martes, 17 de marzo de 2015

Dios y el hombre en Jesucristo

Adentrarse en el misterio insondable del amor de Dios

Actualmente se nos hace caer en la cuenta de que hablamos bastante del amor que nosotros debemos tener a Dios -- es el primer mandamiento suyo-- y se nos habla mucho menos del amor que Dios nos ha tenido y nos tiene a los hombres. Y tendría que ser al revés.

Cuando se conoce bien y se tiene metida muy adentro la convicción de que Dios nos ha amado primero y que desde un principio nos ha llamado al amor, entonces es cuando empezamos a sentir el amor de Dios en nuestros corazones y nos entregamos sin reservas al Dios que es amor, que se nos ha dado por amor y que nos llama al amor eterno.

Nuestra reflexión de hoy quiere adentrarse en el misterio insondable del amor de Dios que, en Jesucristo, se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios.

¿Es posible que la historia de Dios se haga historia del hombre? ¿Es posible que la historia del hombre llegue a ser historia de Dios? En otras palabras, ¿es posible que Dios se meta de tal manera en el hombre, que Dios sea hombre realmente? ¿Es posible que el hombre se meta en Dios hasta llegar a ser Dios?

Cualquiera diría que hoy nos subimos hacia las alturas más de la cuenta, cuando en realidad lo que hacemos no es otra cosa que comentar la Biblia en lo que tiene de más grande, de más profundo, de más misterioso, de más consolador, de más tierno, de más hermoso.

Toda la Biblia no nos dice otra cosa sino que ese Dios tan grande y tan inmenso se ha hecho un hombre, y que un hombre se ha hecho nada menos que Dios.

El Dios grande se ha hecho hombre muy pequeño. Y el hombre tan pequeño ha llegado --como quien no dice nada-- a ser esto: Dios.

Éste es el misterio de Jesucristo. Dios se hace hombre en Jesucristo. Y el hombre se hace Dios --participante de la vida de Dios-- cuando se inserta en Jesucristo.

Dios, por Jesucristo --nacido de una Mujer conocida, una Mujer de nuestra raza--, se ha metido en nuestra historia de hombres, nacido en un lugar concreto, en un tiempo determinado, hecho hombre perfecto en todo.

El hombre, en Jesucristo, se ha hecho Dios, y todos los hombres hemos llegado a ser Dios porque Jesucristo nos ha metido con Él en la misma vida de Dios.

Con una afirmación semejante, tenemos para volvernos locos de admiración y de felicidad. ¿Tan pequeño es Dios, que es como yo? ¿Tan grande soy yo, que soy como Dios?...

Esto no lo entiende ningún pagano, ni tan siquiera algunos otros creyentes que adoran al verdadero Dios, como un judío o un musulmán. Sólo el cristiano entiende la Palabra de Dios en toda su dimensión, y se atreve a decir:
- ¡Dios vive en mí, escondido en mi corazón! ¡Yo vivo en Dios, hecho partícipe de su misma vida divina dentro de mí!

Jesucristo ha sido quien ha unido estas dos cosas tan imposibles de anexionar: Dios y el hombre. Los dos, como el estaño y el cobre, se han hecho una pieza de bronce irrompible, porque Dios será siempre hombre, y el hombre será siempre Dios...

Esta es la maravilla de la Encarnación del Hijo de Dios. El Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de una Mujer, para que el hombre llegara a ser Dios.

Ante este misterio, caemos de rodillas adorando pasmados el amor de Dios. ¿Qué necesidad tenía Dios de llegar a esto? Ninguna. Sólo el amor ha podido llevar a Dios a semejante condescendencia. Y entonces viene el preguntarse:
- ¿Quién no amará a semejante amador?...

Metido Dios en nuestra historia, en nuestra vida de cada día, cambia del todo nuestra manera de ser y de comportarnos. Jesucristo, el Dios hecho hombre, nos ha hecho a nosotros capaces de llevar una existencia como la de Dios.

Vivimos, trabajamos, comemos, dormimos, gozamos y sufrimos como el mismo Dios, que se empeñó en llevar nuestra misma manera de vivir.

Morimos como murió el mismo Dios.
Resucitamos a una vida nueva como resucitó el mismo Dios después de muerto.

Llevamos en nosotros el mismo Espíritu Santo, como lo llevaba y nos lo dio Jesucristo el Resucitado.

Reinaremos en la gloria de Dios como reina Jesucristo, inmortales por una eternidad inacabable.

En Jesucristo nos hemos encontrado Dios y los hombres a fin de llevar Dios nuestra vida y nosotros la vida de Dios.

