DIOS
1. ¿Cómo conocer a Dios? Hay tres caminos principales: observar la creación, aprender lo que Él nos ha revelado de sí mismo, y hacer oración.
2. ¿Qué nos dice la creación sobre Dios? Observando las criaturas se pueden sacar varias conclusiones sobre el Creador:
* Dios es muy sabio y poderoso para crear un universo tan espléndido (big bang ; evolucionismo).
* El Creador posee en grado máximo las perfecciones que vemos en las criaturas, sin mezcla de defectos o limitaciones. Por ejemplo, Dios es Bueno y Justo, y no es mortal.
* Dios es espiritual, pues los seres materiales se pueden romper.
* Dios es eterno: el Creador ha de existir siempre, pues si no, ¿quién lo crea a Él?
3. ¿Qué nos dice la Revelación sobre Dios? Estudiar las enseñanzas de Jesucristo es un camino bueno y preciso para conocer a Dios. Así se puede aprender entre otras cosas que:
* Dios premia a los buenos (cielo) y castiga a los malos (infierno).
* En Dios hay tres personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
* Dios nos ama mucho: el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en la Cruz para salvarnos.
4. ¿Qué aprendemos en la oración sobre Dios? La oración es un modo sencillo y profundo de conocer al Señor. Nos adentra en la amistad e intimidad divinas. Allí entendemos mejor sus planes y deseos. Lo que le disgusta y agrada de nuestro comportamiento particular y de los hombres en general. También en la oración podemos pedir ayuda a Dios, y este auxilio divino es medio muy eficaz para acercarse a Él.
5. Un buen camino para conocer a Dios: esforzarse en llevar una vida santa. Este afán por cumplir la voluntad divina robustece y aumenta el Amor al Señor, y el amor descubre mil cosas sobre el amado. Además, Dios mismo se manifiesta más íntimamente a los que le aman.
Ignacio Juez
ideasrapidas.org
sábado, 21 de agosto de 2010
¿Cómo conocer a Dios?
viernes, 20 de agosto de 2010
San Bernardo
Fiesta: 20 de agosto
Doctor de la Iglesia, Año 1153 Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fue de monja). Casos como este son más únicos que raros.
San Bernardo poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento.
Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.
Entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima como este gran santo. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir". El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. "Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial". Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho. De carbonero a Pontífice.
Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación.
Y llegó a decirle: "Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación".
NO ERES MÁS SANTO PORQUE NO ERES MÁS DEVOTO DE MARÍA. (San Bernardo)
Oremos
Dios nuestro, que hiciste que el abad San Bernardo, encendido en el celo de tu casa, no sólo ardiera en tu amor, sino que resplandeciera en tu Iglesia para iluminarla, concédenos, por su intercesión, que, animados de ese mismo espíritu, vivamos siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
evangelizo.org
jueves, 19 de agosto de 2010
¿Murió la Virgen María?
Reverendo Padre: la duda que tengo es acerca de la muerte de la Virgen María: ¿fue sólo una dormición?, ¿qué dice la doctrina de la Iglesia? Espero su respuesta. Gracias.
Para responder a su pregunta hay que distinguir entre “muerte” y “corrupción en el sepulcro”. La muerte es la separación del cuerpo y del alma; en cambio la corrupción del sepulcro es la resolución del cuerpo en polvo. Cristo murió, pero no conoció la corrupción del sepulcro, cumpliéndose lo del Salmo 15,10: “No permitirás que tu Santo vea la corrupción”.
¿Murió la Virgen? El primero que parece dudar de esto fue San Epifanio, aunque, como él mismo dice, no se atreve a decir ni que sí ni que no. Ya en el siglo IV existía la tradición según la cual la Virgen no murió sino que subió a los cielos sin morir. Esta tradición ha tenido seguidores en diversos momentos de la historia eclesiástica.
Sin embargo, según G. Alastruey (“Tratado de la Virgen Santísima”, BAC, Madrid 1945, pp. 405 y siguientes), para sólo citar uno de los más relevantes mariólogos, la verdadera doctrina (que debe tenerse “como teológicamente ciertísima”) es que la Virgen María murió verdaderamente.
Esta es la sentencia más firme y que tiene el aval de una segura tradición tanto latina como griega, incluso con autores ortodoxos (San Agustín, San Juan Damasceno, San Andrés de Creta, San Juan de Tesalónica, Nicolás Cabasilas, etc.). En cuanto a San Epifanio, hay que tener en cuenta que no niega la muerte sino que solamente afirma que sobre esto nada dice la Escritura.
Lo mismo dice la tradición litúrgica. En el “Misal Romano” se leía en la Misa de la Asunción: “ya que la Madre de Dios salió de este mundo conforme a la condición de la carne mortal”. En el Misal actual no se menciona la muerte sino sólo la inmunidad de la corrupción en el sepulcro.
La palabra “dormición”, que se usa principalmente en la Iglesia griega no debe llevarnos a confusión pues significa la muerte de la Virgen María.
Las razones teológicas que se dan al respecto son:
1) Convenía que María, para conformarse con su Hijo, padeciera la muerte, y así por la muerte pasara a la gloria, a fin de que no pareciera de mejor condición la Madre que el Hijo.
2) La verdad de la Encarnación se corrobora más por la muerte de María; pues si convenía que Cristo muriera para confirmar la fe de la Encarnación, y así no se dudara de que era hombre verdadero, igualmente convenía que muriera su madre, para que no se pensase que había nacido de mujer inmortal.
3) Además la Virgen fue constituida por Dios cooperadora en la obra de la Redención humana. Mas porque la obra de la redención del género humano se llevó a cabo por la muerte de Cristo, así convenía que la Virgen se asociara a su muerte.
4) Como dice San Pedro Canisio: para consuelo nuestro cuando nos toque el duro trance de la nuestra muerte.
¿De qué género de muerte murió la Virgen Santísima? La Virgen no murió ni por martirio ni por muerte violenta; tampoco de enfermedad o vejez. Los teólogos afirman comúnmente que la Virgen murió a causa del ardoroso amor de Dios y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales. Así sostuvieron San Jerónimo, el abad Guerrico, San Alberto Magno, Dionisio el Cartujano, Santo Tomás de Villanueva, Bossuet, etc.
En cambio, la Virgen María no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro. Esto es tradición unánime de la Iglesia. San Andrés de Creta dice: “Como no se corrompió el útero de la que dio a luz, así ni la carne de la que murió... El parto eludió la corrupción, y el sepulcro no admitió la extrema corrupción de la muerte”. Y Santo Tomás de Villanueva: “No es justo que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia”.
P. Miguel Ángel Fuentes
El Teólogo Responde
miércoles, 18 de agosto de 2010
martes, 17 de agosto de 2010
Darle a la confesión la importancia que merece
Puede ocurrir que en corazones católicos haya más preocupación por el fútbol, por la marcha de la bolsa, por los accidentes de tráfico, por las obras que crean desorden en la propia ciudad, por la muerte de un famoso actor de cine, y por muchos otros temas... que por la confesión.
Cine, fútbol, economía, tráfico, obras públicas: son argumentos que tocan nuestra vida, que interesan a unos más y a otros menos, que incluso exigen una reflexión seria a la luz de los auténticos principios éticos.
Pero para el cristiano un tema central, decisivo, del cual depende la vida eterna de miles y miles de personas, es el de la confesión.
