Se habla mucho de plazos en estos días: límites temporales para legislar sobre la vida de los no nacidos, para penar o no la muerte de niños en el seno materno. Y mientras en algunos lugares se habla de plazos de ejecución, en otros se empeñan en reconocer a los caídos, a los que mueren a causa de abortos naturales.
Hace unos días un grupo de madres americanas ha obtenido por fin un reconocimiento legal para los fetos abortados por causas naturales. Se trata de un particular «certificado de nacimiento» que sirve de prueba de que realmente han existido.
Joanne Cacciatore es una de esas madres. Vive en Arizona y pasó gran parte del pasado año en estado de buena esperanza, aguardando con pasión la llegada de su hija. Hizo todo lo que pudo por ayudar a su pequeña en su combate por nacer. Tenía ya hasta nombre (Cheyenne). Al fin llegó el momento del parto, delicada etapa, batalla decisiva, en todo embarazo. Y Cheyenne no pudo superarlo. Afirma Joan haber vivido lo sucedido con «todo el dolor» de una madre, como quien sale a recibir la fatídica carta del ministerio de defensa en el portal de su casa. Ya antes había descrito a su hija en unos apuntes que debían formar parte de un libro de memorias de la primerísima infancia de Cheyenne. Una página de honor de esas memorias la había reservado Joanne para el certificado de nacimiento: pero algo se torció.
En el hospital le hablaron con palabras frías, el gélido lenguaje burocrático: Joanne no había tenido una niña sino un feto, y los fetos no nacen, no tienen certificado de nacimiento sino de defunción.
Pero Joanne descubrió pronto que no era la única en experimentar el dolor de la pérdida de un ser querido tan joven. A través de Internet, se pone en contacto con víctimas de casos análogos. Como Sari Edber, una joven de Los Ángeles, madre del pequeño Jacob, de quien guardaba todos los recuerdos de su vida intrauterina, incluido un álbum de ecografías. Ellas y otras ponen en marcha una fundación llamada «Missing Angels».
Las siglas coinciden a propósito con las del «Missing in Action» de las fundaciones que honran a los caídos y desaparecidos en combate. Y desde esta asociación piden a las instituciones que también los no nacidos tengan un reconocimiento de haber sido seres vivos, un certificado. «No los llaméis fetos ¬–grita Cacciatore–, no minimicéis nuestra pérdida y nuestro dolor. Son bebés y son guapos. Solo que están ausentes, desaparecidos». Media docena de estados han escuchado las peticiones de esta asociación y entregan ya, a quienes los piden, certificados de nacimiento con carácter retroactivo.
También en Francia los padres que han perdido a un hijo durante el embarazo tienen el consuelo de poder darle un nombre que queda inscrito en el Registro Civil. Desde el pasado febrero, la Cour de Cassation (Tribunal Supremo) ha permitido que sean inscritos en el Registro Civil los concebidos nacidos sin vida, con independencia del tiempo de gestación y de su peso al nacer. Hasta ahora, y desde 2001, ello era ya posible, pero solo cuando la gestación había durado más de 22 semanas, o el nacido sin vida pesaba más de 500 gramos. Estas últimas son las limitaciones que ha hecho desaparecer ahora la Cour de Cassation.
Se permite ahora para todos los concebidos que se les dé un nombre propio, que sean inscritos con ese nombre en el Libro de familia y en el Registro civil, y que se les entierre como a cualquier persona; no adquieren, sin embargo, personalidad jurídica, ni derechos en general, ni toman los apellidos de los padres, ni se establece vínculo jurídico de filiación.
Alberto Pasolini Zanelli
aciprensa.com
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Un documento de identidad para los no nacidos
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