martes, 24 de diciembre de 2013

El auténtico regalo de Navidad

La recesión económica por la que atravesamos en todas las regiones del mundo, lejos de perjudicar la fiesta de la Navidad, más bien la ha favorecido.

Lo anterior suena curioso: si ya no hay dinero para regalos, para fiestas y para viajes ¿cómo que es que no le ha afectado? Al contrario, esta forzada austeridad nos ayuda a superar la visión consumista de las celebraciones decembrinas, para contemplar su auténtico significado. Pero, ¿cuál es el verdadero sentido de la Natividad del Señor?

El 25 de diciembre festejamos el natalicio de Jesús de Nazaret. La fe de los creyentes cristianos afirma que Jesús es el Cristo (el Mesías o Ungido) anunciado en el Antiguo Testamento, que es Hijo de Dios, que se hizo ser humano para salvar al mundo de sus pecados. Celebramos que Dios se ha hecho hombre como nosotros, para enseñarnos el camino hacia Dios. La alegría de la Navidad consiste en que se cumple la profecía de Isaías (7, 14; Marcos 1, 23): un mujer virgen concebiría un hijo, que sería el Emmanuel, o sea, Dios-con-nosotros. Santa María trajo al mundo el gozo de la cercanía de Dios.

Este júbilo espiritual se ha traducido, desde hace siglos, en grandes celebraciones: oficios litúrgicos solemnes, con música e incienso; una reunión familiar, con una comida especial y ofrecimiento de regalos. Pero, con la creciente descristianización de los últimos dos siglos, la fiesta navideña se ha vaciado de sentido religioso, para quedar sólo como una fecha para una reunión familiar y para dar regalos, y también quizá para viajar aprovechando las vacaciones. Se ha perdido el Dios-con-nosotros.

Esta pérdida de sentido religioso no sólo afecta a la celebración misma (celebrar el nacimiento de Jesús, pero sin hacer referencia a Él; es tan absurdo como organizar una fiesta de cumpleaños y no invitar al festejado). También perturba la vida cotidiana de las personas, que han mentalizado a recibir regalos navideños, pero ya no reparan en la cercanía de Dios. Por eso, cuando se dirigen al Señor, esperan conseguir regalos y favores, pero si no los consiguen se apaga su fe en Él.

Una Navidad con austeridad nos ayudará a preguntarnos a qué vino Jesús al mundo. Al observar su Vida en los Santos Evangelios, notamos inmediatamente que Jesús no vino a darnos riquezas, pues nació en un lugar miserable (Lucas 2, 7). Tampoco trajo poderío militar, pues tuvo que huir de Herodes que mando matar a todos los niños de esa comarca, pensando que así eliminaría al recién nacido Rey de Israel (Mateo 2, 13-18). Aunque años después curó a muchos enfermos, tampoco vino a ofrecernos la salud, pues Él mismo sufrió la tortura y la muerte de Cruz (Mateo 27, 32-55).

Entonces –escribe el Papa Benedicto XVI– “¿qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios” (Jesús de Nazaret, p. 69).

Éste es el auténtico regalo de Navidad: comprender que celebramos la cercanía de Dios. Jesús Nazaret es Dios-con-nosotros porque es Dios viviendo el drama de la existencia humana: la alegría y el dolor, el amor y la traición, la carencia de bienes materiales… Sabemos que Jesús es Dios-con-nosotros, no porque nos llené de dinero o de salud, sino porque ha vivido lo mismo que ahora experimentamos nosotros y le ha dado un sentido sobrenatural, divino, a nuestra abundancia y a nuestra carencia, a nuestra salud y a nuestra enfermedad. Ahora tenemos a Dios en nuestras vidas y, por eso, con o sin regalos, podemos decir ¡Feliz Navidad!

catholic.net

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domingo, 15 de diciembre de 2013

Evangelio del Domingo

Evangelio según San Mateo 11,2-11

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.

Comentario del Evangelio: “Sed fuertes, no temáis, ¡he aquí vuestro Dios!...: viene en persona y os salvará (Is 35,4)” Por: Santa Gertrudis de Helfta

Voz del alma ofreciéndose a Dios: "soy una huérfana sin madre, soy indigente y pobre. Fuera de Jesús, no tengo ningún consuelo; sólo él puede satisfacer la sed de mi alma. Él es el amigo preferido y único de mi corazón, Él 'el Rey de reyes y Señor de los señores' (Ap 19,16)… Mi cuerpo y mi alma están en su mano; que haga de mi lo que su bondad desee.