Porque el sacramento de la penitencia, o confesión, es un encuentro que permite a Dios derramar su misericordia en el corazón arrepentido. Se trata, por lo tanto, de la medicina más profunda, más completa, más necesaria para todo ser humano que ha sido herido por la desgracia del pecado.
Por eso, precisamente por eso, la confesión debe ocupar un puesto muy importante en las reflexiones de los bautizados. ¿Valoramos este sacramento? ¿Reconocemos que viene de Cristo? ¿Apreciamos la doctrina de la Iglesia católica sobre la confesión? ¿Conocemos sus “etapas”, los actos que corresponden al penitente, la labor que debe realizar el sacerdote confesor?
San Juan María Vianney sabía muy bien, después de miles y miles de confesiones, lo que ocurría en este magnífico sacramento, por lo que pudo decir: “No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”.
Uno de los objetivos del Año sacerdotal (2009-2010) convocado por el Papa Benedicto XVI era precisamente promover entre los sacerdotes un mayor aprecio por este sacramento, para que dedicasen más tiempo al mismo, y acogiesen a los penitentes con competencia y entusiasmo, desde la identificación con el mismo Corazón de Cristo que busca cada una de sus ovejas, que desea celebrar una gran fiesta por la conversión de cada pecador (cf. Jn 10; Lc 15).
La crisis que ha llevado en muchos lugares al abandono de este importante sacramento ha de ser superada, lo cual exige que los sacerdotes “se dediquen generosamente a la escucha de las confesiones sacramentales; que guíen el rebaño con valentía, para que no se acomode a la mentalidad de este mundo (cf. Rm 12,2), sino que también sepa tomar decisiones contracorriente, evitando acomodamientos o componendas” (Benedicto XVI, 11 de marzo de 2010).
En este día, miles de personas se presentarán ante el tribunal de Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse al encuentro con un Dios que es Amor que hacerlo a través de una buena confesión?
También en este día, miles de personas sucumbirán al mal; dejarán que la avaricia, la soberbia, la pereza, les ciegue; actuarán desde odios o envidias muy profundas; acogerán las caricias engañosas de las pasiones de la carne o de la gula desenfrenada. ¿Qué mejor remedio para borrar el pecado en la propia vida y para reemprender la lucha cristiana hacia el bien que una confesión sincera, concreta, valiente y llena de esperanza en la misericordia divina?
Si los católicos damos, de verdad, a nuestra fe el lugar que merece en la propia vida, dejaremos de lado gustos, pasatiempos o incluso algunas ocupaciones sanas y buenas, para encontrar ese momento irrenunciable que nos lleva al encuentro con Alguien que nos espera y nos ama.
Dios perdona, si se lo pedimos con la humildad de un pecador arrepentido (cf. Lc 18,13). En la sencillez de una cita sencilla y envuelta por el misterio de la gracia, un sacerdote dirá entonces palabras que tienen el poder que sólo Dios le ha dado: tus pecados quedan perdonados, vete en paz.
P. Fernando Pascual
catholic.net
lunes, 16 de agosto de 2010
Vive como las flores
Maestro, ¿qué debo hacer para no quedarme molesto? Algunas personas hablan demasiado, otras son ignorantes. Algunas son indiferentes. Siento odio por aquellas que son mentirosas y sufro con aquellas que calumnian.
¡Pues, vive como las flores! - advirtió el maestro.
¿Y qué es vivir como las flores? - preguntó el discípulo.
Pon atención a esas flores -continuó el maestro, señalando unos lirios que crecían en el jardín. Ellas nacen en el estiércol, sin embargo son puras y perfumadas. Extraen del abono maloliente todo aquello que les es útil y saludable, pero no permiten que lo agrio de la tierra manche la frescura de sus pétalos. Es justo angustiarse con las propias culpas, pero no es sabio permitir que los vicios de los demás te incomoden y te afecten. Los defectos de ellos son de ellos y no tuyos. Y si no son tuyos, no hay motivo para molestarse. Ejercita pues, la virtud de rechazar todo el mal que viene desde afuera.
El ayer es historia, el mañana es misterio y el hoy es un regalo. Por esa razón se llama "presente".
¡El cómo disfrutar el presente depende de ti!
webcatolicodejavier.org
domingo, 15 de agosto de 2010
La Asunción de la Virgen María
Explicación de la fiesta
La Asunción es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la dicha de alcanzar el Cielo, la gloria de Dios y en la alegría de tener una madre que ha alcanzado la meta a la que nosotros caminamos.
Este día, recordamos que María es una obra maravillosa de Dios. Concebida sin pecado original, el cuerpo de María estuvo siempre libre de pecado. Era totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado.
También, tenemos presente a Cristo por todas las gracias que derramó sobre su Madre María y cómo ella supo responder a éstas. Ella alcanzó la Gloria de Dios por la vivencia de las virtudes. Se coronó con estas virtudes.
La maternidad divina de María fue el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María por su sola la maternidad, sino por sus virtudes: su caridad, su humildad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento.
María cumplió perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso es lo que la llevó a llegar a la gloria de Dios.
En la Tierra todos queremos llegar a Dios y en esto trabajamos todos los días. Esta es nuestra esperanza. María ya ha alcanzado esto. Lo que ella ha alcanzado nos anima a nosotros. Lo que ella posee nos sirve de esperanza.
María tuvo una enorme confianza en Dios y su corazón lo tenía lleno de Dios.
Ella es nuestra Madre del Cielo y está dispuesta a ayudarnos en todo lo que le pidamos.
Un poco de historia
El Papa Pío XII definió como dogma de fe la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma el 1 de noviembre de 1950.
La fiesta de la Asunción es “la fiesta de María”, la más solemne de las fiestas que la Iglesia celebra en su honor. Este día festejamos todos los misterios de su vida.
Es la celebración de su grandeza, de todos sus privilegios y virtudes, que también se celebran por separado en otras fechas.
Este día tenemos presente a Cristo por todas las gracias que derramó sobre su Madre, María. ¡Qué bien supo Ella corresponder a éstas! Por eso, por su vivencia de las virtudes, Ella alcanzó la gloria de Dios: se coronó por estas virtudes.
María es una obra maravillosa de Dios: mujer sencilla y humilde, concebida sin pecado original y, por tanto, creatura purísima. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado de Dios.
En la Tierra todos queremos llegar a Dios y por este fin trabajamos todos los días, ya que ésa es nuestra esperanza. María ya lo ha alcanzado. Lo que ella ya posee nos anima a nosotros a alcanzarlo también.
María tuvo una enorme confianza en Dios, su corazón lo tenía lleno de Dios. Vivió con una inmensa paz porque vivía en Dios, porque cumplió a la perfección con la voluntad de Dios durante toda su vida. Y esto es lo que la llevó a gozar en la gloria de Dios. Desde su Asunción al Cielo, Ella es nuestra Madre del Cielo.
Sugerencias para vivir la fiesta:
# Tener una imagen de la Virgen María en el momento de la Asunción y poner junto de ésta un florero para repartir una flor con un letrero de una virtud propia de la Virgen para que cada uno medite en esta virtud y deposite la flor.
# Coronar a la virgen María poniéndole una corona y explicando al mismo tiempo por que llegó al Cielo en cuerpo y alma.
# Llevar y ofrecer flores a la Virgen.
Rezar el Rosario en familia con mucha devoción.
Teresa Fernández
catholic.net
El triunfo definitivo de María
Lucas 1, 39-56.
