sábado, 21 de septiembre de 2013

Carta a los que no creen

El diario italiano La Repubblica publicó este miércoles una larga carta escrita por el Papa Francisco en las que responde a algunas dudas sobre la fe planteadas durante este verano por Eugenio Scalfari, un famoso periodista conocido por su posición anti clerical.

En dos artículos publicados el 7 de julio y el 7 de agosto pasados, Scalfari fundador de La Repubblica, plantea preguntas al Pontífice sobre la Encíclica Lumen Fidei.



Texto completo de la carta del papa

Apreciado doctor Scalfari:


Es con profunda cordialidad que al menos a grandes líneas quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de La Repubblica, se ha querido dirigir a mi el 7 de julio con una serie de reflexiones personales, que luego ha enriquecido en las páginas del mismo diario el 7 de agosto.

Le agradezco, en primer lugar, por la atención con la que leyó la encíclica Lumen Fidei. La cual en la intención de mi amado predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y escribió gran parte, y la que con gratitud, heredé, se dirige no solo a confirmar en la fe en Jesucristo a aquellos que en aquella ya se reconocen, sino también para despertar un diálogo sincero y riguroso con los que, como Usted, se define "un no creyente por muchos años, interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret".

Por lo tanto, creo que es muy positivo, no solo para nosotros individualmente, sino también para la sociedad en la que vivimos, detenernos para dialogar de algo tan importante como es la fe, que se refiere a la predicación y a la figura de Jesús. Creo que hay, en particular, dos circunstancias que hacen que este diálogo sea hoy un deber y algo valioso.


La paradoja de la fe cristiana

Como se sabe, uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II, querido por el papa Juan XXIII y por el ministerio de los papas, es la sensibilidad y contribución que cada uno desde entonces hasta ahora ha dado según el patrón establecido por el Concilio. La primera de las circunstancias -como se recuerda en las páginas iniciales de la Encíclica- deriva del hecho que a lo largo de los siglos de la modernidad, se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugurado justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro.


La fe crece en el testimonio y el diálogo con todos

La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, viene del hecho de que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: es en cambio una expresión íntima e indispensable. Permítame citarle una afirmación en mi opinión muy importante de la Encíclica: visto que la verdad testimoniada por la fe es aquella del amor –subraya- «está claro que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee. Lejos de ponernos rígidos, la seguridad de la fe nos pone en camino, y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» ( n. 34 ). Este es el espíritu que anima las palabras que le escribo.


La fe vivida en la Iglesia

La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia. Pero al mismo tiempo es un encuentro que fue posible gracias a la comunidad de fe en la que viví y gracias a la cual encontré el acceso a la sabiduría de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua brota de Jesús a través de los sacramentos, de la fraternidad con todos y del servicio a los pobres, imagen verdadera del Señor.

Sin la Iglesia –créame-, no habría sido capaz de encontrar a Jesús , mismo siendo consciente de que el inmenso don que es la fe se conserva en las frágiles odres de barro de nuestra humanidad. Y es aquí precisamente, a partir de esta experiencia personal de fe vivida en la Iglesia, que me siento cómodo al escuchar sus preguntas y en buscar, junto con Usted, el camino a través del cual podamos, quizás, comenzar a hacer una parte del camino juntos.


Lo que Jesús fue y es para nosotros

Perdóneme si no sigo paso a paso los argumentos propuestos por usted en el editorial del 7 de julio. A mí me parece más fructífero -o por lo menos es más agradable para mí- ir de una determinada manera al corazón de sus consideraciones. No entro ni siquiera en el modo de exposición seguida por la Encíclica, en la que Usted advierte la falta de una sección dedicada específicamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.

Observo únicamente, para empezar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata de hecho, siguiendo después la lógica que guía el desarrollo de la encíclica, de centrar la atención sobre el significado de lo que Jesús dijo e hizo, y así, en última instancia, de lo que Jesús fue y es para nosotros. Las cartas de Pablo y el evangelio de Juan, a los que se hace especial referencia en la Encíclica, se construyen, de hecho, en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret, que llegan a su auge resolutivo en la pascua de muerte y resurrección. Así es que, es necesario confrontarse con Jesús, diría yo, en la realidad y la rudeza de su historia, así como se nos relata sobre todo en el Evangelio más antiguo, el de Marcos.

Observamos entonces que el «escándalo» que la palabra y la práctica de Jesús causan alrededor de él, derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, esta, atestiguada desde el Evangelio de Marcos, pero que no es fácil reportar bien en italiano. La palabra griega es «exousia», que literalmente se refiere a lo que «viene del ser», de lo que es. No se trata de algo externo o forzado, sino de algo que emana de su interior y que se impone por sí mismo. Jesús realmente golpea, confunde, innova -como él mismo dice- a partir de su relación con Dios, llamado familiarmente Abbà, lo que le da a esta «autoridad» para que él la emplee a favor de los hombres.

Así, Jesús predica «como quien tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a seguirle, perdona... cosas todas que en el Antiguo Testamento, son de Dios y solo de Dios. La pregunta que más retorna en el Evangelio de Marcos es: «¿Quién es este que ...?» , y que tiene que ver con la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente a la del mundo, una autoridad que no tiene la intención de ejercer el poder sobre los demás, sino para servir , para darles la libertad y la plenitud de la vida. Y esto al punto de jugarse la propia vida, hasta experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo; hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono sobre la cruz.

Pero Jesús se mantuvo fiel a Dios hasta el final. Y es precisamente entonces -como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de Marcos-, cuando Jesús se muestra, paradójicamente, ¡como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, cada hombre, se descubra y viva también él como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está certificado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para demostrar el triunfo sobre aquellos que lo han rechazado, sino para dar fe de que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, que el perdón de Dios es más fuerte que todo pecado , y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para dar testimonio de este gran regalo.


La originalidad de la fe cristiana

La fe cristiana cree esto: que Jesús es el Hijo de Dios que vino a dar su vida para abrir a todos el camino del amor. Por lo tanto tiene razón, querido doctor Scalfari, cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios la piedra angular de la fe cristiana. Tertuliano escribía: «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es la base de la salvación. Porque la encarnación, es decir, el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y tristezas, triunfos y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito de la cruz, experimentando todo en el amor y en la fidelidad al Abbà, testimonia el increíble amor que Dios tiene respecto a cada hombre, el valor inestimable que le reconoce. Cada uno de nosotros, por lo tanto, está llamado a hacer suya la mirada y la elección del amor de Jesús, para entrar en su manera de ser, de pensar y de actuar. Esta es la fe, con todas las expresiones que se describen puntualmente en la Encíclica.

Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta también cómo entender la originalidad de la fe cristiana, ya que esta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, en comparación con otras creencias que giran en torno a la absoluta trascendencia de Dios. La originalidad, diría yo, radica en el hecho de que la fe nos hace partícipes, en Jesús, en la relación que Él tiene con Dios, que es Abbà y, de este modo, en la la relación que Él tiene con todos los demás hombres, incluidos los enemigos, en signo del amor.

En otras palabras, la filiación de Jesús, como ella se presenta a la fe cristiana, no se reveló para marcar una separación insuperable entre Jesús y todos los demás: sino para decirnos que , en Él, todos estamos llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús es para la comunicación, y no para la exclusión. Por cierto, de aquello se deduce también --y no es poca cosa--, aquella distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, que está consagrado en el «dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», afirmada claramente por Jesús y en la que, con gran trabajo, se ha construido la historia de Occidente.

La Iglesia, por lo tanto, está llamada a diseminar la levadura y la sal del Evangelio, y por lo tanto, el amor y la misericordia de Dios que llega a todos los hombres, apuntando a la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le toca la difícil tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidaridad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para los que viven la fe cristiana, eso no significa escapar del mundo o de la investigación de cualquier hegemonía, sino al servicio de la humanidad, a todo hombre y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia y suscitando el sentido de la esperanza que impulsa a hacer el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.


La promesa hecha por Dios al pueblo judío

Usted me pregunta también, al término de su primer artículo, ¿qué debemos decirle a nuestros hermanos judíos sobre la promesa hecha a ellos por Dios? ¿acaso quedó en el vacío? Es esta –créame- una pregunta que nos desafía radicalmente como cristianos, ya que con la ayuda de Dios, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado.


