jueves, 6 de agosto de 2009

Amigos, custodios

Por más autosuficientes o solitarios que seamos, todos necesitamos ser cuidados. Y, si hacemos lo necesario en nuestra vida, quizás logremos cultivar vínculos con gente que son como cajas fuertes: su modo de cuidarnos es guardar con atenta vigilancia lo mejor de nosotros mismos. Sí: eso es lo que etimológicamente significa la palabra «AMIGO», animi custos = el que custodia el alma. ¿Y de qué la custodia? A veces, de los demás y de las circunstancias que puedan mancillarla o herirla fatalmente. Pero muchas veces, la protege DE NOSOTROS MISMOS: el animi custos nos cuida de nuestra propia necedad cuando insistimos en elegir lo que nos hace mal; nos cuida de nuestra soberbia, cuando el Ego nos enreda en sus trampas; nos cuida de nuestra ingenuidad, cuando las trampas nos las tienden otros; nos cuida de nuestra propia estupidez, cuando saboteamos lo que sustenta el sentido de nuestra vida. O sea, el verdadero animi custos nos ayuda a mantenernos despiertos, enfocados hacia el despliegue de nuestro propio destino.

Pero cuidado: con las barajas de la amistad no se juega al solitario; es un juego de a dos, cuya regla es la reciprocidad. No se trata de que uno cuida y el otro se deja cuidar, sino que ambos somos animi custos de lo mejor del otro. Y hay dos cualidades que propician esta reciprocidad: por un lado, nuestro custodio del alma tiene esencialmente fe en nosotros, aunque nos equivoquemos con frecuencia, o algunos nos vean como un fraude, nos descalifiquen o nos excluyan. A esa fe se le llama fidelidad: fides = fe. Otra cualidad es que ambos se eligen porque, a su vez, ambos eligen los mismos valores, las mismas Leyes de Vida. A eso alude la palabra leal = que adhiere a una misma Ley. ¿Qué es lo que sostiene este tipo especial de Amor leal y fidedigno? Lo sepan o no, quienes lo vivencian están apoyados en una reminiscencia, un lejano recuerdo de que TODOS SOMOS UNO, como lo dicen las antiguas Tradiciones de Sabiduría. «Yo soy tú, tú eres yo», proclaman los místicos. Y si es así, ¿cómo no ayudarnos recíprocamente, tenernos fe, sernos leales el uno al otro?

Hay otra versión etimológica de la palabra «amigo» que la aúna a «compañero»: en ambos casos se alude a «aquél con quien compartimos la miga del pan»; no la cáscara, sino la miga: el centro. Y es desde ese centro que nos reconocemos en el otro, prescindiendo de toda cáscara. ¡Qué descanso! Cuando en un vínculo todavía estamos demasiado preocupados por cómo seremos vistos por el otro, es porque la amistad aún no se ha consolidado. Cuando ya no quedan imágenes, sino la desnudez de toda impostura, la amistad puede comenzar a germinar. Y quizás desde esa autenticidad esencial es que han nacido los mejores cambios en el mundo.

iglesia.org

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