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia- como había anunciado a nuestros padres - en favor de Abraham y de su linaje por los siglos. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Reflexión
Hay, en Jerusalén, dos basílicas cristianas dedicadas a la Asunción de la Santísima Virgen. Una, más pequeña y modesta en su fachada, pero muy hermosa por dentro, se encuentra al lado del huerto de Getsemaní. Está en el fondo del torrente Cedrón y muy cerquita de la basílica de la “Agonía” o de “Todas las naciones”. La fachada es cruzada, pero el interior es la cripta de la primitiva iglesia bizantina construida a finales del siglo IV, durante el reinado de Teodosio el Grande (379-395). Y se cree que en este santo lugar yació el cuerpo de la Virgen María antes de ser asunta a los cielos.
La otra iglesia, ubicada en el Monte Sión, es una de las iglesias católicas más grandes y más magníficas de Jerusalén, y se le conoce con el nombre de “iglesia de la Dormición”, pues en ella se pretende recordar y celebrar el “tránsito” de la Virgen de este mundo al otro. Está ubicada a unos cuantos pasos del Cenáculo, en donde nuestro Señor celebró la Última Cena con sus discípulos y en donde instituyó la Eucaristía.
Otra tradición dice que María murió en Éfeso, bajo el cuidado del apóstol san Juan. Pero no consta, ni parece verosímil que la Virgen se fuera a una ciudad tan lejana, ya anciana, siendo que en Jerusalén tendría a muchos de sus familiares. Además, la antiquísima veneración del sepulcro de la Virgen en Getsemaní y la celebración de la fiesta de la Dormición de María en Jerusalén inclinan la balanza hacia esta afirmación.
Sea como sea, el hecho es que, desde los primerísimos años de la Iglesia, ya se hablaba del “tránsito” de la Santísima Virgen, de su “dormición” temporal y de su “asunción” a los cielos. Y, sin embargo, aunque era una creencia general del pueblo cristiano, la Iglesia no proclamó este dogma sino hasta el año santo de 1950. Ha sido, hasta el presente, el último dogma mariano. La bula declaratoria de Pío XII reza así: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
La Asunción de María no se contiene de modo explícito en la Sagrada Escritura, pero sí implicítamente. El texto del Apocalipsis que escuchamos en la primera lectura de la Misa de hoy puede ser un atisbo, aunque no tiene allí su fundamento bíblico. Más bien, los Santos Padres y los teólogos católicos han visto vislumbrada esta verdad en tres elementos incontestables de nuestra fe: la unión estrecha entre el Hijo y la Madre, atestiguada en los Evangelios de la Infancia; la teología de la nueva Eva, imagen de la mujer nueva y madre nuestra en el orden de la gracia; y la maternidad divina y la perfecta redención de María por parte de Cristo. Todo esto “exigía” la proclamación de la Asunción de nuestra santísima Madre al cielo.
En efecto, la persuasión de todo el orbe católico acerca de la excelsa santidad de María, toda pura e inmaculada desde el primer instante de su concepción; el privilegio singularísimo de su divina maternidad y de su virginidad intacta; y su unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde el momento de la Encarnación hasta el pie de la cruz y el día de la Ascensión de su Hijo al cielo, han sido siempre, desde los inicios, los argumentos más contundentes para creer que Dios no permitiría que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro. Ella no podía sufrir las consecuencias de un pecado que no había conocido jamás.
“Con razón no quisiste, Señor –rezamos en el prefacio de la Misa de hoy— que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.
La Asunción de nuestra Madre santísima constituye, además, una participación muy singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección y del triunfo definitivo de los demás cristianos, hijos suyos.
Ella, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y primicia de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. Y ya desde ahora, María brilla ante el pueblo de Dios, aún peregrino en este mundo, como faro luminoso, como estrella de la mañana, como señal de esperanza cierta, como causa de nuestra alegría, como auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores y consuelo de los afligidos. ¡El triunfo de María es ya nuestro triunfo!
Quisiera terminar esta breve reflexión con un hermoso texto de san Bernardo: “No se aparte María de tus labios ni de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora, no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si la contemplas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si ella es tu guía, no te fatigarás; y si ella te ampara, llegarás felizmente al puerto”.
¡Acójamos hoy a su regazo maternal y que María santísima, asunta hoy al cielo, sea siempre nuestra Madre, nuestra guía, nuestra protectora y abogada, nuestra reina y nuestra compañera de camino hasta la eternidad!
P.Sergio Cordova
catholic.net
sábado, 14 de agosto de 2010
¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios?
Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender.
Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender. Quedas envuelto en un torbellino del que parece no existir una salida.
Recientemente pasé por algo parecido, y sentí una gran confusión. Procuraba estar tranquilo y confiar en Jesús.
Solía visitarlo en el Sagrario para quejarme... ¿Hasta cuando?...
Y oraba con el Salmo 6:
Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
Aquí estoy sumamente perturbado, tú, Señor, ¿hasta cuando?...
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.
Sentía entonces como si una voz interior me dijera:
-Lee a Job.
-¿Job?- me dije extrañado.
Y fue lo que empecé a hacer, y lo que te recomiendo cuando no entiendas lo que te ocurre, y cuando sientas que no puedes más.
Mientras escribo, tengo frente a mí una Biblia. Está abierta en el libro de Job. Ahora se ha vuelto un amigo entrañable. Me ayudó a comprender las enseñanzas de Nuestro Señor. ¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios? ¿Acaso pensamos ofrecer nuestros sufrimientos por la salvación de las almas? No somos dignos de nada. Todo es gracia de Dios. Job lo supo bien:
Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí. Yo sólo te conocía de oídas; pero ahora te han visto mis ojos. Por eso retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza.
(Job 42,2-6)
Comprendes de pronto lo pequeño e insignificante que eres ante la inmensidad y magnificencia de Dios.
Parece como si Dios mismo te llevara al límite, para probar tu fe, fortalecerla y hacerte comprender que sin él nada podemos.
Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. (Siracides 2,5)
A Él le agradan los hombres humildes, sencillos, rectos de corazón. Y nos enseña a ser como desea que seamos.
Claudio de Castro
catholic.net
viernes, 13 de agosto de 2010
San Tarsicio
Fiesta: 13 de agosto
San Tarsicio es el Patrón de los Monaguillos y de los Niños de Adoración Nocturna. Por algo se le conoce como el Mártir de la Eucaristía.
Valeriano era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos. Los cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían otros martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una de estas catacumbas. La imagen macabra quedó grabada fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que ojalá, decía él, fuera "ahora mismo".
Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto se acuerda de los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones las manos que se alargan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también manecitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus hermanos.
Uno de estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama lleno de emoción el anciano Sixto: " ¿Tú también, hijo mío?"
Y le dice: ¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años.
Ante tan intrépida fe, el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas formas y en un relicario, las coloca con gran devoción a la vez que a la vez que las entrega al pequeño Tarsicio de apenas once años, con esta recomendación: "Cuídalas bien, hijo mío".
-"Descuide, Padre, que antes pasarán por mi cadáver que nadie ose tocarlas".
Sale fervoroso y presto de las catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando
-"Hola, Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero".
- "No, no puedo. Otra vez será", dijo mientras apretaba sus manos con fervor sobre su pecho.
Y uno de aquellos mozalbetes exclama. "A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí escondido?"
Debe ser eso que los cristianos llaman "Los Misterios" e intentar verlo.