Tres respuestas más

Llego así a las tres preguntas que me pone en el artículo del 7 de agosto. Me parece que, en los dos primeros, lo que le su corazón quiere es entender la actitud de la Iglesia hacia los que no comparten la fe de Jesús.

En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y no buscan la fe. Teniendo en cuenta que -y es la clave- la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a Él con un corazón sincero y contrito, la cuestión para quienes no creen en Dios es la de obedecer a su propia conciencia. El pecado, aún para los que no tienen fe, existe cuando se va contra la conciencia. Escuchar y obedecerla significa de hecho, decidir ante lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones.

En segundo lugar, Usted me pregunta si el pensamiento según el cual no existe ningún absoluto, y por lo tanto ninguna verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, se trate de un error o de un pecado. Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aquello que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc.

Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo un uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y constructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión.

En la última pregunta me interroga si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar en Dios. Es verdad, la grandeza del hombre está en ser capaz de pensar en Dios. Y por lo tanto, en el poder vivir una relación consciente y responsable con Él.

Pero la relación es entre dos realidades. Dios -este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡y cuántos, ayer y hoy lo comparten!-, no es una idea, aunque sea un alto fruto del resultado del pensamiento del hombre. Dios es una realidad con la «R» mayúscula. Jesús lo revela -y tiene una relación viva con Él-, como un Padre de infinita bondad y misericordia. Dios no depende, por lo tanto, de nuestra forma de pensar. Y de otro lado, mismo cuanto terminará la vida del hombre sobre la tierra –y para la fe cristiana de todos modos, este mundo así como lo conocemos está destinado a tener un fin- el hombre no acabará de existir, y en una manera que nosotros no sabemos, tampoco el universo que fue creado con él. La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el dónde y en el cuándo, que está más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe tendemos con deseo y espera, Dios será «todo en todos».


Estimado doctor Scalfari, concluyo así mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido decirme y preguntarme. Acójalas como una respuesta tentativa y provisional, pero sincera y confiada, con la invitación que le hice de andar una parte del camino juntos. La Iglesia, créame, a pesar de todos los retrasos, infidelidades, errores y pecados que haya cometido y todavía pueda cometer en los que la componen, no tiene otro sentido ni propósito que no sea vivir y dar testimonio de Jesús: Él que fue enviado por el Abbà «para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc. 4, 18-19).

Con fraternal cercanía,

Francesco

aciprensa.com

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viernes, 20 de septiembre de 2013

Thigh gap: una nueva razón para dejar de comer

Las adolescentes tienen una nueva razón para dejar de comer: El espacio entre sus muslos o lo que llaman en inglés el "happy gap" o, simplemente, el "thigh gap". Así es, esta nueva tendencia es perturbadora y, créanme, está llegando a nuestras adolescentes. Por supuesto que no encontrarán una definición de ello en el diccionario, pero si lo buscan en Google encontrarán, sorprendentemente, cientos de sitios explicándolo y glorificándolo.

Sabemos de la influencia perniciosa de las modelos y de muchas celebridades sobre las jóvenes. Pero ahora, esta influencia va más allá del peso y de la figura. Hoy, las jóvenes hacen dietas muy restrictivas y ejercicio excesivo, no sólo para estar muy delgadas, sino además para copiar el espacio entre los muslos de sus ideales de belleza. Quienes quieren el "thigh gap" buscan que los muslos no se toquen entre sí, siendo ésta la nueva "moda" por considerársele un signo de belleza y de delgadez. Esto aparentemente surgió a partir de un desfile de modas, el pasado mes de diciembre.

La obsesión con la delgadez no es nueva. Sin embargo, lo que difiere hoy en día, es el impacto mucho más poderoso y el mayor alcance de los medios de comunicación y de las redes sociales. El problema ahora es que el Internet alimenta estas obsesiones, las glorifica con mucha facilidad y hasta las hace ver como "normales". Si lo buscan, verán imágenes impactantes de piernas excesivamente delgadas y declaraciones de todo tipo, como por ejemplo que algunas jóvenes comparten su dolor durante el proceso de lograrlo y su placer al haberlo alcanzado.

No se necesita estar muy cerca de las jóvenes para darse cuenta que suben fotos al Internet mucho más rápido que lo que les toma cambiarse de ropa. Además, se preocupan mucho más por su apariencia en redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram, que ser vistas por sus amigos y amigas en la vida real.

Esta tendencia está contribuyendo a una nueva epidemia de trastornos alimenticios. Es imposible para la mayoría de las jóvenes alcanzar este ideal de delgadez sin recurrir a la restricción o a métodos muy destructivos. Y ¡ojo!, los medios sociales no solamente alimentan la competencia, sino proveen el compañerismo que las jóvenes necesitan para lograrlo. No solamente es: ¿Quién puede alcanzar este ideal primero? o ¿quién puede ser el mejor ejemplo del "thigh gap"?, sino también ¿qué tipo de apoyo puedo tener mientras alcanzo mi objetivo? Al demostrar auto-control, la joven recibe retroalimentación positiva, a pesar de que probablemente puso su salud en graves riesgos para alcanzar su objetivo.

Ante esta realidad, los padres deben ayudar a sus hijas a ver su cuerpo no como un resultado, sino como un valor. Asimismo, enseñarles que su cuerpo no es un objeto, sino una herramienta que les ayuda a vivir sus vidas con plenitud. Entre muchas otras cosas, los padres deben transmitirles que valen mucho más que la circunferencia de sus piernas.

catholic.net

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jueves, 19 de septiembre de 2013

Aviso importante

El Fabricante de todos los seres humanos avisa a todas sus unidades, no importa color o año, que existe un serio defecto en el componente central y primario: el corazón de la máquina.

Esto se debe al mal funcionamiento de los prototipos originales, cuyo nombre de código es Adán y Eva, a través de quienes se ha reproducido el mismo defecto en todas las unidades subsiguientes.

Este defecto ha sido llamado técnicamente "Inmoralidad interna subsecuencial", o más comúnmente conocido como P.E.C.A.D.O.

Algunos síntomas comunes son:

1. Pérdida de rumbo
2. Emisión de expresiones ofensivas o insultos
3. Amnesia del propio origen
4. Falta de paz y alegría
5. Comportamiento egoísta
6. Depresión o confusión.
7. Estado nervioso
8. Idolatría
9. Rebelión
10. Comportamiento violento

El Fabricante, quien no es culpable de este defecto, provee sin embargo, la reparación autorizada y el 'service pack' gratuito para corregir el defecto P.E.C.A.D.O.

El Técnico Reparador Jesús ha hecho la oferta más generosa:
afrontar el costo total de estas reparaciones. No se requiere por ello ninguna tarifa adicional por parte de ninguna unidad.

El número para comunicarse es el mismo en todas las regiones: O-R-A-C-I-O-N

Una vez conectado, por favor, exprese su P.E.C.A.D.O. a través del procedimiento de ARREPENTIMIENTO.

Luego, descargue RECONCILIACIÓN desde el Técnico Reparador Jesús y ubíquela dentro del componente Corazón.

No importa cuán grande o pequeño sea el defecto PECADO, Jesús lo reemplazará con:

1. Amor
2. Alegría
3. Paz
4. Paciencia
5. Amabilidad
6. Bondad
7. Fe
8. Tranquilidad
9. Autocontrol

Por favor, lea el manual de operaciones, cuyo nombre en inglés es B.I.B.L.E.(Biblia) (Believers' Instructions Before Leaving Earth = Instrucciones para creyentes antes de dejar la Tierra), para ampliar detalles.

ADVERTENCIA: El contínuo operar del ser humano sin las correcciones que se aconsejan, hará que las garantías del Fabricante decaigan, exponiéndose la unidad a problemas y peligros demasiados numerosos para enumerar aquí y sería necesaria la confiscación de la unidad en una fecha futura.

Si tiene algún problema, hay un servicio gratuito de emergencias 7 x 24 x 365 atendido por JESÚS.

PELIGRO: La unidad humana que no responda a este llamado será confiscada y desechada antes de dejar la Tierra. El defecto P.E.C.A.D.O. no le permitirá entrar al CIELO, debido a que se procura prevenir una posible contaminación de las facilidades que se están ofreciendo.