¿Quién me regalará hacerme un ser según su corazón, con el fin de que en mí encuentre lo que desea, según la excelencia de su bondad? Sólo esto sería capaz de regocijarme y consolarme. "Por gracia, Jesús, único amado de mi corazón, amado por encima de todo lo que jamás ha sido amado: el deseo de mi corazón languidece y suspira por ti, tú el día primaveral lleno de vida y de flores. Haz llegar este día en el que me uniré tan estrechamente a ti, que, tú el Sol verdadero, harás nacer las flores y las frutas de mi progreso espiritual. 'Te aguardo con una gran esperanza ' (Sal. 39,2)… Por gracia, amigo, mi amigo, cumplidos efectivamente tu deseo y el mío."

Voz de Cristo: " en mi Espíritu Santo te tomaré por esposa; te ataré a mí por una unión inseparable. Te sentarás a mi mesa y te envolveré con la ternura de mi amor. Te vestiré de la nobleza púrpura de mi preciosa sangre; te coronaré con el oro puro de mi muerte. Yo mismo colmaré tu deseo, y así te haré feliz para la eternidad."

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viernes, 13 de diciembre de 2013

Una pregunta desconcertante

Durante mi segundo trimestre en la escuela de enfermería, nuestro profesor nos puso un examen sorpresa. Yo era un estudiante aplicado y leí rápidamente todas las preguntas para hacerme una idea de la dificultad del examen. Cuando llegué a la última pregunta, me quedé un poco desconcertado, porque estaba redactada de la siguiente forma: “¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?”

Mi pensamiento más inmediato fue que esto se trataba de algún tipo de broma. La verdad es que yo había visto muchas veces a la mujer que limpiaba la escuela. Ella era alta, cabello castaño, con gafas, de unos cincuenta años, pero... ¿cómo iba yo a saber su nombre?

Antes de que terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaba para la nota del examen. “Por supuesto”, dijo el profesor. “En sus carreras, ustedes conocerán muchas personas. Todas son importantes. Ellas merecen su atención y cuidado, aunque sólo les sonrían y digan “Hola”.

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miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Papa: Quien se abre a Jesús no teme el juicio final


En la audiencia general de esta mañana, celebrada ante miles de fieles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco reflexionó sobre el juicio final, y explicó que quien se abre a Jesús, a su amor y su salvación, no teme a esta realidad y, en cambio, se convierte en una gran fuente de consuelo y confianza.

A continuación la catequesis completa del Santo Padre este miércoles:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

Hoy voy a comenzar la última serie de reflexiones sobre nuestra profesión de fe, tratando la afirmación: "Creo en la vida eterna". En particular, voy a reflexionar sobre el juicio final. Pero no tenemos que tener miedo: oigamos lo que dice la Palabra de Dios. Al respecto, leemos en el Evangelio de Mateo: entonces Cristo ‘vendrá en su gloria rodeado de todos los ángeles…Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.... éstos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna’ ( Mt 25,31-33.46 ).

Cuando pensamos en el regreso de Cristo y a su juicio final, que revelará, hasta sus últimas consecuencias, lo que cada uno haya hecho o dejado de hacer durante su vida terrena, percibimos que estamos ante un misterio que nos supera, que ni siquiera podemos imaginar. Un misterio que despierta casi instintivamente en nosotros un sentimiento de temor y quizás incluso trepidación. Sin embargo, si pensamos con atención acerca de este hecho, sólo puede agrandar el corazón de un cristiano y ser una gran fuente de consuelo y confianza.

En este sentido, el testimonio de las primeras comunidades cristianas es muy sugerente. Éstas de hecho, acompañaban las celebraciones y oraciones habitualmente con la aclamación Maranathá, una expresión que consta de dos palabras en arameo que, dependiendo de la forma en que se pronuncian, se pueden entender como una súplica: ‘¡Ven, Señor’, o como una certeza alimentada por la fe: ‘Sí, Señor viene, el Señor está cerca’. Es la exclamación en la que culmina toda la Revelación cristiana, al final de la contemplación maravillosa que se nos ofrece en el Apocalipsis de Juan (cf. Ap 22,20).