Lo derriban a tierra, poniendo en su pecho los mozalbetes sus piernas con el fín de hacer fuerza de palanca para abrirle sus brazitos y arrebatarle las Sagradas Formas, le tiran pedradas, y Tarsicio no solo puso resistencia sino que Dios hizo el milagro de que quedasen sus brazos herméticamente cerrados de forma que no pudieron abrirselos jamás (ni siquiere después de muerto) siguen dándole pedradas, y va derramando su sangre. Todo inútil. Ellos no se salen con la suya. Por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que él ama más que a sí mismo...
Momentos después pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el período de catecumenado y que por eso conoce a Tarsicio. Los niños huyen corriendo mientras Tarsicio, llevado a hombros en agonía por Cuadrado, llega hasta las Catacumbas de San Calixto en la Vía Appia. Al llegar , ya era cadáver.
Desde entonces, el frío mármol guarda aquellas sagradas reliquias sobre las que escribió San Dámaso, "queriendo a San Tarsicio almas brutales de Cristo el sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los Misterios celestiales"
webcatolicodejavier.org
jueves, 12 de agosto de 2010
Las riquezas baratas
Supongo que a estas alturas ya nadie duda de que vamos hacia un mundo de estrecheces. Las vacas gordas pasaron a la historia y parece que para todos llegó el tiempo de apretarse el cinturón (aunque los pobres se quedaron sin agujeros que apretar hace mucho tiempo). Primero le llegó el agua al cuello a las clases medias; hoy, hasta los más derrochones se ven obligados a mirar la peseta.
¿Es esto una desgracia? Lo es, desde luego, para cuantos pasan hambre. Pero yo me pregunto si unos ciertos grados de estrechez no serán un don para el mundo y no nos empujarán a descubrir todas esas otras fortunas baratísimas que hoy tenemos medio olvidadas.
Porque -aunque de esto apenas se hable- hay riquezas carísimas y riquezas baratas. Y sería dramático que mientras la gente se pasa la vida llorando por no poder alcanzar los bienes caros, se dejasen de cultivador los que tenemos al alcance de la mano.
La más grande y barata de las riquezas es, por ejemplo, la amistad. Un buen amigo vale más que una mina de oro. Sentirte comprendido y acompañado es mayor capital que dar la vuelta al mundo. Un corazón abierto es espectáculo más apasionante que las cataratas del Niágara. Alguien que nos ayude a sonreír cuando estamos tristes es más sólido que mil acciones en bolsa. ¡Y qué barato es tener un buen amigo! Cuesta menos que una caña de cerveza, menos que una barra de pan. ¡Y es más sabroso! Lo pueden tener los pobres y los ricos y casi les es más fácil a los primeros. Hay amigos en todas partes, de todas las edades, de mil ideologías, de muy diversos niveles culturales. Quién sabe si cuando todos vayamos siendo pobres descubriremos mejor esa propiedad milagrosa de la amistad con la que no contábamos.
También se puede ser gratuitamente millonarios de sol, de aire limpio, de paisajes. Hace falta dinero para hacer un safari por Africa Central, pero no hace falta una sola moneda para acariciar la cabeza de un perro y ver cómo levanta hacia nosotros sus ojos agradecidos. ¿Recuerdan a aquel grupo de pobres que en "Milagro en Milán" se sentaban cada tarde a disfrutar del maravilloso y baratísimo espectáculo de una puesta de sol? Jamás compañía teatral alguna alcanzó mayor belleza, nunca pintor alguno mezcló mejor los colores. ¿Y quién podría asegurar que una cena de gala en el Waldorf Astoria produce mayor gozo que una tarde de primavera bajo la sombra de un sauce?
Y el placer milagroso y baratísimo de la música. Lo que más agradezco yo a nuestra civilización es esta posibilidad de que un pequeño aparato de poco más de medio kilo de peso te conceda algo que hubiera enloquecido a Beethoven: poder disfrutar de todas las orquestas del mundo con sólo ir movimiento suavemente el mando de una aguja. Lo que en el siglo XVIII no podían permitirse ni los emperadores lo tengo yo ahora a diario. ¿Y qué mina de diamantes me haría tan fabulosamente rico como el poder tener en mi oído y en mi alma el concierto de violoncello de Schuman o las vísperas de Monteverdi? No cambiaría yo, verdaderamente, un pequeño transistor por un palacio en Arabia. Porque aun cuando la charlatanería está invadiendo a no pocas emisoras, aún queda casi siempre la posibilidad de encontrar entre ellas la mina de diamantes de una buena música.
Y ahora pido a mis lectores que griten unánimes un ¡ooooh! larguísimo porque aquí llega el superpremio baratísimo de la noche: su majestad el libro, con cuarenta caballos, carrocería en oro vivo, acelerador del alma, ruedas irrompibles, cristales de aumento para entender la vida motor multiplicador de la existencia. Yo me imagino a veces a mi buen amigo Ibáñez Serrador poniendo entre sus premios media docena de libros de poesía para ver con qué ¡uf! se sentían liberados los concursantes que de tal nimiedad se librasen. Y, sin embargo, ¿desde cuándo un coche, un apartamento, una vuelta al mundo, un abrigo de visón pueden producir la centésima de placer verdaderamente humano que aportaría un solo buen poema?
Nos han engañado, amigos. Nos han estafado acostumbrándonos a creer que es el estiércol del dinero y del lujo la verdadera moneda de la felicidad. Nos han empobrecido diciéndonos que el mundo sería menos mundo cuando estuvieran más flacas nuestras cuentas en el banco. Nos han conducido a equivocarnos de piso, a dejar en las arcas del olvido las riquezas de primera, creyendo que existen sólo las riquezas digestibles. Hay tesoros baratos y casi nadie lo sabe.
Hay multimillonarios que gastan la vida en llorar por creerse pobres. Y yo me pregunto si un poco de estrechez no serviría para abrirnos los ojos. Y, la verdad, no me preocuparía que en el mundo que viene tuviéramos que apretarnos un poco el cinto a cambio de que aprendiéramos a estirar el alma.
José Luis Martín Descalzo
Razones para la alegría
miércoles, 11 de agosto de 2010
Santa Clara de Asís
Fiesta: 11 de agosto
Clara Favarone perteneció a una noble familia en el Asís de fines del siglo XII. Desde pequeña había oido hablar sobre Francisco Bernardone y su mensaje de pobreza y amor absoluto a Jesucristo. Por la gracia de Dios, compredió Clara que la espiritualidad de este joven era lo que su corazón buscaba para plenificarse y se puso bajo la dirección del poverello.
Después de algun tiempo de guiarse con él, Clara ve con mucha seguridad que debe seguir a su maestro en su espiritualidad más de cerca.
Desechando muy buenos partidos matrimoniales, huyó de la casa de su padre la noche del Domingo de Ramos de 1211, con sólo dieciocho años. Ante el altar de la Iglesia de Santa María de los Angeles, se ofreció a Dios para siempre. Vistió la ruda túnica, se abrazó a la Dama Pobreza y se dedicó a la penitencia y al sacrificio.
Pero esa noche, cuando se dieron cuenta de su desaparición, salieron a buscarla sus parientes para obligarla a la fuerza que volviese a su hogar. Pero ni siequiera esa violencia logró persuadirla.La decisión que había tomado era irrevocable. Sus familiares vencidos la dejaron en paz.
