martes, 5 de abril de 2011

Sobre la Cruz y otros mundos

Cuida el cardenal Carlo María Martini una muy interesante página semanal en el Corriere della Sera, donde responde a las cartas de los lectores. Recientemente me referí al debate suscitado en esa página sobre la decadencia de la Iglesia, un debate al que aún contesta el cardenal Martini, porque le llegan todavía muchas cartas de lectores que concuerdan con su visión de que hoy existe un florecimiento en la Iglesia, y otras muchas contrastan esa visión del arzobispo emérito de Milán, con fama de gran biblista.

Al margen de ese debate, entre las cartas que en esta semana destaca el cardenal Martín una le formula una pregunta sobre la que gira toda la teología cristiana, es decir, por qué Dios se ha hecho hombre y se ha dejado crucificar. Martini responde así: «Esta pregunta tiene en constante ebullición el pensamiento teológico. Un tiempo se insistía mucho sobre la gravedad del pecado del hombre. Hoy se piensa también en un gesto de amor invencible e insuperable: amor y muerte se reclaman mutuamente. No puedo decir más, pero es evidente que tal problema continuará a ocupar también la teología en el futuro. Pero beatos aquellos que desde ahora se confían en esta certeza, que no procede de un razonamiento, ¡sino de un hecho!»

El cardenal Martini responde también a otra interesante cuestión que el hombre se hace: «Me pregunto –escribe el lector- dónde termina el universo y qué es lo que comienza después. En esta inmensidad del espacio, ¿no cree que en algún otro lugar haya vida terrena similar a la nuestra?» El cardenal Martini responde: «Las dimensiones del universo se alargan a desmesura según los resultados de la ciencia. Se habla incluso de «multiverso», donde habría muchos universos sin comunicación entre ellos. El nuestro solo sería uno de esos universos. Es obvio que también más allá puede existir una vida similar a la nuestra, pero nosotros, al menos por ahora, no sabemos nada… En esta inmensidad nuestra pequeña mente se pierde. De todas formas, permanece siempre verdadera la dimensión ética y espiritual, la verdad de nuestras relaciones con Dios y con nuestros semejantes. Eso nos debe bastar para orientarnos en esta noche oscura del espacio y del tiempo».

Diarios de un corresponsal
Ángel Gómez Fuentes

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