Acabáis de escucharlo, amados hermanos: dos discípulos de Jesús iban por el camino y aunque no creían en él, hablaban sin embargo de él. El Señor se les apareció sin presentárseles bajo una forma que pudieran reconocerle. Así es que el Señor llevó a cabo en lo exterior, a los ojos del cuerpo, lo que en ellos se realizaba en el interior, a los ojos del corazón. En el interior de sí mismos, los discípulos amaban y dudaban al mismo tiempo; en lo exterior el Señor se les hizo presente sin manifestarles que era él. A los que hablaban de él, les ofreció su presencia; pero a los que dudaban de él, les escondió su familiar aspecto que les hubiera permitido reconocerlo.
Intercambió algunas palabras con ellos, les reprochó su lentitud en comprender, les explicó los misterios de la Santa Escritura que se referían a él. Y sin embargo, para el corazón de los discípulos, por su falta de fe, seguía siendo un extraño; hizo, pues, ademán de ir más lejos... La Verdad, siendo simple, nada hizo con doblez, sino que simplemente se manifestó a los discípulos en su cuerpo de la misma manera que estaba en su espíritu.
A través de esta prueba el Señor quería ver si los que todavía no le amaban como Dios, al menos, eran capaces de amarle como viajero. La Verdad caminaba con ellos; ellos no podían, pues, permanecer extraños al amor: le ofrecieron hospitalidad como se hace con un viajero. Porque, por otra parte, nosotros decimos que le ofrecieron hospitalidad siendo así que está escrito: «Lo apremiaron». Este ejemplo nos muestra bien a las claras que no sólo debemos ofrecer hospitalidad a los viandantes, sino que debemos hacerlo de manera apremiante.
Los discípulos, pues, ponen la mesa y ofrecen algo para comer; y Dios, a quien no habían reconocido durante la explicación de las Escrituras Santas, le reconocieron al partir el pan. No es, pues, escuchando los mandamientos de Dios que han sido iluminados sino poniéndolos en práctica.
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martes, 5 de mayo de 2009
«Sus ojos estaban ciegos y no eran capaces de reconocerlo»
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