En ese caso, es la Iglesia-esposa que, en nombre de toda la humanidad y, como primicia, se dirige a Cristo, su esposo, ante la deseada espera de ser envuelta en su abrazo: el abrazo de Jesús, que es plenitud de vida y plenitud de amor. Así se abraza a Jesús. Si pensamos en el juicio en esta perspectiva, el miedo y la duda desaparecen y dejan espacio a la espera y a una profunda alegría: será el momento en que seremos juzgados finalmente, listos a ser revestidos con la gloria de Cristo, como con un vestido nupcial, y llevados al banquete, imagen de la comunión plena y definitiva con Dios

Una segunda razón de confianza se nos ofrece por la constatación de que, en el momento del juicio no se nos dejará solos. Es el mismo Jesús, en el Evangelio de Mateo, el que nos anuncia, que al final de los tiempos, los que le han seguido tomarán su lugar en la gloria para juzgar junto a él ( cf. Mt 19,28) . El apóstol Pablo después, escribiendo a la comunidad de Corinto, dice: ‘¿No saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Con mayor razón entonces, los asuntos de esta vida’. (1 Cor 6,2-3).

¡Qué hermoso saber que en ese momento, además de Cristo, nuestro Paráclito, nuestro Abogado ante el Padre (cf. 1 Jn 2:1), podremos contar con la intercesión y buena voluntad de tantos de nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido el camino de la fe, que han dado su vida por nosotros y que continúan amándonos de manera indescriptible!

Los santos ya viven ante la presencia de Dios, en el esplendor de su gloria orando por nosotros que aún vivimos en la tierra. ¡Qué consuelo despierta en nuestros corazones esta certeza! La Iglesia es verdaderamente una madre y como una mamá, busca el bien de sus hijos, especialmente los más alejados y afligidos, hasta que encuentre su plenitud el cuerpo glorioso de Cristo con todos sus miembros.

Otra sugerencia se nos ofrece en el Evangelio de Juan, donde se afirma explícitamente que "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por medio de él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el unigénito Hijo de Dios" ( Jn 3:17-18 ).

¿Qué significa entonces que el juicio final ya está en marcha, que empieza ahora en el curso de nuestra existencia. Este juicio se pronuncia en cada momento de la vida, como reflejo de nuestra aceptación con fe de la salvación presente y operante en Cristo, o con nuestra incredulidad, con el consiguiente cierre en nosotros mismos. Pero si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos los que nos condenamos.

La salvación está en abrirse a Jesús, y Él nos salva; si somos pecadores –y todos lo somos– le pedimos perdón y si vamos a Él con el deseo de ser buenos, el Señor nos perdona. Pero para ello hay que abrirnos al amor de Jesús, que es más fuerte que todas las otras cosas. El amor de Jesús es grande, el amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona, pero tienes que abrirte y abrirte significa arrepentirse, acusarnos de cosas que no son buenas y que hicimos.

El Señor Jesús nos ha dado y sigue entregándose a nosotros, para colmarnos de toda la misericordia y la gracia del Padre. Somos nosotros, pues, los que podemos llegar a ser, en cierto sentido, los jueces de nosotros mismos, auto condenándonos a la exclusión de la comunión con Dios y con los hermanos.

No nos cansemos, por lo tanto de velar por nuestros pensamientos y nuestras actitudes, para gustar ya ahora con anticipo la calidez y la belleza del rostro de Dios –y esto va a ser hermoso– que contemplaremos en la vida eterna en toda su plenitud.

Adelante, piensen en este juicio que ya comenzó ahora. Adelante, asegurándose de que nuestro corazón se abra a Jesús y a su salvación; adelante sin miedo, porque el amor de Jesús es más grande y si pedimos perdón por nuestros pecados, Él nos perdona. ¡Es así Jesús! ¡Adelante, pues, con esta certeza, que nos llevará a la gloria de los cielos!

aciprensa.com

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lunes, 9 de diciembre de 2013

San Juan Diego


San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
(1474-1548)

« su confianza en Dios y en la Virgen;
su caridad, su coherencia moral,
su desprendimiento y su pobreza evangélica.
Llevando una vida de eremita, aquí, cerca deL
Tepeyac, fue ejemplo de humildad.»
Juan Pablo II, 6 de mayo de 1990

Su Historia

El Beato Juan Diego, que en 1990 Vuestra Santidad llamó «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac» (L'Osservatore Romano, 7-8 maggio 1990, p. 5), según una tradición bien documentada nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas.Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «Águila que habla», o «El que habla con un águila».

Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptase la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

El 12 de diciembre, martes, mientras el Beato se dirigía de nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Beato abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

El Beato, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en este grandioso templo, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.

En la homilía que Vuestra Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en este Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad» (Ibídem).

Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que éstos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».

Circundado de una sólida fama de santidad, murió en 1548.

Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, ha atravesado los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

En abril de 1990, en una solemne ceremonia en la Basílica de Guadalupe en México, el Santo Padre Juan Pablo II le declaró Beato, ante Vuestra Santidad fue promulgado en Roma el decreto «de vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito».