El cristiano, que sabe esto, ¿puede tomarse la libertad de llevar una vida que no sea digna de Dios?...
El cristiano, que sabe que tiene el mismo destino de Dios, es decir, la misma gloria y felicidad de Dios, ¿puede jugar con su salvación?...

Señor Dios, tu grandeza es inmensa. Tu poder no tiene límites. Tus días son incontables. Tu hermosura es inimaginable.

Pero tu amor sobrepasa toda medida y toda comprensión. ¿Tú tan pequeño como yo, para hacerme yo en ti tan grande como Tú?...
Si me faltases Tú, ¿qué sería para mí todo lo demás? Si te poseo a ti, ¿todo lo demás qué me importa, si me sobra todo?...

Pedro García, Misionero Claretiano
catholic.net

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miércoles, 11 de marzo de 2015

Un yihadista de DAESH se convierte al cristianismo



Un terrorista del autoproclamado “Estado Islámico” decidió abrazar la fe que había perseguido después de que unos monjes le salvaran la vida al ser herido en un enfrentamiento en la frontera de Siria.

Combatía con las fuerzas yihadistas contra el ejército sirio cuando le alcanzó el fuego enemigo y perdió el conocimiento. Así comienza la historia de un yihadista que, tras encontrarse a las puertas de la muerte, decidió cambiar radicalmente de vida.

Tendido en el suelo y abandonado por los miembros de DAESH que le habían dado por muerto, le encontraron los monjes del Monasterio de San Domenakan. Los hermanos, movidos por la piedad, decidieron recogerle para darle sepultura cristiana. Sin embargo, cuando se disponían a enterrarle, el hombre dio señales de vida y recuperó la consciencia ante el asombro de los presentes.

Al darse cuenta de que estaba vivo, los monjes trasladaron al yihadista a un lugar seguro para poder atenderle adecuadamente y que pudiera recuperarse de sus heridas. Cuando este hombre descubrió que estaba siendo cuidado por los que habían sido sus enemigos, le confió a uno de los monjes que sentía que su vida religiosa en el Islam hasta ese momento había sido un engaño.

Pocos días después, el que fuera un terrorista de DAESH, se convirtió al cristianismo y decidió quedarse a vivir con los monjes que le habían salvado la vida en el desierto.

El ex yihadista, cuyo nombre no ha sido publicado para proteger su vida, confesó a los monjes que él creía que si moría mártir por el Islam, se le abrirían las puertas del cielo. Sin embargo, cuando estuvo al borde de la muerte fue consciente de todo el dolor que había provocado y se presentaron ante él todos los asesinatos que había cometido, “cada cabeza que había cortado”. En ese momento supo que la vida que había llevado no le conduciría a las puertas del cielo, sino a las del infierno.

Ahora, este nuevo converso espera que su historia ayude a que otros miembros del DAESH se den cuenta de su error y del daño que están provocando y cambien de vida.

infovaticana.com

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Segunda catequesis del Papa Francisco sobre los ancianos


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la catequesis de hoy proseguimos la reflexión sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la familia. Lo hago identificándome en estas personas, porque yo también pertenezco a este grupo de edad.

Cuando estuve en Filipinas, los filipinos, los habitantes de las Filipinas, el pueblo filipino me saludaba diciendo: “Lolo Kiko”, es decir, “abuelo Francisco”, “Lolo Kiko” decían.

Es importante subrayar una primera cosa: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente el Señor no, ¿eh? El Señor no nos descarta jamás. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida y también la ancianidad contiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor.

La ancianidad es una vocación. No es el momento todavía de “tirar los remos en la barca”. Este periodo de la vida es diverso de los precedentes, no hay dudas: debemos también “inventárnoslo” un poco, porque nuestras sociedades no están listas, espiritualmente y moralmente, para darle a éste, en este momento, su pleno valor.

Una vez, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición, hoy lo es mucho más. Y también la espiritualidad cristiana ha sido tomada un poco de sorpresa, y se trata de delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios, no faltan los testimonios de santos y santas!

Me ha impresionado mucho la “Jornada de los ancianos” que hicimos aquí en la plaza de San Pedro el año pasado, la plaza estaba llena: escuché historias de ancianos que se entregan por los otros. Y también historias de parejas, de matrimonios, que vienen y dicen: “pero hoy cumplimos 50 años de matrimonio”, “hoy cumplimos 60 años de matrimonio”…yo digo, pero: ¡háganlo ver a los jóvenes que se cansan rápido!