Gracias por su atención.

DIOS

webcatolicodejavier.org

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domingo, 15 de septiembre de 2013

Evangelio del Domingo

Evangelio según San Lucas 15,1-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,
y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".

Comentario del Evangelio:“Dios en busca del hombre extraviado” Por: San Ambrosio

Puesto que la debilidad de los hombres no sabe mantener un camino firme en este mundo resbaladizo, el buen médico de enseña los remedios contra el extravío, y el juez misericordioso de ninguna manera rechaza la esperanza del perdón. Es por este motivo que san Lucas ha propuesto las tres parábolas siguientes: la oveja que se había extraviado y que fue hallada, la moneda de plata que se había perdido y se encontró, el hijo que se daba por muerto y recobró la vida. Todo ellos es para que este triple remedio nos impulse a curar nuestras heridas… La oveja cansada es devuelta al redil por el pastor; la moneda extraviada es hallada; el hijo pisa de nuevo el camino y regresa a su padre arrepentido de su extravío…

Alegrémonos, pues, de que esta oveja que se extravió en Adán, sea levantada por Cristo. Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; es en ella donde he dejado mis pecados, es sobre esta horca que he encontrado mi descanso. Esta oveja es única en su naturaleza, pero no en sus personas, porque nosotros todos formamos un solo cuerpo, pero somos muchos miembros. Por esto está escrito: “Sois el cuerpo de Cristo y miembros de sus miembros” (1C 2,27). “El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), es decir, a todos los hombres puesto que “si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida” (1C 15,22)…

Tampoco es sin relevancia que esta mujer se alegre de haber encontrado la moneda: pues no es poca cosa que en esta moneda figure el rostro de un príncipe. De la misma manera el rostro del Rey es el bien de la Iglesia. Nosotros somos ovejas: pidamos las praderas: Somos la moneda: conservemos nuestro valor. Somos los hijos: corramos hacia el Padre.

evangeliodeldia.org

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jueves, 12 de septiembre de 2013

El embrión humano es uno de nosotros: ayúdanos a defenderlo en Europa

Esta iniciativa tiene como objetivo la protección del ser humano aún no nacido en el ámbito de la Unión Europea y puede pasar a la historia como la primera iniciativa en conseguir el millón de firmas requerido


A falta de dos meses para que se agote el plazo para la recogida de firmas, la iniciativa europea ciudadana Uno de nosotros ha alcanzado el 94 % de los apoyos necesarios para su aprobación

Esta iniciativa tiene como objetivo la protección del ser humano aún no nacido en el ámbito de la Unión Europea y puede pasar a la historia como la primera iniciativa en conseguir el millón de firmas requerido. Un reducido número de firmas es lo único que falta para conseguirlo.

El pasado abril de 2012, el francés Patrick Gregor Puppinck, presidente de la ONG Centro Europeo para la Ley y la Justicia, registraba una Iniciativa Ciudadana Europea en la Comisión Europea para pedir a la Comisión la propuesta de legislación específica para proteger la vida humana desde la concepción.

Puppinck ejerció de este modo el derecho de los ciudadanos de la UE en vigor desde abril de 2012, que permite iniciar campañas de firmas para pedir a la CE (la institución de la Unión Europea que ostenta el derecho exclusivo de iniciativa legislativa) la propuesta de un texto legislativo sobre un determinado tema.

Las Iniciativas Ciudadanas Europeas son el único mecanismo de iniciativa popular existente en el ámbito de la Unión Europea. Debido a lo reciente de su creación, y también las difíciles condiciones impuestas, hasta ahora ninguna iniciativa europea ha logrado alcanzar el número de firmas necesario. En caso de que Uno de nosotroslograse el apoyo necesario, podría suponer la creación de un movimiento próvida transnacional europeo e incluso el comienzo de una nueva era en la Unión Europea en beneficio de una mayor democracia participativa, en la que los ciudadanos se involucren más directamente en la toma de decisiones políticas.

¿Qué pide exactamente la iniciativa Uno de nosotros ?

La iniciativa trata la protección de la vida humana desde la concepción y pide una legislación coherente con el caso Greenpeace vs. Brüstle de 2011, en el que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea define, por primera vez, la existencia del embrión desde el momento de la fecundación del óvulo.

La iniciativa pide en concreto la prohibición de que el presupuesto de la Unión Europeo financie actividades que impliquen la destrucción de embriones, en particular en los ámbitos de la investigación, la ayuda al desarrollo y la salud pública.. Por otro lado, la propuesta excluye explícitamente el caso del aborto, por no estar dentro del ámbito de competencia de la legislación europea.

¿Cuántas firmas se deben recoger para que la CE se vea obligada a estudiar la iniciativa?

Se deben cumplir los dos requisitos siguientes:

Reunir un mínimo de un millón de firmas.

Alcanzar un determinado mínimo de firmas en siete países cualesquiera de la UE.

¿Qué ocurre si se alcanza el mínimo de firmas necesario? ¿Se aprueba automáticamente una ley?

No. En caso de que se presenten las firmas necesarias, ocurre lo siguiente:

Los organizadores de la iniciativa explicarán detalladamente su propuesta a representantes de la Comisión Europea;

Tendrá lugar una audiencia pública en el Parlamento Europeo en la que los organizadores podrán presentar su iniciativa;

Seguidamente, la Comisión Europea aprobará una respuesta oficial adoptada por el Colegio de Comisarios especificando, si la hay, la legislación que propondrá en respuesta a la iniciativa ciudadana y los motivos para ello.

¿Cuántas firmas se han recogido hasta ahora? ¿Cuánto tiempo hay para recoger las firmas necesarias?

De los dos requisitos de recogida de firmas, se ha alcanzado el requisito de alcanzar un determinado umbral en al menos 7 de los 28 países de la UE, pero no se ha alcanzado la cifra total de firmas. El número total necesario es de un millón, y hasta el 30 de agosto, se han recogido 940.414 firmas, de las cuales 61.111 provienen de España. No obstante, hay que tener en cuenta que, una vez llegada la fecha límite, el 1 de noviembre de 2013, se verifican los datos de las firmas y se rechazan las duplicadas o erróneas, de manera que, en realidad, es necesario conseguir un número de firmas superior al millón para conseguir satisfacer esa condición.

¿Dónde se puede firmar?

Pueden firmar los ciudadanos de cualquier país de la Unión Europea. Para ello, basta con acceder a la dirección: https://ec.europa.eu/citizens-initiative/ECI-2012-000005/public/index.do?lang=es

Apoyo a la iniciativa Uno de nosotros e introducir el DNI y los demás datos solicitados. En España, solo pueden votar los mayores de 18 años.

¿Quiénes son los impulsores de la iniciativa?

Los impulsores oficiales son 7 ciudadanos de 7 países diferentes:

Presidente: Patrick Gregor Puppinck (Francia)

Filippo Vari (Italia, Movimento per la Vita)

Manfred Liebner (Alemania, Stiftung Ja zum Leben)

Alicia Latorre (España, Federación Española de Asociaciones Provida)

Josephine Quintavalle (Reino Unido, ProLife Alliance and Core)

Edith Frivaldszky (Hungría, Together for Life Association)

Jakub Baltroszewicz Pro (Polonia, Humana Vita Foundation)

La iniciativa ha recibido el apoyo de multitud de asociaciones provida, entre las que se cuentan las españolas Federación Española de Asociaciones Provida, Foro Español de la Familia, Fundación Madrina y HazteOír.

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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Catequesis del Papa: La maternidad de la Iglesia

Cincuenta mil personas participaron esta mañana en la audiencia general de los miércoles en la que el Santo Padre retomó la catequesis sobre la Iglesia en este "Año de la Fe" abordando el tema de la maternidad de la Iglesia.

“Entre las imágenes que el Concilio Vaticano II ha elegido para hacernos comprender mejor la naturaleza de la Iglesia –explicó el Pontífice- está la de la "madre": La Iglesia es nuestra madre en la fe y en la vida sobrenatural”.

“Para mí, dijo, es la imagen más bella de la Iglesia: la Iglesia es madre”. ¿De qué forma y de qué manera la Iglesia es madre? Vamos a partir de la realidad humana de la maternidad”.