El 6 de mayo sucesivo, en esta Basílica, Vuestra Santidad presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el título de Beato.

Precisamente en aquellos días, en esta misma arquidiócesis de Ciudad de México, tuvo lugar un milagro por intercesión de Juan Diego. Con él se abrió la puerta que ha conducido a la actual celebración, que el pueblo mexicano y toda la Iglesia viven en la alegría y la gratitud al Señor y a María por haber puesto en nuestro camino al Beato Juan Diego, que según las palabras de Vuestra Santidad, «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús» (Ibídem).

Beatísimo Padre, la canonización de Juan Diego es un don extraordinario no sólo para la Iglesia en México, sino para todo el Pueblo de Dios.

Juan Pablo II proclamará públicamente la santidad de Juan Diego en una Solemne Misa de Canonización en la Basílica de la Virgen de la Guadalupe en México el 31 de julio, 2002. Su fiesta la fijó el mismo Santo Padre el 9 de diciembre porque ése "fue el día en que vió el Paraíso" (día de la primera aparición).

Oracion

Juan Diego, gracias por el mensaje evangelizador que
con humildad nos has entregado,

Gracias a ti sabemos que la Virgen Santísima de Guadalupe
es la Madre del verdadero Dios
por quien se vive y es la portadora de
Jesucristo que nos da su Espíritu que vivifica a
nuestra Iglesia.

Gracias a ti sabemos que Santa María de Guadalupe
es también nuestra Madre amorosa y compasiva,
que escucha nuestro llanto, nuestra tristeza; porque
Ella remedia y cura nuestras penas, nuestras miserias y dolores.

Gracias al obediente cumplimiento de tu misión sabemos
que Santa María de Guadalupe nos ha colocado en su corazón,
que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente
de nuestra alegría, que estamos en el hueco de su manto,
en el cruce de sus brazos.

Gracias Juan Diego por este mensajeque nos fortifica
en la Paz, en la Unidad y en el Amor.
Amén.

ewtn.com

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miércoles, 4 de diciembre de 2013

El Papa: El cuerpo de cada uno es resonancia de eternidad y debe ser respetado

Esta mañana en la audiencia general de los miércoles y ante unos 30 mil peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco continuó su catequesis con el tema de la semana pasada: "la resurrección de la carne".

"Esto -comenzó Francisco en medio del intenso frío- no es fácil de entender, estando inmersos en este mundo, pero el Evangelio nos lo aclara: el que Jesús haya resucitado es la prueba de que la resurrección de los muertos existe. Y la fe en Dios, creador y liberador de todo el hombre –alma y cuerpo–, abre el camino a la esperanza de la resurrección".

A continuación, el texto completo de la catequesis de hoy:

Hoy vuelvo de nuevo sobre la afirmación: "Creo en la resurrección de la carne". Se trata de una verdad que no es sencilla y nada obvia, porque, viviendo inmersos en este mundo, no es fácil comprender la realidad futura. Pero el Evangelio nos ilumina: nuestra resurrección está estrechamente vinculada a la resurrección de Jesús; el hecho de que Él esté resucitado es la prueba de que existe la resurrección de los muertos.

Quisiera entonces, presentar algunos aspectos que relacionan la resurrección de Cristo y nuestra resurrección. Él ha resucitado y así, nosotros también resucitaremos.

Antes que nada, la misma Sagrada Escritura contiene un camino hacia la fe plena en la resurrección de los muertos. Esta se expresa como fe en Dios creador de todo hombre, alma y cuerpo, y como fe en Dios liberador, el Dios fiel a la Alianza con su pueblo. El profeta Ezequiel, en una visión, contempla los sepulcros de los deportados que se vuelven a abrir y los huesos secos que reviven gracias a la acción de un espíritu vivificante. Esta visión expresa la esperanza en la futura "resurrección de Israel", es decir en el renacimiento del pueblo derrotado y humillado (cf. Ez 37,1-14).

Jesús, en el Nuevo Testamento, lleva a su cumplimiento esta revelación, y vincula la fe en la resurrección a su misma persona: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11,25). De hecho, será Jesús el Señor el que resucitará en el último día a todos los que hayan creído en Él. Jesús vino entre nosotros, se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado; de este modo nos ha tomado consigo en su camino de vuelta al Padre. Él, el Verbo Encarnado, muerto por nosotros y resucitado, da a sus discípulos el Espíritu Santo como un anticipo de la plena comunión en su Reino glorioso, que esperamos vigilantes.

