimitadamente porque podrá amar con el mismo amor de Dios. La noticia que Dios nos da es completamente opuesta a la que los hombres dan.

Esta es la alianza que hace Dios con la humanidad, con cada hombre: Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios. La respuesta a los anhelos más profundos del hombre, como hoy manifiestan en el Evangelio aquellos dos griegos que preguntan al apóstol Felipe: “Queremos ver a Jesús”. El mismo Jesús responde, confirmando el cumplimiento de la profecía de Jeremías: “ha llegado la hora”, han llegado esos días anunciados.

En la recta final hacia la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la Iglesia hoy nos invita a prepararnos bien al acontecimiento más maravilloso que ha sucedido jamás en la historia. Que ha sucedido y que sucede. Porque la alianza la quiere realizar Dios con cada uno de nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 24 de marzo de 2012

Católicos sin complejos

No somos seguidores de una palabra muerta, sino discípulos del Dios vivo

Ruego disculpas por titular negativamente. Sólo es un intento de recabar la atención del lector. Es negativo, pero existe hoy día un catolicismo vergonzante, poco valiente, trufado de relativismo, deslumbrado por la ciencia experimental que en ocasiones sólo es base de una teoría no demostrada; dudoso de si trata de vivir algo bueno pero aburridísimo; y arrinconado por un laicismo rampante y viejo, aunque expuesto como dogma imprescindible para la convivencia democrática. Algunos han logrado que en bastantes ambientes no se mencione a Dios ni para despedirse, ni se hable de las preguntas fundamentales en torno al hombre -de dónde vengo, adónde voy, el más allá, la muerte, el sentido de la vida-; muchos se han convencido con el pensamiento de que el cristiano no debe imponer sus ideas -cosa bien cierta-, pero aceptan como obligatorias las anticristianas, que acabamos viendo como lo moderno. Desean ser razonables, pero esconden a Dios o lo pretenden con cabida en sus mentes y actuando como ellos decidan. Nos citan a Galileo y nos callan.

Es imposible abarcar lo que nos acompleja; lo escrito anteriormente son unas pinceladas de lo que podríamos llamar el secuestro de Dios incluso en las mentes y vidas cristianas. Somos prisioneros de unos tópicos bien manejados y con algún fundamento en comportamientos inadecuados para un seguidor de Cristo, pero que en modo alguno invalidan su doctrina ni modo de ser. Podríamos preguntarnos qué es ser católico y cómo se debe mostrar; ir a buscar nuestra quintaesencia y no quitarle ni un pelo por más que seamos débiles. Frágiles, sí, pero sabiendo lo que somos y lo que hemos de vivir, aunque hayamos de rectificar en muchas ocasiones.

Como es sabido, las fuentes de lo revelado por Dios al hombre -ahí se contiene lo que somos- son la Sagrada Escritura y la Tradición custodiadas por el Magisterio de la Iglesia. Lo que Dios ha manifestado de Sí mismo, del hombre y de su destino está en esos dos manantiales, con el natural cuidado de la Providencia para evitar interpretaciones de parte o simplemente erradas. Eso es el Magisterio de la Iglesia: la custodia e interpretación del depósito de la fe, como lo llama muy adecuadamente san Pablo. El cristianismo no es una "religión del libro", sino la religión de la Palabra de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo", como afirmó san Bernardo.

Volvamos a la pregunta: ¿qué es ser cristiano? Y lo primero que permanece claro es que no somos seguidores de una palabra muerta, sino discípulos del Dios vivo, que por obra del Espíritu Santo son identificados con ese Verbo encarnado, con Cristo, para ser y actuar como hijos de Dios. Escribe san Pablo a los romanos: "los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios". Y poco más adelante añade que la creación espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios. Esto puede no entenderse o no creerse por carecer del don de la fe, pero un cristiano es otro Cristo -un hijo de Dios en Cristo por la fuerza del Espíritu- al que toda la creación espera con dolores de parto -dice gráficamente el Apóstol- hasta ver a Cristo formado y actuando en cada uno, para que, sin complejos, viva con la mayor honradez posible lo que en verdad es, algo no realizable sin la gracia de Dios y sin la libertad humana. Con esta fuerte razón teológica, afirmó el fundador del Opus Dei: "el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima". Ahí radica la identidad cristiana y de ahí deriva nuestro comportamiento apropiado. El mismo san Josemaría indicaba en una entrevista -recogida en "Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer"- que esa verdad de ser hijo de Dios en Cristo ha de penetrar la vida entera, ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo. "No podemos ser hijos de Dios sólo a ratos, aunque haya unos momentos dedicados a considerarlo, a penetrarnos de ese sentido de nuestra filiación divina, que es la médula de la piedad". Conocer la verdad no quita libertad, la da. La libertad se pierde en la ignorancia.

Si volvemos a las consideraciones iniciales, comprenderemos que no tiene sentido vivir un catolicismo acomplejado; en todo caso, hemos de moderar el buen complejo de superioridad nacido de lo que realmente somos. Pero no por sentirnos más que nadie, sino por experimentar con sencillez la fuerza de saberse y ser hijo del Padre nuestro que está en los cielos, por la identificación con Cristo operada por el Espíritu Santo, cosa que no sucede de ningún modo mágico: se adquiere por el bautismo, se refuerza en la confirmación, se rehace en la confesión sacramental, se alimenta con la Eucaristía, se vive con las luces y el empuje de la oración, y requiere lucha, empeño constante para vivirlo en todo momento. "Hay que ser conscientes de esa raíz divina, que está injertada en nuestra vida, y actuar en consecuencia" (Es Cristo que pasa, n. 60).

Pablo Cabellos Llorente
catholic.net

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jueves, 22 de marzo de 2012

La hora de la verdad‏

A veces enfocamos las cosas desde ideologías que sustituyen la razón por la voluntad de poder.

No me refiero a la suerte taurina de entrar a matar, aunque todos podamos ser empitonados. Hablo de este momento del mundo con todos sus contrastes, grandezas y miserias. Vivimos en la aldea global, pero sigue siendo aldea, algo pequeño o empequeñecido por egoísmos personales o de tribu. Estamos en la era de la solidaridad, pero también de un feroz individualismo. Amamos la libertad quizás como nunca ha sido amada, pero anda empobrecida por falta de reflexión, de horizontes, de búsqueda seria de la verdad y el bien. Es tiempo de libertad religiosa, pero se mata por la causa de un dios que no es Dios, o se la persigue solapadamente, relegándola a las conciencias.

He llegado hasta aquí, para escribir que lo políticamente correcto está matando la sinceridad, la veracidad, la ética, la libertad. Mientras buena parte del mundo prescinde de Dios, se han creado otros dioses sustitutivos porque el hombre necesita algo para orientarse, aunque sea en falso. Me atrevo a poner ejemplos: no hay libertad -hasta puede ser delictivo- para disentir de la concepción de matrimonio que se introdujo en nuestro país para englobar las uniones homosexuales, que no se equipararon al matrimonio natural, sino que se desvirtuó éste para que todos cupieran por igual. Tengo entendido que sólo tres países en todo el universo contamos con tal avance.

Se dice que modificar la ley del Aborto es saltar treinta años atrás, pero siempre se me ha ocurrido que, puestos a brincar, podríamos hablar de miles de años atrás o adelante. No sé si se aborta más con la ley actual que con la anterior, pero hay que decir, claramente que lo peor no es el aborto de menores sin permiso paterno, sino la transformación de un delito -despenalizado en ciertos supuestos- en un derecho de la mujer.