«Superada felizmente esta primera batalla, para poderse dedicar a la contemplación de las cosas celestiales se refugia entre los muros de San Damián y allí, «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), por espacio de cuarenta y dos años nada encontró más suave, nada se propuso con más ahínco que ejercitarse con toda perfección en la regla de San Francisco y atraer a ella, en la medida de sus fuerzas, a otros» (Pío XII).
Al principio su actitud fue muy mal vista y la despreciaban.Pero luego su ejemplo fue inquietando los corazones de numerosas jovenes como ella que querían entregarse totalmente al Señor. Así su padre San Francisco comenzò a captar las virtudes que sobresalían en su hija y la nombró abadesa del primer convento de la rama femenina de su orden. Incluso, en momentos claves de la vida del pobre de Asís, ella llegó a ser una gran consejera. En efecto, acudía a ella no sólo una multitud ansiosa de oírla, sino que se servían de su consejo obispos, cardenales y alguna vez los Romanos Pontífices
La vida y pasión de Jesús fue el objeto preferido de su meditación. Jesús-Eucaristía. Jesús-Niño en el pesebre. Y junto a Jesús, su bendita Madre, a la que profesó una devoción sin límites.
El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos días después de que su regla fuera aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio.
Santa Clara fue canonizada el 15 de agosto de 1255 por su amigo y protector el papa Alejandro IV.
Pronto brincó las fronteras de Umbría y de Italia la fama de la virtud de Santa Clara y sus Damas Pobres, sembrando Europa, antes de 1253, de monasterios que la juventud femenina de los países cristianos pobló rápidamente, atraída por el ideal de pureza y sacrificio vivido por las damianitas de Asís. La vida y obras de las clarisas, a ejemplo y por mandato de su santa fundadora, como aguas vivas que regaran el campo de la Iglesia, fluyeron en el decurso de siete siglos en beneficio espiritual del pueblo de Dios. Y aun hoy el mensaje de Clara Favarone de Asís no ha perdido su sugestiva atracción ni ha agotado su eficacia renovadora. Hoy las religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.
María Eugenia Ortiz
iglesia.org
martes, 10 de agosto de 2010
El delicioso pastel
A veces me pregunto: ¿qué hice para padecer esto?, ¿por qué Dios lo permitió? ¡Aquí hay una explicación maravillosa!
Una hija le comentaba a su madre cómo todo le iba mal. Había suspendido álgebra, su novio cortó con ella y su mejor amiga se esta mudando de ciudad.
Mientras charlaban, su mamá estaba preparando un pastel y le preguntó a su hija:
- ¿Quieres comer algo ?
Y la hija le respondió: - Claro mamá, ¿me das un pedazo de tu pastel?
La mamá le contestó: -Ten , tómate este aceite.
- ¡Venga ya!, respondió la hija.
- ¿Qué tal un par de huevos crudos?, preguntó la madre.
- ¡Que asco, mamá!, respondió la hija.
- Entonces, ¿quieres algo de harina? ¿O qué tal bicarbonato?, insistió la madre.
- Mamá, ¡todo eso es asqueroso!, respondió la hija.
A lo cual la madre responde : - Sí, todas esas cosas parecen malas por sí solas. Pero cuando las unes de la manera adecuada, hacen un pastel delicioso.
Así trabaja Dios. Muchas veces nos preguntamos por qué nos permite pasar por tiempos tan malos y difíciles. Pero Dios sabe que cuando pone todas estas cosas en orden, siempre serán para nuestro bien.
Sólo tenemos que confiar en Él y, tarde o temprano, ¡estas cosas harán algo maravilloso!
webcatolicodejavier.org
lunes, 9 de agosto de 2010
Abecedario de Dios
Acéptate como eres y Acepta a los demás.
Busca siempre a Dios.
Conoce profundamente a tus amigos.
Divisa siempre un bello mañana.
Entrega siempre lo mejor de tí.
Fundamenta tu vida en la FE en Dios.
Gana un amigo al día.
Haz algo bueno por alguien.
Invita a alguien a tu hogar.
Juega con los niños y con tus amigos.
Kilos de amor para todos los que te rodean
Limítate a hacer el bien y no juzgar.
Mientras hay vida hay esperanza.
Nunca digas no puedo, mejor di todo lo puedo en Cristo que me fortaleze.
Ofrece tu mano al caido
Perdona los errores...para que Dios perdone los tuyos
Quiere a tantos como puedas.
Ruega a Dios por los demás...ellos o alguien más, lo hará por tí.
Sonrie, Cristo te ama y yo tambien
Toma la vida con calma... un día a la vez.
Une a tu familia y a tus amistades.
Vete acostumbrando a que la gente falla, acéptalos con todos y sus errores
Su crucifiXión me trajo la salvación.
Yo amo a Cristo porque El me amo primero.
Zurce tu corazón y cicatriza las heridas que te hayan hecho.
webcatolicodejavier.org
domingo, 8 de agosto de 2010
La vigilancia del hombre sabio
Lucas 12, 32-48
"No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. "Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. "Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre." Dijo Pedro: "Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?" Respondió el Señor: "¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: "Mi señor tarda en venir", y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.
Reflexión
Un turista americano visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim. Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía, sencillamente, en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banquita.
- “Rabino, ¿dónde están tus muebles?” -preguntó el turista-.
- “¿Y dónde están los tuyos?” -replicó Hofetz-.
- “¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante… y estoy aquí de paso”… -dijo el americano-.
- “Lo mismo que yo” –le dijo el rabino-.
Esta simpática historia nos puede ilustrar el tema del Evangelio de hoy. La semana pasada se nos hablaba de la necesidad de pensar más en la otra vida y, en consecuencia, de almacenar riquezas más para la eternidad que para el tiempo presente, puesto que “nuestra vida no depende de nuestros bienes”, y no nos vamos a llevar nada de esta tierra, a excepción de las buenas obras que hayamos realizado. El rabino del cuento nos muestra una conciencia clara de esta verdad fundamental.
Pues este domingo el Señor viene como a completar su pensamiento al respecto, dando un paso más hacia adelante. No basta sólo con pensar en el más allá y que sepamos qué es lo verdaderamente importante y esencial en nuestra existencia. Hemos de regir toda nuestra vida según esos criterios de eternidad. Pero, como vivimos en un mundo lleno de tentaciones que pueden apartarnos de Dios, Jesucristo nos invita reiteradamente a la vigilancia.
Primero, retomando el tema de la semana pasada, nos recomienda que vendamos nuestros bienes y demos limosna; o sea, que nos desapeguemos de las riquezas de esta tierra para ayudar con más generosidad a nuestros semejantes. Y enseguida nos dice que nos hagamos tesoros inagotables en el cielo, donde los ladrones no los pueden robar ni corroer la polilla; es decir, nos invita a poner todo nuestro corazón y nuestras esperanzas en las cosas del cielo, no en las de la tierra, pues “donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón”. E inmediatamente después viene la recomendación a la vigilancia.
Hoy nuestro Señor nos presenta tres brevísimas parábolas, una detrás de la otra -a modo casi de viñetas- para hacernos entender mejor su propósito y su mensaje: los criados que esperan en la noche la vuelta de su amo; la irrupción inesperada del ladrón en la casa para desvalijarla; y el administrador diligente, siempre dispuesto a presentar a su dueño los resultados de su buena gestión. Y, en estas tres escenas, el tema es el mismo: la espera vigilante y dinámica del Señor.