“En primer lugar una madre genera a la vida, lleva en su seno durante nueve meses a su hijo y luego lo abre a la vida, generándolo. Así es la Iglesia, nos engendra en la fe, a través de la obra del Espíritu Santo que la hace fecunda, como la Virgen María.

Ciertamente, la fe es un acto personal, pero la fe la recibimos de los demás, en una familia, en una comunidad que me enseña a decir "yo creo", "creemos". ¡Un cristiano no es una isla! No nos hacemos cristianos en un laboratorio, no nos convertimos en cristianos solos, y gracias a nuestras propias fuerzas, sino que la fe es un regalo, un don de Dios que se nos da en la Iglesia y por la Iglesia.

Y la Iglesia nos da la vida de la fe en el bautismo: es el momento en el que nos hace nacer como hijos de Dios, cuando Dios nos da la vida, nos genera como una madre. Esto nos hace entender algo muy importante: nuestro formar parte de la Iglesia no es un hecho exterior y formal, no es llenar un formulario; es un acto interior y vital; no se pertenece a la Iglesia como a una sociedad, a un partido o a cualquier otra organización. El vínculo es vital, como el que se tiene con la propia madre porque la Iglesia es realmente la madre de los cristianos.”

“Una madre no se limita a dar la vida, sino que con gran atención ayuda a sus hijos a crecer, los amamanta, los alimenta, les enseña el camino de la vida, los acompaña. Y también sabe corregir, perdonar, entender, sabe estar cerca en la enfermedad y en el dolor. En pocas palabras, una buena madre ayuda a sus hijos a salir de sí mismos, a no quedarse cómodamente bajo sus alas.

La Iglesia, como una buena madre, hace lo mismo: acompaña nuestro crecimiento transmitiendo la Palabra de Dios, que es una luz que nos muestra el camino de la vida cristiana; administrando los sacramentos. Nos alimenta con la Eucaristía, nos trae el perdón de Dios a través del sacramento de la Penitencia, nos sostiene en tiempos de enfermedad con la Unción de los Enfermos. La Iglesia nos acompaña a lo largo de nuestra vida de fe, a través de nuestra vida cristiana”.

Francisco concluyó señalando que en los primeros siglos de la Iglesia había una realidad muy clara: “La Iglesia, mientras es la madre de los cristianos, mientras “hace” cristianos está "hecha" por ellos. La Iglesia no es algo diferente de nosotros mismos, sino que debe ser vista como la totalidad de los creyentes, como el "nosotros" de los cristianos: yo, tú, nosotros somos parte de la Iglesia.

Entonces, la maternidad de la Iglesia la vivimos todos, los pastores y los fieles. A veces oigo decir. “Yo creo en Dios pero no en la Iglesia...porque he oído que la Iglesia dice... que los curas dicen”. Pero una cosa son los curas y otra es que la Iglesia no está formada solo por los curas, la Iglesia somos todos. Y si vos decís que creés en Dios pero no en la Iglesia, estás diciendo que no creés en ti mismo. Y eso es una contradicción.

La Iglesia somos todos: desde el niño recién bautizado hasta los obispos y el Papa: todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos estamos llamados a colaborar en el nacimiento a la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe, a anunciar el Evangelio. Todos participamos de la maternidad de la Iglesia, todos somos Iglesia, para que la luz de Cristo llegue a los extremos confines de la tierra. ¡Viva la Santa Madre Iglesia!”.

aica.org

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martes, 10 de septiembre de 2013

El Cielo y el Infierno... es para toda la eternidad Parte 2

¿Qué es el infierno?

Decía el catecismo: El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Eso es el infierno. Vamos ahora a explicar en qué consiste esto. Ya dije antes que el infierno es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV. Digo esto porque lo que es dogma de fe no depende de las opiniones de los hombres. Me indigna que la tele haga sobre esto una encuesta en la calle.
- ¿Usted cree en el infierno ?
- Yo no.
-¿Usted cree en el infierno?
-Yo no.
-Pues ya ven ustedes. Esto del infierno debe ser mentira, porque en la calle se opina que no hay infierno.

No se trata de eso. La existencia del infierno no depende de lo que diga la calle, ni de lo que crea la calle. La gente en la calle que opine lo que quiera. Pero lo que opine la gente de la calle no cambia la realidad de las cosas. El infierno existe porque es dogma de fe. Porque lo ha revelado Cristo-Dios, que es el que lo sabe. Y las cosas son verdad por lo que opina el que entiende, no según lo que opine la calle. Si a ti te duele el abdomen, ¿vas a preguntar en la calle?

-¿Usted qué cree que es esto? ¿Será un cólico nefrítico o será un ataque de apéndice?
Tú no preguntas en la calle. Tú te vas al médico. Preguntas al entendido. Preguntar en la calle quién cree en el infierno, no tiene valor alguno. Puede ser que todos los de la calle opinen que no hay infierno; pero si Cristo-Dios dice que lo hay, pues lo hay. Aunque la calle opine lo contrario. Por que la verdad es lo que dice el que sabe, no lo que dice el que no sabe, aunque sea multitud. Puede ser que sean más los que no saben y sean menos los que saben. Pero la verdad no cambia por el número de opiniones. Si Cristo-Dios, en el Evangelio, quince veces te dice que hay infierno, hay infierno eterno. Es inútil que los hombres lo ignoren. Eso no sirve de nada.

***

Sin embargo a nadie le gusta que le hablen del infierno. A mí me parece esto una barbaridad. Yo por eso hablo del infierno siempre que tengo ocasión. Hay que hablar del infierno. Si es verdad, ¿cómo nos vamos a callar una cosa que es verdad? ¿Para que la gente vaya engañada a la muerte, y se encuentre después con la sorpresa? Vamos a hablar de lo que es una realidad.

Si hay un puente hundido en una curva después de una recta, se pone un cartel: «Carretera cortada. Puente hundido». Para que los coches frenen. No: para no asustar a la gente, no poner el cartel. Y viene el coche a toda velocidad, toma la curva y al precipicio. Hay que avisarlo. Que la gente se entere.

Como a la gente no le gustan los avisos pesimistas, no ponemos nada, no ponemos el aviso. ¿Y con esto ayudas a la gente? Estás perjudicando a la gente por no avisar de peligro que hay. Lo mismo el infierno. ¡Si es verdad! ¡Si el infierno no desaparece porque nosotros dejemos de hablar de él! ¡Si sigue igual! Porque Cristo-Dios lo ha dicho. Pues lo lógico, lo prudente es pensar en el infierno. Porque es una realidad. Como el estudiante que dice:

-Yo no quiero pensar en el examen, yo no me amargo la vida.

Pues te suspenden. ¿Qué arreglas tú no pensando en el examen? Tú tienes que pensar en el examen: qué programa tienes, qué dificultades tiene este programa, cuáles son las preguntas difíciles. Preparas el examen.
-Yo no quiero amargarme la vida. A mí no me des preocupaciones. Yo no pienso en esto.
Arreglado vas.
Hay que pensar en las cosas que son verdad. No pienses en tonterías que no sirven para nada. Pero lo que es verdad, piénsalo. Que eso va contigo. Para prevenir y para no equivocarte.

Alguno me dice que como él no cree en el infierno, está tranquilo. De manera que tú con decir que no crees en el infierno, ¿ya tranquilo? ¿Pero tranquilo de qué? ¿Es que el infierno desaparece porque tú digas que no crees? No seas idiota. El infierno sigue igual, digas tú lo que digas. Tú negarás el infierno de pico, pero no destruyes el infierno. Tu negación no destruye el infierno. El infierno no depende de lo que tú digas. El infierno existe porque lo ha dicho Cristo-Dios. Y si tú no crees, te vas a enterar, muchacho, en cuanto te mueras.

Fíjate. Tú te vas a morir. Si no piensas morirte, te llevamos al manicomio. Morirte, te mueres seguro. El año que viene, dentro de cinco años, dentro de cien años. Pero seguro que te vas a morir. Y cien años pasan pronto en la historia. Cuando te mueras, te enteras seguro de que hay infierno. Porque no depende de lo que digas tú, sino de lo que diga Dios. Y Dios te lo dice quince veces en el Evangelio. Quince veces te repite que hay infierno eterno, para los que mueren en pecado mortal. Por tanto, negar el infierno es ridículo.