El testimonio de los ancianos en la fidelidad. Y en esta plaza había tantos ese día. Es una reflexión para continuar, en ámbito ya sea eclesial que civil. Es la imagen de Simeón y Ana, de los cuales nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, compuesto por San Lucas. Eran ciertamente ancianos, el “viejo” y la “profetisa” Ana, que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer.

El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios, cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían precisamente verlo aquel día, captar los signos, intuir el comienzo. Quizás estaban también ya un poco resignados a morir antes: pero aquella larga espera continuaba a ocupar toda su vida, no tenían compromisos más importantes que éste: esperar al Señor y rezar.

Y bien, cuando María y José llegaron al templo para cumplir las prescripciones de la Ley, Simeón y Ana dieron un salto, animados por el Espíritu Santo (cfr. Lc 2, 27). El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Ellos reconocieron al Niño y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo (cfr. Lc, 2, 29-32) – fue un poeta en aquel momento - y Ana se transformó en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del Niño a cuantos esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,38).

Queridos abuelos, queridos ancianos, ¡pongámonos en la estela de estos viejos extraordinarios! Volvámonos también nosotros un poco ‘poetas de la oración’: tomémosle el gusto a buscar palabras nuestras, recobremos aquellas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos!

La oración de los ancianos y abuelos es un don para la Iglesia, ¡es una riqueza! Una gran inyección de sabiduría también para la entera sociedad humana: sobre todo para aquella que está demasiado ocupada, demasiado absorbida, demasiado distraída. Alguien tiene que cantar, también para ellos; cantar los signos de Dios, proclamar los signos de Dios, ¡rezar por ellos! Miremos a Benedicto XVI, quien ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última parte de su vida. ¡Esto es bello!

Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización en la que ya no se ora es una civilización en la que la vejez carece de sentido. Y esto es aterrador, tenemos necesidad de ancianos que oren porque la vejez se nos da para esto”. Tenemos necesidad de ancianos que recen porque la vejez se nos da precisamente para esto. Es una bella cosa la oración de los ancianos.

Nosotros podemos agradecer al Señor por los beneficios recibidos, y llenar el vacío de ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y los sacrificios de aquellas pasadas.

Nosotros podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decirles a los jóvenes temerosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos, que hay más alegría en dar que en recibir.

Los abuelos y abuelas forman el “coro” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el cántico de alabanza sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.

La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del corazón en el resentimiento y el egoísmo. ¡Qué feo es el cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida!

¡En cambio qué bello es el aliento que el anciano logra transmitir al joven en busca del sentido de la fe y de la vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo de especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, y las leo a menudo, y me hacen bien.

¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos! Y esto es lo que hoy le pido al Señor: ¡este abrazo!

aciprensa.com

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miércoles, 4 de marzo de 2015

Francisco: “Aunque no se diga abiertamente, a los ancianos se los desecha”

Queridos hermanos y hermanas,

la catequesis de hoy y la del próximo miércoles estarán dedicadas a los ancianos, que, en el ámbito de la familia, son los abuelos. Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los ancianos, y la próxima vez, más en positivo, sobre la vocación contenida en esta edad de la vida.

Gracias a los progresos de la medicina la vida se ha alargado: la sociedad, sin embargo, ¡no se ‘ensanchado' a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado lo bastante para hacerles sitio, con justo respeto y concreta consideración para su fragilidad y dignidad. Mientras somos jóvenes, se nos induce a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad de la que estar lejos; cuando después nos hacemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos o solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada en la eficiencia, que consecuentemente ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.

Benedicto XVI, visitando un asilo, usó palabras claras y proféticas: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y del lugar reservado para ellos en el vivir común” (12 novembre 2012). Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. En una civilización, ¿hay atención al anciano? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización irá adelante porque sabe respetar la sabiduría de los ancianos. En una civilización que no hay sitio para los ancianos, son descartados porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte.

En Occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los ancianos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Incluso una cierta cultura del lucro insiste en el hacer aparecer a los ancianos como un peso, un “lastre”. No solo no producen, piensa, sino que son una carga: en conclusión, por ese resultado de pensar así, son descartados. Es feo ver a los ancianos descartados. Es pecado. No se osa decirlo abiertamente, ¡pero se hace! Hay algo vil en esta adicción a la cultura del descarte. Estamos acostumbrados a descartar gente. Queremos eliminar nuestro creciente miedo a la debilidad y la vulnerabilidad; pero haciéndolo así aumentan en los ancianos la angustia de ser mal tolerados y abandonados.

Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas. “Los ancianos son abandonados, y no solo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus límites que reflejan nuestros límites, en las numerosas dificultades que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no les permite participar, expresar su opinión, ni ser referente según el modelo consumista de ‘solamente los jóvenes pueden ser útiles y pueden disfrutar’. Sin embargo, estos ancianos deberían ser, para toda la sociedad, la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. Los ancianos son la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. ¡Con cuánta facilidad se pone a dormir la conciencia cuando no hay amor!” (Solo el amor nos puede salvar, Ciudad del Vaticano 2013, p. 83). Y sucede así. Yo recuerdo cuando visitaba asilos hablaba con cada uno y muchas veces escuché esto. ‘¿Cómo está usted?’ ‘Bien, bien’ ‘¿Y sus hijos, cuántos tiene? ‘Muchos, muchos’. ‘¿Vienen a visitarla?’ ‘Sí, sí, siempre, siempre, vienen’. ‘¿Cuándo vinieron la última vez?’ Y así, la anciana, recuerdo una especialmente, decía ‘en Navidad’. Estábamos en agosto. Ocho meses sin ser visitada por los hijos. Ocho meses abandonada. Esto se llama pecado mortal. ¿Entendido?

Una vez cuando era pequeño, la abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que al comer se ensuciaba porque no podía llevar la cuchara a la boca con la sopa. Y el hijo, o sea el Papa de la familia, había decidido separarlo de la mesa común. E hizo una mesa en la cocina donde no se veía para que comiera solo, y así, no quedaba mal cuando venían los amigos a comer o cenar. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo pequeño jugando con madera, el martillo, los clavos. Y hacía algo. Le dijo, ‘¿qué haces?’ ‘Hago una mesa papá’. ‘¿Una mesa, por qué?’ 'Para tenerla cuando te hagas anciano, y así puedes comer allí'. Los niños tienen más conciencia que nosotros.

En la tradición de la Iglesia hay una riqueza de sabiduría que siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal tradición está enraizada en la Sagrada Escritura, como demuestran por ejemplo estas expresiones del Libro del Eclesiástico: “No te apartes de la conversación de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo”.

La Iglesia no puede y no quiere conformarse con una mentalidad de impaciencia, y mucho menos de indiferencia y de desprecio, en lo relacionado con la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad.

Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que han estado antes que nosotros sobre nuestro mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de lo cuales hemos recibido mucho. El anciano no es un extraño. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, pero inevitablemente, aunque no lo pensemos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros.

Frágiles son un poco todos, los ancianos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los otros. ¿Daremos por esto un paso atrás? ¿Les abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartida --también entre extraños-- van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la que proximidad y gratuidad no fueran consideradas indispensables, perdería su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.

aica.org

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martes, 3 de marzo de 2015

DIOS RICO EN MISERICORDIA - la iniciativa 24 horas para el Señor en el 2015



Los católicos no practicantes y aquellos que por diversas razones están alejados de la Iglesia tienen una especial invitación del Papa Francisco para “volver a casa” en este tiempo de Cuaresma, un momento especial para la conversión y la reconciliación.

“Con mucha frecuencia la gente tiene miedo de volver a la Iglesia o al sacramento de la Confesión porque sienten que, como han estado fuera mucho tiempo, no hay vuelta atrás”, afirma el P. Geno Sylva, encargado de la sección en inglés del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.

“Esta iniciativa hará que la gente sepa que nunca es demasiado tarde y que siempre hay la posibilidad de volver”, dijo el sacerdote a ACI Prensa en Roma.

“24 horas para el Señor” es un evento anual que se realiza en el cuarto vienes y sábado de Cuaresma, que se inició el año pasado, bajo el auspicio del dicasterio y alentado por el Papa Francisco que sorprendió a todos al ser él el primero en confesarse en la Basílica de San Pedro en 2014.

Este año el evento se realizará los días 13 y 14 de marzo bajo el lema “Dios rico en misericordia”, un tema que “es muy importante para nuestro Santo Padre”, afirma el P. Sylva

El evento, que se espera sea replicado en todo el mundo, hará que todas las iglesias de Roma permanezcan abiertas para que los fieles tengan la posibilidad de confesarse y de participar en la Adoración Eucarística con material preparado específicamente para la ocasión.

El sacerdote recordó que el año pasado tuvo la oportunidad de confesar en la Iglesia de Santa Inés de la Agonía: “fue increíblemente emotivo e inspirador ver a tanta gente que volvía al sacramento después de décadas. Cuando les preguntaba la razón, muchos me dijeron que era porque el Papa los había invitado y efectivamente así fue. Lo hizo en el Ángelus del domingo anterior”.

Más información en www.novaevangelizatio.va

Ann Schneible
aciprensa.com

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Artículo de la semana:

Vengo por ti

Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...

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