La vigilancia no es esa sensación asfixiante de miedo o de angustia ante lo inesperado, y con un cierto matiz de pánico ante lo desconocido o por el temor del castigo. No. La vigilancia es una virtud evangélica fundamental, unida íntimamente a la conciencia de la propia indigencia y a la fragilidad radical del hombre para obrar el bien. Pero, además, están todas esas asechanzas y ocasiones que nos presenta el mundo, el demonio y las propias pasiones para ser fieles a nuestro Señor y a la tarea que ha puesto en nuestras manos.
La vigilancia, especialmente cuando la noche se prolonga y parece que nunca va a terminar, se sostiene con la fuerza de la esperanza cristiana, y comporta tres cosas fundamentales. La primera, una mentalidad de gente que va de viaje: “tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas” –nos pide nuestro Señor-; la conciencia clara de los peligros que nos amenazan, pues basta un momento de distracción, de decaimiento, y ya hay alguien que se aprovecha para robarnos los valores más preciosos. Y, finalmente, una fidelidad constante y una gran sensatez, que es sinónimo de prudencia, de responsabilidad, de lealtad al amo y de respeto hacia todas las personas y cosas que él ha puesto a nuestro cuidado.
Por eso, para tender hacia lo eterno, para “buscar y aspirar a los bienes de allá arriba” –como nos recomendaba Pablo en la carta a los colosenses- , nos es imprescindible la virtud de la vigilancia.
Vigilancia, que es sinónimo de atención, cuidado, celo y desvelo para que los dones que Dios nos ha confiado no sufran detrimento a costa de nuestras pasiones o de los embates del enemigo –el demonio, el mundo y la carne—. Vigilancia es, pues, saber esperar. Pero no una espera pasiva, inútil y estéril, sino la espera activa y dinámica del hombre sabio y prudente, que busca ajustar su comportamiento a la voluntad de su Señor.
Cuando no hacemos esto, obramos como el administrador infiel que, cansado de esperar a su amo, comienza a comer, a beber y a emborracharse, a golpear a los empleados y a las muchachas, y a cometer toda clase de abusos y desmanes. Entonces –nos dice Jesús— llegará el amo, cuando éste menos lo espera, lo despedirá y lo condenará a la pena de los infieles. Allí recibirá muchos azotes. Éste es un retrato perfecto del pecado, del desorden radical que impone la soberbia y el orgullo en nuestra vida, y las consecuencias que éste conlleva: el grave sufrimiento que causamos a los demás con nuestra prepotencia y egoísmo brutal. Como es obvio, esto no puede quedar impune: la justicia divina exige un castigo a los siervos malvados a causa de sus malas obras.
Vivamos, pues –como el rabino del inicio— como quien va de viaje, como quien está de paso por esta tierra, sin apegarnos a las cosas caducas de acá abajo. Y, sobre todo, obremos en consecuencia, llevando a nuestra vida de cada día estas certezas de nuestra fe. “¡Dichosos los siervos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela! Os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a su mesa y les irá sirviendo”. Éste es el gozo eterno que recibiremos como premio, al final de nuestra vida, si permanecemos fieles a nuestro Señor. “¡Siervo bueno y fiel, entra al banquete de tu Señor!”
P. Sergio Cordova
catholic.net
sábado, 7 de agosto de 2010
Católicos acomplejados
Ruego disculpas por titular negativamente. Sólo es un intento de recabar la atención del lector. Es negativo, pero existe hoy día un catolicismo vergonzante, poco valiente, trufado de relativismo, deslumbrado por la ciencia experimental que en ocasiones sólo es base de una teoría no demostrada; dudoso de si trata de vivir algo bueno pero aburridísimo; y arrinconado por un laicismo rampante y viejo, aunque expuesto como dogma imprescindible para la convivencia democrática. Algunos han logrado que en bastantes ambientes no se mencione a Dios ni para despedirse, ni se hable de las preguntas fundamentales en torno al hombre -de dónde vengo, adónde voy, el más allá, la muerte, el sentido de la vida-; muchos se han convencido con el pensamiento de que el cristiano no debe imponer sus ideas -cosa bien cierta-, pero aceptan como obligatorias las anticristianas, que acabamos viendo como lo moderno. Desean ser razonables, pero esconden a Dios o lo pretenden con cabida en sus mentes y actuando como ellos decidan. Nos citan a Galileo y nos callan.
Es imposible abarcar lo que nos acompleja; lo escrito anteriormente son unas pinceladas de lo que podríamos llamar el secuestro de Dios incluso en las mentes y vidas cristianas. Somos prisioneros de unos tópicos bien manejados y con algún fundamento en comportamientos inadecuados para un seguidor de Cristo, pero que en modo alguno invalidan su doctrina ni modo de ser. Podríamos preguntarnos qué es ser católico y cómo se debe mostrar; ir a buscar nuestra quintaesencia y no quitarle ni un pelo por más que seamos débiles. Frágiles, sí, pero sabiendo lo que somos y lo que hemos de vivir, aunque hayamos de rectificar en muchas ocasiones.
Como es sabido, las fuentes de lo revelado por Dios al hombre -ahí se contiene lo que somos- son la Sagrada Escritura y la Tradición custodiadas por el Magisterio de la Iglesia. Lo que Dios ha manifestado de Sí mismo, del hombre y de su destino está en esos dos manantiales, con el natural cuidado de la Providencia para evitar interpretaciones de parte o simplemente erradas. Eso es el Magisterio de la Iglesia: la custodia e interpretación del depósito de la fe, como lo llama muy adecuadamente san Pablo. El cristianismo no es una "religión del libro", sino la religión de la Palabra de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo", como afirmó san Bernardo.
Volvamos a la pregunta: ¿qué es ser cristiano? Y lo primero que permanece claro es que no somos seguidores de una palabra muerta, sino discípulos del Dios vivo, que por obra del Espíritu Santo son identificados con ese Verbo encarnado, con Cristo, para ser y actuar como hijos de Dios. Escribe san Pablo a los romanos: "los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios". Y poco más adelante añade que la creación espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios. Esto puede no entenderse o no creerse por carecer del don de la fe, pero un cristiano es otro Cristo -un hijo de Dios en Cristo por la fuerza del Espíritu- al que toda la creación espera con dolores de parto -dice gráficamente el Apóstol- hasta ver a Cristo formado y actuando en cada uno, para que, sin complejos, viva con la mayor honradez posible lo que en verdad es, algo no realizable sin la gracia de Dios y sin la libertad humana. Con esta fuerte razón teológica, afirmó el fundador del Opus Dei: "el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima". Ahí radica la identidad cristiana y de ahí deriva nuestro comportamiento apropiado. El mismo san Josemaría indicaba en una entrevista -recogida en "Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer"- que esa verdad de ser hijo de Dios en Cristo ha de penetrar la vida entera, ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo. "No podemos ser hijos de Dios sólo a ratos, aunque haya unos momentos dedicados a considerarlo, a penetrarnos de ese sentido de nuestra filiación divina, que es la médula de la piedad". Conocer la verdad no quita libertad, la da. La libertad se pierde en la ignorancia.
