Vine a la Tierra porque te amo. Renuncié a cuanto tenía, a todo el poder, la gloria y el esplendor del Cielo, para poner a tu alcance el preciado tesoro de la salvación y la vida eterna. Era dueño del universo; no obstante, sin haberte entregado Mi amor ni haber recibido el tuyo, me sentía incompleto. Sabía que si optaba por venir a la Tierra y vivir y morir por ti, podría esperar con ilusión el más valioso de los regalos: tu amor.
Hace mucho, mucho tiempo, la noche en que nací, di comienzo a una cadena eterna de amor, y cuento con que tú la continúes. Mi regalo de salvación es para todo el que lo acepte. Anhelo que todos los habitantes de la Tierra me conozcan y perciban el amor que albergo por ellos. Sin embargo, he escogido obrar por medio de seres humanos. Mi mensaje siempre ha sido y será transmitido por los labios, las manos, los pies y los actos de quienes han decidido ser Mis amigos, Mis seguidores, Mis discípulos. A lo largo de los siglos, cientos de miles de seguidores Míos se han entregado a la labor de perpetuar esta cadena de amor. Algunos han dado poco; otros, mucho; y hay quienes se han entregado de lleno. Mas cada uno puso de su parte para continuar la cadena, según lo que quería dar, conforme a lo que Yo le indicaba, en proporción a su fe y su deseo. Algunos llevaron Mi mensaje a miles o millones de personas. Otros enseñaron la verdad a apenas una o dos. Sin embargo, todos participaron, todos fueron necesarios, y Mi gran cadena mundial de amor no se habría completado si cada una de esas personas no hubiera hecho su parte.
A veces he vuelto la vista atrás y me he puesto a pensar qué habría sucedido si no hubiera escogido venir a la Tierra en carne humana. Pero en ningún momento me he arrepentido de las decisiones que tomé. Desde la primera noche, cuando nací en aquel humilde establo, y los ángeles cantaron, y la estrella proclamó su mensaje por todo el firmamento, tuve la plena certeza de que la ruta que había tomado valdría la pena. Por obtener tu amor habría hecho cualquier sacrificio. Mi Padre y Yo pudimos haberte creado de forma que me amaras automáticamente, o como un ser perfecto y sin pecado, garantizándote con ello un sitio en el Cielo. Sin embargo, Yo conocía la profunda verdad de que no puede considerarse amor lo que se entrega por obligación y no por voluntad propia. Amar es sinónimo de dar. Dar no es solo un acto de amor; es la propia esencia del amor. No existe amor de verdad sin entrega. No existe amor genuino sin sacrificio. Eso te enseñé el día que bajé del Cielo. Ese es el auténtico espíritu de la Navidad: dar, compartir, interesarse por el prójimo. Dar siempre cuesta, pero por otra parte conduce a generosas recompensas. Quien se entrega abnegadamente descubre la mayor de las satisfacciones, tanto aquí en la Tierra como en la esfera celestial.Ocasión para meditar En esta Navidad quiero que pienses en la generosidad y el servicio a los demás. Quiero que recuerdes lo que Yo te obsequié cuando descendí a la Tierra y lo que te he dado desde entonces, tanto lo grande como lo pequeño, las oraciones que has visto respondidas y las bendiciones que te he otorgado. Tómate un tiempo para repasar tu vida desde la perspectiva de lo que has recibido de Mí. Luego quiero que medites sobre lo que has entregado a los demás. Piensa en las veces en que decidiste dar más importancia a la felicidad y el bienestar ajenos que a los tuyos. Piensa en las ocasiones en que te sacrificaste, en que te brindaste a alguien aunque te resultó difícil. Luego piensa en las recompensas que te he dado. Es posible que muchas veces no fueras consciente de ellas, ya que la relación no siempre es muy clara. Pero creo que te darás cuenta de que, en cada situación, tarde o temprano tu generosidad te fue retribuida, pues Yo siempre premio esos gestos. Ahora quiero que dirijas la vista hacia el futuro. Piensa en las promesas que te he hecho y que todavía no has visto cumplidas. Aguarda expectante su cumplimiento, sabiendo que Yo disfruto dando aún más de lo que tú disfrutas recibiendo. Hecho esto, piensa en lo que darás a los demás en el año que comienza. Ora para ver quién necesita algo que tú estés en situación de dar. Piensa en los efectos positivos, estupendos, maravillosos que eso tendrá, no solo en los que reciban tu ayuda, sino también en tu propia vida. Piensa en cómo sonreiré cuando te vea hacer tu parte por consolidar esta gran cadena de amor. No sólo quiero que Mi cadena de amor se mantenga: anhelo que se extienda y se haga más firme. Quiero que rodee toda la Tierra, que todos tengan oportunidad de participar. Ansío que Mi Espíritu de amor afecte la vida de cada persona del mundo. Así pues, da, y se te dará. Entrégame a los demás. Llévales Mis Palabras. Ofrécete a ellos. Haz tu parte para que el máximo número posible de personas sienta Mi Espíritu. Por encima de todo, entrega amor.
