sábado, 30 de noviembre de 2013

¿Qué nos impide llegar a Dios?

El corazón nos llama y nos va mostrando el camino a Dios. El camino para ser uno mismo, con total autenticidad, como un camino al Padre.

Se llama “corazón” a ese lugar en el interior de cada uno de nosotros al que sólo Dios y nosotros tenemos acceso (1 Cor 6. 19 y Lc 2. 19). Ése lugar donde se da el diálogo sagrado entre nosotros y Dios.

Creo que todos entendemos más o menos bien qué significa que el corazón nos hable y nos invite a seguir a Dios, aunque casi siempre nos cueste escuchar, y mucho más seguirlo. Si nos tomamos el tiempo para “escucharnos” con cierto grado de silencio, casi seguro lo lograremos. El seguir a Dios no es algo dislocado de la vida, van juntos (Mc 12. 27). Es por eso que el corazón casi siempre nos habla de cosas sencillas de la vida, simples: tomar un trabajo, dejar otro, ayudar a mi primo que me necesita, dejar de hacer algo que me está lastimando, ir más seguido a hacer algo que me hace bien… Los ejemplos son infinitos

Pero también creo que lo que casi siempre nos impide seguir el camino de “la espiritualidad del corazón” es un conjunto de miedos. Miedos que nos boicotean y nos alejan de nuestra esencia que, por otro lado, tanto deseamos seguir. Y así se genera una dicotomía, un conflicto que nos lastima en lo profundo.

Existen muchas razones por las cuales se genera ese conflicto. Pero me animo a decir que la mayoría de esos miedos (en este texto sólo hablaré de ellos), los que nos hacen preferir no oír tanto al corazón, o oírlo “solo a medias”, se podría definir más o menos en la frase: “Ok, yo sigo mi corazón… y después: ¿de qué vivo? ¿Qué hago?, ¡me da miedo!, Imaginate… una casa no se compra con fe, tampoco con amor.”

Profundicemos un poco sobre esto. Es muy válido que surja algo más o menos como lo resumido en esa frase. De hecho, si surge algo parecido a eso, es que ¡vamos bien! Eso quiere decir que hemos entendido muy bien (aunque al principio ni siquiera nos demos cuenta conscientemente) la esencia de lo que nos dice el corazón. Y nos da miedo contestar. Un miedo lógico y normal, frente a algo desconocido.

Lo primero que quiero decir es que es conveniente “dialogar” con esos miedos. No hay que intentar aniquilarlos, sería inútil y además contraproducente. Se necesita ayuda de alguien muy capacitado para estas cosas (un sacerdote con experiencia en estas temáticas, por ejemplo).

Pero bueno: ¡Ánimo, no decaigamos por ese miedo! Si está, es porque vamos verdaderamente bien.

Por supuesto, dejo esa “charla interior” para el espacio que merece (y con la gente que esté preparada). Pero quiero responder a esas afirmaciones y preguntas que nos abordan al pensar este tema.

Lo primero que tengo para decir es que, en realidad, no hay nada que temer (Mc 5. 36). El temor no es un camino que lleve a Dios. El Señor nos promete siempre su ayuda (Mt 28. 20) y no nos va a dejar solos a “nuestra suerte”. Todo camino espiritual no se hace de un golpe, sino paso a paso (Lc 2. 52). Entonces, conforme vamos animándonos a transitar el camino del corazón, Dios nos va regalando confirmaciones que nos hacen cobrar más fuerzas para seguir. Y eso nos quita cada vez más los miedos, porque vemos que el Señor responde. Que estamos parados sobre algo firme.

caminoaldiosvivo.wordpress.com

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