Es frecuente que la gente se acerque a los sacerdotes para pedir un consejo o una orientación. Porque en nosotros ven la posibilidad de obtener luz, sobre una situación difícil, o sobre una decisión trascendente.
Es frecuente que la gente se acerque a los sacerdotes para pedir un consejo o una orientación. Porque en nosotros ven la posibilidad de obtener luz, sobre una situación difícil, o sobre una decisión trascendente.
A uno como sacerdote le llena de satisfacción poder ayudar a estas personas, darles paz, sosiego y una esperanza.
Pero una cosa es pedir consejo, y otra es tener un director espiritual. Lo primero es algo ocasional; lo segundo es algo habitual. Lo primero puede ser con quien se tenga a la mano en ese momento; lo segundo, con alguien con quien se mantiene un diálogo constante.
Hoy día se habla mucho del “coaching” como un método de asesoría para acompañar y entrenar a una persona o a un grupo en una habilidad concreta.
En este sentido, la dirección espiritual no es un simple coaching espiritual. Tampoco es exclusivamente una ayuda para tomar decisiones. No es la alternativa “barata” a los sicólogos. Es mucho más que eso.
Porque en la dirección espiritual no se trata nada más de aprender algo o de salir de un problema. Ahí se tocan todas las facetas de la vida cristiana: la oración, la vocación, el apostolado, las caídas, las virtudes… Se forma a la parte humana de la persona, para que sea capaz de responder a las gracias de Dios: la voluntad, la conciencia, la afectividad.
Un buen director espiritual es quien te ayuda a discernir la voluntad de Dios en tu vida, te anima y ofrece medios para cumplirla. Pero jamás será un sustituto a la voz de Dios, porque, a fin de cuentas, la única persona que puede descubrir Su voluntad para tu vida eres tú mismo. El director espiritual es una ayuda para que cada oveja se deje cuidar, acompañar y dirigir por el único Buen Pastor.
Es decir, que la dirección espiritual es una conversación entre tres personas: tú, el director y Dios.
Ya podemos ver que la parte importante en esto no se la lleva el director, ni siquiera el dirigido. El verdadero protagonista ha de ser siempre Dios, a través del Espíritu Santo.
Antes de proseguir quiero aclarar que no sólo los sacerdotes somos directores espirituales. Las personas consagradas, religiosas y religiosos, así como algunos laicos especialmente capacitados, pueden y deben desempeñar este hermoso servicio.
Esta práctica ha formado parte de la vida de la Iglesia desde siempre. De tal manera que los grandes santos siempre tuvieron a un buen director espiritual detrás de ellos: san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, santa Faustina Kowalska, san Juan Pablo II…
¿Me hace de verdad falta una dirección espiritual?
Cada uno debe preguntarse y lo debe de decidir. Lo cierto es que la realidad de hoy es muy compleja, y a cada paso surgen preguntas y situaciones delicadas que requieren de luz, sea en el trabajo, la familia, la historia personal. ¿Qué es lo que Dios quiere de mí en este preciso momento de mi vida?
Además, si en verdad quieres progresar en la vida cristiana, lo más normal es tengas un director espiritual. Sé que no abundan, y que los que nos dedicamos a eso estamos más que saturados. Pero, como dice Jesús, pidan y se les dará, busquen y encontrarán. Busca en tu parroquia, en algún Movimiento, en los conventos. Si sientes la necesidad, seguramente Dios ya tiene a alguien preparado para ti.
Termino con esta cita, en la cual el confesor se puede entender también como el director espiritual: «El alma responde con más fidelidad a la gracia de Dios si tiene un confesor experimentado a quien confía todo.» (Santa Faustina Kowalska).
Adolfo Güémez
catholic.net
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