Nadie entra al despropósito de la ley de género, que nos convierte de mujeres a hombres y viceversa con un sencillo trámite. Y sólo porque algunos se han empeñado en que los genitales no determinan lo que uno es, sino los roles atribuidos a uno u otro sexo. De hecho, se arma la parda porque una ministra osa utilizar la expresión violencia doméstica en lugar de hablar de violencia de género, que es lo moderno. ¿No es una falta de libertad elemental, una coacción por lo políticamente correcto? Pero, muy posiblemente, nadie cambiará esa ley, por idéntica sinrazón.

Y aquí quería llegar porque el hecho es que no hay más verdad admisible que la impuesta por ese pensamiento, detrás del que hay auténtica trilita: relativismo, es decir incapacidad para la verdad aunque luego todo el mundo tenga la suya; pensamiento débil, que viene a ser lo mismo; laicismo entendido como la expulsión de Dios de nuestras vidas, al menos externamente. ¿No se puede entender que si yo creo en Dios, necesariamente influirá en un modo de vivir -también exterior- que, por supuesto, no impongo, pero que tendría al menos el mismo derecho de difusión que la religión oficial del laicismo? Pero no es así. Y muchos cristianos, que han permitido la imposición de modelos laicistas, se han tragado la píldora de que ellos no pueden cargar a nadie con un modelo de vida. Algo que no harán, pero que tendrán derecho a pregonar por todos los medios legales. Sin sectarismo alguno, es hora de que muchos salgan de las catacumbas y vivan gozosamente su fe.

Algunos entendemos que las costumbres creadas son, en buena parte, fruto de la sociedad que tenemos, pero no podemos olvidar el valor pedagógico -o su contrario- de la ley, que tiende a confundirse con la ética, cuando ésta se halla en la esencia de las personas y cosas. No es la guinda del pastel para evitar la corrupción que aún llamamos así. La falta de ética -en todos los campos- desnaturaliza personas, pensamiento, quehaceres y cosas. Pero se ha ido diseñando una sociedad y un hombre abstractos -a la medida del pensamiento de algunos-, para obligar después, con rigidez extrema, a que el hombre real se acomode al diseño teórico, diseño que suele coincidir con lo más fácil o placentero. Así, picamos más simplemente, pero no seremos felices. Es parte de la trilita.

Todo esto se nota en la crisis económica que padecemos, fruto brutal de la codicia y la mentira, bien propiciadas por la elaboración inconsciente de un hombre peor que produce frutos peores. Y eso es violencia y raíz de toda violencia. Como ha escrito Ricardo Yepes, la violencia es ruptura del orden, entendido, no como sometimiento a una regla y autoridad extrínsecas que constriñen, sino como la relación que guardan las partes respecto a la unidad del todo. La violencia es el fruto y el imperio de la irracionalidad.

A estas alturas, alguno ya habrá pensado que todo esto es facha. Así despachamos las cuestiones que no deseamos pensar y que enfocamos sectariamente, desde ideologías que sustituyen la razón por la voluntad de poder. Y en esas estamos. Por eso es la hora de la verdad, aunque -como decía una canción italiana- la verdad nos duela.

Pablo Cabellos Llorente
catholic.net

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miércoles, 21 de marzo de 2012

La fuerza del perdón

Hace unos años conocí a una mujer que había sido engañada por su marido. Ella se dio cuenta sin que él lo imaginara. Al inicio se sintió muy dolida y humillada, y un tanto confundida. No podía creer que todo su proyecto de vida se viniera abajo en un segundo por la infidelidad de su esposo. Su familia, sus hijos, ¿qué pasaría con todo? Ella, al casarse había dado su sí para siempre, y ahora se le presentaba esa situación que no la dejaba en paz. No se sintió con fuerzas para enfrentar a su esposo en un inicio. Dejó de dormir, y hasta de comer.

Su relación con sus hijos también se vio afectada. Ya no tenía ilusión por nada. Era más bien el coraje y hasta un cierto odio el que empezaba a surgir en su interior. Se podía decir que estaba empezando a caer en depresión. Pasaron unas semanas y empezó a notar el gran daño que esta situación le estaba causando. No sabía desde cuándo había iniciado la infidelidad. Veía a su esposo cada día y no podía menos que preguntarse el porqué. Él le había fallado. No había sido fiel a su promesa, y sin embargo, la que estaba sufriendo las consecuencias era ella. Si tan sólo no se hubiera enterado… podría vivir como hasta ahora, en la ingenua mentira de pensarse amada… pero no, lo sabía… No sabía qué hacer.

Un buen día, en medio de estos sentimientos negativos, se dio cuenta de que se estaba destruyendo a sí misma sin hacer nada para mejorar su situación. No había terminado su relación con su esposo, pero tampoco la había mejorado, de hecho, empeoraba, y a los ojos de los demás, ahora era ella la culpable con su alejamiento y su falta de ganas por vivir. Sus hijos también empezaban a sufrir las consecuencias. Se encontró ante la necesidad de hacer algo.

Había que construir el futuro

Decidió primeramente no hablar de esto con sus hijos. La ignorancia servía de defensa contra los efectos del odio y la decepción que la estaban carcomiendo a ella por dentro. Se dio cuenta que mientras continuara con estos dos sentimientos, no lograría nada constructivo en su vida. Ya fuera que se quedara con su marido o que lo abandonara pagándole con la misma moneda, mientras el rencor estuviera en su interior, no encontraría la paz anhelada. Era cuestión de supervivencia, lo primero que necesitaba era encontrar, a como diera lugar, esa paz que había perdido. Pensó en vengarse, pero el simple imaginárselo le ocasionaba un mayor malestar interior. Pasó momentos muy difíciles, y no dejaba de suspirar… ¡si tan sólo su esposo no le hubiera sido infiel! ¡Cómo regresar el tiempo y borrar lo pasado!

De repente se le iluminó el panorama. Si bien, no podía cambiar el pasado, sí estaba en sus manos construir el futuro. No se resignaba a perder a su familia. Algo se podría hacer… En ese momento empezó a aceptar su situación. Era cierto, no lo podía negar. Su esposo había buscado el amor de otra mujer. Pero también lo era que ella seguía siendo la esposa. Se dio cuenta que con los años se había enfriado un poco la relación, sin haber puesto un remedio. ¡Si tan sólo hubiera actuado a tiempo! Pero ya de nada servía el lamentarse. ¿Qué pasaría si ponía la solución ahora? ¿Si intentaba reconquistarlo? En un momento determinado se decidió a hacerlo.

Lo que parecía increíble

Requirió mucha valentía, primeramente para perdonarlo. Pero ese perdón le hizo más bien a ella que a él. Ya no podía seguir viviendo con el rencor y el odio dentro de sí. El perdón le regresó la paz interior que tanto anhelaba y necesitaba. Después empezó a ganarse nuevamente a su marido, siendo especialmente solícita con él. Poco a poco, él se fue volviendo cada vez más cercano y cariñoso, como en los primeros años, hasta que dejó por completo a la otra mujer.

Entonces, fue cuando ella decidió hablar sobre el asunto. El susto que se llevó él cuando se enteró que ella había estado al tanto de su aventura. Inmediatamente le pidió perdón. No podía creer la suerte que había tenido para no haber sido abandonado por ella. Gracias a su esposa seguía teniendo una hermosa familia, y se encontraba ahora cada día más enamorado de ella. El intuir el sufrimiento y el sacrificio por el que tuvo que pasar ella para sacar adelante su relación, le hizo valorarla y admirarla todavía más.

Puestas las cartas sobre la mesa, ella comentó que ella había cumplido con su parte, pero que él no. Ahora le correspondía a él reparar y reconquistarla de nuevo. Él se dedicó a ganarse de nuevo su amor y su confianza. Y hoy son una pareja envidiable. Sus hijos y sus amigos nunca se enteraron de esto, pensando que siempre habían sido una pareja modelo.