Como uno que tiene úlcera de estómago. Va al médico, se toma la papilla y le miran por la pantalla.
-Usted tiene úlcera. Usted no fume. Usted no tome chorizo.
Y sale el otro del médico diciendo:
-Será idiota el médico: que yo no fume. ¿Cómo voy yo a dejar el tabaco? Que yo no coma chorizo, ¡con lo que me gusta a mí el chorizo! Tonterías del médico. Yo no hago caso.

Muy bien. Sigue comiendo de todo, revienta y a la tumba. ¡Claro! La úlcera no depende de lo que él diga, depende de lo que dice el médico. Si el médico le ha dado la papilla y lo ha mirado por la pantalla y dice que tiene úlcera, pues tiene úlcera. Y si él lo niega, lo siento por él. Pero la úlcera no desaparece porque él diga que no cree. Él dirá que no cree, pero tiene úlcera. Y si come de todo, revienta y a la tumba. Esto es de sentido común.

Pues hay gente por la calle que se cree que con negar el infierno, ya puede vivir tranquila. Son idiotas. Menudo chasco se van a llevar en la muerte.

***

- Bueno padre, es que a mí no me cabe en la cabeza que haya un infierno eterno. Porque si Dios es bueno, ¿cómo me va a condenar a un infierno eterno? No, eso yo no me lo puedo creer.

Pues aunque no quepa en tu cabeza, esto es así. Por que las cosas son verdad no porque caben en tu cabecita, sino porque lo dice Cristo-Dios. Y cuando Cristo-Dios dice una cosa, es verdad, quepa o no quepa en tu cabecita. No puede ser sólo verdad lo que tú entiendas. Esto es una soberbia inconcebible. Hay muchas cosas que son verdad y no caben en tu cabeza. Lo que pasa es que tienes una cabecita muy pequeña, y en tu cabecita de pulga caben muy pocas cosas. Pero las cosas no dejan de ser verdad porque no quepan en tu cabeza.
Como si una hormiga dijera: ¿Quién ha dicho que hay juego de ajedrez? Cómo va a haber juego de ajedrez, si a mí no me cabe en la cabeza. Pues aunque a la hormiga no le quepa en su cabeza el juego de ajedrez, el juego de ajedrez está ahí ¡Claro que hay juego de ajedrez!

Yo puedo tener dificultades sobre el infierno. Yo acepto que una persona me diga que no comprende el infierno. Esto es perfectamente lógico dada la pequeñez de nuestro entendimiento. Hay cosas que no acertamos a comprender. Lógico. Pero que uno diga:

-Eso no es verdad porque yo no lo entiendo.
Eso es ridículo.

¿Cuántas cosas hay en el mundo que no se entienden?. No todo el mundo puede entender de logaritmos y de integrales y de diferenciales y de derivadas. Porque una persona que sabe de una cosa, no sabe de otra. Esto es perfectamente lógico. Pero decir «esto no es verdad por que yo no lo entiendo», es ridículo. Por tanto, repito, el infierno es verdad porque lo dice Cristo-Dios. Que yo crea o no crea, lo entienda o no lo entienda, lo acepte o no lo acepte, está de más. Las cosas son así porque lo ha dicho Cristo-Dios. Punto.

***

Entonces, ¿qué es el infierno? Como dije antes, el catecismo lo define así: «El conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno».

Esto se puede explicar de muchas maneras. Yo le oí una vez un ejemplo al padre José Antonio Laburu. Ya murió. Era un gran conferenciante. Su ejemplo no sé si es histórico o no. No creo que sea histórico. Pero aunque no lo sea, ilumina. Pasa como con las parábolas de los Evangelios. Las parábolas no son hechos históricos. Cristo cuenta unas parábolas para transmitir una enseñanza. La parábola del Hijo Pródigo, por ejemplo. Son parábolas o cuentos que Cristo narra para encarnar una enseñanza.

Para mí el supremo tormento del infierno es la desesperación. El condenado es un hombre desesperado. Como dice el Evangelio es un rechinar de dientes de rabia. ¿Cuál es la rabia del condenado? «Por mi culpa estoy aquí. Pude salvarme y no quise. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Y por mi culpa estoy aquí para siempre». Esto le debe dar una rabia, una desesperación...

-Maldito yo que por mi culpa estoy aquí para siempre, sin remedio. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Preferí condenarme.
Porque nadie se condena si no quiere. Porque nadie se condena si no peca. Y nadie peca sin querer. El que peca es porque quiere, y por tanto si se condena ha elegido él el infierno pecando voluntariamente.

Pues le oí un ejemplo al P. Laburu que es muy gráfico. Un barco en alta mar, camino de América. Él iba mucho a América porque daba clases en Roma y en Argentina; y cruzaba el Atlántico con frecuencia. Un día en cubierta un grupo de muchachos se ponen una apuesta.
-¿Qué te apuestas que me tiro al agua?
-Anda no digas idioteces.
-¿Cuánto me das si me tiro?
-Anda no seas tonto.
-Que me tiro al agua, hombre. Me tiro al agua con tal que vosotros deis la voz de «hombre al agua».

Porque ya sabéis que cuando un hombre se ha caído al agua se da la voz de «hombre al agua» y entonces el barco tiene que dar unos círculos, no sé cuántos, supongamos que diez, alrededor del sitio donde supuestamente ha caído el náufrago. Él confiando en que los otros dan la voz de alarma y el barco lo va a recoger, se tiró. Por cinco mil pesetas se tiró al agua. En mitad del Atlántico. Y de noche.

Los otros empiezan a gritar: «hombre al agua, hombre al agua». Y el capitán ordena parar y dar las vueltas correspondientes alrededor del sitio donde se supone que había caído. Pero mientras dieron la voz y llegó la orden del capitán, estaban dando las vueltas donde el náufrago no había caído. El muchacho estaba fuera del círculo viendo que le están buscando con focos donde él no está. Y después de dar unas vueltas, el barco enfiló su rumbo sin él.

Y cuando el hombre se da cuenta que lo abandonan y el barco enfila el rumbo, y lo dejan en el Atlántico, menuda desesperación, menudo desgarro del alma.

-Maldito yo, imbécil de mí, que por cinco mil pesetas me quedo aquí en mitad del Atlántico, y se va mi esperanza que es el barco. Yo me quedo aquí y sin salvación por mi culpa.
Esta es la desesperación del condenado. Esto elevado a la enésima potencia.

-Maldito yo que por una idiotez me he condenado, y he perdido mi esperanza y mi salvación. He perdido mi vida, mi felicidad. Porque quise. Porque nadie me obligó. Fui yo quien elegí estar aquí. Maldito yo.

***

Fracaso definitivo. Esto es el infierno. Esto es lo peor del infierno. Es lo que se llama «la pena de daño». La pena espiritual que es la desesperación. Esto es peor que lo físico. Pero aunque sea brevemente tengo que decir que el Evangelio habla de una pena física, habla del fuego.

Ya sabemos que es una metáfora, porque el fuego del infierno no puede ser como el fuego de la Tierra, porque atormenta los espíritus. Es otra cosa. Pero es importante saber que Jesucristo para ilustrar, para iluminar lo que es el infierno, repite la metáfora quince veces. Esto es muy interesante. Cristo no encuentra otra palabra más acomodada. Aunque sea metafórica, es muy iluminativa, porque nos da a entender algo de lo que debe ser eso.

Lo mismo que a veces decimos que el hielo quema. Yo he oído decir: «tenía un trozo de hielo en la mano, pero lo he soltado porque me quemaba». Hombre, el hielo no quema, será lo contrario. Pero el dolor que sientes en tus manos por el frío se parece al dolor que sientes por el calor. Pues lo mismo Cristo. Usa una palabra que es metáfora. No es como el fuego de la Tierra. Pero si Cristo la repite, por algo será. Se parece tanto a la realidad que Él no encuentra mejor palabra que «fuego».

