jueves, 13 de marzo de 2014

El Papa Francisco “¡no pierde un solo minuto!” y si necesita hacer una pausa… reza el Rosario


El secretario personal del Papa Francisco, Mons. Alfred Xuereb, reveló aspectos poco conocidos de la vida cotidiana del Pontífice en el Vaticano. Según este cercano colaborador, el Pontífice olvida sus dolencias físicas para estar cerca de la gente, y si necesita hacer una pausa no opta por tomar una siesta sino por rezar el Rosario.

“Créame ¡No pierde un solo minuto! Trabaja incansablemente. Y cuando siente la necesidad de tomar una pausa, no es que cierre los ojos y no haga nada: se sienta a rezar el Rosario. Creo que reza al menos tres Rosarios al día. Me dice: ‘Esto me ayuda a relajarme’. Después retoma el trabajo”.

Por la mañana temprano “se dedica a la meditación y prepara también la homilía de la Misa en Santa Marta. Después escribe cartas, hace algunas llamadas por teléfono, saluda al personal que encuentra y se informa sobre sus familias”.

A un año de su elección, el Secretario Personal del Papa Francisco, explicó a Radio Vaticano que el Papa ya padecía de ciática cuando al celebrar la Misa de Jueves Santo en marzo de 2013, se arrodilló una y otra vez para lavar los pies a los doce reclusos del centro penitenciario para menores Casal de Marmo de Roma.

A sus 77 años de edad, el Papa “olvida completamente sus dolencias. Por ejemplo, en los primeros meses de Pontificado tenía un fuerte dolor a causa de la ciática que le había vuelto. Los médicos le había aconsejado que evitara inclinarse, pero él, cuando se encuentra con enfermos en silla de ruedas o de niños enfermos en sus cochecitos, se inclinaba ante ellos y les hacía notar su cercanía“.

“Así, por ejemplo, sucedió durante las celebraciones eucarísticas de Casal del Marmo en la noche de Jueves Santo, durante el lavado de pies. Sin atender al dolor que sentía, se arrodilló ante cada uno de los doce jóvenes detenidos para besar sus pies”, explicó Mons. Xuereb el 10 de marzo en la entrevista que concedió a Radio Vaticano.

“Párrocos y sacerdotes nos dicen casi a diario cuantas personas han vuelto a la confesión y a la práctica de la fe para animar al Papa Francisco, especialmente cuando nos recuerda que Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Él, como habéis visto, tiene una atención especial por los enfermos, y esto porque él ve en ellos el cuerpo de Cristo que sufre”, añadió.

Mons. Xuereb, quien fue nombrado recientemente Secretario general de la Secretaría para la Economía del Vaticano, señaló que cada día el Papa recibe una persona tras otra en la Casa Santa Marta, a quienes escucha uno por uno con atención.

El Prelado maltés asegura que lo que más le impresiona del Santo Padre es “su determinación”. “Una convicción, que estoy seguro que le viene de lo alto, porque es hombre profundamente espiritual que busca en la oración la inspiración de Dios”.

En este sentido indicó, la visita a Lampedusa el verano pasado en la que el Santo Padre encontró a los inmigrantes fue decidida porque, después de entrar repetidas veces en la capilla, le vino una inspiración: “Ir en persona a encontrar a estas personas, estos náufragos, y llorar a sus muertos”.

“Y cuando él entendió que le venía a la mente varias veces, entonces estuvo seguro de que Dios lo quería. Lo hizo, aunque no había mucho tiempo para prepararlo. Este método también lo usa para elegir a las personas que llama a colaborar con él de cerca”, dijo.

Mons. Xuereb indicó que el Papa es como un misionero que va en búsqueda de aquellos que no conocen a Dios, “que atrae hacia sí mismo la muchedumbre, esa muchedumbre que quizá se sienta perdida, con el intento de llevarla al corazón del Evangelio”.

“Se ha convertido por así decirlo en el párroco del mundo y está animando a todos los que se sienten lejos de la Iglesia a volver, con la certeza que encontraran su puesto en la Iglesia”, concluyó.

aciprensa.com

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miércoles, 5 de marzo de 2014

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014

Queridos hermanos y hermanas: Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico? La gracia de Cristo Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22). La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2). ¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor
lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29). Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo. Nuestro testimonio Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo. A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir. No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta
forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera. El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana. Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele. Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.


FRANCISCO

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martes, 4 de marzo de 2014

Mensaje para los novios

Si el amor es sólo un sentimiento, un estado psicofísico, no se puede construir algo sólido.

Pero si «es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos también decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos». Así, el Papa Francisco se dirigió a casi quince mil parejas de novios que, procedentes de más de treinta países, se reunieron en la plaza de San Pedro el viernes 14 de febrero, por la mañana, día de San Valentín. Y esta casa para vivir juntos para siempre, añadió el Pontífice, no se apoya «en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios».

El encuentro del Papa con las jóvenes parejas de novios, fue un auténtico diálogo hecho de preguntas y respuestas, durante el cual el Pontífice trató de trazar el contorno de un modo de vivir juntos, como familia, que, si se quiere feliz y para siempre, se funda en tres palabras: «permiso, gracias y perdón».

«Vivir juntos —explicó el Papa a los jóvenes— es un arte, un camino paciente, hermoso y fascinante. No acaba cuando os habéis conquistado uno a otro. Es más, precisamente es entonces cuando inicia».

«Muchos de los que se preparan al matrimonio —alertó— dicen “estamos juntos hasta que dura el amor”. Y también un seminarista dijo a su obispo “quiero ser sacerdote por diez años”». Ejemplos usados por el Papa para hacer comprender a los jóvenes que «hoy muchas personas tienen miedo de hacer opciones definitivas, para toda la vida». En efecto, vivimos en tiempos que, indicó, «todo cambia rápidamente, nada dura largamente». Pero, continuó, «no debemos dejarnos vencer por la cultura de lo provisorio». Es necesario, por lo tanto, emprender un camino que «tiene normas que se pueden volver a resumir» precisamente en tres palabras, permiso, gracias y perdón. Y explicó el sentido de las mismas. Luego el Papa aconsejó a los novios acerca de cómo rezar juntos. Y recordó la oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, en el cual «en lugar del acostumbrado “Danos hoy nuestro pan de cada día”, los novios pueden, es más, deben rezar: “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”».

«El amor auténtico no se impone con dureza y agresividad». Es, en cambio, «la cortesía la que conserva el amor». Lamentablemente, continuó el Pontífice, «hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa». He aquí, dijo, el secreto del amor auténtico. Y concluyó exhortando a los novios a crecer juntos para dejar a los hijos la herencia «de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose —el uno para el otro— más hombre y más mujer».

iglesia.org

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Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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