jueves, 24 de septiembre de 2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Uno se abandona totalmente o no lo hace

Para que el abandono sea auténtico y engendre la paz, es necesario que sea total.

Que pongamos todo, sin excepción, en las manos de Dios, no buscando nunca interferir, “salvar” por nuestros medios, ni en el dominio material, ni afectivo, ni espiritual. No se puede recortar la existencia humana en sectores: algunos en los cuales sería legítimo abandonarse en Dios con confianza y otros, por el contrario, en los cuales uno debería “arreglárselas” exclusivamente por cuenta propia.

Y sepamos una cosa: toda realidad que no hayamos abandonado, que queramos manejar por nuestra cuenta sin dar “carta blanca” a Dios, seguirá de alguna manera inquietándonos. La medida de nuestra paz interior será la de nuestro abandono, por lo tanto, la de nuestro desprendimiento.

El abandono implica también una parte inevitable de renuncia, y es eso lo que nos resulta más difícil de aceptar. Tenemos una tendencia natural a aferrarnos a una cantidad de cosas: bienes materiales, afectos, deseos, proyectos, etc. Y nos cuesta terriblemente soltarlos, pues tenemos la impresión de perdernos, de morir.

Es entonces que debemos creer con todo nuestro corazón en la Palabra de Jesús, en esta ley de “el que pierda gana”, tan explícita en el Evangelio: “Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallará” (Mt. 16, 25). El que acepte esta muerte del desprendimiento, del renunciamiento, encuentra la verdadera vida.

El hombre que se aferra a alguna cosa, que quiere salvaguardar un dominio cualquiera de su vida para administrarlo según su conveniencia sin abandonarlo radicalmente entre las manos de Dios, hace un mal cálculo: se carga de preocupaciones inútiles y se expone a la inquietud de la pérdida.

Por el contrario, el que acepta poner todo en las manos de Dios, de dejarle el permiso de tomar y de dar según su capricho, encuentra una paz y una libertad interior inexpresables. “¡Ah, si supiéramos lo que se gana renunciando a todo!”, decía Santa Teresa del Niño Jesús. Es el camino de la felicidad, porque si dejamos a Dios libre de elegir a su antojo, es infinitamente más capaz de hacernos felices que nosotros mismos, porque nos conoce y nos ama mucho más que lo que nosotros nos conocemos y nos amamos.

San Juan de la Cruz expresa esta misma verdad en otros términos: “Todos los bienes me han sido dados a partir del momento en que no los he buscado más”. Si nos desprendemos de todo poniéndolo en manos de Dios, Él nos dará mucho más, cien veces más, “en la presente vida” (Mc. 10, 30).

Jacques Philippe
Extraído de "Busca la Paz y consérvala. Pequeño tratado sobre la paz del corazón"
iglesia.org

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lunes, 21 de septiembre de 2015

Novena a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael


El 29 de septiembre la Iglesia celebrará la Fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, quienes aparecen en la Biblia con misiones importantes de Dios. Por ello, aquí una novena en honor de estos tres amigos del cielo que tienen la tarea de defender al hombre en la lucha contra los planes del demonio.

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de Contrición

¡Señor mío, Jesucristo!
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón de haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia
propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

Oración inicial

Dios todopoderoso y eterno, bendito y alabado seas por toda la eternidad. Que todos los ángeles y los hombres que has creado te adoren, te amen y te sirvan, Dios Santo, Dios Fuerte, Dios Inmortal.

Y tú, María, reina de los ángeles, medianera de todas las gracias, todopoderosa en tu oración, recibe bondadosamente la oración que les dirigimos a los arcángeles y hazla llegar hasta el Trono del Altísimo para que obtengamos gracia, salvación y auxilio. Amén.

Oración a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael:

San Miguel Arcángel, tú eres el Príncipe de las milicias celestiales, el vencedor del dragón infernal, has recibido de Dios la fuerza y el poder para aniquilar por medio de la humildad el orgullo de los poderes de las tinieblas. Te imploramos, suscita en nosotros la auténtica humildad del corazón, la fidelidad inquebrantable, para cumplir siempre la voluntad de Dios, la fortaleza en el sufrimiento y las necesidades, ayúdanos a subsistir delante del tribunal de Dios.

San Gabriel Arcángel, tú eres el ángel de la Encarnación, el mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para captar los más pequeños signos y llamamientos del corazón amante de nuestro Señor; Permanece siempre delante de nuestros ojos, te imploramos, para que comprendamos correctamente la Palabra de Dios y la sigamos y obedezcamos y para cumplir aquello que Dios quiere de nosotros. Haznos vigilantes en la espera del Señor para que no nos encuentre dormidos cuando llegue.

San Rafael Arcángel, tú eres el mensajero del amor de Dios. Te imploramos, hiere nuestro corazón con un amor ardiente por Dios y no dejes que esta herida se cierre jamás para que permanezcamos sobre el camino del amor en la vida diaria y venzamos todos los obstáculos por la fuerza de este amor.

Ayudadnos hermanos grandes y santos, servidores como nosotros delante de Dios. Protegednos contra nosotros mismos, contra nuestra cobardía y tibieza, contra nuestro egoísmo y nuestra avaricia, contra nuestra envidia y desconfianza, contra nuestra suficiencia y comodidad, contra nuestro deseo de ser apreciados. Desligadnos de los lazos del pecado y de toda atadura al mundo.

Desatad la venda que nosotros mismos hemos anudado sobre nuestros ojos, para dispensarnos de ver la miseria que nos rodea, y poder mirar nuestro propio yo sin incomodarnos y con conmiseración.

Clavad en nuestro corazón el aguijón de la santa inquietud de Dios, para que no cesemos jamás de buscarlo con pasión, contrición y amor.

Buscad en nosotros la Sangre de Nuestro Señor que se derramó por nosotros. Buscad en nosotros las lágrimas de vuestra Reina vertidas por nuestra causa. Buscad en nosotros la imagen de Dios destrozada, desteñida, deteriorada, imagen a la cual Dios quiso crearnos por amor.

Ayudadnos a reconocer a Dios, a adorarlo, amarlo y servirlo. Ayudadnos en la lucha contra los poderes de las tinieblas que nos rodean y nos oprimen solapadamente.

Ayudadnos para que ninguno de nosotros se pierda, y para que un día, gozosos, podamos reunirnos en la felicidad eterna. Amén.

(Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Invocaciones finales

San Miguel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros.

San Rafael, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros.

San Gabriel, lucha a nuestro lado con tus ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros. Amén.

Abel Camasca
aciprensa.com

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