El perdón imprescindible y suficiente

No cabe duda de que este tipo de historias no siempre terminan con un final feliz, como en este caso. Esto se debió a la heroicidad de una mujer que supo darse su lugar y luchar por su esposo y por su familia. Platicando con ella, se puede ver que la capacidad que tuvo para perdonar a su marido fue la clave para salir adelante. Si no lo hubiera hecho, se habría destruido internamente a sí misma y a sus hijos. Fue precisamente el perdón lo que la ayudó a aceptar una situación extremadamente dolorosa, para buscar una solución viable. Esto le dio fuerza para luchar y para conseguir su objetivo.

En cada historia personal encontramos siempre momentos de grande sufrimiento ocasionado muchas veces por quienes más queremos. Esas heridas pueden infectarse generando una serie de rencores y resentimientos que sólo causan mayor daño a la persona. La única medicina capaz de curar y prevenir esa gangrena interior es el perdón. Un perdón que no es señal de debilidad sino de fortaleza. Que no es resignación, sino aceptación de una realidad para poder superarla. Un perdón que es el único remedio para mantener sanos la mente y el corazón.

Muchas veces no está en nuestras manos el evitar que se nos hiera. Pero sí lo está el dejar que esa herida nos amargue la vida entera o perdonar y seguir adelante.

iglesia.org

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martes, 20 de marzo de 2012

Las gafas

Mi abuelo amaba la vida - especialmente cuando podía gastarle una broma a alguien. Hasta que un frío domingo en Chicago, mi abuelo pensó que Dios le había jugado una broma. Entonces no le causó mucha gracia. Él era carpintero. Ese día en particular, había estado en la Iglesia haciendo unos baúles de madera para la ropa y otros artículos que enviarían a un orfelinato a China. Cuando regresaba a su casa, metió la mano en el bolsillo de su camisa para sacar sus gafas, pero no estaban ahí. Él estaba seguro de haberlas puesto ahí esa mañana, así que regresó a la Iglesia. Las buscó, pero no las encontró. Entonces se dio cuenta de que las gafas se habían caído del bolsillo de su camisa, sin él darse cuenta, mientras trabajaba en los baúles que ya había cerrado y empaquetado. ¡Sus nuevas gafas iban camino de China!. La Gran Depresión estaba en su apogeo y mi abuelo tenia 6 hijos. Él se había gastado 20 dólares en esas gafas.

"No es justo" le dijo a Dios mientras conducía frustrado de regreso a su casa. "Yo he hecho una obra buena donando mi tiempo y dinero y ahora esto".

Varios meses después, el Director del orfelinato estaba de visita en Estados Unidos. Quería visitar todas las Iglesias que lo habían ayudado cuando estaba en China, así que llegó un domingo por la tarde a la pequeña Iglesia a donde mi abuelo asistía a la Santa Misa en Chicago. Mi abuelo y su familia estaban sentados entre los fieles, como de costumbre. El misionero empezó por agradecer a la gente por su bondad al apoyar al orfelinato con sus donaciones. "Pero más que nada", dijo "debo agradecerles por las gafas que mandaron. Verán, los comunistas habían entrado al orfelinato, destruyendo todo lo que teníamos, incluyendo mis gafas. ¡Estaba desesperado! Aún y cuando tuviera el dinero para comprar otras, no había donde. Además de no poder ver bien, todos los días tenía fuertes dolores de cabeza, así que mis compañeros y yo estuvimos pidiendo mucho a Dios por esto. Entonces llegaron sus donaciones. Cuando mis compañeros sacaron todo, encontraron unas gafas encima de una de las cajas". El misionero hizo una larga pausa, como permitiendo que todos digirieran sus palabras. Luego, aún maravillado, continuó: "Amigos, cuando me puse las gafas, eran como si las hubieran mandado hacer justo para mí!, ¡Quiero agradecerles por ser parte de esto!". Todas las personas escucharon, y estaban contentos por las gafas milagrosas. Pero el misionero debió haberse confundido de Iglesia, pensaron. No había ningunas gafas en la lista de productos que habían enviado a China. Pero sentado atrás en silencio, con lágrimas en sus ojos, un carpintero ordinario se daba cuenta de que el Carpintero Maestro lo había utilizado de una manera extraordinaria.

webcatolicodejavier.org

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domingo, 18 de marzo de 2012

Los hombres prefirieron las tinieblas. Dios sigue ofreciendo la luz

Evangelio: Juan 3, 14- 21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”

LOS HOMBRES PREFIRIERON LAS TINIEBLAS. DIOS SIGUE OFRECIENDO LA LUZ

“¡Déjame en paz, que no me quiero salvar, que en el infierno no estoy tan mal!”. Así cantaba Victor Manuel en los años 80. Cuando esta frase – por desgracias muchas veces – se dirige a Dios, estamos ante el misterio que describe hoy el Evangelio.

"Los hombres prefirieron la tiniebla a la luz”, dice San Juan. Es un misterio que acompaña la historia del hombre desde sus inicios. Es el misterio del pecado. El hombre se hace dueño y señor de esta vida, olvidándose de Dios. Dios le propone la luz de la fe y de la caridad para que culmine sus días en este mundo con su paso a la vida en comunión eterna con Él, pero los hombres prefieren los placeres de esta vida caduca.

El rechazo de Dios no es ninguna novedad, no es ningún signo de progreso, como a veces nos lo quieren presentar. Se daba en los años 80 y en el 800 antes de Cristo. Es una constante a lo largo del Antiguo Testamento, como leemos, hoy por ejemplo en el libro de las Crónicas. “El Señor, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas.” Y el mismo libro nos describe las consecuencias. El pueblo israelita, sumido en el más absoluto desorden y corrupción, cayó en manos de los caldeos, que los esclavizaron.

Hoy día también vivimos esta situación. Hemos rechazado a Dios, siguiendo a los profetas que nos prometían un mundo mejor sin Él. Olvidando a Dios hemos rechazado sus mandamientos y no siguiendo los caminos del amor a Dios y al prójimo, nos encontramos sumidos en un mundo de tinieblas, odio y guerra, de puro egoísmo y corrupción. Quien me diga pesimista, no está siendo realista, porque todos tenemos esta situación delante. San Juan revela que, en realidad, el proceso es al revés: que se rechazan los mandamientos, y por eso se rechaza a Dios. Porque la luz pone de manifiesto las maldades del hombre en tinieblas.

Sin embargo, la luz sigue ahí. Dios sigue mostrando su amor misericordioso. El mensaje cristiano siempre es un mensaje de esperanza. El paso de las tinieblas a la luz siempre es posible, mientras estemos en este mundo. A nivel personal – pues no hay pecador por empedernido que éste sea que no pueda volver a Dios – y a nivel social, pues no hay situación oscura en la que no pueda brillar una pequeña luz y esa pequeña luz iluminará mucho – más cuanto mayor sea la oscuridad – de modo que poco a poco, con paciencia y constancia en el bien, el mundo se puede cambiar. Y lo debemos cambiar. Este es el mensaje del Evangelio para cada cristiano. No cruzarse de brazos y lamentarse, sino ponerse manos a la obra.

Si nosotros – dice el Señor – somos llamados a ser luz del mundo, ¿con qué derecho nos lamentamos de que el mundo esté en tinieblas?