Esta espera es la fuente y la razón de nuestra esperanza: una esperanza que, cultivada y custodiada, se convierte en luz para iluminar nuestra historia personal y comunitaria. Recordémoslo siempre: somos discípulos de Él que ha venido, viene cada día y vendrá al final. Si conseguimos tener más presente esta realidad, estaremos menos cansados en nuestro día a día, menos prisioneros de lo efímero y más dispuestos a caminar con corazón misericordioso en la vía de la salvación.

Un segundo aspecto: ¿qué significa resucitar? La resurrección, la resurrección de todos nosotros... Sucederá en el último día, al final del mundo, por obra de la omnipotencia de Dios, que restituirá la vida a nuestro cuerpo reuniéndolo con el alma, por la resurrección de Jesús. Esta es la explicación fundamental: porque Jesús resucitó, nosotros resucitaremos. Tenemos esperanza en la resurrección porque Él nos ha abierto la puerta, nos ha abierto la puerta a la resurrección.

Esta transformación en espera, en camino a la resurrección, esta transfiguración de nuestro cuerpo se prepara en esta vida mediante el encuentro con Cristo Resucitado en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Nosotros que en esta vida nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre, resucitaremos como Él, con Él y por medio de Él.

Como Jesús resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrena, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Esto no es mentira, ¿eh? ¡Esto es verdad! Nosotros creemos que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo en este momento. ¿Creéis que Jesús está vivo, que está vivo? ¡Ah, no creéis! ¿Creéis o no creéis? Y si Jesús está vivo, ¿pensáis que Jesús nos dejará morir y nunca nos resucitará? ¡No! ¡Él nos espera! Y como Él está resucitado, la fuerza de su resurrección nos resucitará a nosotros.

Ya en esta vida nosotros participamos de la resurrección de Cristo. Si es verdad que Jesús nos resucitará al final de los tiempos, es también verdad que, en un aspecto, ya estamos resucitados con Él. ¡La Vida Eterna comienza ya en este momento! Comienza durante toda la vida hacia aquel momento de la resurrección final ¡Ya estamos resucitados!

De hecho, mediante el Bautismo, estamos insertos en la muerte y resurrección de Cristo y participamos de una vida nueva, es decir la vida del Resucitado. Por tanto, en la espera de este último día, tenemos en nosotros una semilla de resurrección, como anticipo de la resurrección plena que recibiremos en herencia.

Por eso también el cuerpo de cada uno es resonancia de eternidad, por tanto ha de ser respetado siempre; y sobre todo debe ser respetada y amada la vida de todos los que sufren, para que sientan la cercanía del Reino de Dios, de esa condición de vida eterna hacia la que caminamos. Este pensamiento nos da esperanza.

Estamos en camino hacia la resurrección. Esta es nuestra alegría: un día encontrar a Jesús, encontrar a Jesús todos juntos. Todos juntos, no aquí en la Plaza, en otra parte, pero alegres con Jesús. Y este es nuestro destino.

aciprensa.com

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martes, 3 de diciembre de 2013

Las 7 reglas del gallo

Muchas veces nos sentimos incapaces de realizar ciertas actividades o desarrollar proyectos por creer que somos poca cosa. Sin embargo, nunca debemos pensar que no servimos, pues para Dios todos servimos (aunque no todos para lo mismo). Si Dios pudo utilizar un simple gallo para recuperar a un apóstol como Pedro, también puede apoyarse en ti para muchas cosas.

Tan sólo debes de seguir las 7 reglas del gallo:

1- El gallo se levanta temprano e inmediatamente emprende su tarea (que Dios le ha confiado).

2- El gallo no se niega a cantar porque existan ruiseñores. Hace lo que puede, lo mejor que sabe.

3- El gallo sigue cantando aunque nadie lo anime ni se lo agradezca. En realidad, no espera que nadie lo haga.

4- El gallo despierta a los que duermen. Su tarea es impopular, pero necesaria.

5- El gallo proclama buenas noticias: Acaba de amanecer. Ante ti tienes por estrenar un nuevo día, lleno de magníficas oportunidades.

6- El gallo es fiel cumplidor de su tarea. Se puede contar con él. No falla nunca. Es un excelente centinela.

7- El gallo nunca se queja de tener que hacer siempre lo mismo, de que nadie le felicite o de que a nadie le importe su cometido.

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domingo, 1 de diciembre de 2013

Evangelio del Domingo

Evangelio según San Mateo 24,37-44

En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

Comentario del Evangelio:"Ha llegado la hora, nunca pensada en que vendrá el Hijo del hombre" Por: San Bernardo

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.

De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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