Rezar es cosa de hombres y mujeres inteligentes, con coraje, que han visto su camino en el mundo y lo siguen con naturalidad. Pero, algunas almas devotas repelen con tantos «tiquis miquis» a la hora de sus rezos.
Hagamos nuestras oraciones lo mejor que sepamos y podamos y quedemos en paz. El Señor no nos pide más. Los tiquis-miquis, el amontonar oraciones y el contar garbanzos es propio de fariseos, no forman parte del estilo de los Evangelios ni del espíritu de Jesús.
Acabo de medio leer un puntilloso librito religioso de esos que le quitan a uno toda devoción. Por supuesto, hay que poner la mayor atención y devoción en nuestras oraciones; pero no nos engañemos, ni siquiera los santos lo consiguieron. No importa, si nosotros a pesar de nuestra mejor voluntad nos distraemos con frecuencia, recordemos que el Señor no se distrae nunca y nos escucha siempre. El Señor es nuestro Padre y nos trata siempre con el mismo amor con que trata cualquier padre a sus hijos pequeños, aunque estos se distraigan con sus juegos.
Mejor rezar por la calle aunque nos distraigamos, que no rezar; y mejor rezar en la cama, en el coche o en cualquier otro sitio que no hablar o sonreír a nuestra Virgen. Mientras se reza, no se fuma; pero mientras se fuma, si. Tampoco son comparables las exigencias al rezar de un monje con los de un trabajador normal. El comer, el trabajo, el beber, el pasear si se hacen por amor a Dios, pueden valer más que el ayuno y los golpes de cilicios.
Como en la mayor parte de nuestros trabajos, en la oración lo importante es la calidad no la cantidad. El amor con que recemos. Creo que fue San Francisco de Sales quien escribió: «Señora, hay que acortar un poco las oraciones, para no comprometer los quehaceres de la casa… no aburráis a los vuestros quedándoos demasiado tiempo en la Iglesia».
Ante Dios tenemos que presentarnos como lo que somos: Profesor, sacerdote, político, peón, empresario, ama de casa,… La recompensa no dependerá del puesto, sino de la fidelidad y del amor con que realicemos nuestros trabajos. Cada uno el suyo. De esta forma la santidad deja de ser privilegio de los conventos y queda al alcance de todos. Tres minutos le bastaron a Jesús para salvar al buen ladrón; pero este, previamente, se arrepintió y confió en Cristo.
La oración hay que potenciarla en tiempos de dificultades, de crisis económicas y morales como las actuales en el mundo, en casos de enfermedad, de hambre, de guerras, de persecuciones a la Iglesia, y hay que potenciarla porque es el último refugio y amparo que resta al hombre que tiene fe. Tampoco podemos olvida que Satanás está en guerra contra Dios y la Iglesia desde el principio de los tiempos. Contra Satanás nada pueden los humanos, pero sí el Señor y sus ángeles: por eso San Pablo en Efesios 6, 11-12 aconseja «Vestíos de toda armadura de Dios para que podías resistir las insidias del «diablo» que no es nuestra lucha contra las personas de carne y sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas». O sea contra Satanás, palabra que hace sonreír a los ateos, pero que repite insistentemente la Biblia. La victoria final la da o la quita el Señor, pero para ganarla exige nuestra decidida colaboración.
La guerra orquestada contra la Iglesia católica en estos o últimos 50 años (desde aproximadamente 1950) y acentuada a partir del año 2.000 no puede haber sido organizado más que por un ser superior al hombre, el diablo, y con él no sirven más que las oraciones y los sacrificios, últimos y más valiosos recursos contra el mal.
Tampoco olvidemos que las exigencias excesivas de un comportamiento riguroso nos pueden apartar del cariño de los padres. Los fariseos ponían cargas pesadas sobre los hombros de los demás sin que ellos las tocaran con un dedo; así que, no creemos que al Señor o a su madre les agrade que sus hijos se acerquen a ellos agobiados o temerosos por no haber asistido a tres misas seguidas o haber rezado cinco rosarios diarios, pero sí les gustará verlos limpios, sonrientes y cariñosos.
En definitiva, los padres lo único que desean de sus hijos es amor, y amar consiste, entre otras cosas, como dijo la Virgen de Fátima, en cumplir los mandamientos y hacer bien nuestras obligaciones diarias… por amor a Dios. A cambio, están dispuestos a defenderlos y a morir por sus hijos. «yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» nos dijo Jesús, y con Él toda guerra está ganada y esto lo saben y rechinan sus dientes los enemigos de Cristo y su Iglesia.
Alejo Fernández Pérez
Boletín Ideas Claras
iglesia.org
miércoles, 13 de octubre de 2010
Rezar bien o mal, pero REZAR
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