29 de diciembre de 1937 – miércoles
Una hora de oración sin un pensamiento de Dios. Apenas me di cuenta, el tiempo pasó. Sonaron las cinco en el reloj y ya llevaba una hora de rodillas… ¿Y la oración? No sé…, no la hice. Estuve pensando en mí mismo, en mis sufrimientos personales, en los recuerdos del mundo. ¿Y Jesús? Y ¿María? Nada… Sólo tengo egoísmo, poca fe y mucha soberbia… ¡Tan importante me creo! ¡Tanto me considero!
¡Pobrecillo!, polvillo insignificante a los ojos de Dios. Ya que no sepas sacar fruto de la oración, aprende a humillarte delante de Él, y así luego lo harás mejor delante de los hombres.
Señor, tened piedad de mi... Sufro, sí..., pero quisiera que mi sufrimiento no fuera tan egoísta. Quisiera, Señor, sufrir por tus dolores de la Cruz, por los olvidos de los hombres, por los pecados propios y ajenos..., por todo, mi Dios, menos por mí... ¿Qué importo yo en la creación?; ¿Qué soy delante de Ti?... ¿Qué representa mi vida oculta en la infinita eternidad?... Si me olvidara de mí mismo, mejor sería Señor.
No tengo nada más que un refinado amor propio, y vuelvo a repetir, mucho egoísmo.
Procuraré con la ayuda de María enmendarme. Haré el propósito de que cada vez que un recuerdo del mundo venga a turbarme, acudir a Ti, Virgen María, y rezarte una Salve por todos los que en el mundo te ofenden.
En lugar de meditar mis sufrimientos..., meditar en el agradecimiento, a amar a Dios en mis propias miserias.
Perseveraré en la oración, aunque pierda el tiempo.
San Rafael Arnáiz
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miércoles, 5 de octubre de 2011
¿Qué soy delante de Ti?
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