Vine a la Tierra porque te amo. Renuncié a cuanto tenía, a todo el poder, la gloria y el esplendor del Cielo, para poner a tu alcance el preciado tesoro de la salvación y la vida eterna. Era dueño del universo; no obstante, sin haberte entregado Mi amor ni haber recibido el tuyo, me sentía incompleto. Sabía que si optaba por venir a la Tierra y vivir y morir por ti, podría esperar con ilusión el más valioso de los regalos: tu amor. Hace mucho, mucho tiempo, la noche en que nací, di comienzo a una cadena eterna de amor, y cuento con que tú la continúes. Mi regalo de salvación es para todo el que lo acepte. Anhelo que todos los moradores de la Tierra me conozcan y perciban el amor que albergo por ellos. Sin embargo, he escogido obrar por medio de seres humanos. Mi mensaje siempre ha sido y será transmitido por los labios, las manos, los pies y los actos de quienes han decidido ser Mis amigos, Mis seguidores, Mis discípulos. A lo largo de los siglos, cientos de miles de seguidores Míos se han entregado a la labor de perpetuar esta cadena de amor. Algunos han dado poco; otros, mucho; y hay quienes se han entregado de lleno. Mas cada uno hizo su parte para continuar la cadena, según lo que quería dar, conforme a lo que Yo le indicaba, en proporción a su fe y su deseo. Algunos llevaron Mi mensaje a miles o millones de personas. Otros enseñaron la verdad a apenas una o dos. Sin embargo, todos participaron, todos fueron necesarios, y Mi gran cadena mundial de amor no se habría completado si cada una de esas personas no hubiera hecho su parte. A veces he vuelto la vista atrás y me he puesto a pensar qué habría sucedido si no hubiera escogido venir a la Tierra en carne humana. Pero en ningún momento me he arrepentido de las decisiones que tomé. Desde la primera noche, cuando nací en aquel humilde establo, y los ángeles cantaron, y la estrella proclamó su mensaje por todo el firmamento, tuve la plena certeza de que la ruta que había tomado valdría la pena. Por obtener tu amor habría hecho cualquier sacrificio. Mi Padre y Yo pudimos haberte creado de forma que me amaras automáticamente, o como un ser perfecto y sin pecado, garantizándote con ello un sitio en el Cielo. Sin embargo, Yo conocía la profunda verdad de que no puede considerarse amor lo que se entrega por obligación y no por voluntad propia. Amar es sinónimo de dar. Dar no es solo un acto de amor; es la propia esencia del amor. No existe amor de verdad sin entrega. No existe amor genuino sin sacrificio. Eso te enseñé el día que bajé del Cielo. Ese es el auténtico espíritu de la Navidad: dar, compartir, interesarse por el prójimo. Dar siempre cuesta, pero por otra parte conduce a generosas recompensas. Quien se entrega abnegadamente descubre la mayor de las satisfacciones, tanto aquí en la Tierra como en la esfera celestial.
En esta Navidad quiero que pienses en la generosidad y el servicio a los demás. Quiero que recuerdes lo que Yo te obsequié cuando descendí a la Tierra y lo que te he dado desde entonces, tanto lo grande como lo pequeño, las oraciones que has visto respondidas y las bendiciones que te he otorgado. Tómate un tiempo para repasar tu vida desde la perspectiva de lo que has recibido de Mí. Luego quiero que medites sobre lo que has entregado a los demás. Piensa en las veces en que decidiste dar más importancia a la felicidad y el bienestar ajenos que a los tuyos. Piensa en las ocasiones en que te sacrificaste, en que te brindaste a alguien aunque te resultó difícil. Luego piensa en las recompensas que te he dado. Es posible que muchas veces no fueras consciente de ellas, ya que la relación no siempre es muy clara. Pero creo que te darás cuenta de que, en cada situación, tarde o temprano tu generosidad te fue retribuida, pues Yo siempre premio esos gestos.
Ahora quiero que dirijas la vista hacia el futuro. Piensa en las promesas que te he hecho y que todavía no has visto cumplidas. Aguarda expectante su cumplimiento, sabiendo que Yo disfruto dando aún más de lo que tú disfrutas recibiendo. Hecho esto, piensa en lo que darás a los demás en el año que comienza. Ora para ver quién necesita algo que tú estés en situación de dar. Piensa en los efectos positivos, estupendos, maravillosos que eso tendrá, no solo en los que reciban tu ayuda, sino también en tu propia vida. Piensa en cómo sonreiré cuando te vea hacer tu parte por consolidar esta gran cadena de amor. No sólo quiero que Mi cadena de amor se mantenga: anhelo que se extienda y se haga más firme. Quiero que rodee toda la Tierra, que todos tengan oportunidad de participar. Ansío que Mi Espíritu de amor afecte la vida de cada persona del mundo. Así pues, da, y se te dará. Entrégame a los demás. Llévales Mis Palabras. Ofrécete a ellos. Pon de tu parte para que el máximo número posible de personas sienta Mi Espíritu. Por encima de todo, entrega amor.
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miércoles, 22 de diciembre de 2010
Cadena eterna de amor
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