Si volvemos a las consideraciones iniciales, comprenderemos que no tiene sentido vivir un catolicismo acomplejado; en todo caso, hemos de moderar el buen complejo de superioridad nacido de lo que realmente somos. Pero no por sentirnos más que nadie, sino por experimentar con sencillez la fuerza de saberse y ser hijo del Padre nuestro que está en los cielos, por la identificación con Cristo operada por el Espíritu Santo, cosa que no sucede de ningún modo mágico: se adquiere por el bautismo, se refuerza en la confirmación, se rehace en la confesión sacramental, se alimenta con la Eucaristía, se vive con las luces y el empuje de la oración, y requiere lucha, empeño constante para vivirlo en todo momento. "Hay que ser conscientes de esa raíz divina, que está injertada en nuestra vida, y actuar en consecuencia" (Es Cristo que pasa, n. 60).
Pablo Cabellos Llorente
caatholic.net
viernes, 6 de agosto de 2010
La Transfiguración
Lucas 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Reflexión
No hay duda, todos somos capaces de distinguir la belleza de la creación, quedamos maravillados, deslumbrados ante un cielo estrellado, un atardecer.
De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre santo, de un acto de heroísmo.
También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos atónitos, sin poder explicarlo o manifestarlo verbalmente, y, si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.
Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros que pasen – según él- las líneas de lo meramente natural; quiere lo espectacular, quiere actos de magia, un atardecer o una noche estrellada ya no le dice nada.
Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre sí ante los retos actuales del cristianismo.
Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.
Rafael Santos Varela
catholic.net
jueves, 5 de agosto de 2010
La verdadera riqueza
Si hubiera un banco que te acreditara en tu cuenta 86.400 monedas cada mañana, que no transfiriera el saldo disponible de un día al siguiente, que no te permitiera conservar efectivo y, al final del día, cancelara la parte de esa cantidad que no hubieras usado... ¿Qué harías?
Por supuesto, sacar cada día hasta el último céntimo y aprovechar todo el dinero.
Pues bien, tal banco existe y se llama TIEMPO.
Cada día te acredita 86.400 segundos y cada noche da por perdidos cuantos hayas dejado de emplear provechosamente.
Nunca trasfiere saldos, ni permite que los acumules.
Cuando no usas lo disponible ese día, el único que pierde eres tú.
No existe recuperación de fondos y tampoco es posible girar cheques sobre el mañana.
¡De cada persona depende invertir este precioso caudal de horas, minutos y segundos para obtener los máximos dividendos en cuanto a salud, felicidad y éxito!
San Francisco de Asis decía: "Yo necesito pocas cosas y las pocas que necesito, las necesito poco".
webcatolicodejavier.org
martes, 3 de agosto de 2010
El Don de Piedad
La piedad es la amorosa aptitud del corazón que nos lleva a honrar y servir a nuestros padres y allegados.
El don de piedad es la disposición habitual que el Espíritu Santo pone en el alma para excitarla a un amor filial hacia Dios.
La religión y la piedad nos conducen ambas al servicio, de Dios: la religión lo considera como Criador y la piedad como Padre, en lo cual esta es más excelente que aque11a. La piedad tiene una gran extensión en el ejercicio de la justicia cristiana: se prolonga no solamente hacia Dios, sino a todo lo que se relacione con El, como la Sagrada Escritura que contiene su palabra, los bienaventurados que lo poseen en la gloria, las almas que sufren en el purgatorio y los hombres que viven en la tierra.
Dice San Agustín que el don de piedad da a los que lo poseen un respeto amoroso hacia la Sagrada Escritura, entiendan o no su sentido. Nos da espíritu de hijo para con los superiores, espíritu de padre para con los inferiores, espíritu de hermano para con los iguales, entrañas de compasi6n para con los que tienen necesidades y penas, y una tierna inclinación para socorrerlos.
Este don se encuentra en la parte superior del alma y en la inferior: a la superior le comunica una unción y una suavidad espiritual que dimanan de los dones de sabiduría, de inteligencia; en la inferior excita movimientos de dulzura y devoción sensible. De esta fuente es de donde brotan las lágrimas de los santos y de las personas piadosas. Este es el principio del dulce atractivo que la lleva hacia Dios y de la diligencia que ponen en su servicio. Es también lo que les hace afligirse con los afligidos, llorar con los que lloran, alegrarse con los que están contentos, soportar sin aspereza las debilidades de los enfermos y las faltas de los imperfectos; en fin, hacerse todo para todos.
Es preciso señalar que hacerse todo para todos -como hacia el Apóstol-, no es, por ejemplo, quebrantar el silencio con los que lo quebrantan, ya que es imprescindible ejercitar la virtud y observar las reglas; sino que es estar grave y comedido con los que lo están, fervorosos con los espíritus fervorosos y alegre con los alegres, sin salirse nunca de los límites de la virtud: es tomar la presteza al modo como lo hacen las personas perfectas, que son naturalmente fervientes y activas; es practicar la virtud con miramiento y condescendencia, según el humor y el gusto que tengan aquéllos con quienes tratan y tanto como lo permita la prudencia.
Algunos condenan ciertas devociones fundadas en opiniones teológicas que, ellos no sostienen, pero que otros defienden. No tienen razón, porque en asuntos de devoción, toda opinión probable es suficiente para servir de fundamento. Por lo tanto, esta crítica es injusta.
El vicio contrario al don de piedad es la dureza de corazón, que nace del desordenado amor a nosotros mismos: este amor nos obliga a ser insensibles con todo lo que no sea nuestros propios intereses, a que no vibremos más que, con lo qué con nosotros se relaciona, a que veamos sin pena las ofensas a Dios y sin compasión las miseria del prójimo, a no molestarnos en servir a los demás, a no soportar sus defectos, a enfadarnos con ellos por la menor cosa y a conservar \'hacia ellos en nuestro corazón sentimientos de amargura de venganza, de odio y de antipatía.
Opuestamente, cuanta más caridad y amor de Dios tenga un alma, más sensible será a los intereses de Dios y del prójimo. Esta dureza es extrema en los grandes del mundo, en los ricos avariciosos, en las personas voluptuosas y en los que no ablandan su corazón con los ejercicios de piedad y el uso de las cosas espirituales. Esta dureza se encuentra también frecuentemente entre los sabios que no unen la devoción con la ciencia y que para justificarse de este defecto lo llaman solidez de espíritu pero los verdaderamente sabios han sido siempre los mas piadosos, como San Agustín, Buenaventura, Santo Tomás, San Bernardo y en la Compañía, Lainez, Suárez, Belarmino, Lessius.
Un alma que no puede llorar sus pecados, por lo menos con lágrimas del corazón, tiene o mucha impiedad o mucha impureza, o de lo uno y lo otro, como ordinariamente sucede a los que tienen el corazón endurecido. Es una desgracia muy grande cuando en la religión se estiman más los talentos naturales adquiridos que la piedad. Alguna vez veréis religiosos, y hasta superiores, que dicen que ellos prefieren tener un espíritu capaz para los negocios, que no todas esas devociones menudas, que Son -dicen ellos- propias de mujeres, pero no de un espíritu fuerte; llamando fortaleza de espíritu a esta dureza de corazón tan contraria al don de piedad. Deberían pensar que la devoción es un acto de religión o un fruto de la religión y de la caridad, y por consecuencia, preferible a todas las otras virtudes morales; ya que la religión sigue inmediatamente a las virtudes teologales en orden de dignidad.
Cuando un Padre, respetable por su edad y por sus cargos, dice delante de Los Hermanos jóvenes que estima los grandes talentos y los empleos brillantes, o que prefiere a los que destacan en entendimiento y en ciencia más que a otros que se distinguen por su virtud y piedad, perjudica mucho a esta pobre juventud. Es un veneno que hace corroer el corazón y del que quizá no se cure, jamás. Una palabra dicha a otro en confianza le puede perjudicar enormemente.
