Los discípulos vuelven a tomar las redes. Si recordamos que muchos de ellos habían sido pescadores y habían dejado las redes para seguir a Cristo, esta vuelta a las redes es mirar para atrás.
Ya no vivían la presencia de Cristo en sus vidas, aunque sabían que estaba resucitado; al tirar las redes, no lo invocan, y no son capaces todavía de reconocerlo.
También en nuestras vidas puede suceder esto. Hemos experimentado la presencia de Cristo, lleno de poder y de amor, hemos visto su gloria, pero pasa el tiempo, se debilita el entusiasmo, y se nos hace rutinario y pesado eso de creer sin ver. Entonces, poco a poco, empezamos a apoyarnos en otras seguridades, retomamos lentamente las cosas que habíamos abandonado para seguir a Cristo. Ya no soportamos vivir de lo invisible, y nos convertimos en esos tibios que Dios prefiere vomitar de su boca (Apoc. 3, 16), o en esos que han perdido «su primer amor» (Apoc. 2,4). Pero él está presente en nuestra vida; aunque no advirtamos su presencia, él está contemplándonos con amor y bendiciendo nuestra existencia.
Pero después de haberle mostrado a Pedro que con sus solas capacidades humanas y sin invocarlo a él, ya no puede ni siquiera pescar, Jesús deja a Pedro la suprema misión de guiar a la Iglesia, de apacentar sus corderos.
La triple pregunta recuerda la triple negación (13, 38), y eso explica la tristeza de Pedro luego de la tercera pregunta. Pero Pedro aprende la lección y no hace alarde; sólo se somete a lo que Jesús conoce de su corazón. Después Jesús, le repite a un Pedro ya purificado su primer «sígueme».
Víctor Manuel Fernández
iglesia.org
sábado, 2 de octubre de 2010
Volver al primer amor
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