Con María, Estrella de la nueva Evangelización.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 17 de marzo de 2012

Aumenta el número de católicos en el mundo

Hay 15 millones de fieles más que en 2009. Disminuyen, en cambio, en América del Sur y en Europa, pero aumentan en África y en Asia. Aumenta también el número de sacerdotes

Los católicos en el mundo son alrededor de 1.196 millones; en 2009 representaban al rededor de 1.181 millones. Se calcula, pues, un aumento absoluto de 15 millones de fieles, equivalente al 1,3%. Durante los últimos años, además, la presencia de los fieles católicos bautizados en el mundo sigue siendo estable, alrededor del 17,5%. En cuanto a la distribución territorial, los católicos han disminuido en América del Sur y, sobre todo, en Europa. Aumentaron, por el contrario, en África y en el Asia Sudoriental.

ente al 1,3 %. En el curso de los últimos dos años, la presencia de fieles católicos bautizados en el mundo permanece estable, en torno al 17,5 %. Las cuotas territoriales de los católicos del mundo han sufrido variaciones importantes entre los años 2009 y 2010. De hecho han disminuido su importancia en América Meridional, pasando del 28,54 al 28,34 % y, sobre todo en Europa, pasando del 24,05 al 23,83 %. Mientras han aumentado en África, pasando del 15,15 al 15,55 % y en el sur oriental de Asia, pasando del 10,41 al 10,87 %.

catholic.net

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viernes, 16 de marzo de 2012

Tierra Santa, una Pascua que une

Esperando que esa unidad que a los cristianos de Medio Oriente les gustaría intentar de anticipar valga verdaderamente para los cristianos de todo el mundo

Los obispos católicos de Tierra Santa están considerando la posibilidad de celebrar la Pascua adoptando la fecha del calendario juliano, es decir, el que siguen las Iglesias de Oriente y del mundo ortodoxo. Y también han puesto una fecha para esta reforma: la Pascua de 2013. Una novedad cuyo objetivo sería hacer vivir a los cristianos, durante el mismo día en todo el Medio Oriente, la fiesta más importante del año litúrgico.

La noticia fue publicada hace unos días por la página web árabe cristiana abouna.org retomando una carta enviada a las comunidades locales por la Asamblea de los ordinarios católicos de Tierra Santa. Un texto en el que se explica que se trató el tema durante la última sesión de trabajo de este organismo que reúne al patriarca latino y al custodio de Tierra Santa con los obispos melquitas, maronitas, armenios, asirios y caldeos con jurisdicción en las comunidades que viven en Israel, Palestina, Jordania y Chipre. La carta precisa que todavía se trata de una hipótesis sobre la cual se está reflexionando; pero si al final ésta fuera verdaderamente la decisión, ya a partir del próximo año las comunidades latinas de Tierra Santa celebrarán la pascua en un día diferente respecto a los católicos de todo el mundo. Como se sabe, las Iglesias de Oriente siguen todavía el calendario juliano, es decir, el precedente a la reforma gregoriana, introducida por el papa Gregorio XIII en 1582. Y la diferencia más marcada se ve precisamente en el hecho de que la Pascua se celebra la mayor parte de las veces en domingos diferentes. La diferencia puede ser de una semana como sucederá este año, con la Pascua gregoriana el 8 de abril y la Juliana el 15 de abril. Pero hay años en los cuales la distancia entre las dos fechas llega incluso cinco semanas más tarde.

Todo esto representa desde siempre un problema en Medio Oriente, donde los cristianos son una pequeña comunidad al lado de los judíos y musulmanes: en un contexto de este tipo las divisiones pesan evidentemente todavía más y a veces involucran incluso a personas de la misma familia. Del mismo modo ya en el Orientalium Ecclesiarum - el documento del Concilio Vaticano II sobre las Iglesias Orientales- se planteaba el problema invitando a llegar a través del camino ecuménico a la definición de una única fecha para la Pascua. Y también el Sínodo para el Medio Oriente, en el 2010, relanzó este gran objetivo, de cuyo cumplimiento Benedicto XVI mismo ha expresado más di una vez su deseo. A la espera, sin embargo, de un acuerdo más general entre católicos y ortodoxos, los obispos de Tierra Santa ahora parecen tener la intención de dar una fuerte señal en esta dirección. Por lo tanto, si la idea llegase verdaderamente a buen puerto, en Jerusalén en el 2013, para los católicos de rito latino la Pascua saltaría del 31 de marzo al 5 de mayo. Además hay que tener presente que entre los cristianos de Tierra Santa, los de rito oriental son la amplia mayoría; por lo tanto si el objetivo es hacer visible la unidad en el contexto local es mucho más lógica la adhesión al calendario juliano.

Hay que añadir que no se trata de una novedad absoluta: en Jordania, por ejemplo, desde 1979 los cristianos de todas las confesiones celebran las principales fiestas el mismo día. Fue elegida para la Navidad la fecha del 25 de diciembre -es decir, la fecha del calendario gregoriano- y para la Pascua el domingo fijado en el calendario juliano. Gracias a este acuerdo, para los cristianos se ha hecho más simple reivindicar el derecho a poder celebrar sus propias fiestas. El mismo sistema también ha sido adoptado en algunas ciudades de Palestina (por ejemplo en Ramallah) y desde este año se hará también en la parroquia latina de Haifa, la gran ciudad del Norte de Israel. Por lo tanto, el objeto de la reflexión es la extensión de una praxis pastoral que ya ha sido experimentada.

El verdadero problema son las grandes basílicas de Jerusalén y Belén: sería un poco paradójico que precisamente mientras los católicos de todo el mundo celebran los ritos de Pascua y miles de peregrinos llenan la Ciudad Vieja, en el Santo Sepulcro no se celebraran los ritos del Triduo Pascual, del Viacrucis y la Vigilia de Resurrección. Además hay que añadir que cuando -por una mera coincidencia de calendarios- las dos Pascuas coinciden el mismo día, no es de hecho fácil conciliar el movimiento de los diversos ritos en esa "comunidad" compleja y a veces un poco borrascosa que es la basílica construida en torno al sepulcro vacío de Jesús. Por lo tanto, no queda excluido efectivamente que los obispos católicos de Tierra Santa decidan mantener de todos modos en las basílicas también la celebración de la Pascua según el calendario gregoriano, en nombre de la vocación universal de Jerusalén. Esperando que esa unidad que a los cristianos de Medio Oriente les gustaría intentar de anticipar valga verdaderamente para los cristianos de todo el mundo.

Giorgio Bernardelli
vaticaninsider.lastampa.it

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jueves, 15 de marzo de 2012

El pasaporte espiritual

Cuando vamos a marcharnos de viaje al extranjero, nos preocupamos de comprobar cuidadosamente todas las normas que el país de destino tiene en relación al pasaporte. En ocasiones, no es suficiente tener el pasaporte vigente, ya que ciertos países no admiten pasaportes que vayan a caducar en los seis meses siguientes a la finalización del viaje.

Sin embargo, nunca nos preocupamos lo suficiente del pasaporte más importante, que es el alma, pasaporte espiritual que nos permite entrar en el Cielo después de nuestra vida terrenal.

La gracia santificante es un don permanente y sobrenatural, es decir, superior a las posibilidades de la naturaleza, que eleva y perfecciona nuestra alma haciendo que seamos hijos de Dios y herederos del cielo. Mientras estemos "en gracia de Dios", es decir, mientras tengamos nuestro pasaporte espiritual vigente, significa que poseemos la gracia santificante, es decir, tenemos el alma libre del pecado mortal. Un pecado mortal es elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa gravemente contraria a la ley de Dios. La consecuencia inmediata es la pérdida de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si una persona muriese en estas condiciones, iría a parar al infierno. En el momento en que lo cometemos, sería equivalente a caducar voluntariamente nuestro pasaporte espiritual. Para recuperar el estado de gracia, deberíamos arrepentirnos y acudir a un sacerdote para obtener el perdón. Esto equivaldría a que el sacerdote nos expediera de nuevo el pasaporte espiritual.