No se puede imaginar el daño, que hacen a las órdenes religiosas los primeros que introducen en ellas el amor y la estimación a los talentos y a los empleos brillantes. Es una leche envenenada que se ofrece a los jóvenes a la salida del noviciado y que tiñe sus almas de un color que no se borra nunca.
La bienaventuranza perteneciente al don de piedad es la segunda: «Bienaventurados los mansos». La razón es porque la mansedumbre quita los impedimentos de los actos de piedad y la ayuda en su ejercicio. Los frutos del Espíritu Santo que corresponden a este don son la bondad y la benignidad.
iglesia.org
lunes, 2 de agosto de 2010
¿De dónde nacen nuestros actos?
Comer o estudiar, dormir o leer, caminar o quedarnos en casa, llamar por teléfono o escribir un mensaje electrónico, dar un consejo a un amigo o dedicar unos momentos a la oración: cada uno de nuestros actos nacen del interior del alma, de los deseos, sueños, temores, esperanzas que albergamos en el corazón.
Detrás de cada uno de los cientos de actos que ejecutamos cada día, hay un deseo de conquistar algo bueno, de acercarnos a una meta, provisional o definitiva, que nos aparte del dolor y nos conduzca hacia la felicidad.
Para algunas corrientes psicológicas, nuestras acciones obedecen simplemente a leyes que regulan el sistema nervioso, las hormonas y otras dimensiones de nuestro sistema biológico, hasta el punto de que estamos determinados a realizar algunos actos y a dejar de lado otros.
Otras teorías, de tipo sociológico, consideran que es la sociedad (familia, lugar de trabajo, estado, administraciones públicas) quien, a través de presiones más o menos explícitas, y con leyes escritas o con normas consuetudinarias, orienta lo que hacemos, lo que compramos, lo que vemos, lo que amamos.
Hay quienes han pensado que ni las estructuras biológicas ni las presiones sociales son suficientes para explicar nuestras opciones, sino que todo depende pura y simplemente de nuestra libertad absoluta, hasta el punto de que podríamos, en cualquier momento, odiar lo que antes amábamos y amar lo que antes odiábamos. Nuestras acciones, en esta perspectiva libertaria, serían totalmente indeterminadas e imprevisibles, según los movimientos profundos y los deseos cambiantes de los corazones de cada uno.
Platón y Aristóteles, y con ellos otros filósofos del pasado y del presente, encontraron la causa decisiva de nuestros actos en el diálogo que se establece entre la inteligencia y la voluntad, sin olvidar que también los influjos externos tienen su importancia y llegan a condicionar en mayor o menor medida nuestras decisiones.
Con el pensamiento, vemos, analizamos, juzgamos el mundo en el que vivimos, las personas que nos rodean, los mismos movimientos interiores de nuestra alma y de nuestro cuerpo. Con la voluntad, que dialoga y escucha al pensamiento, tomamos decisiones, según lo que creemos que es bueno, que es útil, que es provechoso, que nos ayuda, que ayuda a los demás.
Es cierto también, recordaban Platón y Aristóteles, que existen en nosotros movimientos pulsionales, pasiones y sentimientos, que llegan a ofuscar nuestra inteligencia y a debilitar nuestra voluntad, o que encadenan nuestro corazón a apegos y dependencias (alcohol, sexo, droga, dinero, caprichos de todo tipo) hasta el punto de limitar enormemente las posibilidades de un pensamiento equilibrado y de una voluntad madura y fuerte.
Nuestras acciones nacen, por lo que vemos, desde muchas presiones, entre muchos conflictos internos o externos, con la ayuda (o las trabas) que ejercen otros sobre nosotros.
En este día voy a realizar actividades de diverso tipo. ¿Por qué las realizo? ¿Qué busco en cada acción que escojo? ¿O tengo que reconocer que a veces me dejo esclavizar por presiones sociales, complejos personales, recuerdos que me llenan de temores? ¿Soy capaz de construir la propia vida desde esperanzas buenas y sobre ideas bien fundadas?
La mirada sobre las propias acciones ayuda a comprender hacia dónde vamos, qué es lo que amamos, con qué pensamientos decidimos cada uno de nuestros pasos.
No es pérdida de tiempo preguntarnos si estamos en un camino correcto, si avanzamos hacia metas realmente valiosas, si conocemos el bien verdadero, el único que sacia los corazones y que nunca termina.
Para los cristianos, ese bien no es un objeto, no es un espectáculo, no es una experiencia pasajera. Ese bien se llama Dios, y es una Persona, un Padre y un Amigo Salvador. Por Él vale la pena empezar cada día con la ilusión de sembrarlo de actos buenos, de vivir con la mirada y el corazón dirigidos hacia Dios y hacia los hermanos.
P. Fernando Pascual
catholic.net
domingo, 1 de agosto de 2010
¡Necio! Esta misma noche morirás
Lucas 12, 13-21
En aquel tiempo, dijo uno de la gente a Jesús: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.
Reflexión
Cuentan que en una ocasión murió el señor más rico y conocido de todo el mundo, y al llegar al cielo vio una gran cantidad de castillos y palacios. Se preguntaba en cuál de ellos habitaría: “Quizá en aquel que tiene seis torres, o este otro que tiene techos de oro”. Al ver a su ángel le dijo: “ Sin duda que aquel que tiene seis torres es el mío, pues como yo fui el hombre más famoso y rico de la tierra, ese debe ser el lugar donde viviré, además con todo mi dinero lo podía haber construido”. Sin embargo, el ángel le dijo: “ Lamento defraudarte, pero su sitio es aquel del fondo, esa casita con cuatro palos a punto de caerse, pues eso fue lo único que le pudimos construir con las cosas que atesoró para el cielo”.
Pongámonos por un momento en el lugar de este señor. Cuántas veces nosotros también atesoramos para la tierra y no para el cielo. Nos confiamos en el éxito de un examen, de un negocio, en la compra o venta de algún objeto. Preguntémonos ¿Cuántas veces ante un bienestar humano, en lugar de acercarnos más a Dios nos hemos alejado? ¿Por qué en ocasiones nos sucede que cuantos más bienes materiales tenemos sentimos menos necesidad de acudir a Dios? Y al contrario, cuando todo nos falla, cuando los amigos nos traicionan, cuando en el estudio o en el trabajo las cosas marchan mal, cuando el dinero no alcanza para pagar el colegio de los hijos, -y cada cual ponga su situación personal-, es cuando parece que tenemos más necesidad de Dios.
Esta es la lección que Cristo nos quiere dejar hoy. Que en las buenas y en las malas contemos con Él. Con el que TODO lo puede. Con el que nos ha creado por amor, para hacernos felices en el amor a Él por encima de todo. El secreto del éxito en nuestra vida está en querer lo que Dios quiere de nosotros, pues Él sólo quiere para nosotros lo mejor.
Que nuestro propósito para este día sea estar invariablemente unido a Cristo, a Dios. Que ante los éxitos de hoy sigamos unidos y confiados en Cristo de la misma manera que si recibimos desilusiones y fracasos.
P. Luis Gralla
catholic.net
Artículo de la semana:
Vengo por ti
Estoy cansado de trabajar y de ver a la misma gente, camino a mi trabajo todos los días, llego a la casa y mi esposa sirvió lo mismo de la c...