Entonces voy a poner un ejemplo. Estaba yo en Bilbao. Yo me he dedicado muchos años a dar conferencias en factorías. Y estaba yo en Altos Hornos de Vizcaya. Y me contaron un accidente de trabajo de un obrero que estaba en lo que se llama «pinchar el horno». Pinchar el horno es perforarlo para que salga un chorro de hierro líquido que va por unos canalitos que se hacen con arena. En un plano inferior, hay una vía de tren. De tren pequeñito, de vía estrecha, que lleva unas grandes calderas. Ahí cae el hierro líquido.

Este hombre estaba trabajando en eso. Trabajo peligrosísimo. Van con unos monos de amianto y unos guantes. Muy bien preparados y equipados. Pero lo que haces todos los días, por muy peligroso que sea, te acostumbras y le pierdes el miedo y el respeto. Este hombre resbaló en el borde y se cayó en una caldera de hierro líquido. Un humito y desapareció. Tuvieron que enterrar la colada entera. No quedó ni rastro de ese hombre. Se volatilizó al caer en hierro líquido.

Este ejemplo me sirve a mí para pensar, para meditar. Supongamos que este hombre no muere instantáneamente. Y se queda flotando en hierro líquido. ¿Cuál sería el dolor que este hombre tendría que aguantar flotando en hierro líquido? Él ni se enteró. Se volatilizó instantáneamente. Pero si por hipótesis, se queda flotando en hierro líquido, ¿cuál sería su tormento?

Un minuto, tres minutos, cinco minutos, una hora, veinticuatro horas, un año, una eternidad, flotando en hierro líquido. Vamos a pensarlo, porque no es ninguna tontería. Porque Cristo te dice que en el infierno hay fuego. Aunque sea metáfora. Pero es para que comprendamos si hay algo en la vida que compense un baño en hierro líquido que dura eternamente.

***

La palabra eternidad no la entendemos. Eternidad no es muchos años. Mil años, un millón de años. Miles y miles de millones de años. No. Eternidad es no tener fin, que no se acaba nunca.

Yo pongo un ejemplo. Un reloj pintado tiene las doce menos cinco. No tiene máquina. Está pintado. Espérate a ver cuándo dan las doce. No es que yo espere una hora. No es que yo espere veinticuatro horas. No es que yo espere un año. No es que yo espere mil años. Nunca dará las doce. ¡Si no tiene máquina! Está pintado en la pared. Siempre estará en las doce menos cinco. No es cuestión de esperar que den las doce. Nunca dará las doce. Esto es la eternidad: que no tiene fin. Nunca llega al fin. Nunca termina.

Ahora di tú, ¿merece la pena escoger el infierno? ¿Qué hay en la vida que compense esto? ¡Un baño eterno en hierro líquido! Y además el desgarro del alma. Me diré

-Por mi culpa. Maldito yo. Lo escogí yo. Estoy aquí porque quise. Yo pude salvarme. Tuve en mis manos la salvación y no quise. Dime tú si hay algo en la vida que compense esto. A ver si no merece la pena que pensemos:

-¿Qué vida llevo yo? ¿Voy camino del cielo o del infierno?

Hay que pensar. El no pensar es de idiota. Tú no pienses que está la carretera cortada. Tú no frenes. Toma la curva a ciento veinte, y cuando te encuentres el puente hundido, al precipicio. ¿En qué cabeza cabe que no queramos pensar en el infierno; o que cuando se nos habla del infierno no queramos rectificar? ¿Que seguimos como vamos? esto es de locos. Por tanto, vamos a pensar que esto es dogma de fe. Esto no es opinable. Es dogma de fe. Lo ha dicho Cristo-Dios.

***

Por lo tanto, lo sensato, lo razonable, es que yo me examine. ¿Qué vida llevo yo en la Tierra? ¿Voy camino del cielo o voy camino del infierno? Y si voy camino del infierno, a rectificar. Todavía puedo rectificar. Cuando no podré rectificar es al otro lado de la muerte. Después de la muerte se acabó. Ya no se puede rectificar. Pero antes de la muerte puedo rectificar. Y si voy por el buen camino, adelante. Dando gracias a Dios que me ayuda. Pero si voy por el camino del infierno, rectificar. Es absurdo coger el camino que me lleva a donde no quiero ir. Pero el que no quiere pensar, o no quiere rectificar, cuando sabe que va por mal camino, eso es de loco. Y las consecuencias son irreparables.

Después de la muerte no hay solución. Así pues, pidámosle a Dios que nos ayude a vivir fieles a Él, amándole sobre todas las cosas, para ir por el camino de la gloria, que nos dará esa felicidad eterna del amor. Y no tener la desgracia de que por nuestra dureza de corazón y no querer rectificar, caer en el infierno eterno: dogma de fe que Dios ha profetizado a aquellos que mueren en pecado mortal. Pues quiera Dios que estas palabras hayan sido útiles para vuestra salvación eterna.

P. Jorge Loring
catholic.net

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sábado, 7 de septiembre de 2013

El Cielo y el Infierno... es para toda la eternidad Parte 1

(Conferencia pronunciada en la Escuela de Enfermeras de Salus Infirmorum. Madrid)

Vamos a hablar de dos temas, de los cuales hoy se habla muy poco. Sin embargo, los dos son dogmas de fe: El cielo y el infierno.

El cielo, la felicidad de amar.

Porque eso es el cielo. El catecismo decía: ¿Qué es el cielo? El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Está bien dicho. El conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Yo me acuerdo que de pequeño, cuando me aprendí el catecismo, yo preguntaba:
-¿En el cielo hay bicicletas?
Porque yo, a mi edad, ¿cómo podía ser feliz en el cielo si no tengo bicicleta? Si para mí lo mejor del mundo era la bicicleta. En cielo tenía que haber bicicletas. Porque si no hay bicicletas, yo en el cielo no podía ser feliz. Y a mí me decían:
- Sí hombre, sí; allí tendrás todo lo que quieras.
Ahora comprendo que en cielo no hay bicicletas. Ni falta que hace. Sin embargo, seremos felices en el cielo.

***

Y, ¿en qué consiste esta suprema, máxima, saciativa, insuperable felicidad en el cielo? En el amor. Pero no en el amor físico, que es el que se propagandea aquí en la tierra. Aquí en la tierra las películas, las novelas, la televisión a todas horas, ¿cómo expresan la felicidad? En la cama. Como si eso fuera la suprema felicidad del hombre. ¡Qué equivocación! Esa no es la felicidad del hombre. El amor físico, el sexo, no es la felicidad del hombre. Si eso fuera así, las personas más felices del mundo serían las prostitutas. Y es evidente que la prostituta no es una mujer feliz.

¿Cómo se llaman los libros que hablan de la prostitución? «La esclavitud de la mujer»; «Las esclavas del siglo XX». Decía una carta de una prostituta que apareció asesinada en la carretera de Barajas, en Madrid: «Me asquea mi profesión. Estoy deseando dejar esto».

Es curioso que ellas llaman de descanso al día que no se acuestan con nadie. Éste es su día de descanso. No acostarse con nadie. Por mucho que nos quieran meter por los ojos que la vida sexual es lo más maravilloso. No señor. Se puede ser muy feliz sin vida sexual. Con tal que haya amor. ¿Qué hace feliz al hombre? El amor. En el matrimonio se incluye el sexo; pero no hace falta el sexo para ser feliz.

Me acuerdo que un día de San Valentín, salieron en la tele dos vejetes. Ellos se amaban con delirio. Los dos hechos dos tortolitos. Y a esa edad, ¡qué vida sexual, ni qué belleza! Nada. Pero felices los dos vejetes. De vida sexual, cero. De belleza, cero. Pero se amaban con locura. ¡Felices los dos!

A veces leemos en la prensa que un matrimonio se muere uno detrás del otro. Uno se muere por enfermedad, y el otro se muere de pena. No puede sobrevivir al ser querido. Se le ha muerto su ser querido, y se muere de pena. Se amaban con delirio. Eran felices amándose sin vida sexual. Amor, amor, sólo amor. Si amas, eres feliz; y si no amas, no serás feliz. Aunque tengas de todo.