Aunque hayamos realizado muchas acciones buenas durante nuestra vida, si tenemos un pecado mortal y no lo hemos confesado, dichas acciones no tienen valor ante Dios. Es decir, aunque hayamos hecho muchos viajes en nuestra vida terrenal, si tenemos el pasaporte caducado, no nos dejarán viajar al país que queremos visitar. Después de confesarnos de los pecados mortales con un sacerdote, todas nuestras buenas acciones vuelven a cobrar el valor original que tenían ante Dios. Esto equivale a que el sacerdote nos facilita un nuevo pasaporte espiritual en regla y Dios nos devuelve los méritos adquiridos que teníamos antes de pecar mortalmente. Además, no lleva fecha de caducidad.

El pecado venial es una ofensa que no rompe la relación con Dios, pero sí la debilita. La persona que no luche interiormente contra estos pecados se hace más vulnerable al pecado mortal. Constituye un tropiezo en el camino para seguir a Jesucristo. Equivaldría a ir manchando el pasaporte, aunque esté vigente. Es conveniente arrepentirse y acudir al sacramento de la confesión regularmente para librarnos de estos pecados. Equivaldría a que un sacerdote nos limpiase el pasaporte espiritual con regularidad, para poderlo presentar ante Dios en las mejores condiciones.

No sabemos cuándo finalizará nuestra vida terrenal. Por ello, pidamos a la Virgen María y a Jesucristo que nos ayude a preocuparnos de llevar siempre nuestro pasaporte espiritual en regla, que nos acredita como herederos de la vida eterna. De esta forma, llegado el momento, podremos solicitar el canje por el pasaporte de la vida eterna, que nos proporcionará Dios Padre como ciudadanos del Reino de los Cielos.

Javier López
Web Católico de Javier
webcatolicodejavier.org

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miércoles, 14 de marzo de 2012

El matrimonio homosexual o la politización de la naturaleza‏

Los homosexuales deberán tener todos los derechos como los demás ciudadanos, pero no por su homosexualidad, sino al margen de ella.

La intención del reconocimiento legal del matrimonio homosexual (demandado ahora por el primer ministro David Cameron) es un hecho político que busca eliminar la identidad del verdadero matrimonio, una consecuencia de la politización que se ha hecho de la naturaleza humana con el fin de modificarla y refundarla desde la legislación. Hay que decirlo desde el principio: nunca hubo normativa alguna, en ninguna cultura, que pretendiese reconocer las uniones homosexuales como verdadero matrimonio.

La nihilista revolución francesa ya no tomó como base del orden humano la naturaleza humana, conforme a la idea de un orden natural, sino según el nuevo orden constitucional: el hombre como cuestión de derechos, modificable hasta la descomposición. Es moderno -sostenía Nicolás Gómez Dávila- lo que sea producto de un acto inicial de soberbia, lo que parezca permitirnos eludir la condición humana.

La Iglesia católica británica ha pulsado ya el botón de alarma ante el proyecto del gobierno británico de legalizar el matrimonio homosexual. Según el cardenal Keith O´Brien, se trata de “una grotesca subversión de un derecho humano universalmente aceptado”, afirmando, asimismo, que “ningún gobierno tiene la autoridad moral para desmantelar la definición universalmente reconocida del matrimonio”.

El matrimonio homosexual es un contrasentido, un error conceptual, una incoherencia de dos principios que se contraponen de un modo inaceptable, una manipulación, una mentira y una injusticia, en cuanto no respeta la gramática del lenguaje corporal entre un hombre y una mujer. No se trata de rechazar un conflicto, sino de negarlo, declarando abiertamente su falta de existencia: no existe el matrimonio homosexual. Someter la naturaleza, en lugar de reconocerla, modificar el lenguaje del amor tendrá como resultado contradecir una noción universalmente admitida, que no ha perdido ninguna vigencia.

Pero es que, además, no puede decidir la legislación el matrimonio, fundado en el sólo afecto y la satisfacción personal, en la libertad y la cultura, en el deseo como la categoría que lleva a la unión o la rápida separación. El reconocimiento del matrimonio homosexual y su equiparación con la familia es una injusticia cometida por el legislador, que no puede conceder a los homosexuales los derechos reservados a los esposos.

En su Alocución al Tribunal de la Rota Romana (21-I-1999), el Papa Juan Pablo II afirmó la incongruencia de pretender atribuir una realidad conyugal a la unión entre personas del mismo sexo. Se opone a esto, ante todo, “la imposibilidad objetiva de hacer fructificar el matrimonio mediante la transmisión de la vida, según el proyecto inscrito por Dios en la estructura del ser humano”, y se opone igualmente, “la ausencia de los presupuestos para la complementariedad interpersonal querida por el Creador, tanto en el plano físico-biológico, entre el varón y la mujer”. La idea de equiparar las relaciones homosexuales con el matrimonio en lo relativo a sus consecuencias jurídicas significaría tanto como tratar “igualmente” lo desigual, lo cual va contra el propio principio de igualdad. Tratar a los homosexuales con igualdad significa tratarlos de manera diferente que a los esposos, porque son dos realidades distintas.

Es una obviedad -que brota de la misma constitución somática y psíquica del ser humano- la alteridad hombre-mujer en orden a una vida sexual específicamente humana. La sexualidad es el fecundo lenguaje corporal del amor entre un hombre y una mujer, y tiene su lugar propio en el matrimonio, único “lugar digno” para traer al mundo un ser humano, como afirmara hace unos días Benedicto XVI.

Ya percibía con perspicacia E. Fromm que la polaridad sexual ensayaba desvanecerse, y con ella el amor erótico, fundado en dicha polaridad. Hombres y mujeres quieren ser idénticos, no iguales como polos opuestos. Según Fromm, la desviación homosexual es un fracaso en el logro de la unión polarizada, y por eso el homosexual sufre el dolor de la “separatidad” nunca resuelta; fracaso, sin embargo, que comparte con el heterosexual corriente que no puede amar.

En este horizonte, la homosexualidad se presenta como algo extraño a la naturaleza. Nadie podrá discutir que las relaciones sexuales son estériles, siendo así que en el plano biológico la sexualidad adquiere su primer sentido en la reproducción. Asimismo, la estructura del cuerpo humano no permite una verdadera unión amorosa entre dos cuerpos del mismo sexo. El intento de someter la realidad a la ideología sólo será causa de sufrimientos.

La legislación no podrá nunca destruir la naturaleza, puesto que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, ordenada a la procreación y educación de los hijos. Ningún parlamento tiene poder alguno sobre la realidad. Los homosexuales no pueden casarse porque no está en su poder hacerlo: no se puede hacer depender lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, de las diferentes pulsiones, de la voluntad o de los deseos de las personas.

Nadie podrá discutir tampoco la esencial contribución al bien común de la familia, una contribución que los homosexuales no están en condiciones de ofrecer. Exigir prestaciones sin dar nada a cambio es algo esencialmente injusto. Es la familia quien asegura, gracias a los hijos, el futuro incluso de las pensiones, ofreciendo una notable seguridad a sus miembros y siendo, asimismo, el lugar donde se mantiene viva la identidad de un pueblo. El mismo Estado se encuentra obligado a reconocer a la familia como célula auténtica de la sociedad, ya que no existe otra forma de vida capaz de prestar su contribución al bien común en la misma medida. Matrimonio y familia se encuentran en una mejor situación que cualquier otra fórmula de convivencia alternativa, no en razón de privilegios políticos o infundados sino precisamente en virtud de su inestimable aportación al bien de la comunidad.

Los homosexuales deberán tener todos los derechos como los demás ciudadanos, pero no por su homosexualidad, sino al margen de ella. No está en los homosexuales el poder casarse. Ninguna ley podrá hacer de una relación homosexual un matrimonio sin pervertir, al mismo tiempo, las leyes de la naturaleza en la asunción de un falso derecho a la autodeterminación.

