El cuerpo es parte esencial de la persona, de la personalidad, y del ser humano como individuo.
La persona humana es una estructura compleja. No es simplemente corporal, como los animales, pero tampoco es una especie de espíritu embutido en una funda de carne. El cuerpo no es para el alma una cárcel de la que hay que liberarse, como opinaba Platón. El cuerpo no es tampoco un simple instrumento, manejado por un espíritu independiente y aséptico que lo puede dominar a su gusto: eso sería caer en un espiritualismo barato.
El hombre es una estructura compleja y unitaria de corporalidad y espiritualidad. Lo espiritual tiene una expresión también corporal. Diversos aspectos del alma se expresan en diversos aspectos del cuerpo. Vemos con los ojos, oímos con los oídos, hablamos con la boca, expresamos nuestra alegría o tristeza con la cara, los gestos, la voz. Bailamos, gritamos o saltamos, reímos o lloramos. Y todo esto son expresiones corporales de situaciones de nuestro espíritu. Como dice el refrán, «la cara es el espejo del alma».
Del mismo modo, la sexualidad, además de su función generativa, es, en su dimensión más profunda, expresión corporal de nuestra capacidad de amar, de entregarnos a otra persona y recibir su entrega.
La libertad y la capacidad de amar son lo más grande e íntimo que tiene la persona humana. Por eso, la sexualidad, en la medida en que es expresión corporal de esa capacidad de amar, afecta al hombre de manera íntima y profunda, tanto para bien como para mal.
Mikel Gotzon Santamaría Garai
Extraído de «Saber Amar con el Cuerpo»
iglesia.org
lunes, 28 de noviembre de 2016
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