Los sacerdotes conocemos mejor que nadie la vida, porque la gente nos abre su corazón y sabemos la verdad. No lo que dicen en la calle. No. La verdad. Nadie viene al sacerdote a engañarle. Sería de idiota. Porque si al sacerdote vienes a buscar consejo, a buscar ayuda, le dices la verdad. Como al médico. Si vas al médico, le dices la verdad. Si te duele el riñón, no le dices que te duele una muela. Porque te quitan la muela y sigues con el dolor. Al médico le dices la verdad para que te cure. Porque si le engañas, sales perdiendo. Lo mismo el que viene al sacerdote. Porque busca consejo, busca ayuda.

Hemos visto matrimonios que lo tienen todo: dinero, belleza, prestigio social, comodidad. Lo tienen todo, pero les falta amor. Y su vida es un infierno. Ni las joyas, ni el lujo, ni el placer, ni las distracciones, nada les va a dar la felicidad, si no hay amor. Como no haya amor, ese matrimonio es un infierno.

También conocemos muchos matrimonios que viven a lo justo y son felices. Si viven debajo de un puente, no. Pobrecitos, Pero si viven a lo justo, y se aman, son felices. Te dicen:
-No queremos más. No necesitamos nada. Con lo que tenemos nos basta.
Son totalmente felices. Y no viven en la abundancia. Viven a lo justo. Pero tienen amor. Amor en el matrimonio. Unos hijos que se sienten amados, y aman a sus padres. Armonía en el hogar. ¡Felices! Como nadie en el mundo. ¿Por qué? Porque hay amor. Lo que da la felicidad es el amor. Y sólo el amor. Y cuando no hay amor, en este mundo no se puede ser feliz.

***

Pero repito: amor espiritual. Porque el amor tiene dos vertientes. La vertiente física, que es la que propagandean a todas horas; y después está la vertiente espiritual que es de la que no se habla. Y lo importante del amor es la vertiente espiritual. Porque la vertiente espiritual nos hace mucho más felices que la física. No somos animales. Los animales no tienen alma espiritual. No tienen la facultad espiritual de la felicidad. Tienen sentidos, pero no tienen nada más. Los hombres, además de sentidos, tenemos alma espiritual. Y la vida de los sentidos no nos puede bastar. Es la mitad de nuestra persona. Yo para ser feliz, tengo que saciar mi felicidad espiritual. La vertiente espiritual es superior a la vertiente física. A mí me llena mucho más la vertiente espiritual del amor que la vertiente física.

Voy a poner un ejemplo que para mí es evidente. Un bofetón en la cara te duele muy poco. Pero la humillación del bofetón en público, entre la gente que te conoce, entre tus amigos, en tu círculo, es tremendo. La humillación te duele más que el bofetón en la cara. Esto es evidente. Las personas sufrimos más y gozamos más con lo espiritual que con lo físico. Evidente.

Con el bofetón sufro más, por la vertiente espiritual que por la vertiente física. Lo mismo: gozo más con la vertiente espiritual del amor que con la vertiente física. Esto es evidente. Y el que no lo entienda es que no lo conoce. Porque vive a lo bestia, a lo animal. No tiene más que vida sensitiva. Pobrecito. Desconoce lo más grande de la persona humana, que es la vertiente espiritual. Como no lo conoce, para él no hay más felicidad que la física. La sensitiva. La epitelial. La que tienen los animales. No conoce otra vertiente de la felicidad, que es la del alma.

***

Por lo tanto, digo, lo más grande de la vida, lo que hace más feliz a los hombres es el amor espiritual. Es la suprema felicidad de la tierra. Y esto es así de tejas abajo. Además está la felicidad de los santos: Santa Teresa, San Francisco Javier. Una felicidad mística que es de otro orden. Pero incluso en la felicidad humana, natural, de tejas abajo, la felicidad suprema en este mundo, es el amor entre dos personas. Y dos personas llenas de defectos, llenas de limitaciones, porque todos tenemos defectos. Aunque tú te enamores de la persona más maravillosa del mundo, si tienes sentido común, reconocerás que algún defecto tendrá. Porque no hay persona sin defecto.

Pues si en este mundo vivimos rodeados de personas llenas de defectos, y a pesar de eso somos tan felices amando, ¿podéis imaginaros lo que será el amor a Dios, el omniperfecto, el infinitamente perfecto? Dios es la persona más digna de amor que podemos concebir; y la persona que más me ama que yo pueda imaginar.

Nos hemos acostumbrado a ver el crucifijo y nos quedamos fríos. Somos insensibles, porque no somos capaces de calibrar lo que significa que Cristo haya dado su vida por amor a mí. El día que comprendamos, en profundidad, lo que Dios nos ama, esto nos hará inmensamente felices. ¡Cuantas personas no son felices porque no se sienten amadas! Esto es frecuente en la vida.

Se sienten faltas de amor. No encuentran el amor que esperan. Y ese vacío de amor las hace desgraciadas. Cuando tú descubras el amor de Dios, lo que Dios te ama, y lo digno de amor que es, te sentirás feliz. Esta es la felicidad de las religiosas. ¿Por qué las religiosas son tan felices a pesar de que se han dedicado a una vida de sacrificios, de servicio al prójimo, de austeridad, de renuncia de placeres de la vida, de obediencia, de humillaciones?

Alguno diría: pobrecitas. ¡Pues son las más felices del mundo! ¡Las más felices de la tierra! La que es buena religiosa, se entiende. Porque la que es religiosa con un pie fuera, no. La que siendo religiosa está apeteciendo el mundo, no. Pero la que ha hecho renuncia de todo corazón, y se entrega a Dios, es la más feliz de la tierra, porque ha dedicado su amor a lo más digno de amor que hay en el mundo, que es Dios. Cuando han puesto su amor en Dios, les saben a poco todos los amores de la tierra. Una religiosa que ha escogido a Dios, ¿va ahora a contentarse con un amor humano? Ella es feliz poniendo el amor en lo más grande que se puede poner; y sintiéndose correspondida como nadie la puede amar en el mundo.

Ésta es la felicidad de las religiosas. Y son tan felices aunque se hayan entregado a una vida de sacrificio y de servicio al prójimo. No importa. Todos los sacrificios que tenga la vida religiosa, se llevan de mil amores. Porque viven el supremo amor, que es el amor de Dios. Y eso aquí en la tierra, aunque lo que conocemos de Dios sea una caricatura. Lo dice San Pablo. A Dios lo conocemos en caricatura. La caricatura se parece algo al original. Pero hay un abismo de la caricatura al original.

***

Pues si aquí en la tierra, que lo que conocemos de Dios es una pura caricatura, y sin embargo comprendemos que merece la pena vivir para Él y amarle a Él sobre todas las cosas, ¿qué será en el cielo cuando veamos a Dios cara a cara? No ya la caricatura, sino tal como es. Veremos lo digno de amor que es. Sentiremos el amor que nos tiene. Eso nos dará una felicidad, como dice San Pablo que: «ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que tiene Dios preparado para los que le aman».

Es que no nos cabe en la cabeza, lo que va a ser la felicidad de amar en el cielo. Allí no hay bicicletas, ni falta que hace. Allí se está amando. Eres feliz amando. Y ese amor tuyo a Dios y de Dios a ti, te sacia. No necesitas más. Tienes una felicidad inconmensurable.

Y eso es para toda la eternidad. Que es condición indispensable para ser feliz. Dicha que se acaba, no puede hacerte feliz. Sólo el temor de que se acabe te entristece. Para que una cosa te haga feliz tiene que ser eterna. El amor del cielo es eterno. No se acaba nunca. Por eso te hace feliz. Porque si se fuera a acabar, el pensamiento de que se termina ya te entristece.

Si a un preso le dan una hora de libertad, eso no le hace feliz, porque sabe que le va a durar muy poco. Si a un ciego le dan una hora de visión, eso no le hace feliz, porque sabe que dentro de una hora va a estar ciego de nuevo. Gozará un poquito, gozará una hora, pero el ciego lo que quiere es que la visión le dura toda la vida.

Lo mismo el preso. Lo que quiere es libertad para siempre. Porque si le dan un poquitín de libertad, eso no le hace feliz. Eso no le llena. Para que yo pueda disfrutar de un bien, para que un bien me lIene y me haga feliz, tiene que ser eterno. Como es el cielo. Cielo eterno. Esa es la maravillosa felicidad de la gloria. Amar a Dios, lo más digno de amor que podemos concebir, y sentir el amor de la persona que más me ama. Y esto para siempre. Esta felicidad de amar eternamente, eso es el cielo.