Roberto Esteban Duque, sacerdote y profesor de Teología
revistaecclesia.com

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domingo, 11 de marzo de 2012

Despejar el espacio para Dios

Evangelio: Juan 2, 13- 25

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "el celo de tu casa me devora".

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía, pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

DESPEJAR EL ESPACIO PARA DIOS

No es fácil explicar el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo de Jerusalén. Demasiadas veces se queda uno pensando en el aspecto de denuncia del egoísmo y la ambición que muestra Jesús con este gesto. Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret” intenta mostrarnos un significado más profundo: La purificación del templo significa “quitar aquello que es contrario al conocimiento y a la adoración común de Dios, despejar, por tanto, el espacio para la adoración de todos.”

“Despejar el espacio para la adoración”. Qué bella expresión para recordarnos que tantas veces no adoramos a Dios, no le dedicamos nuestro tiempo y devoción porque el espacio no está despejado. Porque en el templo de nuestro corazón hay demasiado mercado, demasiado interés por lo que se compra o vende y gran olvido de la vida interior que Dios nos ofrece gratis.

Contemplando la escena de hoy y siendo conscientes de que cada uno de nosotros, por el bautismo, es templo vivo de Dios, descubrimos cómo Jesús expulsa de nuestro corazón todo aquello que no nos deja espacio para la adoración. Si no nos escandalizamos, como los fariseos, de esta acción de Dios, violenta contra el pecado, contra el egoísmo que nos aparta de Él, podremos comprender el misterio pascual: muerte y resurrección de Cristo.

Porque Jesús habla de su muerte y resurrección hoy. Lo hace de manera misteriosa, revelándonos que Él es el Templo Santo que será destruido (muerte de cruz) y reconstruido en tres días (resurrección). Los discípulos – dice San Juan – se acordaron de estas palabras cuando resucitó Jesús, y creyeron en Él.
Jesús expulsó a los mercaderes del Templo y éste comenzó a llenarse de ciegos y tullidos que buscaban la salud en Jesús. Se trata de una verdadera purificación, de una reconstrucción. Jesús no viene nunca como destructor, aunque a veces sintamos su flagelo en nuestro interior, tirando por tierra nuestros vicios y pecados. Dejémosle hacer, que después vendrá el gozo de sentirse verdaderamente libres y sanados.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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viernes, 9 de marzo de 2012

La cruz y el bostezo PARTE 2

Jesús era, para ellos, uno más. Incluso les extrañaba que se diera a su muerte santísima importancia. ¿Por qué habían venido tantos sacerdotes? ¿A qué tantas precauciones si a la hora de la verdad este galileo no parecía tener un solo partidario? En el fondo a ellos les habría gustado tener un poco de "faena". Pero ni el reo ni los suyos se habían resistido. Habían hecho su trabajo descansada y aburridamente. A ellos, ¿qué les iba en el asunto? Eran -según la costumbre- mercenarios sirios, egipcios o samaritanos que desconocían la lengua hebrea de los ocupados y malchapurreaban el latín de los ocupantes. Ni entendían los insultos de quienes rodeaban al ajusticiado ni acababan de comprender las frases que éste musitaba desde la cruz. No sufrían por ello. Sabían sólo que el trabajo extra de una crucifixión aumentaba su soldada y soñaban ya con que todo acabase cuanto antes para ir a fundir sus ganancias en la taberna o el prostíbulo. ¡A ver si había suerte y hoy los crucificados cumplían muriéndose cuantos antes! Sacaron sus dados, se alejaron un par de metros de la cruz para evitar las salpicaduras del goteo -¡tan molesto!- de la sangre y se dispusieron a matar la tarde.

Siempre me ha impresionado la figura de estos soldados que -a la hora en que gira la gran página de la Historia y a dos metros de la cruz en tomo a la que va a organizarse un mundo nuevo- se dedican aburridamente a jugar a las canicas. Son, me parece, los mejores representantes de la Humanidad que rodea al Cristo muriente. Porque en el mundo hay -y siempre ha habido- más aburridos, mediocres y dormidos que grandes traidores, grandes hipócritas, grandes cobardes o grandes santos.

Llevo todos los años que tengo de vida formulándome a mí mismo una pregunta a la que no he encontrado aún respuesta.- ¿el hombre es bueno o malo? ¿La violencia del que toma la metralleta y asesina es parte de la condición y la naturaleza humana o es simplemente tina ráfaga de locura transitoria que "está" en el hombre, pero no "es" del hombre? ¿Y el gran gesto de amor: la madre que muere por salvar a su hijo, el que entrega su sangre por ayudar a un desconocido, es también parte de la raíz humana o es un viento de Dios que se apodera transitoriamente del hombre?

La respuesta que con frecuencia llega a mi cabeza es ésta.- no, el hombre no es bueno ni malo; el hombre es, simplemente, tonto. O ciego. O cobarde. O dormido. Porque la experiencia nos enseña que por cada horrible que mata y por cada hombre que lucha para evitar la muerte hay siempre, al menos, mil humanos que vegetan, que no se enteran, que bostezan.

El mayor drama de Cristo no me ha parecido nunca su muerte trágica, sino la incomprensión de que se vio rodeado. Sus apóstoles no acabaron antes de su muerte de enterarse de quién era; las multitudes que un día le aclamaron le olvidaron apenas terminados los aplausos; los mismos enemigos que le llevaron a la muerte no acababan de saber por qué le perseguían; sus mejores amigos se quedaron dormidos a la hora de su agonía y huyeron al acercarse las tinieblas.

¿Y hoy, veintiun siglos después? ¿Creen los que dicen que creen? ¿No son, en definitiva, coherentes quienes en estos días previos a Semana Santa huyen a una playa, puesto que son los mismos que habitualmente dormitan o bostezan en misa? Solemos creer que el mundo moderno se pudre por los terroristas, los asesinos o los opresores. Me temo que el mundo esté pudriéndose gracias a los dormidos, gracias a que en cada una de nuestras almas hay noventa y cinco partes de sueño y vulgaridad y apenas cinco de vida y de lucha por el bien y por el mal.

De aquí el mayor de mis asombros-. ¿cómo pudo Cristo tener el coraje de morir cuando desde su cruz veía tan perfectamente representada a la Humanidad en aquellos soldados que jugaban a los dados? ¿El gran fruto de su redención iba a ser una comunidad de bostezantes? Morir por una Iglesia ardiente podía resultar hasta dulce. ¡Pero ... morir por aquello!

Así entró en la muerte: solo y sabiéndose casi inútil. Tenía que ser Dios -un enorme y absurdo amor- quien aceptaba tan estéril locura. Agachó la cabeza y entró en el túnel de nuestros bostezos. Lo último que vieron sus ojos fue una mano -¡ah, qué divertida!- que tiraba los dados.

J. L. Martín Descalzo
«Razones para la Alegría»
yocreo.com

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jueves, 8 de marzo de 2012

La cruz y el bostezo PARTE 1

La mediocridad frente al misterio Pascual.
Una lectura de los relatos de la Pasión.

El novelista Shusaku Endo -creo que el primer japonés que haya escrito una vida de Cristo.- ha subrayado que las páginas evangélicas que narran la muerte de Jesús "superan en calidad a las muchas obras maestras trágicas de la historia literarias. Y yo quisiera añadir aquí otro elogio a éste: el de que los escritores evangélicos no hayan caído en la trampa de la grandilocuencia; el de que, aun narrando una gran tragedia, no hayan dejado ni por un momento de pisar tierra, ciñéndose al más cotidiano realismo.

La tentación no era pequeña y en ella tropezaron con frecuencia incluso los más grandes trágicos de la Antigüedad: su afán de retratar las grandes pasiones humanas les hacía olvidarse muchas veces de que éstas sólo afloran en el mundo muy ocasionalmente; y que casi siempre, junto a la gran pasión, existe toda una corte de pequeñas tonterías.

Para el narrador evangélico, en torno a jesús, la gran víctima, giraba toda una corte de personajes que parecían los arquetipos de toda gran tragedia humana: Judas, la traición; Pilato, la cobardía; Herodes, la lujuria; Caifás, la hipocresía; María, el amor sin mancha; Magdalena, el amor arrepentido... Todas las grandes pasiones estaban allí representadas. ¿Y dónde quedaba sitio para la estupidez, para la vulgaridad, para el bostezo? Los psicólogos -y los dramaturgos modernos lo han aprendido bien- saben que en la raza humana nunca existe mucha alta tensión acumulada y que junto a cada drama hay siempre un mar de mediocridad y de aburrimiento. ¿Es que no los hubo en el drama del Calvario?

Una lectura atenta de los Evangelios permite descubrir mil pequeños detalles de esta zona gris y miserable de la condición humana. Pero yo quisiera en estas líneas subrayar uno solo que hace muchos años sacudió mi conciencia. me refiero al largo aburrimiento de los soldados que crucificaron a Jesús y que se prolongó las tres largas horas de su agonía.

Recuerdo que hace años, leyendo aquella frase en que se dice que los soldados "se sortearon" la túnica de jesús, la cabeza se me pobló de preguntas: ¿con qué la sortearon? ¿Y de dónde salieron los eventuales dados o tabas que seguramente se usaron en el sorteo y que luego la tradición popular ha inmortalizado? Porque la gente no suele llevar habitualmente -salvo si se trata de jugadores empedernidos- dados o tabas en los bolsillos. Sólo cuando hemos de ir a un sitio en que calculamos que vamos a tener muchas horas muertas nos proveemos de juegos con que acortar ese tiempo en blanco.

Así les ocurrió, sin duda, a estos soldados. Ellos sabían ya, por experiencia, que las crucifixiones eran largas, que los reos no terminaban nunca de morir, que la curiosidad de la gente se apagaba pronto y que luego les tocaba a ellos bostezar tres, cuatro horas al pie de las cruces. ¡Se defenderían jugando!

Porque sería ingenuo pensar que aquellos matarifes vieron la muerte de Jesús como distinta de las muchas otras en las que les había tocado colaborar. Era, sí, un reo especial; no gritaba, no insultaba... Pero ellos habían conocido sin duda ya a muchos otros locos místicos ajusticiados que ofrecían su dolor por quién sabe qué sueños. Y conocían a muchos otros que llegaban a la cruz tan desguazados que ni fuerza para gritar tenían.

J. L. Martín Descalzo
"Razones para la Alegría"
yocreo.com

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miércoles, 7 de marzo de 2012

El Padre Nuestro de Dios hacia nosotros

«Hijo mío que estás en la tierra,

preocupado, solitario, tentado,

yo conozco perfectamente tu nombre

y lo pronuncio como santificándolo,

porque te amo.

No, no estás solo, sino habitado por Mí,

y juntos construimos este reino

del que tú vas a ser el heredero.

Me gusta que hagas mi voluntad

porque mi voluntad es que tú seas feliz

ya que la gloria de Dios es el hombre viviente.

Cuenta siempre conmigo

y tendrás el pan para hoy, no te preocupes,

sólo te pido que sepas compartirlo con tus hermanos.

Sabes que perdono todas tus ofensas

antes incluso de que las cometas,

por eso te pido que hagas lo mismo

con los que a ti te ofenden.

Para que nunca caigas en la tentación

cógete fuerte de mi mano

webcatolicodejavier.org

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martes, 6 de marzo de 2012

Las piedrecitas azules

Había dos piedrecitas que vivían en medio de otras en el lecho de un torrente. Se distinguían entre todas porque eran de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Ellas conversaban en lo que serían cuando alguien las descubriera: "Acabaremos en la corona de una reina" se decían.

Un día, por fin fueron recogidas por una mano humana. Varios días estuvieron sofocándose en diversas cajas, hasta que alguien las tomó y oprimió contra una pared, igual que otras, introduciéndolas en un lecho de cemento húmedo.

Lloraron, suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos golpes de martillo las hundieron todavía más en aquel cemento.

A partir de entonces solo pensaban en huir. Trabaron amistad con un hilo de agua que de cuando en cuando corría por encima de ellas y le decían: - Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de esta maldita pared". Así lo hizo el hilo de agua y al cabo de unos meses las piedrecitas ya bailaban un poco en su lecho.

Finalmente en una noche húmeda las dos piedrecitas cayeron al suelo y yaciendo por tierra echaron una mirada a lo que había sido su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecitas de oro y de colores formaban la figura de Cristo. Pero en el rostro del Señor había algo raro, estaba ciego. Sus ojos carecían del iris. Las dos piedrecitas comprendieron. Eran ellas los ojos de Cristo. Por la mañana un sacristán distraído tropezó con algo extraño en el suelo. En la penumbra pasó la escoba y las echó al cubo de basura.

Cristo tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros, y a veces no lo entendemos y por hacer nuestra propia voluntad malogramos lo que él había trazado. Tú eres los ojos de Cristo. Él te necesita para mirar con amor a cada persona que se acerca a tu vida.

Tú también eres parte del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

webcatolicodejavier.org

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domingo, 4 de marzo de 2012

Todo se transfigura en un instante

Evangelio: Marcos 9, 2, 10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo.”
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.”
Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

TODO SE TRANSFIGURA EN UN INSTANTE

No dejan de sorprendernos las tarjetas de identidad o bancarias que, gracias a la tecnología, contienen en un pequeñísimo espacio toda la información sobre quiénes somos. Se podría decir que en un instante – el que tarda dicha tarjeta en pasar por el lector – toda nuestra identidad queda registrada completamente. Todo lo que somos, por así decir, en un instante.

En la cima del Tabor, donde nos sitúa el Evangelio hoy, Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de una escena realmente inaudita, uno de los misterios más sorprendentes que nos relatan los Evangelios: Jesús se transfiguró delante de ellos. En un instante, contemplaron toda la realidad: la Realidad con mayúsculas, o sea Dios, las tres Divinas Personas; y también toda la hondura de nuestra vida temporal, humana y cristiana, que participa de esta vida divina.

En un instante, aparecieron juntos: el Hijo transfigurado mostrando su ser Dios, la voz del Padre Eterno y la nube envolvente que simboliza claramente al Espíritu Santo. Aparece también, en un instante, la representación de todo el tiempo: el anterior a Cristo (Antiguo Testamento), Moisés (la Ley) y por Elías (los profetas) y el Nuevo Testamento, ya que allí está Cristo y su Iglesia, representada por los tres apóstoles.

El misterio de la Transfiguración del Señor no es solo una revelación de su naturaleza divina, precisamente en los días previos a la Pasión, en los que dicha divinidad se hará menos visible, sino que constituye la genuina experiencia de vida cristiana. Los apóstoles, en un instante, ven unidos Cielo y Tierra, y viendo al Señor transfigurado, también su vida se transforma. Se llenan de gozo y no quieren que ese instante pase (“¡Qué bien se está aquí, hagamos tres chozas!”).

Sin embargo, el plan de Dios sobre ellos y sobre nosotros, no es el de quedarse definitivamente allí. Hay que bajar a Jerusalén; hay que continuar el camino, pues esta vida es un camino. La subida al monte y la experiencia fuerte de Dios, duran sólo un instante. Pero el mismo Señor bajará con ellos y permanecerá con ellos; según su promesa, “hasta el fin de los tiempos”.