P. Jorge Loring
catholic.net

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jueves, 5 de septiembre de 2013

El sufrimiento... ¿Es un castigo de Dios?

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves en la vida humana. En la enfermedad el hombre experimenta su impotencia, sus límites, y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte (Catecismo de la Iglesia Católica, 1500). La enfermedad puede conducirnos a la angustia, al repliegue sobre nosotros mismos, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Pero también puede hacer a la persona más madura y ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial, para volverse hacia lo que sí lo es (Catecismo de la Iglesia Católica, 1501).

El sufrimiento y el dolor pueden ayudarnos a crecer como personas, a superarnos y a madurar. Si preguntamos a los que están a nuestro alrededor cuáles han sido las experiencias que les han hecho ver la vida con más realismo y serenidad, veremos que han sido situaciones de problemas o dificultad en su mayoría.

Las personas que han sufrido más suelen ser maduras, realistas y centradas. El sufrimiento provoca una madurez en el ser humano y en la forma de ver la vida.

Para alcanzar la madurez humana tenemos que aprender a aceptarnos a nosotros mismos con todo lo que somos y lo que nos rodea: lo bueno y lo malo, lo agradable y lo doloroso, lo cómodo y lo molesto, etc. Con una actitud optimista y positiva ante la vida, el sufrimiento puede convertirse en el motor de nuestra superación y madurez personal. Si tomamos una actitud de desesperación y pesimismo, el sufrimiento puede llegar a hundirnos.

En el Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos dice "La mujer que padecía flujo de sangre, ya desde hacía 12 años, que había sufrido mucho con muchos médicos, y que había gastado todos sus bienes sin provecho alguno antes bien yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto pues decía: ´si logro tocar aunque sea sólo sus vestidos me salvaré´. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal". (Mc 5,25)

Ésta es la realidad, también, que debemos vivir los cristianos. La enfermedad nos debe hacer buscar y volver a Cristo. Buscar, encontrar a Cristo y tocarle; experimentar la vida, que es Él mismo. Para que el sufrimiento sea realmente instrumento de bien para nuestra salvación, para que nos salvemos, necesitamos esta dimensión sobrenatural.

Para profundizar: Salvici Doloris, Carta apostólica sobre el sufrimiento humano

¿Por qué existe el mal, el dolor, la enfermedad? Con mucha frecuencia el sufrimiento nos empuja a la búsqueda de Dios, a un retorno a Él y ésto sucede precisamente por experimentar en nosotros nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra pobreza como seres humanos que nos lleva a darnos cuenta de la necesidad que tenemos de Dios, de nuestra impotencia y de los límites de nuestro ser. Por lo tanto, necesitando a Dios volvemos hacia Él.

El sufrimiento debe ayudarnos a acercarnos a Dios. Así que, cuando encontramos a una persona que sufre debemos ayudarle a reconocer en su vida lo que Dios ha hecho, y lo que Dios puede ir realizando en el. Incluso, ¿por qué no? hacia la esperanza de recobrar la salud, cuando el sufrimiento es debido a una enfermedad, pues los milagros sí existen. Nosotros, como cristianos, debemos ayudar a los enfermos a vivir su enfermedad de un modo cristiano, ofreciendo sus incertidumbres, sus dificultades ante el dolor.

Algunas personas piensan que el sufrimiento es un castigo de Dios por nuestros pecados.

Los discípulos de Jesús, al curar al ciego de nacimiento, le preguntaron quién había pecado, si el ciego de nacimiento o sus padres, Jesús les respondió: "Ni él pecó ni pecaron sus padres, es para que se manifiesten en él las obras de Dios´"(Jn 9,2).

Aquí tenemos una realidad de la vida humana incluso desde los tiempos antes de Jesús: el concepto de la enfermedad como un castigo de Dios. Por eso los apóstoles pensaron que este señor, aunque nació ciego, de alguna forma habría pecado. ¿Cómo es posible que un bebé, que un niño, todavía no nacido, pueda pecar? Y si no puede pecar, ¿cómo es que tuvo la ceguera? ¿como castigo de Dios?

Jesús deja claro que no es por haber pecado que hay enfermedades, sino para que se manifiesten las obras de Dios en las personas. La enfermedad y la muerte son grandes oportunidades para unirnos a la misión salvadora de Cristo, quien asumió el sufrimiento volviéndolo instrumento de amor, de redención, de testimonio del amor del Padre.

P. Clemente González
catholic.net

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miércoles, 4 de septiembre de 2013

En su primera audiencia después de la pausa estival el Papa recordó a la JMJ de Río


El papa Francisco reanudó hoy, 4 de septiembre, las audiencias generales de los miércoles, después de la pausa estival y, en una plaza de San Pedro abarrotada de personas, ha elegido como tema de la catequesis la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar a finales de julio en Río de Janeiro (Brasil) en un continente “donde vive la mayor parte de la Iglesia católica”.

Para resumir la experiencia de la JMJ el Papa propuso tres palabras: acogida, fiesta y misión, afirmando que la acogida de las familias y las parroquias brasileñas fue una de las características más bellas de su viaje.

“La peregrinación -dijo- comporta siempre trastornos, pero la acogida ayuda a superarlos y los transforma en ocasión de conocimiento y amistad. Nacen lazos que después se estrechan, sobre todo con la oración. También así crece la Iglesia en todo el mundo, como una red de amistades en Jesucristo que mientras te atrapa, te libera”.

Para explicar el segundo término, fiesta, Francisco afirmó que la JMJ lo es siempre “porque cuando una ciudad se llena de chicos y chicas que van por las calles con banderas de todo el mundo saludándose y abrazándose es una fiesta verdadera. Es una señal para todos y no solo para los creyentes”.

Pero, señaló el Pontífice, en esta ocasión había otra “fiesta más grande, la fiesta de la fe, cuando juntos se alaba al Señor, se canta, se reza, se escucha la Palabra de Dios. Todo esto es el culmen de la JMJ; es el objetivo verdadero de esta peregrinación que se percibe sobre todo en la gran vigilia del sábado por la tarde y en la Misa final. Esta es la fiesta grande, la fiesta de la fe y de la fraternidad que empieza en este mundo y que no terminará nunca”.

La misión caracterizaba ya a esta Jornada cuyo tema era “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. “Es –remarcó el Papa- el mandato de Cristo resucitado a sus discípulos: “Vayan”, salgan de ustedes mismos para llevar la luz y el amor del Evangelio hasta las periferias extremas de la existencia. Y este mandato de Jesús es el que he confiado a los jóvenes que llenaban la playa de Copacabana. Un lugar simbólico, la orilla del océano que hacía pensar a la ribera del lago de Galilea.

Hoy también el Señor repite: “vayan” y añade “Yo estoy con ustedes todos los días”. Un chico o una chica que ante los ojos del mundo cuenta poco, a los ojos de Dios es un apóstol del Reino, una esperanza para Dios.”

“¿Quieren ser una esperanza para Dios, una esperanza para la Iglesia?”, preguntó el Santo Padre dirigiéndose a los jóvenes presentes, rememorando a la multitud de contemporáneos suyos que en Río de Janeiro encontraron a Jesús resucitado y “llevan su amor a la vida de todos los días, lo viven y lo comunican. No salen en los periódicos porque no actúan con violencia, no dan escándalo y por lo tanto no son noticia.

Pero, si permanecen unidos a Jesús, construyen su Reino, construyen fraternidad, comparten, hacen obras de misericordia, son una fuerza potente para hacer que el mundo sea más justo y más bello, para transformarlo”.

“La experiencia de la JMJ -concluyó- nos recuerda la gran noticia de la historia, la Buena Nueva, aunque no salga ni en los periódicos ni en la televisión: Dios que es nuestro Padre, nos ama y nos envió a su hijo Jesús para acercarse a cada uno de nosotros y salvarnos... Acogida, fiesta, misión: que estas palabras no sean sólo un recuerdo de lo que sucedió en Río, sino alma de nuestra vida y de la de nuestras comunidades”.

aica.org

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Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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