La vida cristiana es, pues, una existencia transfigurada en la que no hay lugar para el desánimo ni la desesperación. Dios está con nosotros “¿quién estará contra nosotros?” declara hoy San Pablo a los Romanos. Esta existencia transfigurada llegará a mostrarse en toda su infinita potencia al final de esta vida. Pero hasta entonces, hay mucho trabajo que hacer. Cristo nos acompaña en el descenso del monte y en la misión diaria de ser testigos suyos, para transfigurar el mundo. Dios no nos abandonará en esta misión, como no abandonó a Abraham en el momento de la prueba más dura.

Cristo se transfigura, a nosotros nos transfigura y, finalmente, nosotros nos esforzamos transformar el mundo, transfigurarlo según el modelo de Cristo y de su Evangelio.

P. Mario Ortega
En la barca de Pedro

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sábado, 3 de marzo de 2012

Cuarenta días para crecer en el amor de Dios y del prójimo

SAN GREGORIO MAGNO (540-604), PAPA Y DOCTOR DE LA IGLESIA

Empezamos hoy los santos cuarenta días de la cuaresma, y debemos examinar atentamente por qué esta abstinencia es observada durante cuarenta días. Moisés, para recibir la Ley una segunda vez, ayunó cuarenta días (Gn 34,28). Elías, en el desierto, se abstuvo de comer cuarenta días (1R 19,8). El Creador mismo de los hombres, viniendo entre los hombres, no tomó el menor alimento durante cuarenta días (Mt 4,2). Esforcémonos, nosotros también, en cuanto nos sea posible, de frenar nuestro cuerpo por la abstinencia en este tiempo de la cuaresma, a fin de llegar a ser, según las palabras de Pablo, "una hostia viva" (Rm 12,1). El hombre es una ofrenda a la vez viva e inmolada (cf Ap 5,6) cuando, sin dejar esta vida, hace morir en él los deseos de este mundo.

Es la satisfacción de la carne la que nos provocó al pecado (Gn 3,6); que la carne mortificada nos devuelva el perdón. El autor de nuestra muerte, Adán, transgredió los preceptos de vida, comiendo la fruta prohibida del árbol. Hace falta pues, que nosotros, que perdimos las alegrías del Paraíso por causa de un alimento, nos esforcemos en reconquistarlas por la abstinencia.

Pero quién se imagina que sólo la abstinencia nos baste. El Señor dice por la boca del profeta: "¿El ayuno que prefiero no consiste más bien en esto? Compartir tu pan con hambriento, recibir en tu casa a los pobres y los vagabundos, vestir al que ves sin ropa, y no despreciar a tu semejante" (Is 58,6-7). Este es el ayuno que Dios quiere: un ayuno realizado en el amor al prójimo e impregnado de bondad. Da pues a los otros, aquello de lo que tú te abstienes; así, tu penitencia corporal aliviará el bienestar corporal de tu prójimo, que está necesitado

evangelizo.org

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jueves, 1 de marzo de 2012

Si Dios siempre escucha, ¿por qué tarda tanto en responder?‏

«La oración del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante» (Stgo 5, 16)

«La única razón por la que obtenemos tan poco de Dios es porque le pedimos demasiado poco y con poca insistencia.... No hay que cansarse de orar. Los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo... no merecen ser escuchados.... Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos».

El siglo de la inmediatez

Lo anterior fue escrito por san Claudio de la Colombiere en el siglo XVII, pero pareciera que al presente tuviera más actualidad que en aquel entonces dada la vida acelerada y la búsqueda de inmediatez que padecemos hoy. Si ya no invertimos tiempo ni en cocer frijoles "para algo existen los enlatados" ni en preparar una elaborada comida en casa -mejor se pide pizza o cualquier otra versión de «comida rápida»-, no es de extrañar que en lo referente a la vida espiritual también queramos todo fácil y al instante.

Pero Dios tiene una visión totalmente diferente de la nuestra; por eso a sus discípulos «les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!". Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme". Dijo, pues, el Señor: "Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto"» (Lc 18, 1-8).

Ciertamente hay respuestas a la oración que no pueden esperar. Si yo me encuentro colgando de una roca al borde de un altísimo precipicio y pido a Dios que me salve de la muerte, el Señor no va a tardar un mes, un año o una década en darme la respuesta. Pero en otras ocasiones habrá que esperar un tiempo, insistiendo confiadamente en la oración, hasta ser testigos de la intervención de Dios. Pensemos, por ejemplo, en los famosos dieciséis años de oraciones que santa Mónica requirió para ver que se le concedía lo pedido: la conversión de su hijo Agustín.

¿Qué tan pronto es «pronto» para Dios?

¿Entonces por qué el Altísimo promete en la cita bíblica una pronta respuesta: «Os digo que [Dios] les hará justicia pronto» (Lc 18, 8)? El aparente retraso que creemos percibir en la respuesta divina a nuestras oraciones en realidad no es tal; y tampoco las sagradas Escrituras mienten; antes bien, éstas nos aclaran la situación: «No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9). Aunque dicha cita se refiere de manera específica a la segunda venida de Cristo, explica con claridad cuál es el proceder de Dios respecto del tiempo. Por eso en el versículo anterior explicaba el apóstol: «Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día» (2 Pe 3, 8). Mas a nosotros, mortales y encerrados en el tiempo, el transcurso de las semanas, los meses y los años sin una respuesta puede parecernos intolerable; pero Dios, inventor del tiempo y ubicado por fuera del tiempo, no actúa ni antes ni después sino en el momento oportuno. «Así dice Yahveh: "En tiempo favorable te escucharé"» (Is 49, 8); y todo esto, como dice la Escritura, porque el Señor quiere que « todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3, 9).

«Quiere Dios salvarnos; mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores» apunta san Alfonso María de Ligorio en su libro El gran medio de la oración; «por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvamos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado».

A más tiempo, mayor satisfacción final

Por su parte, san Claudio de la Colombiere enseña: «Cuando se concibe verdaderamente hasta dónde llega la bondad de Dios, jamás se cree uno rechazado, jamás se podría creer que desee quitarnos toda esperanza. Pienso, lo confieso, que, cuando veo que más me hace insistir Dios en pedir una misma gracia, más siento crecer en mí la esperanza de obtenerla; nunca creo que mi oración haya sido rechazada, hasta que me doy cuenta de que he dejado de orar; cuando tras un año de solicitaciones, me encuentro en tanto fervor como tenía al principio, no dudo del cumplimiento de mis deseos; y lejos de perder valor después de tan larga espera, creo tener motivo para regocijarme, porque estoy persuadido de que seré tanto más satisfecho cuanto más largo tiempo se me haya dejado rogar. Si mis primeras instancias hubieran sido totalmente inútiles, jamás hubiera reiterado los mismos votos, mi esperanza no se hubiera sostenido».

Continúa el Santo: «En efecto, la conversión de san Agustín no fue concedida a santa Mónica hasta después de dieciséis años de lágrimas; pero también fue una conversión incomparablemente más perfecta que la que había pedido».

Y concluye san Claudio con una exhortación para «usted que solicita la conversión de este marido, de esta persona querida: no os canséis de rogar, sed constantes, sed infatigables en vuestras peticiones; si se os rechazan hoy, mañana lo obtendréis todo; si no obtenéis nada este año, el año próximo os será más favorable; sin embargo, no penséis que vuestros afanes sean inútiles: se lleva la cuenta de todos vuestros suspiros, recibiréis en proporción al tiempo que hayáis empleado en rogar; se os está amasando un tesoro que os colmará de una sola vez, que excederá a todos vuestros deseos».

catholic.net

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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